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Detalle de la portada de la primera edición de ‘El gran Gatsby’, de Francis Scott Fitzgerald, de 1925. /WMagazín

‘El gran Gatsby’, el secreto de su magia a través de las parejas reales, literarias y temáticas en sus primeros cien años

Celebramos el primer siglo de la novela de Francis Scott Fitzgerald, una de las mejores del siglo XX, que representa mucho más que un retrato de los años veinte. Deconstruimos la obra en diez binomios que explican su trascendencia: de Fitzgerald/Zelda y Gatsby/ Daisy a amor/existencialismo, tiempo/sueño, felicidad/nostalgia, belleza/vacío...

Leonardo Di Caprio, como Jay Gatsby, tratando de tocar la luz verde al otro lado del embarcadero donde vive Daisy, en la adpatación al cine de ‘El Gran Gatsby’, de Baz Luhrmann (2013). /WMagazín

“Si no lo impidiera la niebla, se vería tu casa al otro lado de la bahía -dijo Gatsby-. Siempre tienes una luz verde ardiendo toda la noche al final del embarcadero”.

Cuando, por fin se lo dijo a Daisy, Jay Gatsby quedó tranquilo porque “quizá se le hubiera ocurrido que el colosal significado de aquella luz acababa de desvanecerse para siempre”. Es un momento central de El gran Gatsby que Francis Scott Fitzgerald convierte en el punto donde convergen sus temas principales en cada palabra y en el subtexto que las sostiene y les da vida. Y que amplifica en el lector, a través de los tiempos, el significado del que habla el protagonista llenándolo de más enigmas.

Hace cien años de aquella publicación. El viernes 10 de abril de 1925 llegó a las librerías la esperada nueva novela de la estrella emergente de la literatura estadounidense que era entonces Fitzgerald: El gran Gatsby, editada por Scribner’s. Una obra que es mucho más de aquello con lo que se suele identificarla: retrato de época de los famosos locos años veinte, del idealismo, del sueño americano y lo que puede pasar con sus excesos… Porque, como la frase que le dice Gatsby a su amada Daisy, la niebla de aquellos años veinte del siglo veinte impidió que la crítica y el público vieran el brillo de la novela, la luz verde que ilumina páginas que guardan temas abordados con una belleza literaria frágil y profunda a la vez sobre temas profundos y frágiles al mismo tiempo y que trascienden los años.

Francis Scott Fitzgerald (1896-1940). /Foto Wikipedia

Varios de esos temas van aparejados en la novela, y en la vida misma. Esos binomios han contribuido al éxito de la novela a través de los años y a la conexión con los lectores de cada época, como lo hacen los clásicos. Las siguientes son diez parejas o binomios que hacen de El gran Gatsby una obra literaria en la orilla del oleaje de la vida y de la imaginación de cada persona que, como dos enamorados, se miran y parecen transferirse energía y entusiasmo el uno al otro:

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Zelda Sayre y Francis Scott Fizerald en la porta del libro ‘Querido Scott, querida Zelda’ (Lumen). /WMagazín

Francis Scott Fitzgerald / Zelda Sayre

“Es lo que siempre fui: un joven pobre en una ciudad rica, un joven pobre en una escuela de ricos, en Princeton. Nunca pude perdonarles a los ricos el ser ricos, lo que ha ensombrecido mi vida y todas mis obras. Todo el sentido de Gatsby es la injusticia que impide a un joven pobre casarse con una muchacha que tiene dinero. Este tema se repite en toda mi obra porque yo lo viví”.

Estas palabras de Scott Fitzgerald (Minnesota, 24 de septiembre de 1896 – Hollywood, 21 de diciembre de 1940) en su autobiografía resumen buena parte de su vida y de lo que soñaba. Publicó El gran Gatsby a los 28 años, tres años más tarde de que empezara a escribirla. Era su tercera novela y su prestigio estaba en alza: en 1920 publicó A este lado del paraíso y en 1922 Hermosos y malditos. En ese lustro da a conocer cuentos sobre el nuevo estilo de vida de la clase adinerada de su país reflejada en los universitarios, él estudiaba en Princeton, en un mundo que acaba de dejar la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y entra en una nueva era de bonanza y de ilusiones.

