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El escritor argentino Edgardo Cozarinsky.

Edgardo Cozarinsky gana el V Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez

El escritor argentino obtiene el galardón por 'En el último trago nos vamos'. Gran narrativa y solidez intelectual con temas alrededor de la identidad existencial, la vejez y la infidelidad de los recuerdos y los rostros del deseo

El argentino Edgardo Cozarinsky (Buenos Aires, 1939) ha ganado con En el último trago nos vamos (Tusquets) el V Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez.  El ganador surge de 91 títulos postulados, luego fueron catorce preseleccionados y finalmente cinco finalistas. Cozarinsky recibirá cien mil dólares y su obra circulará en 1.445 bibliotecas de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas de Colombia. Este premio es uno de los más importantes de su género en español que distingue al mejor volumen de cuentos publicado en 2017.

Según el jurado, En el último trago nos vamos «es, sobre todo, un libro escrito con gran oficio narrativo, con raíces profundas en una antigua tradición literaria y de una notable solidez intelectual. Entre sus temas están la identidad existencial, la vejez, y la infidelidad de los recuerdos, elaborados por Cozarinsky  de una manera singular otorgándoles una dimensión literaria solvente y necesaria. Sus cuentos describen mundos  diversos en los cuales los protagonistas resultan ser fantasmas o, al menos,  fantasmagóricos».

Los otros cuatro escritores finalistas fueron: el colombiano Andrés Mauricio Muñoz con Hay días en que estamos idos (Seix Barral), los argentinos  Santiago Craig con Las tormentas (Entropía) y Pablo Colacrai con Nadie es tan fuerte (Modesto Rimba) y la chilena Constanza Gutiérrez con Terriers (Montacerdos).

El ganador recibe cien mil dólares y los otros cuatro finalistas tres mil. Además, estos volúmenes de cuentos entrarán a formar parte de las colecciones de la Red Nacional de Bibliotecas de Colombia, conformada por 1.500 bibliotecas públicas en todo el país. El Premio, organizado por el Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional de Colombia, tiene como jurado a los escritores Alberto Manguel (Argentina-Canadá), Piedad Bonnett (Colombia), Diamela Eltit (Chile), Mathías Enard (Francia) y Élmer Mendoza (México).

Los anteriores ganadores son el español Alejandro Morellón por El estado natural de las cosas (Caballo de Troya-2017), el colombiano Luis Noriega por Razones para desconfiar de sus vecinos (Penguin Random House-2016), la escritora boliviano-venezolana Magela Baudoin, por La composición de la sal (Plural editores) y el argentino Guillermo Martínez por Una felicidad repulsiva (Planeta-2014).

Este premio es una convocatoria del Ministerio de Cultura de Colombia y la Biblioteca Nacional de Colombia. Surge de la iniciativa del Plan Nacional de Lectura y Escritura “Leer es mi cuento”, que promueve el Gobierno Nacional de Colombia. Nació con la intención de aumentar los índices de lectura en el país, así como de respaldar y promover la calidad literaria de este género y ampliar el espectro de concursos literarios dentro y fuera de Colombia.

Edgardo Cozarinsky (Buenos Aires, 1939) es además cineasta. Su obra cinematográfica ha explorado la mezcla de ficción y documental. Considera que su obra literaria empieza con Vudú urbano, libro inclasificable que en distintas reediciones prologaron Susan Sontag, Guillermo Cabrera Infante y Ricardo Piglia. Es autor de ensayos (El pase del testigo, Blues, Nuevo museo del chisme, Disparos en la oscuridad), relatos (La novia de Odessa, Tres fronteras) y novelas (El rufián moldavo, Maniobras nocturnas). Tusquets ha publicado sus novelas más recientes: Lejos de dónde (Premio de la Academia Argentina de Letras 2008-2010), La tercera mañana, Dinero para fantasmas, En ausencia de guerra y Dark.

En el último trago nos vamos (Editorial Tusquets)

Siempre hay un trago después del último en las novelas y cuentos de Edgardo Cozarinsky, y aunque la canción lo anuncie nadie se va del todo. Los insomnes errantes encuentran un bar abierto donde los esperan historias inauditas. En Buenos Aires los muertos sobreviven en una precaria segunda vida; en la selva guaraní o en las ruinas de Angkor palpitan, invictos, los sacrificados. Y en un rincón de Brooklyn opera una vidente que puede transformarse en la madre del incauto que se anima a consultarla.

