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El libro ‘El neandertal desnudo’ (Debate), de Ludovic Slimak, arroja luz sobre la convivencia de neandertales y Homo sapiens muchos años antes de lo que se pensaba. /WMagazín

¿Eran más creativos los neandertales y más eficientes los Homo sapiens? Convivencia y vidas paralelas de las dos especies

HALLAZGOS DE NUESTRA EVOLUCIÓN, 2 / El libro 'El neandertal desnudo. Comprender a la criatura humana', de Ludovic Slimak, presenta una investigación con datos asombrosos sobre nuestra biografía como especie. Coincide que los neandertales desaparecieron cuando convivieron con los Sapiens, eran dos líneas evolutivas diferentes

“Según todos los indicios, como especie, los neandertales son nuestros parientes más cercanos. Y tenemos historias paralelas; ancestros comunes, creo, hace entre 300.000 y 500.000 años. Pero luego hay una gran divergencia”. Explicó el arqueólogo y paleoantropólogo Ludovic Slimak al diario británico The Guardian en una entrevista por su libro El neandertal desnudo. Comprender a la criatura humana, que en España publica editorial Debate.

Estas revelaciones forman parte de la segunda entrega de la serie Hallazgos de nuestra especie, de WMagazín. Las preguntas sobre de dónde venimos están cambiando. Los orígenes de la evolución humana en lo genético, cultural y social se están modificando con las nuevas investigaciones. Las teorías sobre, por ejemplo, por qué el neandertal no fue la especie dominante en la Tierra, y sí el Homo Sapiens, y los hallazgos sobre los primeros asentamientos humanos abren nuevos interrogantes que invitan a los investigadores a adentrarse cada vez más en la noche de los tiempos. (Puedes ver aquí la primera entrega de la serie).

El neandertal desnudo. Comprender a la criatura humana, de Ludovic Slimak, es una investigación de treinta años de uno de los principales expertos en neandertales, con resultados asombrosos. Tanto que crea más preguntas y rodea de más misterio la trayectoria de la evolución de los homínidos, desde que se volvieron bípedos, salieron de África, llegaron a Eurasia, convivieron con otras especies parecidas y descubrieron el lenguaje que aceleró la evolución hasta quedar una sola especie, la nuestra: el Homo sapiens.

El libro de Slimak habla de que la convivencia de neandertales y Homo sapiens ocurrió muchos siglos antes de lo sabido hasta ahora, es decir entre unos 50.000 y 54.000 años. Y deja preguntas como:

  • Por qué hay rastro de ADN de neandertal en Homo sapiens, pero no de Homo sapiens en neandertales;
  • Cómo concebían el mundo los neandertales de acuerdo a los hallazgos de millares de elementos que muestran que eran muy creativos y que cada cosa, aunque fuera la misma, tenía detalles distintos, a diferencia de lo hecho por el Homo sapiens que las hacía estandarizadas;
  • ¿La eficiencia del Homo sapiens lo puede estar llevando hacia su propia autodestrucción?

Hipótesis y preguntas que surgen, muchas de ellas, de los hallazgos de la cueva de Grotte Mandrin, en la ladera del bosque del valle del Ródano, al sur de Francia. Allí vivieron los primeros humanos modernos, hace unos 54.000 años, un lugar donde antes estuvieron los neandertales, que habían llegado hasta allí cien mil años antes. Estos hallazgos cambian toda la línea biográfica del Sapiens, porque, por ejemplo, se pensaba que los Homo sapiens habían llegado a Europa hace unos 40.000 años, un periodo que coincide con la extinción de los neandertales, pero estas nuevas revelaciones indican una convivencia de unos diez mil años antes. Se cree que la ocupación más antigua en Grotte Mandrin es de hace al menos 115.000 años y que allí hubo unas 500 fases de ocupación.

“¿Encontrar al Homo Sapiens intercalado entre los ocupantes neandertales en estas cuevas? Cambia totalmente nuestra comprensión de nuestros orígenes y reescribe lo que creíamos anteriormente”, afirmó Slimak a The Guardian. “Si ambas especies se enfrentaron durante este largo período de tiempo, mucho más importante que lo que sucedió con los neandertales, sería el preguntarnos: ¿Qué hicieron estas dos especies juntas? ¿Se comunicaron? Y lo más importante, ¿cómo interactuaron? Porque los neandertales vivieron y existieron en el mundo de manera diferente a nuestros antepasados. No sólo por cultura, sino por su propia naturaleza”.