Y es cuando termina la Gran Guerra, 1918, que el joven aspirante a escritor conoce a quien sería no solo el amor de su vida, sino la persona que directa e indirectamente lo haría escribir, y por ella él se convertirá en lo que es. Se llamaba Zelda Sayre (Alabama, 1900-Carolina del Norte, 1946). La conoció cuando él era subteniente en el ejército, en Camp Sheridan, cerca de Montgomery, en Alabama. Fitzgerald empezó a trabajar como publicista, en Nueva York, sin que ella, una jovencita de buena familia, se animara a casarse. Hasta que accedió en 1922, después de la publicación de Hermosos y malditos. Para entonces ya eran una pareja luminosa, y con unas cuantas sombras en su relación tensionante. Zelda tenía problemas mentales y estuvo varias veces en centros de reposo. Se separaron. En 1933 publica Suave es la noche donde a través del personaje de Nicole parece poner pensamientos suyos cuando dice a su pareja: “Pase lo que pase, siempre quedará en mí algo de lo que soy esta noche”.

Una sola frase que es la continuación sublime de El gran Gatsby: del sueño de Jay Gatsby: “Pase lo que pase, siempre quedará en mí algo de lo que soy esta noche”. Solo que cuando la escribe, lo que era pasado en su vida y presagio del presente del momento de El gran Gatsby, se hace realidad.

Lo cierto es que El gran Gatsby no tiene la acogida esperada y es solo después del fin de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y de la muerte de Zelda Sayre, en 1946, cuando el destino quiso que la niebla que cubría la novela empezara a desaparecer para que se viera la luz verde al otro lado de la bahía.

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Narrador / Lector

“En mis años jóvenes y más vulnerables mi padre me dio un consejo sobre el que llevo recapacitando desde entonces.

‘Cuando te sientas con ganas de criticar a alguien -me dijo- recuerda que en este mundo no todo han tenido las mismas ventajas que tú”.

Y esto es lo que hace Nick Carraway, el narrador de El gran Gatsby, desde esta frase con la que abre la novela, que cumple una doble función: presentarse ante el lector y que lo conozca, en la estirpe del clásico “Llamadme Ismael”, de Moby Dick, de Herman Melville, y, dejar claro, que, aunque cumplirá la doble función de personaje y narrador, ejercerá esta última  misión siguiendo los parámetros tradicionales de que un escritor en una ficción no juzga a sus personajes, sino que despliega sus mundos entretejidos para que los lectores vean, sientan, analicen y saquen sus propias opiniones.

Carraway sigue tanto el consejo de su padre que es como el tutor de los escritores, y no juzga ni siquiera a Tom Buchanam, el esposo de Daisy que por sus actos y sentimientos resulta antipático, como poco, para el lector.

Así, Nick Carraway es personaje, narrador y lector, en el sentido de que lee lo que ve y lo comparte con los lectores de la novela. Mario Vargas Llosa lo explica muy bien en La verdad de las mentiras, ese libro maravilloso de críticas de clásicos literarios, al decir que es lo mejor de la novela: “Gracias al discreto Nick, esta anécdota importa menos que la atmósfera en que sucede y que la deliciosa imprecisión que desencarna a sus seres vivientes y les impone un semblante de sueño, de habitantes de un mundo de fantasía. La salud de Nick Carraway empuja a la irrealidad el enfermizo vecindario del elegante balneario de West Egg, en Long Island. Pero estos personajes, de su lado, suelen ser, también, propensos a despegar del mundo concreto para refugiarse en los castillos de la ilusión”.

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Mia Farrow y Robert Redford como Daisy y Gatsby en la versión cinematográfica de ‘El gran Gatsby’, de Jack Clayton, 1974. /WMagazín

Jay Gatsby / Daisy Fay Buchanan

“Había pasado claramente por dos estados y estaba entrando en un tercero. Tras su incomodidad y su alegría irracional, ahora lo consumía el espanto reverencial ante la presencia de Daisy. Llevaba tanto tiempo ocupado por la idea, la había soñado hasta el final, la había esperado con los dientes largos, por así decirlo, con una intensidad inconcebible. Ahora, en el momento de reaccionar, estaba quedándose sin impulso, como un reloj con la cuerda saltada”.

Jay y Daisy acaban de reencontrarse a escondidas, después de cinco años. Jay Gatsby era un muchacho de origen humilde que se había enamorado de una joven de buena familia en cuya mirada sintió que lo amaba y admiraba. Pero él era consciente de que no podría desposarla. Así es que se fue al ejército a buscarse la vida con la esperanza de que ella lo esperara. Solo que la paciencia y la ilusión de Daisy se esfumaron y terminó casada con el joven rico Tom Buchanan con quien no solo pudo continuar la clase de vida que tenía, sino mejorarla.

