El mestizaje cultural es la esencia del progreso, recuerda el Hay Festival de Segovia
Asiste en este fotorrelato a la gran jornada del encuentro cultural y literario con Kureishi, Stephen Frears, Clara Usón, Jorge Volpi, Luna Miguel y Ken Follet y nuevas voces como Sabrina Mahfouz, Olivier Guez y Catherine Nixey
El sonido del saxofón no paró en casi una hora. Empezó en la estación de Chamartín, de Madrid, para recibir a algunos de los invitados al Hay Festival de Segovia; siguió en tren acompañando los esparcidos paisajes frondosos alternados con los extensos mares verdes que pasaban rápido por las ventanillas del tren. Eso fue el viernes al atardecer. Una introducción a lo que vendría al día siguiente con los treinta y tres actos que continuaron la conversación literaria, histórica, cinematográfica, filosófica y artística de escritores, pensadores y creadores de medio mundo.
Medio centenar de personas en antiguos claustros o modernos edificios rodeados de pasados centenarios que desgranaron secretos creativos, confesaron miradas sobre las artes y reflexionaron sobre la idea de Europa como lugar de convivencia en tiempos de nubarrones.
El eco de sus voces suena como consejos, peticiones, advertencias, reivindicaciones o conjuros sobre realidades que amenazan con repetir el pasado:
«La cultura solamente crece si viene gente de fuera», sentenció Hanif Kureishi.
“El Brexit es una estupidez, es un escándalo”, lamentó Stephen Frears.
“A la gente le preocupa volver a la época de los años treinta”, reconoció Olivier Guez.
«Las grandes víctimas del franquismo fueron las mujeres», denunció Clara Usón.
“Es difícil creer en alguien perfecto al cien por cien. Es más fácil creer a un malo que a un bueno”, aseguró Ken Follet.
“No hay que prohibir la lectura de Lolita. No es un problema del libro sino de la sociedad”, reflexionó Luna Miguel.
Y así un rosario de ideas que ayudan a conformar la geografía europea y de buena parte del planeta.
Un sábado luminoso con apenas visillos de nubes sería la tónica de la jornada. Los principales caminos llevaron al Campus de Santa Cruz de La Real, donde está la IE University. Ocupa el que fuera el primer monasterio dominico empezado a construir en 1218 por el propio santo Domingo Guzman.
A las 12.15 del sábado empezó el acto número 65. En la Sala Capitular, Hanif Kureishi. A su lado, Peter Florence, creador del Hay Festival, empezó a conversar con el escritor y guionista de cine inglés que la noche anterior había celebrado los 33 años de Mi hermosa lavandería, película dirigida por Stephen Frears con guión suyo. La película se proyectó en la Cárcel Cinemateca con la presencia de Frears y Kureishi. Un momento único.
El recuerdo de esa historia de amor de un joven paquistaní que vive en Londres y un antiguo compañero de clase inglés convertido en punk y delincuente como metáfora de los tiempos estaría el resto de la jornada en el claustro porque por la tarde sería el turno de Frears a quien le preguntarían por Mi hermosa lavandería, claro.
La mañana, por lo pronto, era de Kureishi. Y no defraudó en un diálogo “maravilloso y emotivo”, según Olga Cuadrado, de la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo. Ella, presente en la pequeña Sala Capitular de Santa Cruz la Real, escuchaba atenta y no resistía las ganas de compartir en redes sociales algunas de las ideas que el escritor comentaba en ese momento. Una de las primeras frases de Kureishi que llamó la atención de Cuadrado fue: «La manera en la que uno escribe es la forma en la que uno es». Luego, poco a poco, el autor empezó a adentrarse en la realidad. Reconoció que en Europa se está viviendo “la época del resentimiento. Una época de furia». Para este hombre que presentó Nada de nada (Anagrama) “el placer es una fuerza creativa” que disfruta escribiendo, pero, confesó: “es duro ser escritor”. Una hora larga después, Kureishi cerró con una verdad suya que es una sentencia y una invitación a la convivencia y desarrollo de la humanidad que Olga Cuadrado compartió al instante en twitter:
«La cultura solamente crece si viene gente de fuera».
