Escritores mexicanos y el triste arte de convertir la violencia en literatura de denuncia y de la memoria
Uno de los retos de los autores de México es decidir si abordan o no la espiral de violencias que vive su país y si lo hacen es cómo hacerlo sin caer en el sensacionalismo. Autores como Élmer Mendoza, Luis Jorge Boone, Silvia Cherem y Liliana Blum reflexionan desde la FIL de Monterrey
«Para abordar la violencia, el escritor no debe tener miedo, tampoco tener compromisos, ni con los políticos, ni con la familia. El único compromiso es con la literatura, con lo que uno desea contar, lo que le salga del corazón». Es la primera revelación de Élmer Mendoza, uno de los escritores mexicanos en cuya obra se puede ver la transformación y espiral de violencias que vive su país desde 1999.
Es uno de los retos que enfrentan los novelistas, cuentistas, poetas, ensayistas y periodistas de México en este siglo XXI. Primero decidir si dejan constancia literaria del resquebrajamiento del país, luego qué parte de ella contar y, finalmente, cómo hacerlo sin caer en el sensacionalismo, amarillismo ni abaratamiento de las literatura. Varios de los escritores norteños presentes en la 30ª Feria Internacional del Libro de Monterrey, del 8 al 16 de octubre, reflexionan sobre ese cuestión.
Pocos escritores como los mexicanos, y los colombianos, han aprendido, con dolor, el arte de convertir la violencia en literatura de denuncia y de la memoria.
La biblioteca de la literatura mexicana está poblada de historias de violencias de toda índole, unas desaparecen, como las de las luchas de independencia o derrocamiento de dictaduras, pero el tiempo va engendrando nuevas como los feminicidios, o los desaparecidos por el Estado o la sociedad o el narcoterrorismo.
El norte de México, con su larga frontera con Estados Unidos, es una de las zonas más violentas desde tiempos de la Conquista y luego de la Colonia. Por ejemplo, con los judíos que llegaron de España y se refugiaron y camuflaron allí para huir de la Inquisición, hasta los asesinatos de mujeres y las mafias para cruzar la frontera.
No tener miedo
Élmer Mendoza, del estado de Sinaloa, publica desde 1999 y sus obras sirven de espejo de la historia que ha vivido su país en dos décadas largas. Mendoza afirma que lo primero que un escritor debe tener claro es “no debe tener miedo, tampoco tener compromisos, ni con los políticos ni con la familia. El único compromiso es con la literatura, con lo que uno desea contar, lo que le salga del corazón, y allí, a veces, ni siquiera hay una conciencia clara de los problemas tratados. Salen de una manera no natural. Salen porque hay que vivir su tiempo no con los ojos cerrados».
El autor de obras como Un asesino solitario y creador del detective Édgar el Zurdo Mendieta (Ella entró por la ventana del baño) asegura que al escribir «hay que advertir el país que vivimos, el tiempo en que vivimos, la podredumbre con la que nos toca lidiar todos los días. Es decir, todo lo que es imposible que ocurra en un país civilizado. Tener una visión de todo eso es lo que hace que uno deje salir esas historias, esas impresiones. Pero también hay que dejar salir esa ilusión, deseo. La segunda parte es que hay que encontrar el lenguaje para decir. Un lenguaje que llegue al corazón y al cerebro. Un lenguaje que deje claro que están pasando cosas que no deberían pasar”.
La mirada transforma el material
Luis Jorge Boone, de Coahuila, Estado Invitado de Honor en la FIL Monterrey, y autor de novelas como Toda la soledad del centro de la tierra (Alfaguara), empieza por recordar que «como la literatura puede hablar de cualquier cosa, y esto hace que no quede fuera el tema de pretensión más sublime o intelectual ni tampoco los bajos fondos, las cloacas más estremecedoras de la realidad, me parece que es la solidez y novedad de la forma lo que permite esta versatilidad».
Entonces cita a George Steiner cuando dice que «el lenguaje es profundamente inmoral, pues con el mismo pulso sereno es capaz de enunciar palabras de vida y enseguida palabras de muerte, puede hacer gozar y hacer daño. Es la conformación del verso, la constancia del tono, la contundencia de la imagen, el ritmo de la prosa, lo que nos hace permanecer leyendo, puesto que en eso encontramos un medio que eleva lo que ve al rango de expresión cultural lo que en manos poco hábiles es dato duro. Eso en cuanto al resultado; con respecto al punto de partida, en una escritura literaria hay siempre una mirada que transforma el material, incluso el material cualquiera, en algo inédito. Cuando una escritura carece de esta mirada, se nota a la primera página”.
