El asesinato de Miguel Ángel Blanco y la historia del fin de ETA en 333 páginas
Hace 20 años el crimen del concejal vasco indignó al mundo. En 2011 llegó el fin de la banda terrorista. Un libro arma el rompecabezas de esta rendición con las voces protagonistas. WMagazín publica dos pasajes clave para entender la historia
El fin del terrorismo de ETA llegó el 20 de octubre de 2011. Lo hizo después de dejar en España casi mil muertos en cuatro décadas. El libro El fin de ETA. Así derrotó la democracia al terror, de José María Izquierdo y Luis R. Aizpeolea, editado por Espasa, recoge los testimonios de los protagonistas del último decenio del terrorismo: políticos, policías, jueces, víctimas, exterroristas o mediadores. Voces que fueron consultadas para armar un rompecabezas en un documental homónimo de una hora y setenta minutos de duración, presentado el año pasado en el Festival de Cine de San Sebastián. En realidad fueron setenta horas de grabación que los dos periodistas del diario El País, de España, hicieron y que acaban de convertir en este libro necesario. «Lo hicimos para concretar, aclarar puntos de la película y ampliar otros aspectos. No nos interesaba tanto la opinión de los entrevistados, sino que nos contaran los hechos. Armar entre todos el relato. Fue una rendición de ETA digan lo que digan», afirmó Izquierdo, ex subdirector adjunto de El País y exdirector de informativos de CNN + y de los servicios informativos de canal Cuatro.
Con motivo de los veinte años del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco (1968-1997), este 13 de julio, WMagazín reproduce dos pasajes clave de este libro: el suceso fatal de Blanco, cuya reacción social es el preámbulo del fin de la banda terrorista, y el atentado a la Terminal 4 del Aeropuerto Barajas de Madrid, el 30 de diciembre de 2006, y que fue el comienzo del fin de ETA. Dos momentos históricos que sirven para entender mejor una época oscura de España y cómo el país logró salir de ella.
La presión social
Por José María Izquierdo y Luis R. Aizpeolea
Entre los muchos elementos que confluyeron para hacer posible el fin de ETA, figura, en lugar destacado, la fuerte presión social sobre ETA y, por reflejo obligado, sobre la izquierda abertzale, muy clara y fuerte desde el asesinato del concejal del Partido Popular Miguel Ángel Blanco el 13 de julio de 1997. Si ya había habido multitudinarias manifestaciones contra ETA en años anteriores —alrededor de 40.000 personas en Bilbao tan pronto como 1983, hasta 200.000 en 1989 en respaldo del Pacto de Ajuria Enea— la muerte de Blanco genera la repulsa general en toda España y marca también un antes y un después en el País Vasco.
Iñigo Urkullu destaca esta presión ciudadana, junto con otros elementos, como una de las piezas claves para el fin de ETA: «El factor más importante yo creo que ha sido el de la evolución de la sociedad vasca en su conjunto en la última década o, mejor, en los últimos 15 años desde los años 1997 y 1998 hasta el año 2011, en los que la sociedad vasca ya sale a la calle, no justifica nada de lo que pueda hacer ETA de manera mayoritaria». Y añade: «Yo creo que la izquierda abertzale siente esa soledad ante la sociedad vasca a pesar de tener un nivel de representación política digno de tener en consideración. Pero la soledad trasciende de lo que es la representación institucional».
La movilización social multitudinaria contra ETA estalló en el País Vasco tras el asesinato de Blanco. Fue una explosión social que arrancó pocas horas antes de su muerte cuando la Mesa del Pacto de Ajuria Enea, presidida por el entonces lehendakari José Antonio Ardanza (PNV), con el apoyo de todos los partidos democráticos, logró reunir en Bilbao (Bizkaia) la mayor movilización de masas conocida en esa ciudad para exigir a ETA que liberara al joven concejal, secuestrado dos días antes.
A primera hora de la tarde de ese 12 de julio, ETA consumó su crimen y una ola de indignación contra la banda terrorista llenó las calles de Ermua, la localidad de la víctima, que se fue extendiendo por el País Vasco y toda España. En varias localidades vascas, los manifestantes protestaron airados delante de las sedes de Batasuna y en algunos casos militantes de este partido tuvieron que ser protegidos por la policía de la ira de la gente. Fue la viva expresión del hartazgo de la sociedad vasca contra ETA.
