De la fascinación y la pasión al naufragio del amor imposible entre Kate Millett y Sita
La intelectual y activista feminista, autora de obras como 'Política Sexual', escribió uno de los textos contemporáneos más importantes y conmovedores de la literatura lésbica y del amor que no entiende de sexos. WMagazín adelanta un pasaje de 'Sita'
Presentación WMagazín. Kate Millett escribió uno de los textos contemporáneos más importantes y conmovedores de la literatura lésbica, o, mejor, del sentimiento amoroso que no entiende de sexos y no teme hacerlo realidad. Sita es una biografía que Alpha Decay publicará coincidiendo con el primer año del fallecimiento de la intelectual y activista feminista y que WMagazín avanza en exclusiva. Es la historia de un amor tan real y apasionado como prohibido que acabó en tragedia. Kate Millett se enamoró de Sita a principios de los años setenta, en un momento en que la autora estaba considerada una de las grandes pensadoreas de la tercera ola feminista. «Durante los meses que duró la relación, Millett experimentó el proceso de darlo todo por amor», explica la editorial: «En 1978, después de que Sita se suicidara, Millett completó cuatro elegías dedicadas a su amor imposible y las reunió en este libro».
Kate Millett (Estados Unidos, 1934-Francia, 2017) es una de las referencias por los derechos de las mujeres y que empezó a demontar los mitos alrededor del patriarcado que habían creado la sociedad conocida. Era 1970. Convirtió su tesis doctoral en el libro Política Sexual que entraría no solo en el canon del feminismo, sino dentro de la lista de obras esenciales que reclaman la igualdad entre hombres y mujeres. Fue ella quien acuñó la frase «lo personal es político» y obligó a cambiar la perspectiva de los sexos y de la sociedad; incluso llegó a señalar que «el amor es el opio de las mujeres» en un sistema heteropatriarcal mientras ellos ostentaban el poder.
Eso no significaba que esta intelectual y activista no creyera en el amor ni se extraviera en sus laberintos de pasión, felicidad, dolor y rescate. Sita llegará a las librerías en octubre, unas semans después del primer año del fallecimiento de Millet, el 6 de septiembre. Es, quizás, uno de los libros más hermosos sobre la fragilidad y vulnerabilidad del ser humano ante el amor, y su sensación de naufragio y lucha por no hundirse. Esta biografía de Kate Millet es protagonizada por Sita, el gran amor de su vida. Una historia sobre la desnudez de un alma, un intelecto y un instinto que muestra cómo ese sentimiento tiene vida propia y no sabe de sexos ni condicionantes sociales. La bisexualidad de Millet es expresada y analizada por ella misma en la medida en que se sincera a través de las palabras evocadas con sentires siempre vigentes.
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'Sita' (Alpha Decay)
Por Kate Millett
Dejad que lo celebre: esa perfección con la edad, esa madurez, esa plenitud. La caída del pecho, como brevas, el dulce café de la piel de sus largas piernas y su firme trasero, la sencilla finura del talle. Hasta su leve cojera, por una caída hacía años, le da a veces una especie de vulnerabilidad infantil que, como su acento, apela directamente a mi ternura y a la amabilidad y paciencia del mundo; ahora incluso eso parece haber desaparecido. Son las siete de la mañana, se está vistiendo para ir al trabajo, se mueve en silencio, discretamente, tratando de no despertarme. Sé lo que hace, quién es, cómo pasará el día. Me acuerdo de mi manuscrito y ojalá no hubiese pensado en ello. Bosteza esperándome, como la boca del suicidio. Hoy se suponía que me iba a poner a ordenarlo, que iba a empezar. Se sube la cremallera de las hermosas botas de cuero. Le van como un guante, son perfectas. Envidio todo de ella.
