
Detalle de la portada del libro ‘El corazón de las tinieblas’, de Conrad, ilustrada por Enrique Breccia (Libros del Zorro Rojo). /WMagazín
El verano y el viaje en ‘Don Quijote de La Mancha’ y cinco novelas inolvidables
Antonio Muñoz Molina dedica su último libro, 'El verano de Cervantes', a evocar la lectura del clasico cervantino y sus efectos en el estío, el tiempo de la historia. WMagazín recomienda novelas donde el calor es coprotagonista y rescatamos pasajes de gran belleza: de 'El corazón de las tinieblas', de Joseph Conrad, a 'El amante', de Marguerite Duras., pasando por 'Pedro Páramo', de Juan Rulfo
El viaje y sus búsquedas diversas están en el origen de la literatura, y en algunas obras clásicas suceden en verano o en tierras donde el sol nunca descansa. Viajes y búsquedas físicas, emocionales, existenciales, interiores o de memoria. Grandes obras literarias suceden en este tiempo y con esos intereses.
Ya en el primer libro de la humanidad, Epopeya de Gilgamesh, está el viaje y los días calurosos son protagonistas. En los clásicos griegos más populares también: Iliada y Odisea. Y en la obra que da origen a la novela moderna, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra, el foco se amplía, se diversifica, se enriquece: viaje, búsqueda y confrontación de la realidad, la imaginación y el deseo que conforman la vida individual y el mundo en días de soles calurosos.
Lo recuerda Antonio Muñoz Molina en El verano de Cervantes (Seix Barral). El libro del escritor español es un homenaje a Cervantes, una declaración de agradecimiento por la compañía y el aprendizaje que le ha dejado y un autorretrato porque, al contar las veces que lo ha leído, se ve al joven y al adulto Antonio Muñoz Molina. Comparte sus evocaciones del asombro ante la magia de la lectura de esa novela y el embrión de su vocación literaria.
Son varios los asuntos que aborda de manera directa Muñoz Molina y otros los que despierta en el lector: desde, como dice el autor, “el modo en que las ficciones afectan a la mente humana, la nutren, la entretienen y pueden trastornarla cuando no sabe distinguirlas de la realidad. Esta inquietud me parece más pertinente aún en estos tiempos en que tecnologías mucho más poderosas que la imprenta tienen el poder de hipnotizar nuestras mentes hasta un grado de delirio”; hasta el espacio y el tiempo meteorológico en que transcurre la aventura de Don Quijote y su escudero Sancho Panza: el verano. Porque en El Quijote siempre es verano.
Es en este último ámbito, el verano, donde me detengo para recordar cinco novelas del siglo XX, empezando por una de 1899 que abre el siglo literario, cuyas historias suceden en ese tiempo o en tierras eternamente cálidas. Y donde el viaje de sus protagonistas lleva a búsquedas y descubrimientos inesperados.
Este es un repaso a través de una breve sinopsis de la novela y un fragmento donde el estío y el calor son coprotagonistas. Literatura que muestra formas diferentes de ver y sentir el sol y el calor y sus efectos en las personas y sobre la tierra y cómo lo ven y viven sus personajes:
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El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha (1605 -1615)
Miguel de Cervantes Saavedra (España, 1547 – 1616)
La aventura de don Alonso Quijano, un lector impenitente de libros de caballerías que un día de verano decide armarse caballero, convence a Sancho Panza para que sea su escudero, y se va por el mundo a resolver entuertos. El poder de la escritura y la literatura, la magia de la lectura, el influjo de la imaginación que puede trastocar la realidad. Pasado y presente de la novela en forma y fondo. Todo ya está en las páginas cervantinas.
