Gabriel García Márquez: los primeros pasos de la búsqueda de su voz en sus cuentos
Recordamos al Nobel de Literatura colombiano en el décimo aniversario de su muerte, 17 de abril de 2014. Repasamos sus primeros relatos donde puso las bases de su universo literario y ya se siente la presencia del rastro del tiempo en sus historias. Publicamos fragmentos que iluminan su genio
El tiempo y su rastro en todo lo visible es una constante en la literatura de Gabriel García Márquez (Aracataca, 1927 – Ciudad de México, 2014). Es un personaje más que custodia y condiciona los actos cotidianos y la perspectiva de vida de sus personajes. Es un tiempo vívido de lo corpóreo, emocional y psíquico. En sus primeros escritos, los cuentos, está de manera sutil o citado de manera natural y orgánica en el universo de la historia contada. En esas páginas el tiempo se hace presente en el arco de la vida a la muerte, o de la muerte a la vida, pero en él suspendido en la eternidad.
Con este tema reflejado en cinco cuentos de su primer volumen, Ojos de perro azul, recordamos el décimo aniversario de la muerte de Gabriel García Márquez, 17 de abril de 2014. Son relatos que no buscan ser espejo del país ni del continente ni del mundo. Son palabras que se abren paso por el placer de la escritura y la lectura a medida que construyen una historia.
Es la búsqueda de la voz, el tanteo del estilo, con los ecos de las palabas e historias de su abuela materna, Tranquilina Iguarán Cotes, con quien se crió junto al abuelo Nicolás Ricardo Márquez Mejía, en Aracataca. La manera en que García Márquez va encontrando los hechizos en la combinación de palabras. Temas terrenales, metafísicos y existenciales impregnados de sentimientos.
No hay que ver más allá de lo que es, ni buscar, necesariamente, interpretaciones políticas o sociales a todo. Como si el arte de contar por contar no fuera suficientemente válido en su búsqueda y hallazgos de belleza. Este arte tiene tanto valor como aquel que pretende otros asuntos, porque sus búsquedas narrativas lo trascienden al crear belleza y compartirla.
Los siguientes son cinco fragmentos de sendos cuentos de su primer libro, donde el tiempo, el espacio y las emociones se funden y anticipan lo que será el universo del García Márquez más conocido. Desde La tercera resignación (1947), el primero que publicó, hasta Isabel viendo llover en Macondo (1955), donde se aprecia el proceso de perfeccionamiento y consolidación de su voz:
Los cuentos que guardan el futuro
Por Gabriel García Márquez
La tercera resignación (1947)
Allí estaba otra vez, ese ruido. Aquel ruido frío, cortante, vertical, que ya tanto conocía pero que ahora se le presentaba agudo y doloroso, como si de un día a otro se hubiera desacostumbrado a él. (…)
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Eva está dentro de su gato (1947)
Estaba cansada de ser el centro de todas las atenciones, de vivir asediada por los ojos largos de los hombres. (…)
Pero era difícil resignarse a vivir olvidada para siempre. ¿Por qué tenía que sentir deseos de comerse un ratón? ¿Quién primaría en esa síntesis de mujer y gato? ¿Primaría el instinto animal, primitivo, del cuerpo, o la voluntad pura de mujer? La respuesta fue clara, cristalina. Nada había que temer. Se encarnaría en el gato y se comería su deseada naranja. Además sería un ser extraño, un gato con inteligencia de mujer bella. Volvería a ser el centro de todas las atenciones… Fue entonces, por primera vez, cuando comprendió que por sobre todas sus virtudes estaba imperando su vanidad de mujer metafísica.
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Diálogo del espejo (1949)
Creyó observar que una nube de desconcierto velaba el gesto apresurado de su imagen. ¿Sería posible que, debido a la gran rapidez con que se estaba rasurando —y el matemático se adueñó por entero de la situación—, la velocidad de la luz no alcance a cubrir la distancia para registrar todos los movimientos? ¿Podría él, en su premura, adelantarse a la imagen del espejo y terminar la tarea un movimiento antes de ella? ¿O sería posible —y el artista, tras una breve lucha, logró desalojar al matemático— que la imagen hubiera tomado vida propia y resuelto —por vivir en un tiempo descomplicado—, terminar con mayor lentitud que su sujeto externo?