Como en casa en su cuerpo, su fuerza ligera, el saltito a cada paso. Un día fui joven y pensaba que ella me alimentaba igual que yo a ella, hacer el amor me hacía sentir más joven, joven para siempre. Qué diferente es todo ahora. Al observarla me siento vieja. Y eso que soy más joven, Sita tiene casi diez años más que yo. Pero estos diez años que nos separan no significan nada más que mi vacío. Ella es una criatura hecha para la vida, yo no. Ella es capaz de dirigir, administrar, poner orden. Yo solo me quedo para luchar contra la confusión y pierdo. Es más fácil ser ella. No solo más fácil que ser una artista, sino porque ella es arte, y eso es mejor. Más allá de eso, ella vive en el mundo real, con preocupaciones adultas; cosas que en parte aborrezco y en parte venero. Ahí está como pez en el agua; capaz, majestuosa. Hasta en un trabajo del que no deja de echar pestes, en el que le pagan sistemáticamente menos de lo que le corresponde, siempre hasta arriba y con la amenaza de despidos flotando en el aire. Un trabajo que empieza a la inmisericorde hora de las ocho de la mañana. Pero ahí está, preparada, con ganas, siento sus ganas. Me da hasta rabia. La envidio. Ojalá esa disposición fuese la misma hacia mí, para quien ahora ya no tiene ganas y hacia quien demuestra tan poco entusiasmo. Yo, que antes era un ejemplo para ella. Nunca se cansaba de decirme lo guapa que era cuando nos conocimos, mi larga melena castaña acariciada por sus manos, mi larga cabellera castaña, a la que hacía tirabuzones para entretenerse. Una vez vino a verme a la granja durante mi crisis y como estaba ocupada perdiendo la chaveta se me había olvidado lavarme el pelo; lo señaló como la prueba más evidente de mi locura. Escribió una desagradable carta a todos mis amigos y familiares haciéndoles partícipes de mi deplorable estado. Por aquel entonces yo ya era un producto defectuoso. Pero al principio no. Al principio era toda una conquista. Era una escultora que había escrito un libro que me convirtió en heroína durante unos cuantos meses, una genia fugaz. Y era hermosa, o eso decía ella ronroneando como un gato que se arremolina como una ensaimada cuando lo acarician. Pequeña y oscura y casi recatada, así era yo, y estaba encantada con el cortejo de aquella mujer alta y mayor. «Guapa», qué pocas veces me lo dice ya. Qué gigantesca sensación de inferioridad física mientras la observo, aún sin levantarme de la cama. Como en casa en su cuerpo, planta y máquina, esa herramienta de carne hecha para consumar su voluntad. Satisfecha dentro de ella, la dulce luz marrón de su carne, como crema amarillenta, suave, con gracia, la extensión corporal de su inteligencia.
A fin de cuentas, ¿quién es esa mujer briosa y eficiente, delgada, elegante, que sale de casa para gestionar programas universitarios en esta gris mañana de enero? Aunque nunca pierde la sensualidad, ni a estas horas de la mañana; siempre emana un aroma sensual, de la tez morena, del rostro radiante, de la brillante cabellera, de los sinuosos movimientos de sus largas piernas, de los senos delicados y encantadores, de las manos mientras se ajusta la bufanda. Y su historia, cómo me fascina, cuántas veces me la vuelvo a contar a mí misma. Nacida en Milán, hija de un literato italiano que además era conde y de una cantante de ópera brasileña; educada en conventos, hermana mayor de un benjamín que fue muy querido, el heredero. Una infancia truncada cuando la predilección de su madre por los artistas, los judíos y por meterlos bajo mano en Brasil salió a la luz. El padre de Sita fue arrestado por los fascistas, la madre huyó a Brasil con ambas criaturas. Allí, pobreza, nada de títulos nobiliarios, mala relación con el clan pudiente e indiferente de la madre. Para mejorar su posición, se decidió que Sita había de casarse, que la venderían a un americano con posibles. Ella acababa de terminar la escuela, él tenía cincuenta y cinco. En cuanto dio a luz, se escapó y se divorció. Se estableció de manera independiente en este país, con Pia. Hasta que recaló en otro matrimonio, aún peor. Nació Paul. Otro divorcio, otro casorio, mejor, pero aún insatisfactorio. Y luego, libertad. Ahora, más cerca del final de su vida, tenía la madurez plena para ser como era ella, para ser su propia mujer.
