Escritores y libros que entraron a dominio público en 2023: Virginia Woolf, Miguel Hernández, Zweig, Proust…
Recordamos nombres y obras que quedaron libres de derechos con pasajes de sus libros clave: desde el poeta español y el escritor austríaco, hasta títulos clásicos como 'Al faro', de Woolf; 'El archivo de Sherlock Holmes', de Conan Doyle; 'La muerte llama al arzobispo', de Willa Cather; 'Mosquitos', de Faulkner; 'El tiempo recobrado', de Proust
Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas,
y en traje de cañón, las parameras
donde cultiva el hombre raíces y esperanzas,
y llueve sal, y esparce calaveras. (Vientos del pueblo, de Miguel Hernández)
La obra del poeta español Miguel Hernández, fallecido en 1942, es una de las que entraron a dominio público en 2023, es decir que los derechos de su obra están libres de derechos. Lo mismo sucede con el escritor austriaco Stefan Zweig. Junto a estos dos nombres también pasan a ser de dominio público novelas y libros de cuentos como Al faro, de Virginia Woolf; Los archivos de Sherlock Holmes, de Arthur Conan Doyle; El tiempo recobrado, séptimo volumen de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust; La muerte llama al arzobisbo, de Willa Cather; y Mosquitos, de William Faulkner.
Cada enero los lectores están atentos a ver qué autor y obra de arte quedan libres de protección de derechos y disponibles para su acceso. La legislación cambia según los países entre los 95 años de publicación de la obra en Estados Unidos, a los 80 de la muerte del autor en España, los 70 de la mayoría de países latinoamericanos y europeos y los 50 de africanos y asiáticos. Para las obras póstumas la liberación de derechos se aplica a partir de los 25 años de publicado el libro. Es importante recordar que las traducciones sí conservan los derechos.
Esta situación de entrar a dominio público suele dar una segunda vida a muchas de esas obras y autores al estar disponibles. Sin embargo, hay que tener cuidado con qué versiones o traducciones se leen en el dominio público por su calidad.
Este acceso al patrimonio intelectual surgió con el Convenio de Berna para la Protección de las Obras Literarias y Artísticas, firmado el 9 de septiembre de 1886 y revisado el 28 de septiembre de 1979. La fecha elegida a partir de la cual obra o autor entran al dominio público es el primero de enero, ese día vence el derecho de autor dependiendo de la legislación de cada país.
Nuestras recomendaciones de nombres y obras que entraron a dominio público en 2022 las puedes ver en este enlace, las del año 2021 en este artículo.
WMagazín celebra la disponibilidad de estos autores y obras con una forma muy literaria: pasajes de esas novelas, cuentos o ensayos, una celebración de la literatura y la lectura, a continuación:
De Miguel Hernández a 'Al faro', de Virginia Woolf, sus libros están libres de derechos
Miguel Hernández (España, 1910 – 1942)
Toda su obra entró a dominio público en 2022.
Vientos del pueblo
Elegía primera
A Federico García Lorca, poeta
Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas,
y en traje de cañón, las parameras
donde cultiva el hombre raíces y esperanzas,
y llueve sal, y esparce calaveras.
Verdura de las eras,
¿qué tiempo prevalece la alegría?
El sol pudre la sangre, la cubre de asechanzas
y hace brotar la sombra más sombría.
El dolor y su manto
vienen una vez más a nuestro encuentro.
Y una vez más al callejón del llanto
lluviosamente entro.
Siempre me veo dentro
de esta sombra de acíbar revocada,
amasada con ojos y bordones,
que un candil de agonía tiene puesto a la entrada
y un rabioso collar de corazones.
Llorar dentro de un pozo,
en la misma raíz desconsolada
del agua, del sollozo,
del corazón quisiera:
donde nadie me viera la voz ni la mirada,
ni restos de mis lágrimas me viera.
Entro despacio, se me cae la frente
despacio, el corazón se me desgarra
despacio, y despaciosa y negramente
vuelvo a llorar al pie de una guitarra.
Entre todos los muertos de elegía,
sin olvidar el eco de ninguno,
por haber resonado más en el alma mía,
la mano de mi llanto escoge uno.
Federico García
hasta ayer se llamó: polvo se llama.