A su regreso, Gatsby era un hombre rico, había hecho fortuna con negocios no muy claros. Compró una mansión al otro lado de bahía, frente a la mansión de Daisy. Desde su embarcadero, algunas noches estiraba el brazo intentando tocar la luz verde de la casa de su amada. Y hacía fiestas muy bulliciosas en su casa con la intención de llamar la atención de Daisy.

La grandeza de Gatsby, escribe Vargas Llosa, “no es aquella que le atribuye el generoso Nick Carraway -ser mejor que todos los ricos de viejos apellidos que lo desprecian- sino estar dotado de algo de lo que estos carecen: la aptitud para confundir sus deseos con la realidad, la vida soñada con la vida vivida, algo que lo incorpora al ilustre linaje literario y lo convierte en suma y cifra de lo que es la ficción. Por su manera de encarar la realidad, huyendo de ella hacia una realidad aparte, hecha de fantasía, y tratando luego de sustituir la auténtica vida por ese hechizo privado, Jay Gatsby no es un hombre de carne y hueso, sino literatura pura”.

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Amor / Existencialismo

“Su corazón latía cada vez más deprisa, según se acercaba al suyo el rostro blanco de Daisy. Sabía que cuando besara a esa chica, aunando para siempre sus inexpresables visiones con el perecedero aliento de ella, su espíritu nunca volvería a retozar como el espíritu de Dios. De manera que esperó, prolongando la escucha del diapasón que percutía en una estrella. Luego la beso. Al contacto con sus labios, Daisy floreció para él y la encarnación se hizo completa”.

El amor por Daisy es lo que impulsa a Gatsby. El amor que quiere recuperar es lo que hace que Gatsby distorsione la realidad. El amor que se imagina con ella es lo que lleva a Gatsby a su tragedia. Las elucubraciones, los miles de pensamientos y reflexiones alrededor de aquel amor que dejó en suspenso un día convierten a este hombre en un claro ejemplo de que el amor es lo más existencialista. Gatsby como representante del amor romántico que ve en el amado su realización.

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Aceptación / Soledad

“Una súbita soledad parecía emanar ahora de las ventanas y de las grandes puertas, dotando de un total aislamiento la figura del anfitrión, que permanecía en el porche, con el brazo alzado en ademán de despedida”.

Ahí está Gatsby  que lo que ha buscado toda la vida es la aceptación no solo de Daisy, sino de la sociedad, encajar en el mundo y como le pareció que no lo aceptaban creó el suyo. Búsquedas similares a las que hacen los demás personajes: la propia Daisy al casarse con Tom y no saber si regresar o no con Gatsby o Jordan Baker, la amiga de Daisy, o Myrtle Wilson, la amante de Tom, que desencadenará el final.

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Belleza / vacío

“La silueta de un gato en movimiento se deslizó contra la luz de la luna y, al volver la cabeza para mirarlo, vi que no estaba solo: a unos cincuenta pasos, una silueta surgida de la mansión del vecino permanecía con las manos en los bolsillos, mirando la salpimienta plateada de las estrella. Algo en sus desenfadados movimientos y en la firme posición de sus pues contra la hierba sugería que se trataba del propio Míster Gatsby, que había salido a comprobar qué parte le correspondía en el reparto del firmamento local”.

Los personajes principales buscan estar rodeados de belleza, pero una con la que intentan maquillar sus búsquedas y vacíos más existenciales. Las casas, los jardines, los vestuarios, los automóviles, el paisaje, las fiestas, la música, el cielo, la noche, los modales, las obras vivas que crea el viento en las cortinas o los vestidos, la escritura de Fitzgerald

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Felicidad / Nostalgia

“Las luces se hacen más brillantes según la tierra se sacude del sol, y ahora la orquesta está interpretando música de cóctel amarillo, y la ópera de las voces se eleva una octava. La risa es más fácil a cada minuto que pasa, se derrama con prodigalidad, se vuelve con alegres ocurrencias. Los grupos cambian con mayor presteza, se hinchan con recién llegados, se disuelven y se forman en el mismo suspiro; ya hay errabundas chicas confiadas que se entretejen aquí y allá entre las personas más firmes y estables, convirtiéndose, durante un agudo y gozoso momento, en centro de un grupo, para luego, con la excitación del triunfo, deslizarse por la marea de rostros y colores bajo la luz constantemente tornadiza”.

