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Mosaico con portadas de clásicos de la novela corta, tercera entrega del homenaje de WMagazín.

Homenaje a la novela corta: de Goethe a James, Kafka, Némirovsky, Bioy Casares, Cela, Ernaux… (3)

De 'Las penas del joven Werther' a 'La metamorfosis' y 'La familia de Pascual Duarte', seguimos nuestro homenaje a los libros breves como preámbulo al reportaje sobre la relevancia del formato en autores contemporáneos. WMagazín, con apoyo de Endesa, recuerda los comienzos de algunos de estos clásicos, ideales para la Semana Santa

«Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte. Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas»: La familia de Pascual Duarte (1942).

Con esta novela, a los 26 años, debutó Camilo José Cela, y entró por la puerta grande de la literatura en español. Una obra en la frontera de la novela corta que no alcanza las 190 páginas. La familia de Pascual Duarte inaugura el llamado tremendismo levantado sobre la novela social de los años 30. Solo que Cela muestra la vida sin máscaras ni filtros a través de un narrador con una voz potente entre la descripción más cruda sobre la violencia y sordidez de lo que ve y vive y ecos existencialistas.

La novela se publica en el comienzo de la posguerra civil española (1942) con todas las connotaciones que esto significa en un país arrasado física, emocional y psicológicamente por la guerra bajo la dictadura de Francisco Franco. En ese comienzo del túnel publica Cela su novela. Situada en la Comunidad de Extremadura, narra la vida de Pascual Duarte, su rosario de desdichas en un mundo que parece ensañarse con él y que, a su vez, él decide alimentar odios. Se aprecia cómo el entorno cincela el carácter y la vida de los individuos, pero siempre queda el libre albedrío por si alguien quiere salirse de su destino trágico. Es la viaje o la huida de una persona ante la hostilidad de la vida que lo lleva a andar entre sobras. Y esa oscuridad tan humana es la que muestra el Nobel español de manera excepcional.

La familia de Pascual Duarte forma parte de la tercera entrega del especial de Homenaje a la novela corta como preámbulo al reportaje sobre la gran relevancia que ha adquirido este formato en español. Escritores contemporáneos de América Latina y España exploran en estos predios. Buscan ese lugar luminoso entre el cuento y la novela que ha sido visitado por casi todos los más grandes escritores.

Es un formato acorde a estos tiempos de rapidez, de inmediatez, de eficacia, de ansiedad de tocar varias cosas, de anhelo de simultaneidad, de búsqueda de impacto en el menor tiempo posible sin olvidar la calidad literaria. Tiempo de intermitencias. (Puedes ver el reportaje sobre el esplendor de la novela corta en América Latina y España en este enlace: 7 de abril de 2022, en WMagazín).

Este Homenaje también es celebra algunos aniversarios de obras clave de autores como Katherine Mansfield (En la bahía, 100 años), Albert Camus (El extranjero, 80 años), Camilo José Cela (La familia de Pascual Duarte, 80 años), Ernest Hemingway (El viejo y el mar, 70 años) y Gabriel García Márquez de quien aún se conmemoran los 60 años de El coronel no tiene quien le escriba (1961) y los 40 de Crónica de una muerte anunciada (1981). Con estas obras empezamos el 4 de abril de 2022 esta serie que es preámbulo al reportaje sobre la vigencia y relevancia de este formato en la literatura actual en español.

Antes de analizar el panorama actual de la novela corta en español presentamos nuestra tercera entrega con clásicos en la que recordamos diez titulos imprescindibles con la reproducción de sus comienzos literarios de Goethe, Henry James, Franz Kafka, Irène Némirovsky, Adolfo Bioy Casares, Camilo José Cela, Ernesto Sábato, Kenzaburo Oé, Annie Ernaux y Jean Echenoz. Bienvenidos a estas joyas literarias:

Mosaico con portadas de clásicos de la novela corta, tercera entrega del homenaje de WMagazín.

Clásicos de la novela corta y sus comienzos inolvidables (3)

Las penas del joven Werther (1774), de Johann Wolfgang von Goethe: «Libro Primero.

4 de mayo de 1771

¡Cuánto me alegro de haber marchado! ¿Qué es, amigo mío, el corazón del hombre? ¡Dejarte, cuando tanto te amaba, cuando era tu inseparable, y hallarme bien! Sé que me perdonas. ¿No estaban preparadas por el destino esas otras amistades para atormentar mi corazón? ¡Pobre Leonor! Pero no fue mi culpa. ¿Podía pensar que mientras las graciosas travesuras de su hermana me divertían, se encendía en su pecho tan terrible pasión? Sin embargo, ¿soy inocente del todo? ¿No fomenté y entretuve sus sentimientos? ¿No me complacía en sus naturalísimos arranques que nos hacían reír a menudo por poco dignos de risa que fueran? ¿No he sido…?

¿Pero qué es el hombre para quejarse de sí?».

