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La escritora colombiana Piedad Bonnett, en Madrid, la primavera de 2019. /Fotografía de Lisbeth Salas

«Fui una niña inconforme con el mundo, sentí el arte como refugio y la literatura me permitió sobrevivir»: Piedad Bonnett

AUTORRETRATO ARTÍSTICO DE UN ESCRITOR 3 / Con una de las poetas y novelistas colombianas más relevantes del español continuamos esta serie en la que un autor comparte su relación con las otras artes: del arte en la naturaleza al cine Visconti o Fellini, pasando por Schumann, Zurbarán y Wilfredo Lam Un diálogo de WMagazín, con apoyo de Endesa

En la emoción, aún vívida, del descubrimiento del titilar de las luciérnagas, de la esbeltez elegante de los bambúes, de los brotes de agua de la tierra y del deslumbramiento ante la belleza de ciertas personas está la génesis de la fascinación de Piedad Bonnett por las artes y la belleza. Si en la naturaleza está el origen, es en lo creado por el ser humano lo que a ella más la deja alucinada.

Con una de las poetas y novelistas contemporáneas en español más relevantes, Piedad Bonnett (Amalfi, Colombia, 1951), WMagazín, con apoyo de Endesa, continúa su serie mensual Autorretrato artístico de un escritor. Piedad Bonnett, autora de un clásico contemporáneo como Lo que no tiene nombre, toma el relevo de los escritores Rafael Argullol (España) y  Margo Glantz (México).

Autorretrato artístico de un escritor nos recuerda en la voz de sus autores, de cualquier lugar del mundo, la relación que tienen con obras y artistas. Desvelan el diálogo perpetuo de ellos con las artes y de ellas entre sí, la riqueza de su transversalidad, la importancia del arte en la vida desde niños, las obras que los acompañan a lo largo de su existencia, los motivos por los que les gustan determinadas obras y creadores… El primer disco que compraron, o la música que los acompaña, o el cuadro o escultura que siempre quisieron ver, o los conciertos donde más aplaudieron, o los artistas que les susurran e inspiran, o las obras de teatro que los hicieron soñar con subir a un escenario, o las películas que más han visto, o el edificio que los ha dejado con la boca abierta, o la ópera que más les ha emocionado, o si escriben con la compañía o bajo la mirada de alguna obra de arte o artista en su lugar de trabajo.… Al final, los escritores comparten cómo es su relación con la belleza o con qué o quién la suelen relacionar.

La relación con el arte como una de las bellas artes para vivir, crear y disfrutar.

Piedad Bonnett que acaba de publicar la novela Qué hacer con estos pedazos (Alfaguara) empezó una relación muy estrecha con las artes a través de la naturaleza. En una tarde rodeada de los libros de su casa de Bogotá, la poeta y narradora empieza, en esta videoentrevista, por evocar su infancia cuando descubrió las primeras conmociones ante la naturaleza, la belleza y las artes con las cuales da sus primeras pinceladas para su Autorretrato artístico de un escritor:

Piedad Bonnett y algunas de las obras de arte presentes en su vida: de arriba abajo: ‘Bodegón y cacharros’, de Zurbarán; portada de ‘Crimen y castido’, de Dostoievski; ‘La jungla, de Wilfredo Lam; y fotograma de ‘El gatopardo’ de Visconti. /WMagazín

Autorretrato artístico de un escritor... Piedad Bonnett

«Lo primero que fue en mi vida fue la literatura. Me hice lectora muy chiquita, a los 5 años, una lectora súper fervorosa.  Pero podría decir que también había una relación con la pintura en el sentido de que me fascinaba todo lo que era representación. Primero en El tesoro de la juventud donde había muchas láminas, y entre ellas láminas artísticas que me fascinaban. Y en mi casa, en la casa de mis abuelos, había unos cuadros muy particulares que representaban al Doctor Fausto y otras escenas de la literatura, nunca supe de qué pintores.