Un dato revelador tiene que ver con la forma de estar en el mundo de cada una de estas especies: mientras el neandertal era más creativo el Homo sapiens tendía a la practicidad y la estandarización de lo que hacía. Ludovic Slimak señala cómo las artesanías prehistóricas del Homo Sapiens y los neandertales son muy diferentes: “Puede que no sepamos mucho sobre los neandertales, pero a través de lo que crearon podemos ver algo increíble. Cuando tomamos herramientas del Homo sapiens hechas de pedernal, que abarcan decenas de miles de años, en diferentes partes del mundo, siempre son las mismas. Estandarizado. No puede ser cultural. Hay algo innato en el comportamiento del Homo Sapiens –en nuestro comportamiento– de actuar y pensar de una determinada manera. Está en nuestra naturaleza”. Sin embargo, añadió el antropólogo, las artesanías neandertales no comparten este patrón de estandarización porque cada herramienta y arma de los neandertales son únicas: “Cada una es completamente diferente. Mis colegas nunca se dieron cuenta de eso. Pero cuando lo hice, vi que había una profunda divergencia en la forma en que el Homo sapiens y los Neandertales entienden el mundo”.

Ante esta singularidad y diferencia, el antropólogo destacó: “Como criaturas, los neandertales, eran mucho más creativos que nosotros. Los sapiens son eficientes. Pensamos lo mismo y no nos gusta la divergencia. Y no me refiero sólo a la cultura occidental. Vayamos a cualquier sociedad aborigen: hay reglas y costumbres claras y estilos de vestimenta compartidos. Expectativa de actuar de cierta manera; seguir las normas. Nuestros antepasados vivían así instintivamente. En cambio no era así con los neandertales».

Ludovic Slimak cree que los neandertales desaparecieron debido a la alta eficiencia humana. “Y esta eficiencia ahora amenaza con destruirnos también a nosotros. Eso es lo que está acabando con la biodiversidad del planeta”, advierte Slimak. Por todo eso, para el antropólogo, El neandertal desnudo no es un libro de historia: “Se trata de nosotros en el presente. Instando a la humanidad a verse tal como es comparándonos con otra cosa, con la esperanza de cambiar el curso de nuestro futuro. Porque al comprender nuestra naturaleza –y el riesgo que plantea esta eficiencia– podemos salvarnos de un destino similar”. “Entonces, si bien hay algo peligroso en nuestra naturaleza, como colectivo podemos controlarlo y remodelarlo. Comprender esto es la clave para el futuro de la humanidad. Porque si no pensamos detenidamente, la próxima vez no serán los neandertales a quienes nuestra eficiencia destruya, sino que la víctima será la propia humanidad”.

Toda nuestra historia se remonta a entre 2.5 y 4 millones de años en África oriental y meridional. Allí un grupo de homínidos, que llamaríamos Homo sapiens, se separaron de otros primates. Se cree que los primeros “humanos modernos”, como el Homo erectus, empezaron a emigrar de África, hacia Eurasia, hace un millón de años, aproximadamente. En su nomadismo, hace entre 200.000 y 300.000 años, avanzaron en su evolución. Mucho tiempo después, hace unos 50.000 años, llegaría uno de los cambios fundamentales que aceleraría la evolución: el descubrimiento y uso del lenguaje. Un período en el que convivían, por lo menos, seis especies de humanos, entre ellas el neandertal, de donde solo quedó el Homo sapiens.

Ludovic Slimak es un arqueólogo y paleoantropólogo (CNRS, Universidad de Toulouse-Le Mirail) y miembro del equipo SMP3C (Sociétés et milieux des populations de chasseurs-cueilleurs-collecteurs). El siguiente es un pasaje del libro El neandertal desnudo. Comprender a la criatura humana:

Vista aérea de Grotte Mandrin, la cueva del sur de Francia donde se han encontrado nuevos hallazgos prehistóricos, contados por Ludovic Slimak en 'El neandertal desnudo'. /Foto tomada de Wikipedia

'El neandertal desnudo. Comprender a la criatura humana'

Por Ludovic Slimak

Entonces, el neandertal ¿es una criatura de los bajos fondos o un genio de las profundidades?

