
El escritor español Álvaro Pombo (Santander, 1939) y académico de la Real Academia Española (RAE), distinguido con el Premio Miguel de Cervantes 2024. / Foto RAE
El viaje de Álvaro Pombo por las lecturas y escritores que lo llevaron a ganar el Premio Cervantes 2024
El escritor español evoca aquellos libros que lo sedujeron desde su adolescencia, en Santander, hasta su estancia en Madrid y Londres, en la veintena: Stevenson, Verne, ¡James!, Rubén Darío, Eliot, Proust, Rilke, McCullers, ¡Sartre! o Iris Murdoch. Autores que lo han acompañado e influido
En un rincón del camarote de un gran barco que parece el salón de su casa, en Madrid, está Álvaro Pombo. Allí está su cama. Allí está él recostado con un gorro de lana azul marino y gafas redondas mirando a la terraza que da al occidente por donde esta mañana, de sábado primaveral, entra un día luminoso. Allí está el poeta, narrador, ensayista e intelectual español custodiado, a su izquierda y en su cabecera, por pinturas y dibujos de barcos y diferentes embarcaciones marinas, y un poco más a su derecha maquetas de más barcos. El mar lo acompaña, cerca del mar nació y en el mar vivió las primeras grandes aventuras literarias que lo conquistaron para la lectura. No así para la escritura porque, confiesa, “aunque pronto empecé a escribir, no me llevó a escribir ningún autor, me llevé yo”.
Tiene 85 años. Nació en Santander el 23 de junio de 1939. Y el 23 de abril de 2025 recibirá el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes 2024 por “su extraordinaria personalidad creadora, su lírica singular y su original narración. A su notabilísimo nivel como poeta y ensayista, se une el ser uno de los grandes novelistas de nuestra lengua que indaga en la condición humana desde las perspectivas afectivas de unos sentimientos profundos y contradictorios”.
Su memoria y su lucidez parecen intactas, al igual que su entusiasmo y apuntes irónicos o anecdóticos que suele terminar con una risa de travesura infantil que no ha menoscabado los inconvenientes de salud, sobre todo de la cadera y las piernas.
La pasión, el amor, la fidelidad o las dudas que esta puede generar forman su trinidad literaria. Los laberintos que estos tres conceptos crean en las personas. Sobre ellos Álvaro Pombo ha publicado cinco poemarios y una veintena de novelas que lo convierten en uno de los grandes escritores contemporáneos del español. Debutó en 1977 con Relatos sobre la falta de substancia. El Cervantes es el más reciente del rosario de galardones que ha recibido en cuatro décadas: con El héroe de las mansardas de Mansard obtuvo el Herralde de Novela, en 1983. Con El metro de Platino iridiado el de la Crítica, en 1990. Con Donde las mujeres el Nacional de Narrativa, en 1996. Con La Fortuna de Matilda Turpin el Planeta, en 2006. Con El temblor del héroe el Nadal, en 2012. Y con Santander, 1936 el Francisco Umbral, en 2023. En medio novelas relevantes como La cuadratura del círculo, Contra natura, La casa del reloj, Retrato del vizconde en invierno, El exclaustrado y Doña Mercedes o la vida perdurable.
Historias surgidas de su voz, porque Pombo dicta sus libros, luego pide que le lean lo que ha dicho, piensa, afina, corrige, cambia o sigue adelante.
En el rincón de aquel pecio que es su casa, Álvaro Pombo emprende un periplo feliz por sus lecturas favoritas, empieza en su infancia y adolescencia, sigue por su juventud, pasa a su estancia en Londres, salta a su adultez y regresa al puerto de salida.
Un viaje por libros y autores que lo conquistaron para la lectura, que lo convirtieron en el Álvaro Pombo que es. Que le dieron otra visión de la vida, del mundo y le descubrieron cómo el arte enriquece la existencia, como alienta su respiración, cómo genera preguntas en busca de conocernos mejor, como dan ganas de vivir y vivir y vivir para soñar con vivir y continuar con la indagación del alma humana.