Lo otro que yo diría, pero que luego no me interesó nada, fue toda la cuestión teatral que traía el catolicismo con fechas como la Semana Santa o el Corpus Christi; todas esas representaciones como medievales que se hacían en la esquina de mi pueblo, en Amalfi, donde viví hasta los 7 años. Todo eso me producía una fascinación enorme, todo lo que fuera dramático y teatral… Había mucho de espectáculo…

Santuario de las luciérnagas en Michoacán (México). /Tomado de Ir Dónde

Pero mi conciencia de la belleza no fue ahí. Creo que cuando uno es pequeño, siempre, se acerca a la belleza a través de la naturaleza. Yo vivía en un pueblo rodeado de naturaleza y recuerdo la fascinación de tres cosas:

el descubrimiento de las luciérnagas que brillaban por la noche me pareció extraordinario;

ver los árboles de bambú tan largos y espigados, cómo están conformados sus nudos en el tallo y el movimiento suave con el viento me parecía fabuloso, también el musgo que cogíamos para el pesebre me encantaba;

y lo otro que me maravilló fue ver manar agua de la tierra, ese brote de agua que luego forma un arroyo.

Esas tres cosas las recuerdo con una aproximación a la belleza de la naturaleza que me dejaron estupefacta porque era muy chiquita. Ahí dije: ¡Esto es hermoso!

Mi relación con la literatura tiene un momento de belleza, también. Acabo de leer una entrevista a Siri Hustvedt y he comprobado que tuvimos la misma epifanía: Con 13 años, ella estaba de vacaciones con sus padres en Reikiavik y como allí en verano no oscurece cerraba las persianas y se ponía a leer, un día estaba leyendo David Copperfiled, de Dickens, tan fascinada que tuvo que dejar de leer, se levantó, corrió las cortinas y vio una luz extraña, extraordinaria, en la ciudad que asoció con la felicidad y se configuró como en una revelación y decidió que quería ser escritora.

Y yo podría narrar exactamente lo mismo: Era domingo, estaba en la pequeña biblioteca de mi casa en Bogotá leyendo Crimen y castigo. Llevaba mucho tiempo abstraída en la lectura, y, de pronto, levanté la cabeza y miré por el gran ventanal… Había llovido, las calles de la ciudad estaban mojadas con reflejos plateados de esa luz de la tarde extraña que, a veces, hay en Bogotá con tonos plateados. Ese encuentro repentino con esa luz, más la felicidad de lo que estaba leyendo fue lo que me hizo pensar: Yo quisiera ser feliz así siempre. Quisiera ser lectora siempre y quisiera ser escritora para producir una cosa así en mis lectores.

Me extrañó mucho que pudiera haber dos experiencias tan idénticas.

Esa asociación de los sentidos con otras artes, o de sinestesia, la tengo con la música, por supuesto. Lo más emocional, lo que me lleva a unos estados o deseo de trascendencia y de comunicación con el gran espíritu del mundo y de la belleza, es la música. Es ella la que más me conmueve a nivel emocional, o que me saca lágrimas o me pone alegre. Yo escucho música en ciertos momentos, porque cuando estoy trabajando, escribiendo, el ritmo de las palabras entra en choque con el ritmo de la música que pueda estar escuchando. Yo oigo música cuando leo, cuando me doy el momento más placentero del día, entonces me dispongo a coger un libro que me llene de emoción y pongo algo que conecte dentro de mí intuitivamente con ese tipo de experiencia que voy a tener.

Tengo dos estados: el de la música clásica, tengo una colección de cedés alarmante, ordenados alfabéticamente que me permite sacar, rápidamente, a Schumann, o a Schubert o a Bach, de acuerdo con la experiencia lectora. Tengo otra sección grandísima de música rock, de películas, de grandes cantantes franceses o alemanes. En mi cabeza tengo ya prefijada esa música… ya no puedo explorar mucho más porque no estoy muy conectada con estas plataformas de Spotify y demás. Aunque estoy tratando de entrar música nueva en mi casa; yo antes iba a las tiendas de música y me dejaba llevar y llegaba a mi casa con cinco o seis cedés, encantada de poder oírlos y poder sumergirme en lo que había elegido. Ahora esa experiencia es muy distinta… Yo leo y oigo música, las dos cosas al tiempo percibiendo la música y dejando que mi cuerpo absorba esa másica mientras leo.