Una noche sacó una caja con viejas fotografías suyas, los años de juventud: Sita con bebés, Sita con maridos, con Ben, a quien le encantaba hacer fotos, Sita, la mujer de su bungaló y su madonna con una pequeña Pia y un rollizo Paul, una sonrisa remachada en el rostro, tan tensa que chocaba con su buena apariencia. Hasta el pelo, rígido, siguiendo el estilo de los peinados típicos de los cuarenta y los cincuenta; artificial, acomodado para complacer y encajar, respondía a otras demandas. Y el gesto congelado, nostálgico, el mismo fotografía tras fotografía, con el aire de alguien que no está a gusto con la vida, cautiva en su propio cuerpo.
Pero había una fotografía que superaba todo aquello, grandiosa y glamurosa. Un retrato profesional en papel fino mate contrastaba con todas las demás, que eran con brillo, propias de las cándidas cámaras caseras. Se trataba de Sita un día de verano antes de su segundo matrimonio. John Ford había llegado a la pequeña ciudad sureña y buscaba figurantes para una película. Se presentó con su compañera de piso y ambas consiguieron un papel. Las verían en el cine, ganarían cien dólares al día durante una semana de ensueño, llevarían vestidos largos antiguos y pamelas, caminarían por los senderos de la ilusión. Un fotógrafo la inmortalizó. Qué grandeza tenía. Y qué bella era. Alta y majestuosa, una dama, una aristócrata, la tez fina bajo la pamela, el cuello esbelto, el porte amable. Efervescente, pasa por tu lado como un torbellino. La boca, sensual cuando sonríe; se vislumbra incluso un ápice de crueldad. Pero confiada, regia, totalmente segura de sí misma. Es la única fotografía en la que estaba viva, en la que era ella. El único momento en que pudo ser. La ilusión era más auténtica de lo que jamás fue la vida real.
Soy diez años más joven, pero no soy yo misma. Quizá nunca lo sea. Hace ya casi dos años de mi crisis y mi separación, perdida en mi trabajo, en mi escritura y en mí misma. No tengo nada de esa seguridad suya, la envidio. Y la odio cuando justo por eso me aparta de ella. Al venir aquí, me he perdido del todo, he renunciado a ese pequeño mundo que había construido en Nueva York. Un nuevo comienzo, aflorado de entre las ruinas tras diez años de matrimonio. Fumio. La agonía de aquella ruptura, como un corte, aún fresco como un miembro amputado. El regreso a Nueva York, sola, la última vez, y aquellos meses en los que estuve lejos de ella, armando un nuevo estudio, arreglando un loft. Sin embargo, durante ese tiempo, ella había empezado sola de cero. Yo, en cambio, me atuve a nuestro plan, siempre yendo hacia ella, que no dejaba de vivir a casi cinco mil kilómetros en cierto rincón de mis pensamientos. Y, al volver a su lado, ahora pierdo mi trabajo y mi estudio y a mí misma; ego e identidad. Ningún sitio para pintar o esculpir, ni siquiera para escribir. Parece que regreso solo por el amor. Y el amor ya no está.
- Sita. Kate Millet. Traducción de Núria Molines Galarza. Editorial Alpha Decay.
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Puedes leer a continuación todos los Veranos de Avances Literarios Exclusivos WMagazín:
1- Álvaro Pombo: Retrato del vizconde en invierno (Destino- Incluye vídeo del autor leyendo).
2- Danny Orbach: Las conspiraciones contra Hitler (Tusquets).
3- Marcos Giralt Torrente: Mudar de piel (Anagrama).
4- Mircea Cartarescu: Cegador, 1: El ala izquierda (Impedimenta).
5- Muhsin Al-Ramli: Los jardines del presidente (Alianza).
6- Gabriel García Márquez: El escándalo del siglo (Literatura Random House).
7- Kate Millett: Sita (Alpha Decay).
Me encanto
muy buen articulo me gusto mucho
He llegado a sentir el amor y el odio por Sita y casi estiendo la mano para rozar su piel morena.Todo sentimiento.
Gracias por este momento.