 

Otra vuelta de tuerca (1889), de Henry James: «La historia nos había tenido en suspenso, alrededor del fuego, pero aparte de la obvia reflexión de que era siniestra, como esencialmente debe serlo toda extraña historia contada una noche de Navidad en una vieja casa, no recuerdo que sobre ella se hiciera ningún comentario, hasta que alguien aventuró que era el único ejemplo, a su parecer, de un niño que hubiera soportado semejante prueba. Se trataba, lo digo al pasar, de una aparición en una casa tan vieja como aquella en la cual estábamos reunidos, aparición, de horrible especie, a un niñito que dormía en el aposento de su madre; aterrorizado, aquél despertó a su madre, y ésta, antes de haber disipado la inquietud del niño para conseguir que durmiera nuevamente, se encontró de pronto, ella también, frente al espectáculo que lo había trastornado».

 

La metamorfosis (1915), de Franz Kafka: «Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto. Se hallaba echado sobre el duro caparazón de su espalda, y, al alzar un poco la cabeza, vio la figura convexa de su vientre oscuro, surcado por curvadas callosidades, cuya prominencia apenas si podía aguantar la colcha, que estaba visiblemente a punto de escurrirse hasta el suelo. Innumerables patas, lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor ordinario de sus piernas, ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia.

–¿Qué me ha sucedido?».

 

El baile (1930), Irène Némirovsky: «Aquella noche, Antoinette, a quien la inglesa llevaba a acostarse por lo común al dar las nueve, se quedó en el salón con sus padres. Entraba en él tan pocas veces que examinó con atención los artesonados blancos y los muebles dorados, como cuando visitaba una casa desconocida. Su madre le mostró un pequeño velador donde había tinta, plumas y un paquete de cartas y sobres».

 

La invención de Morel (1940) Adolfo Bioy Casares: «Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro. El verano se adelantó. Puse la cama cerca de la pileta de natación y estuve bañándome, hasta muy tarde. Era imposible dormir. Dos o tres minutos afuera bastaban para convertir en sudor el agua que debía protegerme de la espantosa calma. A la madrugada me despertó un fonógrafo. No pude volver al museo, a buscar las cosas. Huí por las barrancas. Estoy en los bajos del sur, entre plantas acuáticas, indignado por los mosquitos, con el mar o sucios arroyos hasta la cintura, viendo que anticipé absurdamente mi huida. Creo que esa gente no vino a buscarme; tal vez no me hayan visto. Pero sigo mi destino».

 

El túnel (1948), de Ernesto Sábato: «Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona. Aunque ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la gente, ni por qué. En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana. La frase «todo tiempo pasado fue mejor» no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que —felizmente— la gente las echa en el olvido. Desde luego, semejante frase no tiene validez universal; yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los hechos malos».

 

La presa (1957), de Kenzaburo Oé: «Mi hermano pequeño y yo estábamos hurgando con unos palos en la tierra blanda, que apestaba a grasa y a ceniza, del crematorio improvisado y de lo más sencillo: un mero foso casi a ras del suelo en un calvero abierto en medio de una espesa vegetación de arbustos. La bruma del crepúsculo, fría como las aguas subterráneas que manan en los bosques, ya llenaba el fondo del valle; pero sobre la pequeña aldea donde vivíamos, agrupada alrededor de la carretera sin asfaltar, en la falda de la colina, descendía suavemente una luz color vino púrpura. Me incorporé, al tiempo que un débil bostezo llenaba mi boca. Mi hermano también se incorporó, bostezó y me sonrió».

 

Pura pasión (1992), de Annie Ernaux: «Este verano he visto por primera vez una película clasificada X en la televisión, por el Canal +. Mi televisor no tiene descodificador, las imágenes en la pantalla eran borrosas y, en vez de diálogos, se oía una banda sonora extraña, chisporroteos, chapoteos, una especie de lenguaje diferente, suave e ininterrumpido. Se distinguía una silueta de mujer en corsé y medias, y a un hombre. La historia era incomprensible y no se podía anticipar nada, ni los gestos ni los actos».

 

14 (2012), de Jean Echenoz: “Como el tiempo se prestaba a ello de maravilla y era sábado, día en que su cargo le permitía holgar, Anthime salió a dar una vuelta en bici después de comer. Sus proyectos: aprovechar el espléndido sol de agosto, hacer un poco de ejercicio, respirar el aire del campo y seguramente leer tumbado en la hierba, pues llevaba amarrado a la máquina con un pulpo un libro demasiado gordo para el portabultos de alambre. Una vez salió de la ciudad a rueda libre, y tras pedalear sin esfuerzo durante una decena de kilómetros de llano, tuvo que subir en bailón al presentarse una colina, balanceándose de izquierda a derecha y comenzando a sudar. No es que fuera una colina muy escarpada, ya se sabe la altura que alcanzan esas lomas en la Vendée, apenas un altozano leve pero lo bastante prominente para que pudiera uno disfrutar de la vista”.

Próxima entrega con otros pasajes de grandes novelas cortas de la historia

Especial, Homenaje a la novela corta:

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Winston Manrique Sabogal

2 comentarios

  1. Dos novelas cortas poco conocidas, pero que son maravillosas, y que recomiendo son: «El espectro de Aleksandr Wolf», del escritor ruso Gaito Gazdánov y «Prontos, listos, ya», de la autora uruguaya Inés Bortagaray. Y quizá otra que debería aparecer en la lista, junto con las dos anteriores, es «Estrella distante», de Roberto Bolaño, la que considero su mejor novela.

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