Ayer tuvo un espacio bajo el día
que hoy el hoyo le da bajo la grama…
***
Stefan Zweig (Austria, 1881 – Brasil, 1942)
Toda su obra entró a dominio público en España. Fragmento de Momentos estelares de la humanidad:
La conquista de Bizancio
29 de mayo de 1453
Ante el peligro
El día 5 de febrero de 1451, un emisario secreto lleva la noticia al hijomayo r del sultán Murad, el joven Mohamed, de veintiún años, que se hallaba en el Asia Menor, de que su padre había muerto. Sin cambiar una sola palabra con sus ministros, sin consultar a sus consejeros, el joven príncipe, a pesar de su abatimiento por la triste nueva, monta sobre uno de sus más briosos corceles y en una sola etapa salva la distancia de doscientos kilómetros que lo separaba del Bósforo y pasa a Gallípoli, en la orilla europea. Revela allí a sus adictos la muerte de su progenitor; luego, a fin de evitar cualquier pretensión al trono, reúne tropas escogidas y las conduce a Adrianópolis, donde sin vacilar es reconocido como jefe del Estado otomano. Desde un principio demuestra ya una cruel energía. Para apartar de sí a cualquier rival de su misma sangre, hace ahogar en un baño a su hermano, que todavía no ha
llegado a la mayoría de edad, y en seguida, con astucia salvaje, ordena que ejecuten a su asesino. La noticia de que en lugar del juicioso sultán Murad se ha erigido en sultán de los turcos el joven, impetuoso y ambicioso Mohamed llena de terror a Bizancio. Se sabe por múltiples espías que el codiciosomonarca ha jurado adueñarse de la que a la sazón era la capital del mundo y que, pese a su juventud, ha pasado días y noches entregado a los cálculos estratégicos que han de proporcionarle la consecución de este proyecto de su vida».
***
Al faro (1927, de Virginia Woolf (Inglaterra, 1882 – 1941)
«Al pensar en la vida aparecía ante sus ojos una estrecha franja de tiempo, sus cincuenta años. Allí estaba, delante de ella, la vida. La vida: se puso a pensar, pero el pensamiento quedó sin conclusión. Contempló la vida, porque tenía una clara sensación de su presencia, de una cosa real, privada, que no compartía ni con sus hijos ni con su marido. Entre la vida y ella se producía algo semejante a una transacción: ella estaba de un lado y la vida de otro, y ella siempre procuraba sacar lo mejor de la vida, como la vida lo sacaba de ella; y en ocasiones parlamentaban (cuando ella se quedaba sola); se producían, lo recordaba, grandes escenas de reconciliación; pero, durante la mayor parte del tiempo, extrañamente, tenía que admitir que aquella cosa a la que llamaba vida le parecía terrible, hostil, dispuesta a saltarle a uno encima si se le daba la menor oportunidad. Estaban los problemas eternos: el sufrimiento, la muerte, los pobres. Incluso en la isla siempre había alguna mujer muriendo de cáncer. Y, sin embargo, les había dicho a todos sus hijos: «Tendréis que pasar por ello». Se lo había dicho incansablemente a ocho personas. Por esa razón, sabiendo lo que les esperaba -amor y ambición y ser desdichados y estar solos en sitios horribles-, no podía dejar de preguntarse muchas veces: ¿Por qué tienen que crecer y perderlo todo?».
***
El archivo de Sherlock Holmes (1927), de Arthur Conan Doyle
I- La aventura de la piedra preciosa de Mazarino
Fue un placer para el doctor Watson verse de nuevo en la descuidada habitación del primer piso de la calle Baker, que había sido el punto de arranque de tantas aventuras extraordinarias. Miró a su alrededor, fijándose en los mapas científicos que había en la pared, en el banco de operaciones químicas comido por los ácidos, en la caja del violín apoyada en un rincón y en el recipiente de carbón, donde se guardaban en otro tiempo las pipas y el tabaco. Por último, sus ojos fueron a posarse en la cara fresca y sonriente de Billy, el joven pero inteligente y discreto botones, que había contribuido un poco a llenar el hueco de soledad y de aislamiento que rodeaba la figura sombría del gran detective.
—Parece que aquí no ha cambiado nada, Billy. Y tú tampoco cambias. ¿Se podrá decir de él lo mismo? Billy dirigió la mirada llena de solicitud hacia la puerta del dormitorio que estaba cerrada, y contestó:
—Creo que está en cama y dormido.
Eran las siete de la tarde de un encantador día veraniego, pero el doctor Watson se hallaba lo bastante familiarizado con la irregularidad del horario de vida de su viejo amigo para experimentar ninguna sorpresa por ese hecho.