La tarde la abrió Stephen Frears. Lo hizo en la antigua iglesia de Santa Cruz la Real, convertida en Aula Magna del Campus, donde los tonos azules llenaron el aire. El público había acudido desde muy temprano a ver y a escuchar al director de películas como Things, , Mi hermosa lavandería, Florence Foster Jenkins, Las amistades peligrosas y The Queen. Frears sorprendió a todos por su modestia, «mi trabajo es el resultado de la gente con la cual trabajo». O «el casting lo es todo. Si lo haces bien todo irá bien».
«No tengo un estilo como director. El género cinematográfico te condiciona para hacer una película, una toma».
«Se trata de trabajar con la gente buena y dejarles que hagan bien su trabajo, dejarles que desarrollen su talento».
«Yo no quiero escribir una película. Quiero que me contraten para dirigir. Soy una desgracia».
«No tengo la imaginación de un escritor».
«Lo importante es tener una conversación con los autores, guionistas, diseñadores, directores de fotografía, de vestuario… Ellos te dicen cómo estructurar la película».
«Yo no visualizo una novela. No soy como santa Teresa de Ávila, no tengo visiones».
Cuando Peter Florence le preguntó qué era, entonces, lo que hacía exactamente, Frears lo miró a él, luego al público y dijo como si no fuera con él:
«Yo me dedico a pensar, y a los actores, como Helen Mirren, les creo un nido para que hagan allí su trabajo. Tampoco sé muy bien qué es lo que hago… No soy Kubrick. Veo el talento de la gente y les dejo hacer».
Hacia el final llegó una pregunta que estaba en el ambiente. Fue durante el turno de preguntas del público:
¿Usted que ha hecho películas sobre hechos históricos, está pensando en hacer otro régimen que se desmorona ahora con el Brexit?
«Muy bueno… Es una estupidez, es un escándalo… Pero hasta dentro de unos diez años no se puede hacer nada. Hace falta distancia».
Alguien del público no se creía del todo su modestia y le preguntó si él, en verdad, era modesto o si acaso los otros directores hablaban demasiado o lo suyo era más intuición.
«Yo no confío tanto en mi humildad. Es un trabajo intuitivo. Ahora soy muy mayor y he visto muchas cosas…».
Mientras Frears contaba sus experiencias, en la Sala Capitular, la autora egipcio-inglesa Sabrina Mahfouz conversaba con Ludovic Assémat, en la charla Esto no es una frontera. El tema de la identidad volvió al primer plano del Hay con Mahfouz, luego de que el miércoles lo hiciera Afua Hirsch en Fundación Telefónica. Las dos autoras tienen raíces mestizas y fueron criadas en Londres. Mahfouz, narradora, ensayista y dramaturga, es autora de libros como The things I would tell you: british muslim women write y How You Might Know Me. Los dos libros están basados en sus propias experiencias y la visión de la mujer en el mundo y sobre cómo la ven. El segundo es una visión del sexo a partir de su experiencia como camarera un un local de streptease. “Lo principal es que todos pensaban que si en el mundo hubiese más igualdad entre hombres y mujeres, el trabajo sexual sería muy muy pequeño”. La desigualdad entre hombres y mujeres la ha convertido en una activista y considera que “el mundo de las artes me pareció, al comienzo, una especie de paraíso comparado con el del Gobierno. Aunque luego me di cuenta que no era así porque tenía unas libertades limitadas que impedían que las mujeres tuviéramos la misma visibilidad que los hombres». Sus temas abarcan tanto el feminismo como el islam, la identidad, el racismo, la estética y la sensulidad.
Tras Mahfouz, el turno en esa misma sala fue para el francés Olivier Guez. El periodista, escritor y guionista habló de su novela La desaparición de Josef Mengele (Tusquets). Un libro que perfectamente podría ser recomendado en los colegios para que los jóvenes conozcan un pasaje de la humanidad a través de la vida de una de las personas más malignas del siglo XX, y así mantener siempre presentes las posibilidades de maldad del ser humano para evitar repetir algunos episodios. La novela obtuvo el Premio Renaudot en 2017, uno de los más prestigiosos de Francia. Investigar sobre Mengele, seguir sus pasos «es como trabajar sobre un escorpión, un alacrán», asegura Guez. El escritor sigue el rastro del llamado «ángel de la muerte» del nazismo tras escapar de la Segunda Guerra Mundial, primero como Fritz Hollmann y luego como Helmut Gregor, así aparecía en su pasaporte falso cuando cruzó la aduana portuaria de Buenos Aires (Argentina), el 22 de junio de 1949.