Fragmento:
Primera parte. Capítulo II
“Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a poner en efecto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que emendar y abusos que mejorar y deudas que satisfacer. Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día, que era uno de los calurosos del mes de julio, se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza y por la puerta falsa de un corral salió al campo, con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo. Mas apenas se vio en el campo, cuando le asaltó un pensamiento terrible, y tal, que por poco le hiciera dejar la comenzada empresa; y fue que le vino a la memoria que no era armado caballero y que, conforme a ley de caballería, ni podía ni debía tomar armas con ningún caballero, y puesto que lo fuera, había de llevar armas blancas, como novel caballero, sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase. Estos pensamientos le hicieron titubear en su propósito; mas, pudiendo más su locura que otra razón alguna, propuso de hacerse armar caballero del primero que topase, a imitación de otros muchos que así lo hicieron, según él había leído en los libros que tal le tenían. En lo de las armas blancas, pensaba limpiarlas de manera, en teniendo lugar, que lo fuesen más que un arminio; y con esto se quietó y prosiguió su camino, sin llevar otro que aquel que su caballo quería, creyendo que en aquello consistía la fuerza de las aventuras.
(…)
Con estos iba ensartando otros disparates, todos al modo de los que sus libros le habían enseñado, imitando en cuanto podía su lenguaje. Con esto, caminaba tan despacio, y el sol entraba tan aprisa y con tanto ardor, que fuera bastante a derretirle los sesos, si algunos tuviera”.
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El corazón de las tinieblas (1899)
Josep Conrad (imperio ruso, 1857-Inglaterra, 1924)
Las atrocidades del ser humano a través de las consecuencias de la colonización, en este caso del Congo, por parte de la Bélgica de Leopoldo II. Es la historia de Charles Marlow, de Londres al río Congo, por cuyas aguas subirá, en medio de la selva, en busca de Kurtz, compatriota suyo y jefe de una explotación de marfil que termina convertido en un semidios para los nativos. Las vulnerabilidades y laberintos del alma humana.
Fragmento:
“El día terminaba en una serenidad de tranquilo y exquisito fulgor. El agua brillaba pacíficamente; el cielo, despejado, era una inmensidad benigna de pura luz; la niebla misma, sobre los pantanos de Essex, era como una gasaradiante colgada de las colinas, cubiertas de bosques, que envolvía las orillas bajas en pliegues diáfanos. Sólo las brumas del oeste, extendidas sobre las regiones superiores, se volvían a cada minuto más sombrías, como si las irritara la proximidad del sol.
Y por fin, en un imperceptible y elíptico crepúsculo, el sol descendió, y de un blanco ardiente pasó a un rojo desvanecido, sin rayos y sin luz, dispuesto a desaparecer súbitamente, herido de muerte por el contacto con aquellas tinieblas que cubrían a una multitud de hombres. (…)
El sol se puso. La oscuridad descendió sobre las aguas y comenzaron a aparecer luces a lo largo de la orilla. El faro de Chapman, una construcción erguida sobre un trípode en una planicie fangosa, brillaba con intensidad. Las luces de los barcos se movían en el río, una gran vibración luminosa ascendía y descendía. Hacia el oeste, el lugar que ocupaba la ciudad monstruosa se marcaba de un modo siniestro en el cielo, una tiniebla que parecía brillar bajo el sol, un resplandor cárdeno bajo las estrellas”.
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El gran Gatsby (1925)
Francis Scott Fitzgerald (Estados Unidos, 1896 – 1940)
En un verano de los años veinte del siglo XX, Jay Gatsby regresa con una gran fortuna para tratar de recuperar el amor de su vida, Daisy. Una obra que es mucho más de aquello con lo que se suele identificarla: retrato de época de los famosos locos años veinte, del idealismo, del sueño americano y lo que puede pasar con sus excesos… También habla del espejismo de amor, del tiempo, de la imposibilidad de volver atrás.
Fragmento:
“Las luces se hacen más brillantes según la tierra se sacude del sol, y ahora la orquesta está interpretando música de cóctel amarillo, y la ópera de las voces se eleva una octava. La risa es más fácil a cada minuto que pasa, se derrama con prodigalidad, se vuelve con alegres ocurrencias. Los grupos cambian con mayor presteza, se hinchan con recién llegados, se disuelven y se forman en el mismo suspiro; ya hay errabundas chicas confiadas que se entretejen aquí y allá entre las personas más firmes y estables, convirtiéndose, durante un agudo y gozoso momento, en centro de un grupo, para luego, con la excitación del triunfo, deslizarse por la marea de rostros y colores bajo la luz constantemente tornadiza”.