Como Don Quijote, una de las criaturas literarias más fascinantes como si hubiera sido creada por los dioses, Álvaro Pombo es un gran lector, un soñador y alguien que ha compartido sus historias, vivencias y elucubraciones sobre la condición humana.
En este recorrido por su vida, están tesoros escondidos sobre los orígenes o claves de su literatura y que ayudan a entender el porqué de su estilo e intereses. Y allí están claros como el primer día que los conoció y marcarían su futuro Robert Louis Stevenson, Henry James, Rubén Darío, Rainer María Rilke o Carson McCullers. Ahora, el imaginador de historias cuenta la suya con voz un poco cansada:

“De pequeño no recuerdo muy bien qué leía, pero cuando tendría unos catorce años, y vivíamos en Santander, mis tíos me regalaron El buscador de tesoros, creo que se llamaba así. Fue un libro muy importante para mí porque me descubrió a Robert Louis Stevenson, en una traducción suramericana. Un libro sobre la obra entera de Stevenson, sus poesías, su vida en Escocia y sus romanticismos, u su vida como enfermo tuberculoso, su mar o su escapatoria a Samoa, donde lo más importante es el poema de su tumba, en la cima de una montaña de esa isla. Te lo digo y lo entenderás (Y su voz un poco cansada revive con una solemnidad y sentimiento pausados):
Bajo el inmenso y estrellado cielo,
cavad mi fosa y dejadme morir.
Alegre viví y alegre muero.
Pero al caer quiero haceros un ruego.
Que sobre mi tumba pongáis este verso:
Aquí yace donde quiso yacer;
De vuelta del mar está el marinero,
de vuelta del monte está el cazador.
Eso resume un poco su vida de hombre enfermo, pero que era un escritor de aventuras. Era un hombre delicadísimo, muy delgado, casado con una chica norteamericana con dos hijos, Fanny Osbourne. Estuvo toda su vida buscando la salud en el trópico. Pero estos versos me parecen muy importantes porque revelan una actitud, era un escocés (y vuelve a recitar sus versos más queridos en un tono más bajo):
Aquí yace donde quiso yacer;
De vuelta del mar está el marinero,
de vuelta del monte está el cazador.
Su memoria parece haberse quedado unos segundos, toda una vida, en aquellos años adolescentes cuando descubrió la aventura más allá de su mar cantábrico con Stevenson.
Los otros libros que leía eran de Richmal Crompton, la autora de la serie sobre Guillermo. Me parecía absolutamente hilarante. Muy divertido. Leí toda la colección.
A Julio Verne lo leí mucho más tarde. Mi favorito es Veinte mil leguas de viaje submarino. Luego La isla misteriosa, cuando el barco se mete en la isla. La vuelta al mundo en ochenta días me divirtió menos.
En cambio, Álvaro Pombo no leyó a otros autores de la época como Alejandro Dumas. Suena el móvil que tiene a su lada en la cama. Pide un mechero, una llama amarilla y débil enciende el cigarrillo y un aire azulado cubre su cara.
Más tarde leí a Charles Dickens, Historia de dos ciudades. En esa época, y después a quien leía fue a Gustavo Adolfo Bécquer, pero no las poesías, que no me gustaban, me parecían blandiblú. En cambio, me gustaban mucho las Leyendas, me parecen muy superiores a su poesía.
La poesía fue muy importante en mi vida. Las de José de Espronceda, la Canción del pirata, El dos de mayo… ¡Rubén Darío! Fue muy importante su Marcha triunfal…
¡Ya viene el cortejo!
¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines,
la espada se anuncia con vivo reflejo;
ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines.
Y después, con unos 16 o 18 años, ¿cómo te lo explico?, fue muy importante Eliot con La tierra baldía y le acababan de dar el Nobel, en 1948. En casa teníamos una colección de nóbeles, y ahí leí Prufrock, de Eliot. ¡Yo creía que era Prufrock! Es un poema con un gran estilo ya entonces yo podía leer en inglés. Sabía inglés porque somos una familia santanderina anglófila lo hablé desde muy pronto.