—Supongo que esto significa que se halla metido en algún caso».
***
El tiempo recobrado (1927), Marcel Proust (Francia, 1871 – 1922)
«La memoria del ser más sucesivo establece en él una especie de identidad y le hace no querer faltar a unas promesas que recuerda, aun en el caso de no haberlas firmado. En cuanto a la inteligencia, la de Gilberta, con algunos absurdos de su madre, era muy viva. Pero, y esto no afecta a su valor propio, recuerdo que, en aquellas conversaciones que teníamos en el paseo, varias veces me causó gran extrañeza. Una de ellas, la primera, diciéndome: «Si no tuviera usted mucha hambre y si no fuera tan tarde, tomando ese camino de la izquierda y girando luego a la derecha, en menos de un cuarto de hora estaríamos en Guermantes». Es como si me hubiera dicho: «Tome a la izquierda, después a la derecha, y tocará lo intangible, llegará a las inaccesibles lejanías de las que, en la tierra, no se conoce nunca más que la dirección, que el “hacia”» –lo que yo creí antaño que podría conocer solamente de Guermantes, y quizá, en cierto sentido, no me engañaba–. Otra de mis sorpresas fue ver las «fuentes del Vivonne», que yo me figuraba como algo tan extraterrestre como la Entrada a los Infiernos, y que no era más que una especie de lavadero cuadrado del que salían burbujas. Y la tercera fue cuando Gilberta me dijo: «Si quiere, podremos de todos modos salir un día después de almorzar y podemos ir a Guermantes, yendo por Méséglise, que es el camino más bonito», frase que, trastrocando todas las ideas de mi infancia, me enseñó que uno y otro camino no eran tan inconciliables como yo creía.
***
La muerte llama al arzobispo (1927, de Willa Cather (Estados Unidos, 1873 – 1947)
«Una noche, alrededor de tres semanas antes de la Navidad, estaba tendido en su cama sin poder dormir y con la idea del fracaso aguijoneándole el corazón. Sus oraciones no fueron más que frases huecas que no pudieron traerle consuelo alguno. Su alma se había tornado un erial. No hallaba dentro de sí nada que pudiese dar a sus sacerdotes o a su pueblo. Su labor se le hacía superficial, un edificio levantado en la arena. Su enorme diócesis seguía siendo una tierra pagana. Los indios persistían en marchar por las sendas antiguas del temor y las tinieblas, disputando contra los malos presagios y las sombras inmemoriales. Los mexicanos eran niños que jugaban con su religión.
A medida que la noche fue avanzando, la cama en que reposaba el Obispo se tornó un lecho de espinas».
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Mosquitos (1927), William Faulkner (Estados Unidos, 1897 – 1962)
«Siguió caminando por el polvo a lo largo de un interminable camino fulgurante; entre pinos que semejaban estallidos fijos en la tarde, una tarde de insoportable luminosidad. Sus sombras informes, fundidas, les precedían. Dos pasos más y él las pisaría, como a las sombras de los pinos; pero aquéllas seguían delante de él entre los fundidos baches, guardando las distancias, sin esfuerzo alguno, en el escabroso polvo. Este era tan fino como la pólvora; sólo aparecía en él una ocasional huella de cascos, un desvanecido espectro de un paso olvidado. Por encima, el implacable cielo metálico daba sobre su cuello doblado y sobre su espalda, su mejilla restregándose monótonamente contra su cuello. Finas lenguas de fuego le mordían continuamente. David seguía impasible. El polvoriento camino vibraba dentro de sus ojos, pasaba bajo sus pies y quedaba atrás como una infinita cinta. Descubrió que tenía la boca abierta y seca, y sus encías como el papel de los cigarrillos. Cerró la boca, tratando de humedecer las encías.
Árboles sin copa iban delante de él o se quedaban atrás; la maleza junto al camino se aproximaba y se tornaba monstruosa, hoja por hoja. Las lagartijas siseaban antes de desaparecer.
El fuego invisible le quemaba, pero él no lo sentía porque ni en sus hombros ni en sus brazos quedaba otra sensación que la del peso de ella sobre la espalda y el cielo de bronce sobre su cuello y la húmeda mejilla de ella restregándose continuamente contra su nuca. Descubrió que tenía otra vez la boca abierta, y la cerró.
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Exquisitos comentarios de Diana Horta