Estos son y así suenan los 14 libros que aspiran al V Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez (1)
Lee en primicia pasajes de las obras preseleccionadas a este importante galardón. Relatos entre la exploración y la tradición impregnados de innovación de autores argentinos, chilenos, colombianos, cubanos, españoles, mexicanos y peruanos. Primera entrega con siete de ellos
Presentación WMagazín. Entre la exploración y la tradición, en estructuras y enfoques temáticos, impregnada de aliento innovador se mueven los catorce libros de cuentos preseleccionados al V Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez. Es uno de los más importantes de su género en español que distingue al mejor volumen de cuentos publicado en 2017. Relatos que parecen buscar una respuesta o explicación al origen de vacíos afectivos y emocionales; porque más allá de exponer diferentes geografías que van desde el paso del tiempo, desencuentros amorosos hasta viajes a las raíces maternas o de la muerte, se trata de historias que escenifican la máscara del teatro de la vida mostrando, filtrando, lo que ella esconde y el por qué de cada máscara.
WMagazín publica en primicia pasajes de los catorce libros de cuentos preseleccionados. Lo haremos en dos entregas de siete pasajes literarios cada una. Con ellos proponemos un viaje por la geografía de la cuentística más contemporánea de España y Latinoamérica. Un viaje en la voz de tres autores argentinos, tres colombianos, tres mexicanos, dos españoles, y uno de Cuba, otro de Chile y uno más de Perú. De esta preselección de cuentos publicados en 2017 saldrán cinco nombres que se anunciarán en septiembre y el premio al ganador se entregará a comienzos de noviembre, en Bogotá.
Los autores preseleccionados al V Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, son: por Argentina son Edgardo Cozarinsky, por En el último trago nos vamos (Editorial Tusquets); Santiago Craig, Las tormentas (Editorial Entropía), y Pablo Colacrai con Nadie es tan fuerte (Editorial Modesto Rimba). Los tres escritores colombianos preseleccionados son: Alejandra Jaramillo Morales, y su libro de cuentos Las grietas (Tragaluz); Andrés Mauricio Muñoz, Hay días en que estamos idos (Seix Barral) y María Ospina Pizano con su libro Azares del cuerpo (Laguna Libros). Los escritores mexicanos preseleccionados son: Antonio Ortuño con La vaga ambición (Páginas de Espuma), Claudina Domingo, Las enemigas (Sexto Piso) y Carlos Velázquez con el libro de cuentos La efeba salvaje (Sexto Piso). Los autores españoles son Francisco López Serrano, con El holocausto de las mascotas (Editorial Baile del Sol) y César Ibáñez París, Los árboles de Petia (Lastura editores). Por Cuba, la escritora Legna Rodríguez Iglesias, por su libro Mi novia preferida fue un bulldog francés (Alfaguara); por Chile, Constanza Gutiérrez, y su libro Terriers (Editorial Montacerdos); y por Perú, el escritor Paul Baudry, autor del volumen El arte antiguo de la cetrería (Editorial Peisa).
Así son y así suenan los primeros siete libros de cuentos de Baudry, Colacrai, Cozarinski, Craig, Domingo, Gutiérrez e Ibáñez (en este enlace puedes ver la segunda entrega):
Paul Baudry: 'El arte antiguo de la cetrería'
- Paul Baudry: autor de El arte Antiguo de la cetrería (Editorial Peisa) Perú.
Pablo Colacrai: 'Nadie es tan fuerte'
- Pablo Colacrai: autor de Nadie es tan fuerte (Editorial Modesto Rimba) Argentina.
Edgardo Cozarinski: 'En el último trago nos vamos'
—Tras un momento de silencio, continuó—. Vas a encontrar todo igual. Pero a los que no vas a encontrar es a los que todavía no cruzaron la línea.
- Edgardo Cozarinski: En el último trago nos vemos (Editorial Tusquets) Argentina
Santiago Craig: 'Las tormentas'
- Santiago Craig: Las tormentas (editorial Entropía) Argentina.