El otro gran poeta de mi vida es Rainer María Rilke. No lo leí en alemán, pero sí en francés y en castellano en las traducciones de José María Valverde. Valverde fue un poeta estupendo y sus traducciones de los 50 poemas de Rilke fueron importantísimas en mi vida. Luego leía las Elegías de Duino y Los cuadernos de Malte Laurids Brigge.
Pombo da una calada lenta al cigarrillo, con la mirada en la terraza que, tras la puerta de cristal, muestra una mañana primaveral azul y un gato del color de un puma tomando el sol sobre una mesa.
Después me vine a Madrid a hacer filosofía, porque era o Filosofía o Literatura, en la Complutense, a mí no me interesaba la literatura. Me interesaba Filosofía escolástica y la Filosofía existencial… ¡Sartre! Fue importante. También Heidegger y Santo Tomás de Aquino y Ortega y Gasset, fue un pensador importante en mi vida.
Vivíamos en el Colegio Mayor Santo Tomás de Aquino en Madrid, con 18 o 19 años. Ahí teníamos una intensa vida intelectual. Leí, por ejemplo, a franceses como Julien Green y Si yo fuera usted. Leímos todos mucho a Charles Moeller y sus obras de Literatura del siglo XX y Cristianismo.
Deja traslucir una sonrisa seria mientras guarda silencio. Hasta que dice con cierto entusiasmo:
Entre los españoles al poeta Luis Felipe Vivanco, a Don Antonio Machado. De América Latina a César Vallejo:
Oh las cuatro paredes de la celda.
Ah las cuatro paredes albicantes
que sin remedio dan al mismo número.
Criadero de nervios, mala brecha,
por sus cuatro rincones cómo arranca
las diarias aherrojadas extremidades.
Amorosa llavera de innumerables llaves,
si estuvieras aquí, si vieras hasta
qué hora son cuatro estas paredes.
Contra ellas seríamos contigo, los dos,
más dos que nunca. Y ni lloraras,
di, libertadora!
César Vallejo fue importante para mí por lo poético y lo humano, y por el juego con el lenguaje. Es que Rubén Darío, también, nos deslumbró en España y a toda la generación de Valle-Inclán.
Le pregunto que si fue por el arte de desacralizar y jugar con la palabra y mostrar la vida que tiene el lenguaje y Pombo responde rotundo:
No es desacralizarla, ¡es sacralizarla!, en el sentido de que la palabra es para ser usada y machacada. Desacralizar para sacralizar. Como en un libro como Luces de bohemia, que a mí me pareció la obra teatral más importante de la historia. Quiero decir más, importante que Arthur Miller. Leí mucho a Tennessee Williams.
Leí con enorme admiración a Walt Whitman… Me gusta la estrofa larga, la magnitud de la estrofa.
Pero uno de mis favoritos es Henry James. Lo conozco muy bien, de principio a fin. Me parece un fenómeno literario, lo leí en inglés, no era solo la prosa sino, también, la meditación moral de los personajes. Te puedo hablar de Retrato de una dama, de Washington Square, de La copa dorada… El mundo de James es el de la alta burguesía que conozco porque es donde he vivido yo en España, en Santander. Después leí a Edith Warthon con La edad de la inocencia, ¡maravilloso! Los dos eran amiguísimos, ella era muy rica.
El gran Gatsby, de Fitzgerald, en cambio, no es mi mundo. También he visto la película con Robert Redford, que está estupendo.
Me gustaba Carson McCullers, El corazón es un cazador solitario me pareció un libro increíble; La balada del café triste, ¡Reflexions in a Golden Eye! Reflejos en un ojo dorado con la que hicieron una película esplendida, una preciosidad, con Elizabeth Taylor y Marlon Brando. Incluso mejor que una película que me gustó mucho: Brokeback Mountain, de Ang Lee, basada en un cuento de Annie Proulx.
