Han Kang, Nobel de Literatura 2024: ‘La vegetariana’ y claves y pasajes de sus novelas
El dolor, las violencias, las búsquedas del individuo por un lugar en el mundo y su relación y conexión con la naturaleza caracterizan la obra de la poeta y narradora surcoreana. Te invitamos a leer algunos extractos de sus novelas
“En su obra, Han Kang se enfrenta a traumas históricos y conjuntos invisibles de reglas y, en cada una de sus obras, expone la fragilidad de la vida humana. Tiene una conciencia única de las conexiones entre el cuerpo y el alma, los vivos y los muertos, y con su estilo poético y experimental se ha convertido en una innovadora en la prosa contemporánea”, señaló Anders Olsson, Presidente del Comité Nobel, sobre la escritora surcoreana distinguida con el Premio Nobel de Literatura 2024.
Las siguientes son algunas reseñas de su libros y pasajes de La vegetariana y El libro griego:
Su debut fue en 1993 con el poemario El invierno en Seúl. Dos después publicó su primer volumen de cuentos, El amor en Yeosu, ya van cuatro, y seis novelas.
En Tus manos frías(2002), su primera novela, «reproduce un manuscrito dejado por un escultor desaparecido que está obsesionado con hacer moldes de yeso de cuerpos femeninos. Hay una preocupación por la anatomía humana y el juego entre la persona y la experiencia, donde surge un conflicto en la obra del escultor entre lo que el cuerpo revela y lo que oculta. «La vida es una sábana que se arquea sobre un abismo, y vivimos sobre ella como acróbatas enmascarados», afirma de manera reveladora una frase hacia el final del libro».
El gran éxito en su país llegó en 2007 con La vegetariana y a nivel mundial cuando se tradujo al inglés en 2015 y obtuvo el Premio Booker Internacional: «Escrito en tres partes, el libro retrata las violentas consecuencias que se producen cuando su protagonista Yeong-hye se niega a someterse a las normas de ingesta de alimentos. Su decisión de no comer carne se enfrenta a diversas reacciones completamente diferentes».
La Academia destaca que un libro más basado en la trama es El viento sopla (2010), una novela compleja sobre la amistad y el arte, en la que el dolor y el anhelo de transformación están fuertemente presentes.
Lecciones de griego (2011) «es un retrato cautivador de una relación extraordinaria entre dos personas vulnerables. Una joven que, tras una serie de experiencias traumáticas, ha perdido el poder del habla y conecta con su maestro de griego antiguo, que también está perdiendo la vista. A partir de sus respectivos defectos, se desarrolla una frágil historia de amor. El libro es una hermosa meditación sobre la pérdida, la intimidad y las condiciones últimas del lenguaje».
En Actos humanos (2014), Han Kang «emplea esta vez como fundamento político un acontecimiento histórico que tuvo lugar en la ciudad de Gwangju, donde ella misma creció y donde cientos de estudiantes y civiles desarmados fueron asesinados durante una masacre llevada a cabo por el ejército surcoreano en 1980. Al tratar de dar voz a las víctimas de la historia, el libro enfrenta este episodio con una actualización brutal y, al hacerlo, se acerca al género de la literatura testimonial.
En El libro blanco (2016) «el estilo poético de Han Kang vuelve a dominar. El libro es una elegía dedicada a la persona que podría haber sido la hermana mayor del yo narrador, pero que falleció solo un par de horas después de nacer. En una secuencia de notas breves, todas relacionadas con objetos blancos, es a través de este color de dolor que la obra en su conjunto se construye asociativamente. Esto la convierte menos en una novela y más en una especie de «libro de oraciones secular».
No nos separamos (2021), el tratamiento del dolor lo vincula con El libro blanco. «La historia se desarrolla a la sombra de una masacre que tuvo lugar a fines de la década de 1940 en la isla de Jeju, en Corea del Sur, donde decenas de miles de personas, entre ellas niños y ancianos, fueron fusiladas bajo sospecha de ser colaboracionistas. El libro retrata el proceso de duelo compartido que emprenden la narradora y su amiga Inseon, quienes, mucho después del evento, llevan consigo el trauma asociado con el desastre que ha caído sobre sus familiares. El libro, que trata tanto de la forma más profunda de amistad como del dolor heredado, se mueve con gran originalidad entre las imágenes de pesadilla del sueño y la inclinación de la literatura de testigos a decir la verdad».