Claudina Domingo: 'Las enemigas'
Volviste a pensarlo en el camino empedrado hacia Real de Catorce: nada es real, nada existe, todo es un sueño, algo peor que un sueño pero menos real que una pesadilla. El pensamiento es un error y la vida es frágil, anómala, un accidente. Ahora que te hablas buscando tranquilizarte has dado con tantas ideas desechables. Porque, luego de pensar un rato, te das cuenta de que las ideas que habían sido tan relucientes unos minutos antes se convierten en basura. Entonces el mundo deja su fachada de irrealidad y puedes ver delante de ti las cosas, duras y tangibles: Te llamas Rosa Montoya, tienes una hija. El mundo puso velos entre tú y ella el 15 de septiembre del 2013. Esta fecha existe. Aunque se comprobara que todo lo demás es irreal, esta fecha tiene un sabor, su aroma, todos sus nervios prendidos de tu cuerpo por una multitud de tallos que crecen conforme sienten tu tibieza. Una enredadera no es una planta parásita sino un arbusto trepador. Así, la fecha existe por sí sola pero ha crecido como una plaga por tu cuerpo. Y tú has dejado de ser una flor para convertirte en una llaga. El camión traquetea sobre el camino empedrado. Allá está Jazmín, tu hermana. Anda diciendo que vio a tu hija, en octubre, pasearse con una gringa entrada en años por Real. Hazte el favor: Lina, tan dulce, tan lista, sus ojos negros y almendrados como ventanas moras… con una mujer… vieja. Pero eso sería mejor que todo lo que te han dicho, todo lo que has pensado, cosas que se te suben al cuerpo como alimañas y no te dejan respirar, dormir, sin que pronuncien su nombre en tus entrañas. Ya estás cerca. Ya está cerca Jazmín. Ojalá no hubieras tenido que volverla a ver.
- Claudina Domingo: Las enemigas (Editorial Sexto Piso) México.
Constanza Gutiérrez: 'Terriers'
Comienzo del cuento Caza de conejos:
Cuando llegamos ese verano, los conejos ya casi habían desenterrado nuestra casa por completo. Siempre supimos que eran plaga en el campo, pero ese año se habían desatado: había cientos, miles, un millón. Mi papá empezó a pasar horas afuera, cambiando y pegoteando PVC, y el ruido que hacía me ponía los pelos de punta. Me moría de nervios. Poco antes había descubierto un nuevo pasatiempo que requería de soledad y un poco de concentración, y con mi papá y mi mamá entrando y saliendo a cada rato, gritándose de adentro hacia afuera y de afuera hacia adentro, no había caso. Cada vez que los oía venir tenía un segundo para subirme el cierre del pantalón y fingir que estaba leyendo o viendo tele. No soy una súper niña: era imposible, así que empecé a pasar muchas horas afuera yo también. Me iba con la Manola, mi perra, al estero que estaba al final de la parcela, o a los columpios, que ya me quedaban un poco chicos y a la Manola no le importaban para nada.
La principal entretención de ese verano fue cazar conejos. Nacho y yo esperábamos cada noche a que fuesen las diez, justo después de las noticias, y salíamos al patio, él con la escopeta y yo con la linterna, a cegarlos y dispararles. Nos sentábamos junto al estero, atentos a los sonidos del bosque (podíamos escuchar a los insectos y también a una lechuza) y esperábamos, ansiosos, a que los conejos salieran de sus madrigueras. Nunca matamos más de un conejo por noche, excepto la del dieciséis de enero – la recuerdo perfecto –, en que matamos tres y nos sentimos los cazadores más expertos del planeta. Cuando volvimos a la casa el papá estaba orgulloso y nos palmoteó la espalda. Fuimos donde los vecinos (en el campo ser vecino es un decir) a ofrecer conejos, y supongo que todos comieron eso al día siguiente. Nosotros también. La mamá hizo un kuchen de mora y jugamos cartas hasta tarde. Pregunté si podía tomar whisky y conté que pensaba que había descubierto mi vocación: iba a ser cazadora. Por supuesto, no tuve permiso para tomar nada y mi papá me preguntó si no me daba pena dedicarme a la caza. Ignacio se me adelantó, mostrando sus paletas redondeadas:
— ¡Cómo nos va a dar pena, si los conejos casi nos botan la cabaña! No seai ridículo po, papá.