Al calor del asesinato de Blanco se constituyó el Foro de Ermua, como organismo movilizador independiente, y más adelante Basta Ya, que estimularon la respuesta masiva en la calle frente a cada uno de los sucesivos crímenes que la banda terrorista siguió cometiendo. ETA fijó a los líderes de este movimiento entre sus principales objetivos: asesinó a dos de ellos, López de Lacalle y Pagazaurtundua, y acosó con saña a otros como el filósofo Fernando Savater o el periodista José María Calleja.
La toma de la calle contra los asesinatos de ETA le quitó ese monopolio a la izquierda abertzale que se había ufanado de detentarlo hasta entonces. Afectó a su moral y acrecentó su sensación de pérdida de terreno y de soledad en la sociedad vasca.
El rechazo masivo a ETA, sin embargo, tardó en consolidarse. Se gestó en 1988, con el Pacto de Ajuria Enea, el acuerdo de todos los partidos democráticos, nacionalistas y no nacionalistas contra ETA, que consideraba que el terrorismo etarra no tenía ninguna justificación política. El detonante de la firma del Pacto de Ajuria Enea fueron dos crímenes especialmente crueles de ETA con coches-bomba: el del Hipercor de Barcelona en junio de 1987, que batió el record de asesinatos de la banda, 21, y tuvo un carácter indiscriminado, y el del cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza, de diciembre del mismo año, en el que fallecieron cinco niños.
Durante su vigencia, el Pacto de Ajuria Enea contó con un movimiento social que activó sus movilizaciones contra el terrorismo, Gesto por la Paz, que promovió, a su vez, campañas de solidaridad con las víctimas y de conciencia contra la violencia, como el lazo azul, popularizado durante los secuestros de los empresarios gipuzcoanos Julio Iglesias Zamora y José María Aldaya a mediados de los años noventa. Gesto por la Paz —vinculado inicialmente a la Universidad de Deusto y a la Iglesia católica— fue el primer movimiento social de protesta que surgió en el País Vasco contra la violencia de ETA y la guerra sucia. Nació en 1985, diez años después del fallecimiento del dictador. Desde entonces, la respuesta social contra ETA fue in crescendo hasta que se hizo sentir en toda la sociedad vasca.
La tragedia de la T-4
Alfredo Pérez Rubalcaba (vicepresidente del gobierno de España durante la presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero) tiene en la memoria una fotografía que apareció en los periódicos el día siguiente: «Es una foto del día del atentado, cuando ya se conocían los dos muertos. Están en el ascensor, la puerta no se ha cerrado todavía, los máximos responsables de Batasuna. Estaba Otegi, Permach, Pernando Barrena y Jone Goiricelaia. Las caras de los dirigentes de Batasuna son clarísimas, no puede haber actores tan buenos, y reflejan un sentimiento de dolor, de consternación, de irritación. Era evidente que ETA había empezado a romper con Batasuna. Y ahí empieza el final. Siempre pensé que esa foto es el principio del fin».
El atentado de la T-4 (30 de diciembre de 2006) tiene una importancia capital en las negociaciones. Por varios motivos. Y esta grieta entre Batasuna y ETA no es un punto menor. Otegi, a su manera, reconoce la trascendencia del momento, y esa misma mañana, quizá empujado por Eguiguren, da una conferencia de prensa. Con gesto crispado, se dirige a ETA para que entienda que no puede haber un proceso de negociaciones con atentados. Explica Otegui: «Una de las conclusiones que nosotros sacamos de la T-4, y que tratamos de hacer ver también a ETA y al Gobierno era que, cuando se producen bloqueos en el proceso de negociación, creer que la violencia ayuda a que los bloqueos desaparezcan es un grave error. Porque lo que ha demostrado la experiencia histórica es precisamente lo contrario, que la utilización de la violencia no solo no desata los nudos que se producen en la mesa de negociación, sino que los hace todavía más fuertes, y que, por lo tanto, no es que superen los bloqueos, es que hacen los bloqueos irreversibles».
Jonan Fernández, exdirigente de Elkarri, conoce muy bien ese mundo y también destaca la importancia que tuvo el coche-bomba en la diferenciación entre Batasuna y ETA: «El atentado no hizo sino rubricar lo que la sociedad vasca ya sabía, que con ETA no había manera de encauzar ese diálogo, y que Batasuna no podía seguir a expensas de la organización armada. La T-4 obliga a la izquierda abertzale a moverse, y cerradas otras vías, la internacional, por ejemplo, o el diálogo con ETA, solo puede negociar consigo misma. Y HB comienza a moverse a nivel interno para definitivamente tener una voz propia».
