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La fotorreportera Gerda Taro en un detalle de la portada del libro ‘La chica de la leica’, retratada por Robert Capa, cortesía de Editorial Tusquets. /International Center of Photography /Magnum

Gerda Taro, luz sobre la vida y la pasión de una pionera del fotoperiodismo

Helena Janeczek crea en 'La chica de la leica' una novela reveladora sobre la gran fotógrafa alemana que contribuyó a crear la figura de Robert Capa. WMagazín publica pasajes para crear un mosaico del verdadero rostro de Gerda Taro

Presentación WMagazín Una de las fotógrafas más importantes del siglo XX, pionera del fotoperiodismo y convertida en leyenda es Gerda Taro. La mujer alemana que huyó del nazismo y murió a los 27 años en la batalla de Brunete, el 26 de julio de 1937, durante la guerra civil española para convertirla en la primera fotorreportera en morir en un campo de batalla. La misma persona que contribuyó, junto a su pareja, el también fotógrafo André Friedmann, seudónimo de Robert Capa, a la creación de la figura y marca de Robert Capa: «Compartían copyright y realizaban las fotografías bajo el mismo seudónimo. Tras la muerte de Gerda, muchas de las fotos fueron atribuidas injustamente a Robert».

Sobre todo esto escribe Helena Janeczek en La chica de la leica (Tusquets), premio Strega 2018 en Italia. Una novela que reconstruye la vida de Gerda Taro, sus periplos, peripecias y aventuras, pero, sobre todo, ilumina el espíritu, la energía, la pasión y las convicciones de una persona. Janeczek da luz propia a Gerda Taro, da el brillo que merece esta mujer más allá de la figura de Robert Capa y muestra su curiosidad y el descubrimiento de un arte que será su vida la manera como lo asume y se lo apropia. El lector asiste a una vida alegre y llena de esperanza, acompaña a la protagonista a los grandes momentos y escenarios, pero, especialmente, a los pequeños y vitales que insuflan su pasión:

«Gerda la temeraria, la impredecible, la astuta rubia que no renunciará a ningún bocado de felicidad que pudiera ser robado del presente».

WMagazín publica varios pasajes de esta novela reveladora creando un mosaico que reconstruye el rostro de Gerda Taro.

Mosaico literario de Gerda Taro. Por Helena Janeczek

La personalidad

«Sí, ‘oportunista’, eran muchos los que lo habían pensado, y no parecía exceso en retrospectiva. Pero los momentos de rabia pasaban, las desilusiones se atenuaban, y Gerda seguía estando allí. Estaba hecha así, era voluble y resuelta, un metro y medio de orgullo y ambición, sin tacones. Había que aceptarla tal como era: sincera hasta causar daño, afectuosa a su manera, a largo plazo». (…)

«Gerda nunca parecía preocupada. Cuando contaba en Leipzig sus viajes a Berlín, donde los enfrentamientos estaban a la orden del día, o cuando anunció en París que se marcharía sola a España, los otros —Capa incluido— se deshicieron en recomendaciones. ‘¡Tranquilos!’, soltaba entre risitas, benévola. Y si a alguien se le escapaba: ‘Gerda, esto no es un juego’, se enojaba terriblemente. Que dejaran de tratarla como a una niña, a ella precisamente, que sabía llevar los libros de contabilidad, calcular los tipos de cambio en un momento, que recordaba los precios del almacén hasta el último Pfennig o centime, que se las apañaba siempre.

—Ya os gustaría a vosotros tener la cabeza tan en su sitio como la mía —dijo. Y bien dura que tenía la cabeza.

Y con todo, nada podía hacerse al respecto: Gerda era y seguía siendo ligera, en todos los sentidos, incluso en los menos halagüeños. El engaño de la levedad nacía del encanto que emanaba, de la paradoja de una gracia inflexible, de la apariencia de que era un don, a veces un límite, y no el resultado de un esfuerzo de voluntad o de un constante trabajo interior». (…)

«Gerda, en cambio, sí que lo sabía, sabía hablar con el pastor alemán en polaco, y el perro era feliz de trotar tras ella o detenerse a sus órdenes. Gerda sabía dirigirse a casi todos los brigadistas en su propio idioma, con un par de frases conquistaba a batallones y generales, hechizaba a comisarios políticos y a censores. Gerda, tan amada por los corresponsales de prensa extranjeros y por los poetas y escritores: Rafael Alberti y señora la recibían siempre con gran afecto cada vez que se detenía en Madrid en la casa de Alianza».

Sobre el arte de la fotografía

«— He entendido cómo funciona el mercado.

— ¿Ah sí? — respondía Ruth distraída porque la pausa teatral así lo requería.

— No basta con ser puntual y todo eso. Hay que contar con los nombres adecuados, y si no, hay que crearlos. ¿O caso te crees que un jefe de redacción sabe distinguir la simple bondad de una imagen? En raras ocasiones. La fotografía está hecha de nada, es pura inflación, mercancía que expira en un día. Es cuestión de saber cómo venderla —concluía Gerda, y elevaba sus ojos triunfadores y traviesos hacia la calle». (…)

«En esas reacciones encontró Georg la confirmación de que Gerda, en el fondo, incluso estando en guerra, nunca dejó de ser ella misma. Le encantaba que la admiraran, menudo descubrimiento, pero no había fuego, humo y cielos en llamas que pudieran subírsele a la cabeza: esa cabeza bien firme sobre los hombros, especialmente en los momentos críticos. Ni siquiera las fotografías de los frentes de Segovia, Jarama y Guadalajara, de las que no contaba mucho sobre las circunstancias en las que se habían tomado (¿por qué habría de hacerlo? Ambos conocían el resultado de las batallas y lo que significaba estar ahí en medio), pero sí acerca de los periódicos que las habían publicado, ni siquiera esas fotos le habían despertado nunca la sospecha de que se hubiera vuelto imprudente».

Sobre Robert Capa y Gerda Taro

 

«Sin embargo, unos días después —así te lo imaginas—, esa miliciana llega a la playa donde se realiza el adiestramiento y se topa otra vez con los dos fotógrafos. Él con ese aire medio gitano, o, más bien, de persona sencilla; ella, casi una figurita salida de la revista que leía en las Ramblas, pero con una aparatosa cámara fotográfica colgando del cuello, que le llega a las caderas.

Ahora la mujer siente curiosidad: ¿Quiénes son esos dos? ¿De dónde han salido? ¿Tienen una aventura, una de las muchas que florecen en este clima de movilización y pleno verano y libertad, o son marido y mujer?». (…)

«Caminaban uno al lado del otro, avistaron a los dos milicianos tan parecidos a ellos, tan felices. Pero no era el gusto por un juego de espejos lo que los llevó a fotografiar el mismo asunto, sino el afán de que uno de los dos consiguiera una imagen que pudiera mandar a los periódicos. Era la promesa que cobra vida en los rostros y en los cuerpos transfigurados por aquella risa tan feliz, la utopía vivida en el transcurso de unos instantes lo que hacía a ese hombre y a esa mujer libres de todo. Libres, sí, y hermanados en los ideales y en los sentimientos, pero no iguales. Robert Capa, en efecto, captó el deseo de abandonarse sin recato el uno al otro; Gerda Taro, una alegría sin pudor que se lanza a conquistar el mundo». (…)

 

***

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Helena Janeczek
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