Yo lo apoyé, qué tonteras preguntaba el papá. Por recomendación suya, dejamos de salir a cazar, pero llenamos el campo de trampas de esas que los agarran del pescuezo.
***
Nuestra casa del campo no era tan grande, pero nos bastaba. Sus dos pisos eran casi de un ambiente, salvo por la pieza de mis papás y los baños, pero la cocina, apenas separada por un mesón, era la misma cosa que el comedor y el living, donde teníamos una tele a perillas para ver las noticias en la noche y muchas fotos de los veranos pasados. Arriba no había paredes, solo una gran pieza a la que que se llegaba por una escalera caracol demasiado estrecha. Mi cama daba a una ventana en el techo y, mientras mi hermano leía, un poco más allá, yo me acostaba a mirar las estrellas pasar haciéndole cariño a la Manola. Ignacio era el encargado de apagar la luz y yo de despertarlo a una hora decente al otro día, antes de que el papá se enojara.
A mediados de enero mi papá seguía arreglando cañerías y tapando hoyos. También habían hecho hoyos alrededor de la piscina, así que era trabajo duro. La piscina no era gran cosa, era más bien chica, de esos típicos riñones de fibra de vidrio, pero mi papá odiaba a los conejos por haberla desenterrado. Lo tenían chato. Era el tema de nuestros desayunos, almuerzos y comidas. Hablábamos tanto de conejos que una noche soñé que me despertaba y la casa estaba sola. Me ponía el traje de baño y partía con mi toalla afuera. Me quedaba ahí parada un rato, mirando como la brisa movía, despacito y con cuidado, el agua de la superficie y luego dejaba mi toalla roja a un lado y, paf, me tiraba tremendo piquero. Cuando sacaba la cabeza del agua, repentinamente, la piscina estaba repleta de conejos que nadaban conmigo. Eran grises y jaspeados, grandotes, y no estaban preocupados por mi presencia: nadaban felices, como si la piscina fuera de ellos. Le conté a mi mamá, mientras jardineaba, y nos reímos un rato.
- Constanza Gutiérrez: Terriers (Editorial Montacerdos) Chile.
César Ibáñez París: 'Los árboles de Petia'
Comienzo del cuento Los árboles de Petis:
La verdad es que la vida de Kolia Ivánovich fue triste y dura; sin embargo, lo que contaba solía ser alegre, no sé si por caridad o por supervivencia. Se dio a la bebida tras la muerte de su esposa y sus dos hijos durante la Gran Gripe, que llegó a nuestra zona a principios de 1919 y mató a muchos, quizá a uno de cada cuatro. Ahí siguen, supongo, en la fosa común que en aquellos meses se desinfectaba todos los días con cal viva. Mi madre acabó también entre aquel amasijo de cadáveres… En fin, será mejor que no me vaya por las ramas. Kolia era curtidor, y de los buenos: le traían pieles de toda la comarca. Después de la desgracia trabajaba menos y peor, aunque nunca llegó a la miseria. Es verdad que buscaba quien le diese un trago, pero más por la compañía que por otra cosa. Si bebía estando solo le nacían terribles demonios en el cerebro, deseos de matar y de morir, de modo que huía de la soledad como de la peste. Entendedme, eso no quiere decir que estuviera todo el día en la taberna. Por la mañana trabajaba, al menos algunos días; por la tarde recorría las casas de quienes le dábamos de beber a cambio de sus historias; por la noche se quedaba dormido sobre una mesa o en un rincón de la taberna de Serguéi, que algunas veces conseguía despertarlo para que se fuera a su casa y otras no.