‘Bodegón y cacharros’, de Francisco de Zurbarán, en el Museo del Prado, de Madrid.

Lo otro que siempre me ha gustado mucho, pero esa es una experiencia muy particular e independiente de la literatura, en primera instancia es el arte: ver arte sobre todo en los museos. Tengo una biblioteca de arte enorme que compartíamos mi hijo y yo. Ahora veo menos libros de arte, pero durante mucho tiempo veía muchos y sobre todo, los estudiaba porque me interesaba conectar el saber desde la literatura y, sobre todo, desde el punto de vista histórico. Como fui maestra tanto tiempo yo les hacía a mis estudiantes marcos de las artes que estaban dándose de cómo la música podía ser pionera. En una época solía ser así y, después, generalmente, el arte plástico y después la literatura iba atrás de las grandes tendencias, o, a veces, las cosas se invertían. Traté siempre se hacer un conocimiento sistemático de lo que llamábamos movimientos artísticos. Fui profesora de arte barroco, eso me obligó a moverme por la historia del arte. Luego hice una maestría en Historia del Arte y la Arquitectura.

Solo en los últimos años me he desconectado mucho del arte porque soy muy crítica con el arte que se hace hoy. Hay mucho de ese arte que me parece una impostura, incluso oportunista. También miro a los artistas plásticos aplastados por una época que es implacable. Tienen que estar conectados con el evento político o estar comprometidos con algo como el medio ambiente y otros asuntos. No parecen conectados con sus verdaderas necesidades expresivas, sino que están demandados por las demás cosas… La corrección política ha hecho un cierto daño en ese aspecto, pero, de todas maneras, se sigue encontrando cosas maravillosas.

Una de las cosas que más me entristece de esta época es que han mandado la pintura al rincón de los trastos viejos. La gente sigue amando la pintura, y a mí me hace mucha falta eso.

Hay un pintor que descubrí en los libros y cuando vi sus obras en el museo me emocioné. Visité el Museo del Prado, de Madrid, y vi los bodegones de Zurbarán que yo había mostrado tantas veces en clase y lloré… Tenía una relación afectiva y de conocimiento muy fuerte… Me emocionó, también, mucho cuando vi en el Metropolitan, de Nueva York, la obra de Wilfredo Lam porque yo hice mi dos tesis, la de Maestría y la de Pregado, sobre la relación entre Alejo Carpentier y Wilfredo Lam.

‘La jungla’ (1943), de Wilfredo Lam, en el MoMA, de Nueva York.

Hay cuadros y artistas que en sí mismos me han producido un impacto enorme, como Bacon, Egon Schiele, los surrealistas siempre me emocionan muchísimo.

A Reverón lo vi en Bogotá en la Luis Ángel Arango. Toda esa luz que yo sabía que existía y había visto en los libros al verla delante me impresionó mucho…

La escultura me impacta menos, pero me gusta Brancusi; otro artista del que me fascinó su mundo fue Louise Bourgeois cuando la vi en un museo de Nueva York.

Hay mundos de otros artistas que son afines al mío, a mi sensibilidad. Por ejemplo, pintores como Bacon, como Lucien Freud o como Egon Schiele porque tienen esa cosa descarnada y el interés por el cuerpo que yo siempre he tenido y que he manifestado en mis libros. Es algo que, ahora, se va a volver a manifestar porque voy a escribir sobre él. Es algo que compartí mucho con mi hijo Daniel sin que fuera explícito, sino que a él también le fascinaba ese tipo de arte.

Cuando hice mi maestría fue porque quería encontrar iluminaciones para mi literatura desde el territorio del arte. La música, en cambio, no me influyó, pero lo que hago es hacer alusiones en mis libros.

Lo que sí me ha influido mucho y me ha emocionado es el cine. Desde que yo tenía 18 o 20 años y estaba en la universidad empecé a ver a Visconti, a Fellini, a Scola… Tiene mucho que ver con mi mundo. Hasta antes de la pandemia yo iba mucho a las salas de cine. Me parece que vamos hacia la desaparición de las salas de cine y eso me produce el dolor más espantoso porque esa experiencia colectiva es maravillosa. El solo hecho de desplazarse y de comprar la boleta y todo ese ritual me encanta. Ver gente que uno conoce, salir a comentar la película, en fin.