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Alguien desordena estas rosas (1950)
Ella volvió muchos años después. Había transcurrido tanto tiempo, que el olor a almizcle del cuarto se había confundido con el olor del polvo y con el seco y minúsculo tufo de los insectos. Sólo yo habitaba esta casa. Sentado en el rincón, en espera de nadie, había aprendido a distinguir el rumor de la madera en descomposición, el aleteo del aire envejecido en las alcobas cerradas. Entonces fue cuando vino ella. Estaba parada en la puerta con una maleta en la mano, un sombrero verde y el mismo saquito de algodón que sigue usando desde entonces. Era todavía una muchacha y no había empezado a engordar ni los tobillos le abultaban bajo las medias, como ahora. Cuando abrió la puerta, yo estaba cubierto por el polvo, por la telaraña. El olvido empezaba a pesar en mis hombros, como una materia viva y amarga de sobrellevar. Un grillo cantaba en el rincón desde la mañana en que abandonaron la alcoba, veinte años antes. Pero a pesar de las transformaciones, de la telaraña y el polvo y la nueva edad de la recién llegada, yo reconocí en ella a la niña que en la tormentosa tarde de agosto me acompañó a coger nidos en el establo. Así como estaba, parada en la puerta y con la maleta en la mano y el sombrero verde, me parecía estar oyendo las mismas palabras que dijo hace cuarenta años, cuando me encontraron en el establo todavía aferrado al travesaño de la escalera rota. Cuando ella abrió la puerta, los goznes crujieron y el polvillo del techo se derrumbó a golpes (como si alguien se hubiera puesto a martillar en el caballete. Entonces el grillo dejó de cantar. Y sólo después de que cesaron los ruidos, ella se quedó parada un instante en el marco de claridad. Después introdujo medio cuerpo en la habitación y dijo con la voz de quien está llamando a una persona dormida: “¡Niño! ¡Niño!”. Y yo permanecí quieto en la silla, rígido, con los pies estirados.
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Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo (1955)
El invierno se precipitó un domingo a la salida de misa. La noche del sábado había sido sofocante. Pero aún en la mañana del domingo no se pensaba que pudiera llover. Después de misa, antes de que las mujeres tuviéramos tiempo de encontrar el broche de las sombrillas, sopló un viento espeso y oscuro que barrió en una amplia vuelta redonda el polvo y la dura yesca de mayo. Alguien dijo junto a mí: “Es viento de agua”. Y yo lo sabía desde antes. Desde cuando salimos al atrio y me sentí estremecida por la viscosa sensación en el vientre. Los hombres corrieron hacia las casas vecinas con una mano en el sombrero y un pañuelo en la otra, protegiéndose del viento y la polvareda. Entonces llovió. Y el cielo fue una sustancia gelatinosa y gris que aleteó a una cuarta de nuestras cabezas. (…)
No sé cuánto tiempo estuve hundida en aquel sonambulismo en que los sentidos perdieron su valor. Sólo sé que después de muchas horas incontables oí una voz en la pieza vecina. Una voz que decía: “Ahora puedes rodar la cama para ese lado”. Era una voz fatigada, pero no voz de enfermo, sino de convaleciente. Después oí el ruido de los ladrillos en el agua. Permanecí rígida antes de darme cuenta de que me encontraba en posición horizontal. Entonces sentí el vacío inmenso. Sentí el trepidante y violento silencio de la casa, la inmovilidad increíble que afectaba todas las cosas. Y súbitamente sentí el corazón convertido en una piedra helada”.
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UNIVERSO GARCÍA MÁRQUEZ
García Márquez: 15 momentos que lo llevaron a ganar el Nobel de Literatura.
Macondo en la tierra o las raíces reales de Cien años de soledad.
Vida, obra y visión de García Márquez para crear su aldea global.
García Márquez y los singulares sucesos de su nacimiento reflejados en su obra.
Atlas del amor, el deseo y las pasiones en la obra de García Márquez.
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