Como un caleidoscopio de todos sus registros narrativos, el nuevo libro del autor de Lejos de dónde y Dark explora las muchas dimensiones de lo imaginario, de la memoria afectiva y sus imprevistas confluencias, de distintos rostros del deseo. El resultado es un libro inquietante, donde la superficie de lo narrado se quiebra constantemente para revelar una realidad insospechada.

A continuación un relato del libro ganador, cortesía de la Biblioteca Nacional de Colombia:

Edgardo Cozarinsky: 'En el último trago nos vamos'

Comienzo del cuento La otra vida:
Johnson anheló toda su vida ver un fantasma,
pero no lo consiguió, aunque bajó a las criptas de
las iglesias y golpeó los ataúdes. ¡Pobre Johnson!
¿Nunca miró las marejadas de vida humana que
amaba tanto? ¿No se miró siquiera a sí mismo?
Johnson era un fantasma, un fantasma auténtico;
un millón de fantasmas lo codeaba en las calles
de Londres.
Carlyle: Sartor Resartus , III, 8.
Pocos minutos después de ser atropellado por un Peugeot 3008, que prosiguió sin detenerse ha­cia la avenida Almirante Brown, Antonio Grazia­ ni se incorporó en medio de la calzada desierta de Paseo Colón y cruzó hacia Parque Lezama. No dudó siquiera un instante de que estaba muerto, pero esta certeza no le impidió respirar honda­mente el aire ya fresco, esa brisa que alivia el calor a fines de una noche de diciembre. Aún no eran las 5 y ya empezaba a clarear con la primera, tímida luz del día.
No le llamó la atención la ausencia de heridas visibles, de todo dolor. Se sacudió someramente el polvo adherido a la ropa, pasó sin detenerse ante la iglesia ortodoxa de la calle Brasil, que tan­to lo intrigaba en su infancia, y echó una mirada rápida a las persianas bajas del restaurante que en años recientes había frecuentado. Se dirigía al bar Británico, confiado en que estaría abierto, como solía, las veinticuatro horas. No se equivocaba. Dos mesas solamente estaban ocupadas y en una de ellas reconoció a Gustavo Trench, un amigo muerto dos años atrás.
—Antonio… No sabía… —Trench se mostró auténticamente sorprendido—. ¿Desde cuándo?
—Hace unos minutos. Me atropelló un auto cuando cruzaba Paseo Colón.
Una mujer sin edad salió de atrás de la barra y se acercó a ellos  Sus ojos se hundían en una in­trincada red de arrugas, el maquillaje de colores vivos parecía señalar el lugar que habían ocupado rasgos ya vencidos, el pelo se elevaba en una rígi­da composición color caoba. Sin una palabra, interrogó con la mirada a Antonio. Este señaló lo que bebía su amigo. La miró alejarse: le había parecido curiosamente ausente bajo la efusión de maquillaje y tintura, ahora le parecía casi transpa­rente. Trench percibió su extrañeza .
—Ya pronto se va a borrar —informó—. Hace casi tres años que murió.
La mujer volvió con un vaso de fernet. Anto­nio bebió un trago, otro, y se quedó mirando el líquido oscuro donde flotaban dos cubitos de hielo; no dijo una palabra, pero Trench, de nue­vo, creyó necesario explicar.
—Sí, tiene el mismo gusto . ¿Qué esperabas?

—Tras un momento de silencio, continuó—. Vas a encontrar todo igual. Pero a los que no vas a en­contrar es a los que todavía no cruzaron la línea.

Solamente nos vas a ver a nosotros, en los mismos lugares, con la misma cara y la misma voz. A los otros no los vas a ver ni vas a poder comu­nicarte con ellos.
Antonio no respondió. Se sentía perplejo, menos por la existencia nueva que le iban descu­briendo que por su falta de asombro, más aún: por su serena aceptación de lo que, minutos an­tes, lo hubiera llenado de miedo. Se quedó mi­rando a la mujer del bar, que parecía hacer unas cuentas en un cuaderno de tapas duras y cada
tanto llevaba a la boca un lápiz para mojar la punta con saliva. Trench se sentía obligado a guiar los primeros pasos del amigo en territorio incógnito.
—Como te dije: tres años .
—¿Y después?
—No sé . Los que saben ya no pueden contar.
* * *
Había amanecido. Los amigos salieron a la calle. La brisa de fin de la noche no se había ex­tinguido del todo con la salida del sol, aún agita­ba levemente los follajes del parque y parecía…”.

Winston Manrique Sabogal

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