Con frecuencia, Kolia Ivánovich les atribuía los cuentos a sus abuelos, siguiendo un orden peculiar: los de crímenes a su abuelo paterno, los de amores a su abuela paterna, los de magia y fantasía a su abuelo materno y los de malentendidos y situaciones graciosas a su abuela materna. Supongo que la clasificación le servía para memorizarlos, y sé que a nosotros nos servía para sugerirle el tipo de historia que queríamos oír. La que os voy a contar ahora le correspondía al padre de su madre, y Kolia la relataba del siguiente modo:
—Mi abuelo Petia, que, por si no lo sabíais, era cartero en el servicio postal de su majestad el Zar de todas las Rusias, hablaba con los árboles. No es que pudiera conversar con ellos como yo con vosotros, pues todo el asunto se reducía a una pregunta y una respuesta, ni tampoco podía hablar con cualquiera, porque solo le respondían los abedules y los robles, pero, al fin y al cabo, hablaba con los árboles. Os preguntaréis, y con razón, cómo pudo enterarse de semejante capacidad, habida cuenta de que las personas no suelen dirigirse a los vegetales para charlar con ellos. Yo, de hecho, solo me dirijo a las plantas para comérmelas, y con frecuencia me las como sin haberlas saludado previamente. Hablarles a las flores tiene más tradición, por aquello de transmitirles los sentimientos que deseamos que ellas, a su vez, transmitan a nuestras amadas o a nuestros fallecidos, pero he de reconocer que hablar a los árboles suena más a locura que a efusión sentimental… En fin, que la cosa fue como sigue: mi abuelo Petia, enamorado por primera vez de la que ciertamente no fue mi abuela, estaba seguro de ir a ser rechazado, y no por falta de atractivo, claro, sino por falta de dinero, el eterno problema. Intentó un acercamiento y, como se temía, lo único que recibió a cambio de su tierno amor fue burla y desprecio. Un cartero no debe aspirar a la hija de un terrateniente, por poco productivas que sean las tierras del terrateniente. Desesperado, se sentó bajo un abedul y exclamó: “Cruel destino, ¿por qué has permitido que Cupido me ate a quien me aprecia lo mismo que a un cagajón de asno?”. A lo que el abedul contestó con voz cantarina: “El amor de los jóvenes no está en su corazón, sino en sus ojos”. Mi abuelo se dio el susto que podéis imaginar, se levantó como si hubiera tenido un muelle en el trasero, miró por todos lados en busca del bromista, no halló a nadie y se quedó asombrado y perplejo. Repitió la pregunta, no hubo respuesta esta vez. Tras algo de reflexión, concluyó que había sido un hada la parlanchina, y como no quería tener nada que ver con los habitantes subterráneos, decidió olvidar el asunto y sufrir en silencio su amor contrariado.
- César Ibáñez París: Los árboles de Petia (Lastura Editores). España.
Los ganadores del V Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez en sus ediciones anteriores son: en 2017 el español Alejandro Morellón por El estado natural de las cosas (Caballo de Troya), en 2016 el colombiano Luis Noriega por Razones para desconfiar de sus vecinos (Penguin Random House); en 2015 la boliviana Magela Baudoin con La composición de la sal (Plural Editores); y en la primera edición, en 2014, el argentino Guillermo Martínez, con Una felicidad repulsiva (Destino). Este premio es una convocatoria del Ministerio de Cultura de Colombia y la Biblioteca Nacional de Colombia. Surge de la iniciativa del Plan Nacional de Lectura y Escritura “Leer es mi cuento”, que promueve el Gobierno Nacional de Colombia. Nació con la intención de aumentar los índices de lectura en el país, así como de respaldar y promover la calidad literaria de este género y ampliar el espectro de concursos literarios dentro y fuera de Colombia. Puedes ver aquí el artículo sobre ganador de 2017: Alejandro Morellón, AQUÍ.
- Puedes leer la segunda y última entrega de Estos son y así suenan los 14 libros que aspiran al V Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez en este enlace.
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