Feminicidio y criminales de calle
Liliana Blum, del estado de Durango y autora de novelas como Cara de liebre (Seix Barral) ha explicado que en su caso hay dos tratamientos de la violencia: una es la que sucede en el interior de las familias donde se asesina a doce mujeres cada día y la otra la de los narcos, con más de tres mil muertos cada año. Aclara que como ella vivió en Durango, uno de los estados más azotados por el narcoterrorismo, no ha querido darles espacio a estos personajes en su obra: “son hombres que me parecen la peor escoria del universo por todo lo que han hecho a la sociedad. En mis libros me centro en la violencia doméstica”.
Blum explica que a la gente le gusta pensar que quienes matan y cometen crímenes horrendos son de otra raza. “Pero eso es una bobería, son como todos nosotros. Siempre digo que estos doce hombres que matan a una mujer a diario en este país y después se van a sus casas, al trabajo, al bar, no son monstruos. Están integrados en nuestra sociedad. Esos criminales no son tan distintos, no son seres hechos de otra materia a la nuestra… Somos nosotros mismos cruzando una delgada línea, por alguna razón importante la primera vez y luego por gusto, por rutina, por trabajo”.
Persecuciones y migración
La violencia de las migraciones a lo largo de la historia también ha estado presente en la FIL Monterrey, recordaron Mónica Castellanos, Mónica Salmón, Silvia Cherem y Gabriela Riveros en la sesión Las otras guerras: resistencia silenciosa del exilio. “Todos los países están hechos de migrantes. La convivencia armoniosa entre todos permite el avance” aseguró la escritora Mónica Castellanos. “La literatura es ese espacio de resistencia que nos permite conocer la otredad», explicó Silvia Cherem.
Las cuatro autoras reflexionaron sobre lo que significa la clandestinidad de los inmigrantes que deben ocultar, muchas veces, su propio yo, no solo para integrarse en el nuevo lugar, sino, incluso para salvar sus vidas. Para ello recordaron épocas trágicas de la humanidad como la Inquisición y la Segunda Guerra Mundial con el Holocausto. La persecución a los judíos, a los sefardíes, a los ucranios ahora con la guerra que les declaró Rusia, o los inmigrantes centroamericanos que atraviesan en subcontinente, y pasan por México rumbo a Estados Unidos en condiciones terribles.
¿Y, como enfrentar materiales tan delicados? Luis Jorge Boone cuenta que “Al escribir Toda la soledad del centro de la Tierra, el libro mío que más trata estos temas, lo hice pensando esto, que me da aliento cuando lo necesito: el arte está por encima de todos. Trabajamos para construir algo más grande que nuestras pequeñas y atormentadas individualidades. Nos gusta pensar que al crear somos enteramente libres, sin embargo, siempre hay algo que nos ata más allá, una responsabilidad, lo que sentimos como un deber, y ambas cosas (la libertad de tratar un tema y la responsabilidad al hacerlo) se atemperan mutuamente”.
Un fresco con muchas voces
En esa tarea están autores contemporáneos de todo el país como Yuri Herrera, Cristina Rivera Garza, Jorge Volpi, Guillermo Arriaga, Fernanda Melchor, Julián Herbert, Brenda Lozano, Xavier Velasco, Clyo Mendoza, Emiliano Monge, Alberto Chimal, Carlos Velázquez, Lydia Cacho, Sergo González Rodríguez, Jorge Zepeda Patterson…
Fue lo que hizo Elena Poniatowska en 1968 al narrar las protestas que reflejó en La noche de Tlatelolco:
“Son muchos. Vienen a pie, vienen riendo. Bajaron por Melchor Ocampo, la Reforma, Juárez, Cinco de Mayo, muchachos y muchachas estudiantes que van del brazo en la manifestación con la misma alegría con que hace apenas unos días iban a la feria; jóvenes despreocupados que no saben que mañana, dentro de dos días, dentro de cuatro estarán allí hinchándose bajo la lluvia, después de una feria en donde el centro del tiro al blanco lo serán ellos, niños-blanco, niños que todo lo maravillan, niños para quienes todos los días son día-de-fiesta, hasta que el dueño de la barraca del tiro al blanco les dijo que se formaran así el uno junto al otro como la tira de pollitos plateados que avanza en los juegos, click, click, click, click y pasa a la altura de los ojos, ¡Apunten, fuego!, y se doblan para atrás rozando la cortina de satín rojo.
El dueño de la barraca les dio los fusiles a los CUÍCOS, a los del ejército, y les ordenó que dispararan, que dieran en el blanco y allí estaban los monitos plateados con el azoro en los ojos, boquiabiertos ante el cañón de los fusiles. ¡Fuego! El relámpago verde de una luz de bengala. ¡Fuego! Cayeron pero ya no se levantaban de golpe impulsados por un resorte para que los volvieran a tirar al turno siguiente; la mecánica de la feria era otra; los resortes no eran de alambre sino de sangre; una sangre lenta y espesa que se encharcaba, sangre joven pisoteada en este reventar de vidas por toda la Plaza de las Tres Culturas”.
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