(…)
“La silueta de un gato en movimiento se deslizó contra la luz de la luna y, al volver la cabeza para mirarlo, vi que no estaba solo: a unos cincuenta pasos, una silueta surgida de la mansión del vecino permanecía con las manos en los bolsillos, mirando la salpimienta plateada de las estrellas. Algo en sus desenfadados movimientos y en la firme posición de sus pies contra la hierba sugería que se trataba del propio Míster Gatsby, que había salido a comprobar qué parte le correspondía en el reparto del firmamento local”.
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El extranjero (1942)
Albert Camus (Argelia francesa, 1913 – Francia, 1960)
La vena filosófica, existencialista y literaria en el debut de Camus. La novela describe como Meursault, un francés argelino, recibe la muerte de su madre con total apatía. Un hombre impertérrito ante un suceso tan íntimo y emocional, permite hacer un viaje a su interior, una vida en abulia e indiferente ante quienes lo aman o por quien debería sentir amor. Incluso asesina a una persona y se ve en él lo amoral. Mario Vargas Llosa escribió: “Meursault sería la encarnación del hombre arrojado a una vida sin sentido, víctima de unos mecanismos sociales que bajo el disfraz de las grandes palabras –el Derecho, la Justicia- solo escondían gratuidad e irracionalidad”.
Fragmento:
“El cielo estaba lleno de sol. Comenzaba a pesar sobre la tierra y el calor aumentaba rápidamente. No sé por qué habíamos esperado tanto tiempo antes de ponernos en marcha. Tenía calor con mi traje oscuro El viejecito, que se había cubierto, se quitó nuevamente el sombrero. Me había vuelto un poco hacia su lado y le miraba cuando el director me habló de él. Me dijo que a menudo mi madre y Pérez iban a pasear por la tarde hasta el pueblo, acompañados por una enfermera. Miré el campo a mi alrededor. A través de las líneas de cipreses que aproximaban las colinas al cielo, de aquella tierra rojiza y verde, de aquellas casas, pocas y bien dibujadas, comprendía a mi madre. La tarde, en esta región, debía de ser como una tregua melancólica. Hoy, el sol desbordante que hacía estremecer el paisaje, lo tornaba inhumano y deprimente. (…)
Todo ocurrió en seguida con tanta precipitación, certidumbre y naturalidad, que no recuerdo nada más. Sólo una cosa: a la entrada del pueblo la enfermera delegada me habló. Tenía una voz singular, que no correspondía a su rostro; una voz melodiosa y trémula. Me dijo: «Si uno anda despacio, corre el riesgo de una insolación. Pero si anda demasiado aprisa, transpira y, en la iglesia, pesca un resfriado.» Tenía razón. No había escapatoria. Todavía retengo algunas imágenes de aquel día: por ejemplo, el rostro de Pérez cuando se nos reunió cerca del pueblo por última vez. Gruesas lágrimas de nerviosidad y de pena le chorreaban por las mejillas. Pero las arrugas no las dejaban caer. Se extendían, se juntaban y formaban un barniz de agua sobre el rostro marchito. Hubo también la iglesia y los aldeanos en las aceras, los geranios rojos en las tumbas del cementerio, el desvanecimiento de Pérez (habríase dicho un títere dislocado), la tierra color de sangre que rodaba sobre el féretro de mamá, la carne blanca de las raíces que se mezclaban, gente aún, voces, el pueblo, la espera delante de un café el incesante ronquido del motor, y mi alegría cuando el autobús entró en el nido de luces de Argel y pensé que iba a acostarme y a dormir durante doce horas”.
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Pedro Páramo (1955)
Juan Rulfo (México, 1917 – 1986)
Durante las guerras cristeras de México Juan Preciado va a Comala en busca de Pedro Páramo, el padre que lo abandonó, a la vez que emerge la historia de ese cacique que se deja pudrir por la corrupción. Un viaje por tierras áridas donde se funden realidad, mito, leyenda, imaginación y frustración en una sola dimensión que es la realidad de aquel mundo sin fronteras. Un clásico de la literatura en español que empezó a ensanchar nuestra literatura en su lenguaje y estructura.
Fragmento:
“Era la hora en que los niños juegan en las calles de todos los pueblos, llenando con sus gritos la tarde. Cuando aún las paredes negras reflejan la luz amarilla del sol.