Me ha gustado mucho el cine alternativo, siempre estoy buscando, no en el cine norteamericano comercial que me parece cada vez más terrible; ya vi esa película CODA, ganadora del Oscar a Mejor Película este año, y me pareció de una insulsez espantosa. Me parece que Hollywood está en una decadencia absoluta. Me interesa mucho el cine oriental y esas películas donde no pasa nada. Parásitos me pareció una renovación de todo ese cine, me divertí mucho, la vi dos veces; me pareció hipercrítica.

El cine me influye también en la manera en que siempre pensando cómo están haciendo las cosas, qué eluden, qué se dice, qué no se dice. Esas son las tres artes, el arte plástico, el cine y la literatura.

La arquitectura me gusta y siempre la voy buscando, pero es que la arquitectura como tiene esa parte funcional, entonces no es un arte puro, digámoslo así.

 

Siempre tuve deslumbramiento por la gente bella, sigo teniendo deslumbramiento por la belleza, pero por las bellezas extrañas, no de las actrices de cine, como más básicas no, no; sino, ciertas bellezas muy desconcertantes.

Hablo de unas especies como de enamoramientos fantasiosos de la gente bella. Me pasa desde que era muy chiquita cuando la gente muy bella me dejaba alucinada, estupefacta; al igual que esa distancia que crea la belleza, horrible, porque también es como que no puedes acceder a eso, como que eso es distante, como que eso le pertenece a otro.

La otra belleza que me subyuga impresionantemente es la de las iglesias. Cuando entro a esos templos… y aquí hay templos barrocos en toda América Latina, me produce una cosa muy impresionante. Me acuerdo, por ejemplo, en Granada (España), cuando fui a ciertos lugares religiosos que sentí algo como el Síndrome de Stendhal, a mi hijo le pasaba igual.

Cuando Daniel llegó de un viaje a Europa me hablaba de cómo se había quedado sin aliento en algunos lugares y ante algunas obras.

Es como un dejarse seducir por la belleza o que la belleza nos causa una conmoción gigantesca. Yo diría que, incluso, más que la de la naturaleza. La naturaleza produce una cosa muy hermosa, pero la que a mí me deja sin habla es la que el hombre ha logrado producir… eso es maravilloso…

Desde que era chiquitica sentí el arte como refugio. Fui una niña ansiosa, miedosa, inconforme con el mundo, no me gustaban muchas cosas del mundo… y el arte, pero, básicamente, la literatura, fue como la manera en que yo resolví eso, me permitió sobrevivir con fundamento.

En la edad adulta hay dos cosa que conservo en mi vida desde niña: el arte y la curiosidad del saber, es decir ir a los libros a tratar de comprender. Estudiar me ha fascinado y de mi oficio de periodista me gusta mucho eso, es algo súper reciente, pues llevo como siete u ocho años, aprender, investigar, entender cosas… Como una alumna eterna».

  • Piedad Bonnett (Amalfi, Colombia, 1951) es licenciada en Filosofía y Literatura por la Universidad de los Andes. Tiene un máster en Teoría del Arte y la Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia. Ha publicado nueve libros de poemas y varias antologías de su obra, entre las que se destacan De círculo y ceniza (1989), El hilo de los días (1995), Todos los amantes son guerreros (1998), Lo demás es silencio. Antología poética (2003) y Los privilegios del olvido (2008), y el volumen Poesía reunida (Lumen, 2016). Además, es autora de seis obras de teatro, de las novelas Después de todo (2001), Para otros es el cielo (2004), Siempre fue invierno (2007) y El prestigio de la belleza (2010), y de Lo que no tiene nombre (2013), un relato íntimo y sobrecogedor en torno a la muerte de su hijo, todos estos publicados por Alfaguara. Poemas suyos han sido traducidos al italiano, al francés, al alemán, al sueco y al portugués, y su libro Lo que no tiene nombre ha sido traducido al francés, al holandés y al alemán.

Puedes ver AQUÍ el Autorretrato artístico de Rafael Argullol.

Puedes ver AQUÍ el Autorretrato artístico de Margo Glantz.

 

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