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Detalle de una ilustración de Jorge González para ‘El señor de las moscas’, de William Golding (Libros del Zorro Rojo). /WMagazín

‘El señor de las moscas’, de Golding: el viaje del ser humano de la civilización a lo primitivo

Una de las obras clásicas del siglo XX, que ofrece una mirada inquietante sobre la condición humana en grupo, cumplirá 70 años en 2024. Ofrecemos un pasaje de la edición ilustrada de Libros del Zorro Rojo

PRESENTACIÓN WMAGAZÍN De la civilización al estado primitivo con una treintena niños en una isla desierta. Ese es el arco que traza William Golding (1911-1993) en su novela El señor de las moscas. Una fábula inquietante sobre la condición humana que muestra el impulso al egoísmo y el poder que quieren ejercer algunos sobre los demás. Fue la primera novela de este escritor británico, publicada en 1954, es decir que en 2024 cumplirá setenta años. Por lo pronto, este 2023 se conmemoran los cuarenta de haber recibido el Nobel de Literatura y los treinta de su muerte, el 19 de junio de 1993. La editorial Libros del Zorro Rojo recupera este clásico con la traducción de Martín Schifino, las ilustraciones de Jorge González y un epílogo de Ian McEwan.

WMagazín publica algunas imágenes de la novela y un fragmento de la misma.Las ilustraciones del virtuoso artista argentino Jorge González transitan desde el bucolismo dictado por la naturaleza a la pavorosa incertidumbre a que da lugar la inocencia», señala la editorial.

La editorial recuerda que William Golding concibió El Señor de las Moscas inspirándose en un relato clave: La Isla de Coral de Ballantyne, popular novela de aventuras que narra la historia de unos jóvenes náufragos que logran sobrevivir en una isla aplicando los principios de la sociedad victoriana; pero en la novela de Golding el planteamiento es diferente. Se trata de un grupo de niños que se queda varado en una isla desierta tras un accidente de avión. Solos, sin adultos, estos chicos se enfrentan a situaciones extremas y a tientas intentan organizarse para sobrevivir y convivir pacíficamente. Pero eso será imposible, porque no son heroicos robinsones románticos, sino pequeños salvajes guiados por oscuras pulsiones. Y los más abyectos instintos humanos se manifiestan con una fuerza inusitada.

El Señor de las Moscas casi no ve la luz, fue rechazada por varias editoriales, hasta que un editor de Faber & Faber la rescató de la pila de manuscritos. Ha sido traducida a muchos idiomas y adaptada dos veces al cine: en 1963 y en 1990.

William Golding recibió el Premio Nobel de Literatura en 1983. Entre sus obras destacan Los herederos (1955), Las dos muertes de Christopher Martin (1956), Caída libre (1959), La pirámide (1967) y el volumen de cuentos El dios escorpión (1971).

Ian McEwan escribe en el epílogo: “Sentí una extraña euforia producida por el pesimismo artísticamente logrado; a mi juicio, el dedo acusador de la novela señalaba a colegiales como Jack, Piggy, Ralph y yo. A todas luces, no estábamos a la altura. No conseguíamos pensar con claridad, y en grupos suficientemente grandes éramos capaces de cometer atrocidades. Al tomármelo todo tan en serio, quiero pensar que en cierto sentido fui un lector ideal”.

El siguiente es un pasaje de El señor de las moscas:

Ilustración de Jorge González para 'El señor de las moscas', de William Golding, en Libros del Zorro Rojo. /WMagazín

FRAGMENTO

El señor de las moscas

William Golding

La costa rebosaba de palmeras que se recortaban erguidas o inclinadas contra la luz del sol, y sus penachos verdes se alzaban unos treinta metros. El suelo era un banco de arena cubierto de hierba áspera, removido aquí y allí por los levantamientos de los árboles caídos, en los que había cocos podridos y retoños de palmeras. Detrás estaban la oscuridad de la selva propiamente dicha y la hendidura. Ralph se detuvo, apoyó una mano en un tronco gris y entrecerró los ojos delante del agua reluciente. A lo lejos, quizá a un kilómetro y medio de distancia, la espuma blanca cruzaba un arrecife de coral y, más allá, el mar abierto era azul oscuro. Dentro del arco irregular de coral, la laguna se hallaba quieta como un lago de montaña, con muchos matices de azul y verde y violeta sombreados. La playa que separaba el terraplén de palmeras y la orilla era una franja delgada, al parecer interminable: a la izquierda de Ralph, el paisaje de palmeras, playa y agua se perdía de vista. Y en todas partes, casi visible, estaba el calor.

Bajó de un salto el terraplén. La arena le cubrió los zapatos negros y el calor lo avasalló. Cobró conciencia del peso de su ropa, se quitó los zapatos pateando el aire y se arrancó de un tirón los calcetines con ligas. Luego subió al terraplén, se quitó la camisa y se quedó entre los cocos parecidos a calaveras, mientras la sombra de las palmeras y de la selva le acariciaba la piel. Se desabrochó la hebilla labrada del cinturón, se arrancó el pantalón y los calzoncillos y se quedó de pie desnudo, mirando la playa y el agua deslumbrantes.

Tenía edad suficiente, doce años y unos meses, para haber perdido el vientre pronunciado de la infancia, pero no era aún un adolescente desgarbado. Ya se veía que de mayor podía dedicarse al boxeo, habida cuenta de la anchura y el volumen de sus hombros, pero la delicadeza de su boca y de sus ojos no presagiaba un matón. Dio unas palmaditas al tronco de palmera y, obligado a creer por fin en la realidad de la isla, volvió a reír con alegría y a saltar y a hacer la vertical. Se puso ágilmente en pie, bajó de un salto a la playa, se arrodilló y se echó dos brazadas de arena contra el pecho. Luego se sentó a observar el agua, con los ojos relucientes de entusiasmo.

—Ralph…

El gordito bajó del terraplén y se sentó con cautela, sirviéndose del borde como asiento.

—Disculpa que tardara tanto. Esas frutas…

  • El señor de las moscas. William Golding. Traductor: Martín Schifino. IIustrador: Jorge González. Epílogo: Ian McEwan (Libros del Zorro Rojo).

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    Un comentario

    1. Estupenda novela y extraordinaria película. Senti una especie de retorno a mis egoísmos, a mis miedos y a mis anhelos frustrados por el acoso de la maldad siempre presente en los intentos de control y dominio de los seres humanos.

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