Un asesino fugitivo que viviría en Argentina y Brasil. Mengele, afirma Guez, «es un hombre que asesinó la idea de Europa». Lo más difícil, recordó, fue empezar a investigar y conocer a fondo como era «ese animal». Reconoció que cuando llegó al final de la escritura y Mengele moría gozó escribiendo aquellas páginas. «Elegí el formato de novela porque me permitía elucubrar, imaginar todo basado en una gran investigación. Pero este no es un libro de historia porque todos los hechos deberían ser probados. Con la novela me doy más licencias y es una manera de que más gente lea las atrocidades de Mengele». Es la vida de «un hombre mediocre, con ambición que logra hacer el mal».
«A mí me obsesiona la posguerra europea, desde 1914, cuando Europa es una ruina y Mengele es la punta de lanza que provoca esta destrucción de Europa». Olivier Guez cree que a la gente le preocupa volver a esa época del periodo de entre guerras cuando el mundo y los valores se resquebrajaron. «Mengele muestra lo fácil que es cometer el mal. Esto que ocurre es una advertencia a Europa sobre lo que puede hacer un hombre con facilidad. Hemos olvidado lo que fue el nazismo. Su capacidad destructora».
Hacia las seis de la tarde Jorge Volpi empezó a entrevistar a la poeta Luna Miguel por su próximo debut novelístico: El funeral de Lolita (Lumen). Vladimir Nabokov y su Lolita y todas las lolitas en situaciones de abusos y desventajas inspiraron la novela de Miguel. A los trece años ella leyó por primera vez la obra maestra de Nobokov: «Buscaba personajes que tuvieran mi misma edad en la literatura. Con el tiempo leí más libros y me di cuenta de que ellas tenían destinos terribles y ellos no». Sobre la polémica abierta en países como España sobre una revisión o relecturas de obras de arte a la sombra del Movimiento Me Too, que aboga por la igualdad de derechos y contra los abusos a las mujeres, la poeta y narradora considera que «no es un problema de libro, sino de la sociedad. El problema está en cómo hemos leído el libro». Por eso Luna Miguel está convencida de que no hay que prohibir la lectura de Lolita, sino todo lo contrario para que la gente vea el problema.
A la misma hora que Luna de Miguel y Jorge Volpi conversaban sobre la igualdad para las mujeres y los abusos sexuales de los que son víctimas, en la Sala Magna Ken Follet tuvo la mayor asistencia de público. El autor de Los pilares de la tierra dio pistas sobre cómo concibe sus novelas. Según Follet, «es difícil creer en alguien perfecto al cien por cien. En cambio, un malo es más fácil de creer». Para el escritor británico, los personajes tienen que ser parecidos a la gente que cada uno ha conocido. «En un libro uno siente que está aprendiendo algo, en una película no», defendió Follet al recordar que el libro compite con el cine y todas las otras ofertas de ocio de Internet.
El Brexit no escapó. Una persona del público le preguntó qué escribiría sobre el presente, sobre el Brexit. «No puedo escribir una novela sobre el Brexit porque no conocemos el final».
La edad de la penumbra. Cómo el cristianismo destruyó el mundo clásico fue el título de la conversación entre la historiadora Catherine Nixey y el periodista Guillermo Altares.
Cuando ya caía la noche, Clara Usón, autora de El asesino tímido (Seix Barral), dialogó con la periodista Concha Barrigós. «Las grandes víctimas del franquismo fueron las mujeres. Éramos ciudadanas de segunda clase, pertenencia del marido o del padre. Máquinas reproductoras», denunció la escritora catalana. Más delante, Usón recordó: «Fuimos una generación que alternó los funerales de nuestros abuelos con las de nuestros amigos».
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