Al menos eso había visto en Sayula, todavía ayer a esta misma hora. Y había visto también el vuelo de las palomas rompiendo el aire quieto, sacudiendo sus alas como si se desprendieran del día. Volaban y caían sobre los tejados, mientras los gritos de los niños revoloteaban y parecían teñirse de azul en el cielo del atardecer.
Ahora estaba aquí, en este pueblo sin ruidos. Oía caer mis pisadas sobre las piedras redondas con que estaban empedradas las calles. Mis pisadas huecas, repitiendo su sonido en el eco de las paredes teñidas por el sol del atardecer.
(…)
El agua que goteaba de las tejas hacía un agujero en la arena del patio. Sonaba: plas, plas, y luego otra vez plas, en mitad de una hoja de laurel que daba vueltas y rebotes metida en la hendidura de los ladrillos. Ya se había ido la tormenta. Ahora de vez en cuando la brisa sacudía las ramas del granado haciéndolas chorrear una lluvia espesa, estampando la tierra con gotas brillantes que luego se empañaban. Las gallinas, engarruñadas, como si durmieran, sacudían de pronto sus alas y salían al patio, picoteando de prisa atrapando las lombrices desenterradas por la lluvia. Al recorrerse las nubes, el sol sacaba luz a las piedras, irisaba todo de colores, se bebía el agua de la tierra, jugaba con el aire de la mañana.
-¿Qué, tanto haces en el escusado, muchacho?”.
***
El amante (1984)
Marguerite Duras (Indochina francesa, 1914 – Francia, 1996)
La escritora francesa echa la vista, hasta su adolescencia, para contar el despertar de la seducción, del deseo, del amor, del desamparo, del naufragio emocional. En la Indochina de Francia hay una familia francesa venida a menos donde vive una bella muchacha que un día conoce a un chino adinerado con quien vive una intensa relación. El temblor de las emociones, los pasadizos del amor y del sexo como uno solo. La pérdida de la voluntad y la razón.
Fragmento:
“Diré más, tengo quince años y medio.
El paso de un transbordador por el Mekong.
La imagen dura toda la travesía del río.
Tengo quince años y medio, en ese país las estaciones no existen, vivimos en una estación única, cálida, monótona, vivimos en la larga zona cálida de la tierra, no hay primavera, no hay renovación. (…)
La imagen arranca de mucho antes de que el hombre haya abordado a la niña blanca cerca de la borda, en el momento en que ha bajado de la limusina negra, cuando ha empezado a acercársele, y ella, ella lo sabía, sabía que él tenía miedo. Desde el primer instante sabe algo así: que el hombre está en sus manos.
(…)
La pequeña del sombrero de fieltro aparece a la luz fangosa del río, sola en el puente del transbordador, acodada en la borda. El sombrero de hombre colorea de rosa toda la escena. Es el único color, Bajo el sol brumoso del río, el sol del calor, las orillas se difuminan, el río parece juntarse con el horizonte. El río fluye sordamente, no hace ningún ruido, la sangre en el cuerpo. Fuera del agua no hace viento. El motor del transbordador, el único ruido de la escena, el de un viejo motor descuajaringado con las bielas fundidas. De vez en cuando, a ligeras ráfagas, rumor de voces. Y después los ladridos de los perros, llegan de todas partes, de detrás de la niebla, de todos los pueblos.
(…)
“Le dice: preferiría que no me amara. Incluso si me ama, quisiera que actuara como acostumbra a hacerlo con las mujeres. La mira como horrorizado, le pregunta: ¿quiere? Dice que sí. Él ha empezado a sufrir ahí, en la habitación, por primera vez, ya no miente sobre esto. Le dice que ya sabe que nunca le amará. Le deja hablar. Al principio ella dice que no sabe. Luego lo deja hablar.
Dice que está solo, atrozmente solo con este amor que siente por ella. Ella le dice que también está sola. No dice con qué. El dice: me ha seguido hasta aquí como si hubiera seguido a otro cualquiera. Ella responde que no puede saberlo, que nunca ha seguido a nadie a una habitación. Le dice que no quiere que le hable, que lo que quiere es que actúe como acostumbra a hacerlo con las mujeres que lleva a su piso. Le suplica que actúe de esta manera”.
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