La criatura acecha en nuestro subconsciente. Llegados a este punto, hay que decir que no es ni una cosa ni la otra. El neandertal no es ni un hermano ni un primo. Es un tema de estudio. De todos modos, en un universo donde la diferencia, la alteridad, la clasificación, se han convertido más que nunca en temas tabú, el neandertal no encaja con nada de lo que nos resulta familiar: la criatura no puede ser sino subversiva. Y esa subversión es un desafío a nuestra inteligencia. ¿De verdad estamos preparados para afrontar este asunto?

El lobo es un lobo para el hombre…

En Occidente, como en toda sociedad tradicional, quien rompe un tabú es violentamente rechazado, marginado de su grupo.

Aceptar que el neandertal es una humanidad diferente de la nuestra —humano sin ser humano— nos obligaría a transgredir los más profundos tabúes de nuestra sociedad. Así pues, ¿hay que medirse con los límites morales de nuestros valores, o acaso hay que mantener bajo control nuestros pensamientos y mantenernos limpios en relación con nuestros valores? ¿Hay que orientar nuestras miradas con docilidad en la dirección más provechosa socialmente?

La facilidad, un cierto cinismo, la mirada del grupo, todo nos incita a relativizar. Qué importa, a fin de cuentas, si la verdad no existe, si resulta que se construye. Construyamos, pues. ¿Por qué empeñarse en aventurarse en verdades laberínticas?

Esa verdad es la de la definición sutil de la inteligencia de una criatura humanoide que no radica en nosotros, ni siquiera en nuestros antepasados. Un ser humano que, quizá, ni siquiera esté sujeto a las estructuras mentales que definen nuestra comprensión de lo que es el ser humano. Otra inteligencia, separada de nosotros por cientos de miles de años de evolución independiente. En este sentido, y hasta cierto punto, la criatura estaría tan lejos de nosotros como una entidad alienígena, pues aún hay que añadir su extinción y el tiempo que nos separa de ella, que lo borra casi todo.

(…)

Porque hubo una extinción. Un punto final.

Súbito, inesperado. Que se yergue ante nosotros como un enigma sin pistas, como un enigma vertiginoso. Porque entonces ¿también las humanidades se extinguen sin previo aviso?

La desaparición de toda una humanidad, tan cercana a nosotros en el tiempo, debería apelar a cada uno de nosotros, en cada momento. Porque una humanidad ¿de verdad puede extinguirse?

De las preguntas que aborda este libro, esta es la más sencilla, así que respondo en estas primeras páginas. Una humanidad no solo puede extinguirse, sino que su extinción es un hecho comprobado, de forma clara y definitiva. Cierto que los genetistas han demostrado que, en el genoma de las poblaciones que hoy ocupan los territorios ancestrales del neandertal, aún subsisten rastros neandertales. Pero estos mismos estudios también han demostrado que el neandertal no se ahogó genéticamente en nosotros, y que los escasos genes que caracterizan sus interacciones con nuestros antepasados no pueden tomarse por indicadores de una forma de persistencia de esta población. Esas huellas genéticas son la marca de unos encuentros distantes entre poblaciones biológicamente alejadas, y que, con toda probabilidad, solo fueron en parte interfecundas. Sobre la base de esas huellas genéticas y de forma tácita algunos discursos relativizan la extinción del neandertal. Así pues, la extinción habría sido una especie de dilución. Este discurso no solo es científicamente erróneo, sino también fundamentalmente engañoso.

(…)

No me refiero a que nosotros seamos la versión domesticada y melindrosa de la fiera original, sino que, de igual manera que el lobo no sobrevive en el caniche, tampoco el neandertal sobrevive en nosotros. Esa humanidad está extinta, totalmente extinta. Ese linaje humano ya no existe, y su genio —al que vamos a interrogar juntos— se extinguió irremediablemente con él.