La novela tiene dos máscaras: la felicidad que busca usurpar la nostalgia que domina a Gatsby por el amor que fue, y la tristeza que asoma inevitable en alguien que quiere verse feliz recuperando al amor de su vida. De esa tensión emocional que vive y emana Gatsby está impregnada la prosa de Francis Scott Fitzgerald. Es lo que hace de esta historia una novela donde la línea ondulante de estas dos emociones irradian hacia el lector. Es la belleza de la nostalgia o la nostalgia de la belleza.

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Años veinte / Presente

“La civilización se está desmoronando -saltó Tom con violencia-. Me he vuelto terriblemente pesimista en todos los aspectos. ¿Has leído El auge de los imperios de color, de un tal Goddard”.

La década de los veinte del siglo veinte es una época clave del pasado y del futuro. Un punto de encuentro o remolino del tiempo que fue y vendrá. Y Fitzgerald lo escenifica desde lo personal e íntimo de sus personajes en un espacio de irrealidad y de esperanza en cuyo brillo se esconden las sombras futuras que vivirá el mundo. Por ejemplo, son los años el nacimiento de la radio, del acercamiento del mundo a casa o en la oficina o en los establecimientos públicos, en que la música popular y los nuevos bailes empiezan la conquistan de los hogares, el entusiasmo se contagia, se crean inventos que mejorarán la vida cotidiana, pero, también, cuando se siembran ideas problemáticas e injustas de racismo, xenofobia y clasismo que lastrarán las décadas por venir. Los populismos catastróficos empiezan con sus primeros grandes ensayos.

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Leonardo Di Caprio y Carey Mulligan, en ‘El gran Gatsby’, de Baz Luhrmann (2023)

Tiempo / Sueño

“Si así era, debió tener la sensación de haber perdido su viejo mundo cálido, de haber pagado un alto precio por vivir demasiado tiempo con un solo sueño. Debió de mirar el cielo desconocido a través de un follaje intimidatorio, debió de notar un escalofrío al descubrir lo grotesca que puede ser una rosa y con qué dureza caía el sol contra la hierba apenas creada. Un nuevo mundo, sin llegar a real, donde los pobres fantasmas, respirando sueños como quien respira aire, iban de un lado a otro a la deriva… como esa fantástica figura cenicienta que se deslizaba hacia él entre los árboles amorfos”.

El gran Gatsby es un En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, pero a través del amor, del amor como medida del tiempo que construye y deconstruye el interior de una persona en su búsqueda por un amor que fue y creyó que le daba la eternidad. Los sueños como el lugar donde el tiempo es finito e infinito. Donde el anhelo y la imaginación se extravían en la realidad.

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Vida / Muerte

“Hundió las manos en los bolsillos de la chaqueta y se dio media vuelta para seguir con su afanado escrutinio de la casa, como si mi presencia menoscabara la santidad de su vigilia. De manera que me marché, dejándolo ahí a la luz de la luna, vigilando la nada”.

Francis Scott Fitzgerald trata de apresar el alma del ser humano. El gran Gatsby es como una llama que avanza en la oscuridad emocional de las personas, que ilumina los rincones de los sueños del amor. Del amor que se resiste a marcharse del corazón que una vez colonizó. Y cuyo impulso en esta novela se cierra con uno de los mejores finales literarios: 

“Y mientras estaba ahí sentado, cavilando sobre el viejo mundo desconocido, pensé en el asombro de Gatsby cuando localizara por primera vez la luz verde del embarcadero de Daisy. Había recorrido un largo camino para llegar a esa pradera azul, y su sueño debió de parecerle tan cercano que no podía fallar en su intento de capturarlo. Ignoraba que ya se le había quedado atrás, en algún momento de la ancha oscuridad, donde los oscuros campos de la república se desplegaban bajo la noche.

“Gatsby creía en la luz verde, en el futuro orgiástico que año tras año se aleja de nosotros. Nos evitó una vez, pero no importa: al día siguiente correremos más, alargaremos más los brazos… Y una bella mañana…

Y así porfiamos, barcas contra la corriente, devueltos incesantemente hacia el pasado”.

  • Los pasajes de este artículo de El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald, corresponden a la traducción de Ramón Buenaventura, de ediciones Alianza.

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Winston Manrique Sabogal

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