A continuación pasajes de las novelas La vegetariana y La clase de griego, de Han Kang:
PASAJES DE NOVELAS DE HAN KANG
La vegetariana
Traducción: Yoon Summe (Random House)
Antes de que mi mujer se hiciera vegetariana, nunca pensé que fuera una persona especial. Para ser franco, ni siquiera me atrajo cuando la vi por primera vez. No era ni muy alta ni muy baja, llevaba una melena ni larga ni corta, tenía la piel seca y amarillenta, sus ojos eran pequeños, los pómulos algo prominentes, y vestía ropas sin color como si tuviera miedo de verse demasiado personal. Calzada con unos zapatos negros muy sencillos, se acercó a la mesa en la que yo estaba sentado con pasos que no eran ni rápidos ni lentos, ni enérgicos ni débiles.
Si me casé con ella fue porque, así como no parecía tener ningún atractivo especial, tampoco parecía tener ningún defecto en particular. Su manera de ser, sobria y sin ninguna traza de frescura, ingenio o elegancia, me hacía sentir a mis anchas. No hacía falta que me mostrara culto para atraer su atención ni tenía que darme prisa para llegar a tiempo a nuestras citas. Tampoco había razón para que me sintiera menos cuando a solas me comparaba con los modelos que aparecían en los catálogos de moda masculina. Ni mi barriga, que había comenzado a abultar a partir de los veintitantos, ni mis delgados brazos y piernas, que no ganaban músculo a pesar de los esfuerzos que hacía —ni siquiera mi pequeño pene, que era la causa de un secreto complejo de inferioridad—, me preocupaban lo más mínimo cuando estaba con ella.
Nunca he pretendido más de lo que creo merecer. Cuando era pequeño me las di de bravucón en las calles poniéndome al frente de una banda de niños que eran menores que yo. Cuando me hice mayor, solicité ingresar en la universidad que me concedía la beca más jugosa y luego me di por satisfecho entrando en una pequeña compañía que, además de apreciar mi escasa capacidad, me entregaba todos los meses un sueldo modesto. Así pues, fue natural que eligiera casarme con ella, que tenía el aspecto de ser la mujer más corriente del mundo. De hecho, jamás he podido sentirme cómodo con las mujeres bonitas, inteligentes, sensuales o provenientes de familias adineradas.
Tal como lo había esperado, mi mujer se ajustó sin problemas al rol de esposa común y corriente que yo deseaba. Todas las mañanas se levantaba a las seis y me preparaba el desayuno: arroz, sopa y un trozo de pescado. También continuaba haciendo los trabajos temporales que desempeñaba de soltera, lo que constituía una aportación —si bien modesta— a la economía familiar. Era profesora asistente en una academia de computación gráfica, donde había estudiado un año, y en casa trabajaba por encargo transcribiendo los textos a los globos de diálogo de las historietas.
Era más bien callada. Rara vez me pedía algo y no se quejaba por muy tarde que yo volviera del trabajo. Tampoco me insistía en que saliéramos los domingos o festivos que estábamos juntos en casa. Mientras yo me pasaba toda la tarde haraganeando frente al televisor con el mando en la mano, ella solía quedarse en su habitación
***
La clase de griego
Traducción: Yoon Summe (Random House)
MUTISMO
Ella junta las manos cerca del pecho y, arrugando la frente, mira hacia la pizarra negra.
—Lea, por favor —dice el profesor, que lleva unos lentes gruesos de montura plateada, esbozando una ligera sonrisa.
Ella entreabre la boca, se moja el labio inferior con la punta de la lengua, retuerce las manos en silencio y con rapidez. Abre los labios y los cierra. Contiene la respiración y luego inhala una bocanada de aire.
Con aire paciente, el profesor retrocede un paso hacia la pizarra y repite:
—Lea.
Los párpados le tiemblan como los rápidos aleteos de un insecto. Cierra con fuerza los ojos y los abre, como si deseara ser transportada a otro sitio en ese breve instante.
Él se cala los lentes con los dedos manchados de tiza y la anima:
—Vamos, hable.
Ella lleva un suéter de cuello alto y pantalones negros. La chaqueta colgada en la silla también es negra, y lo mismo el bolso grande de tela y la bufanda de lana que guarda dentro. Sobre esas ropas propias de un velorio, se alza su cara enjuta, alargada y áspera como moldeada con arcilla.
No es joven ni especialmente atractiva. Su mirada denota inteligencia, pero no es muy perceptible por el temblor espasmódico en el párpado que la aqueja. Los hombros y la espalda están ligeramente encorvados, como si quisiera refugiarse en sus ropas negras para huir del mundo, y tiene las uñas cortadas muy al ras. En la muñeca de la mano izquierda lleva un coletero de terciopelo morado oscuro, la única nota de color en ella.
—Leamos todos juntos.
Como no puede seguir esperándola indefinidamente, el profesor pasea la mirada por el estudiante universitario de cara aniñada sentado en la misma fila que ella, por el hombre maduro tapado a medias por la columna, y por el joven corpulento y algo encorvado que está junto a la ventana.
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