Cabría preguntarse si esa tendencia a atenuar la mayor extinción de humanidad —asimilándola a una dilución genética que nunca tuvo lugar— no huele un poquito a revisionismo. ¿O no se trata aquí de dejar de lado la curiosa coincidencia entre el momento de la expansión de Homo sapiens en Eurasia y el de la mayor extinción de humanidad jamás registrada?

En efecto, es fácil absolver a nuestros antepasados —colonizadores de Europa— de la extinción neandertal, puesto que la relación que puede existir entre un acontecimiento y el otro no es fácilmente apreciable, a menos que se admita que ambos tienen lugar al mismo tiempo. Pero en el caso de periodos tan lejanos, el tiempo se expresa en mil años más o menos. Esos mil o dos mil años de incertidumbre derivan de la imprecisión estadística de las dataciones con carbono-14. Y ten en cuenta que, asumiendo tales márgenes de precisión, tú anoche cenaste con Carlomagno a tu izquierda y César a tu derecha… Buen provecho. (…)

La extinción neandertal es un simple hecho, la constatación de la desaparición de una humanidad y de sus modos de vida ancestrales, así como su súbito reemplazo por la nueva era del Paleolítico reciente, que llega a Europa de la mano de las poderosas oleadas de poblaciones sapiens.

Las artes construyen puentes a través de las edades

Hay que comprender bien lo que representa la emergencia de esta nueva era, que como un viento frío viene anunciada hace más de cuarenta mil años por la muerte silenciosa del neandertal. El Paleolítico reciente —la era de las cuevas ornamentadas y las estatuillas de marfil— ¿te parece lejano como un sueño confuso de piedras entrechocadas y gruñidos? Pues te equivocas. Te equivocas de un modo total y absoluto. La era del primer Homo sapiens en Europa es nuestra era. Ese hombre no es ni más ni menos que nosotros, totalmente nosotros. Abarca sin diferencias fundamentales todas las sociedades humanas que conocemos desde el advenimiento de su reinado en Europa. En estos antepasados, y a partir del cuadragésimo milenio, todo nos resulta familiar: su vasta arquitectura doméstica —auténticas ciudades nómadas de Europa Central construidas en los esqueletos de mamuts—, su artesanía y las líneas elegantes, estilizadas, de sus estatuillas de marfil pulido. Los símbolos pintados en las paredes de sus santuarios subterráneos hace 34.000 años no tienen nada que envidiar a las grandes obras maestras del Renacimiento o de sus amigos del impresionismo, Degas, Monet, Renoir y todos los demás.

En el arte paleolítico se declinan todas nuestras sociedades. Ese arte mantiene con nosotros un poderoso vínculo orgánico y continuo que trasciende el tiempo a través de decenas de milenios, como si esas capas temporales no existieran, como si el tiempo no fuera más que una anécdota sin incidencia real. (…)

Con toda franqueza, hay que reconocer que nada sabemos de lo que podrían haber sido las artes neandertales. En cambio, el arte sapiens sí que lo conocemos, es Uno.

De la cueva de Lascaux hasta el Guernica no hay más que un paso. Un paso, sí, pero un paso de caminante diletante, ni siquiera un peldaño, ni siquiera un avance. Los cubistas, los fauvistas y los impresionistas no han hecho más que redescubrir unas evidencias que ya fueron expresadas decenas de milenios antes que ellos. Todos quedaron asombrados al descubrir que, a lo largo del mundo y del tiempo, el arte sapiens es un arte total, homogéneo. En 1955, André Derain, en sus cartas a Vlaminck, el otro gran fauvista, escribe: “Estoy un poco conmovido por mis visitas a Londres y al Museo Nacional, así como al Museo Negro. Es extraordinario, una locura de expresión”.

También Picasso, al salir de Altamira, la madre de todas las cuevas ornamentadas, la soberbia cueva española, exclamó asombrado, o tal vez satisfecho: “¡Lo inventaron todo!”.

¿Por qué misteriosa razón pueden las artes desafiar el tiempo, comunicarse entre sí con tanta facilidad a través de miles de años, y tender puentes a través de las edades con absoluta libertad y en plena posesión de sí mismas desde su origen? ¿Decenas de miles de años resumidos sin explicación en una sola sensibilidad, en una sola mirada, en un solo rasgo sensible del alma?