Me gustaba John Steinbeck con La perla y Las uvas de la ira. Graham Green con El fin del romance, El tercer hombre.
Sus años en Londres los recuerda con entusiasmo y asombro. Llegó en 1966, donde se licenció como Bachelor of Arts en Filosofía por el Birkbeck College. Durante esa estancia, en 1973, hizo su debut con el poemario ‘Protocolos’. A su regreso a España, en 1977, publicó su primera obra de narrativa, ‘Relatos sobre la falta de substancia’, historias homosexuales.
En Inglaterra leí mucho a Jane Austen, a las hermanas Brontë no tanto; sí a Osar Wilde y su teatro. A Virginia Woolf, con La señora Dalloway. Pero lo que leí fue el Bloomsbury Group, sé muchas cosas de ese grupo. Es un momento estelar de Inglaterra.
De los novelistas fueron importantes para mí Agatha Christie con Diez negritos, Cinco cerditos, también.
Otra novela fue El amante de Lady Chaterley, de D. H. Lawrence. Avanzada para la época. Leí mucho a E.M. Forster con gran satisfacción. Su mundo universitario inglés.
Iris Murdoch la he leído toda. Magnífica novelista, espléndida filósofa e intelectual. Hace un retrato de una época inglesa interesante.
Los ingleses son narradores absolutamente buenos, porque hay una gran tradición que no teníamos en España, la tenéis mejor vosotros, los latinoamericanos. Ahí están Cien años de soledad y los cuentos de Gabriel García Márquez…
En España Don Quijote, de Cervantes, absolutamente imprescindible; también Nada, de Carmen Laforet. Un autor a quien no me parezco, pero me fascina es Lorca, absolutamente todo. De los poetas de América Latina, Pablo Neruda. Otro autor estrófico y los poemas elementales, la cosa cósmica elemental.
Su entusiasmo y conocimiento por la cultura anglosajona es innegable. ¿Y los autores rusos, franceses o italianos?
Marcel Proust es muy importante. Leí a George Bernanos, un autor católico. Pero mi autor francés es Sartre, esencial; y Simone de Beauvoir.
De los rusos leí a Dostoievski, sobre todo Crimen y castigo o Noches blancas, en cambio, no leí mucho a Tólstoi.
De los italianos, un libro muy importante, cuando tenía veintitantos años fue, El Gatopardo, de Lampedusa. He leído doscientas veces la novela y vi doscientas veces la película de Visconti, con Burt Lancaster, Alain Delon y Claudia Cardinale. Ahora he visto la serie.
El cine me gusta mucho. Películas como Al este del Edén, todo lo que se hizo sobre Tennessee Williams, el cine de Elia Kazan, magnifico Un tranvía llamado deseo. La noche de la iguana, de John Huston, espléndida con Ava Garner y Richard Burton.
Veo cine con regularidad en la televisión. Me gustan las series inglesas como The Crown o Downtown Abbey, de las americanas El ala oeste de la Casa Blanca, Mad Men, es estupenda, pero son demasiado hijoputas todos.
Y ríe con picardía por lo que ha acaba de decir y, sobre todo, por cómo lo ha dicho: bajando la voz como susurando en secreto. En ese momento Álvaro Pombo pide que le abra la puerta de la terraza a Michi, que se ha cansado de tomar el sol. Entra muy amigable y, tras comer un poco, salta a la cama donde está el escritor y se pasea por el borde girando la cabeza continuamente, hasta que se sienta.
La búsqueda de belleza ha sido mi experiencia fundamental. En Santander la experiencia del mar… Ahí es cuando veo la belleza y soy consciente de ella. A los 16 años me regalaron una barca, yo remaba por la bahía. Luego está la finca de mis padres, La Dehesilla. Ahí veo la belleza sublime.
Es la hora de la comida. Michi salta de la cama. ¿Me enviarás la entrevista? A ver que tanto he dicho. Muéstrame las fotos. Esta con el gato la puedes publicar.

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