Pero Eguiguren añade varias consideraciones más que amplían los efectos de aquel atentado: «Con la T-4 se produjo un hecho muy complejo, como era romper la credibilidad de ETA. ETA siempre había presumido de no mentir, de que avisaba, y entonces en plena tregua, al poner la bomba, rompía esa imagen. Fue un revulsivo tremendo en el mundo de Batasuna, y sobre todo en los presos antiguos, los que habían pasado muchos años de cárcel. Esos eran los más molestos porque habían roto una regla de oro para ETA. Habían mentido. Y con la facilidad que se utilizaban las palabras aquí, pues decían, oye mira, yo he matado, he pasado tantos años en la cárcel, pero nunca he mentido. Y estos han mentido, y, además, yo creo que al saberse que era el dirigente Thierry —más o menos se sabía cómo era—, se afianzaron en lo poco que les entusiasmaba su forma de dirigir. Yo creo que aunque Otegi y Rufi Etxeberria tomasen en un momento dado la decisión de separarse definitivamente de ETA, y de que esto no podía seguir así, la gran fuerza que les permitió tirar para adelante fueron los presos que habían sufrido grandes condenas. Porque ellos eran quienes tenían autoridad en Batasuna. Es decir, la T-4 digamos que rompió la tregua pero puso las bases para el comienzo de la solución del problema, porque Batasuna había decidido no dejarle a ETA la dirección del movimiento. Es un problema que en Derecho se estudia, es el problema de la legitimidad. Mientras el que manda tiene legitimidad nadie le contesta. Con la T-4 perdió la legitimidad. Y entonces las bases de Batasuna dijeron que ahora, después de esto, decidían ellas».
Dos presos de la banda, Joseba Urrusolo e Ibon Etxezarreta confirmaban esta afirmación de Eguiguren. Etxezarreta, miembro del comando que asesinó al exgobernador civil de Gipuzkoa, Juan Mari Jáuregui, y que actualmente cumple treinta años de condena, lo expresa con claridad: «Cuando llegó a las cárceles la noticia del atentado de la T-4 fue un golpe muy duro. Recuerdo perfectamente dónde estaba, quiénes andaban en el patio, qué caras había y cómo se vivió. Fue un golpe muy duro para la gente. Pensábamos que se iba a contar con la opinión de los presos para acciones de esta importancia que dinamitaban un proceso de negociación. Pero nada de eso se hizo. Fue un golpe terrible y muy difícil de encajar para los presos».
Urrusolo, tras su larga y dura trayectoria de alejamiento de la banda, coincide con Etxezarreta en los efectos demoledores de la noticia sobre los presos, y señala aquel momento como el idóneo para el inicio de la Operación Nanclares, un proceso puesto en marcha por el ministro Rubalcaba y la entonces directora de Prisiones, Mercedes Gallizo, para reinsertar a presos de ETA, del que después hablaremos. «Tras el fracaso de las negociaciones de Loiola, primero, pero sobre todo con el atentado de la T-4, somos conscientes de que ETA ha perdido su última oportunidad y que se podía explorar la vía de la reconciliación, del rechazo absoluto de la violencia, del reconocimiento del daño causado… Muchos llevábamos ya años planteando que la lucha armada tenía que terminar porque solo traía dolor y no ayudaba a resolver ningún conflicto. En aquel momento nos reafirmamos en esa idea».
Rubalcaba y Eguiguren coinciden en que ese 30 de diciembre de 2006 se producía, además, un hecho de gran trascendencia. Se rompe la idea preconcebida de que es el Gobierno central quien no quiere negociar con ETA. El atentado de la T-4 demuestra lo contrario, que es ETA quien rompe las conversaciones. «Eso lo ve todo el mundo», explica Eguiguren. Y ganar esa batalla, sobre todo ante la opinión pública vasca, pero también en el resto de España e incluso en el terreno internacional, fue muy importante.
En el capítulo 41, Izquierdo y Aizpeolea terminan diciendo:
«Arnaldo Otegi pudo ver, también, las posibilidades que ofrecía el diálogo democrático. Probablemente, nunca había soñado con la posibilidad de sentarse durante varias semanas con el PNV y el PSE para acordar un proyecto político conjunto: las conversaciones de Loiola. Tras el cumplimiento de esta ensoñación comprobó en propia carne, también, la dura realidad: ETA le prohibió suscribir aquel preacuerdo.
Así que todo contribuyó a que el final de ETA fuera el que se dio el 20 de octubre de 2011, «el mejor posible» como decía Rubalcaba».
- El fin de ETA. Así derrotó la democracia al terror, de José María Izquierdo y Luis R. Aizpeolea. Editorial Espasa.
- Puedes leer el primer capítulo en este enlace.
Tráiler del documental 'El fin de ETA'.