Ese vínculo común, donde ningún punto temporal ejerce una influencia decisiva, engloba radicalmente el primer arte sapiens: desde la prehistoria hasta los artes nativos. Los sapiens son uno.

Adiós, mi media naranja, to te amaba…

Esas mismas evidencias que condicionan nuestra mirada a pesar del paso del tiempo, también nos permiten pensar que el neandertal podría no ser el hombre que imaginábamos.

En el caso del neandertal, mi viejo amigo íntimo, nada de grandes frescos rupestres interpelándonos a través del tiempo, nada de excéntricos adornos tallados en marfil o en cuernos de ciervo, nada de estatuillas animales o humanas pulidas en piedras de colores. Hermosas herramientas de piedra, eso sí, hermosa artesanía producida en ocasiones con sublime maestría. Pero ¿qué sociedad humana puede resumirse en sus cuchillos, sus herramientas y sus armas?

Ninguna, ¿verdad?

¿Acaso has oído hablar del arte neandertal de las cavernas? ¿De armoniosas flautas labradas en huesos por la criatura? ¿De hermosas pulseritas hechas con garras de águila o conchas perforadas? ¿De pomposos peinados con plumas de rapaces, casi a la moda azteca o lakota?

Si te pica la curiosidad, no esperes más y salta ahora mismo al capítulo sobre arte neandertal, pero prepárate para abandonar tus ideas preconcebidas, pues si bien es cierto que la criatura es capaz de una notable sensibilidad, esta no queda jamás reducida a la nuestra. En las páginas que siguen asistiremos a la sutileza de esas exóticas sensibilidades, que hoy en día siguen completamente por explorar.

Es probable que el neandertal no sea otro nosotros-mismos. Tal como acabo de exponer, las evidencias sensibles, propias de todos los hombres desde que el hombre es hombre, no parecen concernir a nuestra criatura. No solo es diferente, sino que está extinguida. Y no se extinguió en nosotros, diluida en nuestros genes como se deshace un azucarillo en agua caliente. Sus genes en nosotros son tan escasos y están distribuidos de modo tan desigual en el seno de las poblaciones humanas, que hoy en día puede afirmarse que la clave de esa extinción de humanidad no reside en una improbable historia de amor caníbal en la que el hombre que desaparece se convertiría en la matriz de la nueva humanidad. Extraña quimera, esa teoría, que haría de algunos de nosotros los herederos de una humanidad desaparecida. En realidad, los vivos. Todas las especies de félidos, cánidos, úrsidos o suidos han sido a menudo interfecundados. Estamos rodeados de tigrones, ligres, jabalíes de hierro o cerdos de la Edad del Hierro sin que tales quimeras biológicas arrojen la menor luz sobre el destino de los leones, los tigres, los cerdos o los jabalíes.

Qué idea tan rara —qué paradoja—, asociar una extinción de humanidad con una bonita historia de amor: un amor total, absoluto, antropófago, en el que uno se disuelve en el otro. Hay que admitir que la historia es preciosa, que suena la mar de bien. Nada de extinción de humanidad, más bien un amor por fusión: 1 + 1 = 1. Adiós, mi media naranja, yo te amaba…

Y pensar que nosotros —pobres investigadores, pobres arqueólogos— no sabemos siquiera si esas dos humanidades, la viva y la muerta, llegaron jamás a cruzarse en los inmensos territorios europeos de los aborígenes neandertales, precisamente el lugar de su extinción… Volvemos a sentarnos a la mesa, en aquella asombrosa cena con César, o con Carlomagno, vete tú a saber…

En todo el continente europeo no existe hoy en día casi ningún yacimiento arqueológico en que nuestro cómputo temporal sea lo suficientemente preciso como para establecer con certeza el encuentro entre estas dos humanidades. La víctima ha sido identificada, pero ni tenemos su cuerpo ni conocemos la identidad del asesino; ni siquiera sabemos si la víctima llegó a cruzarse alguna vez con su presunto asesino.

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Santiago Vargas

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