Banville: «La verdad solo existe entre líneas. Esa es la verdad de los artistas, solo puedes dar una pequeña sombra» (1)
El gran escritor irlandés repasa su trayectoria literaria desde su hallazgo de la belleza hasta la manera de convivir con los diferentes personajes que habitan en él. Se edita su primera novela, inédita en español, y se reúne en un volumen su Trilogía Cleave
La primera vez que John Banville descubrió la belleza era un niño pequeño. Vivía a las afueras de un pueblo irlandés, rodeado de naturaleza, cuando…
“Un día paseaba a mi perro por un campo en el que había tres árboles y en uno de ellos un cuco, un pajarito. Alcé la vista, lo miré… y él me miró… Voló luego al siguiente árbol, y yo lo seguí al siguiente árbol… Nos miramos… Fue un momento un poco extraño de comunicación con el mundo de la naturaleza”, y en la cara de Banville asoma aquel niño maravillado que insinúa una sonrisa al recordar el milagro.
Otros prodigios esperaban a aquel niño a través de la lectura y con 11 o 12 años el hallazgo de la escritura alentado por Joyce, ¡Dublineses!… pero fue a los 17 o 18 cuando decidió ir en busca de ellas, belleza y escritura, por su cuenta, y ya no pudo salir.
Una década después, con 28 años, en 1973, Banville dio a conocer su exploración: Regreso a Birchwood. Una novela inédita en España publicada ahora por Alfaguara cuyo universo banvilliano se abre así:
“Existo, luego pienso. Eso parece innegable. En esta casa desmadrada dedico las noches a devanar mis recuerdos, los toqueteo cual impotente casanova con sus antiguas cartas de amor, olisqueando el polvoriento aroma de las violetas. Algunos de estos recuerdos están en un idioma que no comprendo, aquellos que podrían figurar bajo el encabezamiento de ‘el comienzo de la vieja vida”…
Cierra los ojos. Hace tanto tiempo de aquello. Hoy es un día para hablar de las primeras veces literarias y artísticas de John Banville (Wexford, Irlanda, 1945). A estas alturas son varios los Banville públicos: el joven que quiso ser pintor, el periodista que fue y que aún hoy escribe en medios como The New York Review of Books, el exquisito narrador-poeta, el escritor de novela policiaca que firma como Benjamin Black, el Black que revivió a Philip Marlowe, el detective de Raymond Chandler, y el discreto John Banville donde habitan todos. Ese que un día, quizá, deba hacer la maleta para ir a Estocolmo a estrechar las manos de los reyes suecos a cambio del Nobel de Literatura.
Sentado en un sillón frente a un gran ventanal donde la Gran Vía madrileña es un cuadro vivo, en el Hotel de las Letras, John Banville desteje los hilos de su arte para mostrar de qué están hechas obras como El mar, Los infinitos (su favorita), El libro de las pruebas, La guitarra azul o la Trilogía Cleave: Eclipse. Impostura y Antigua luz reunida ahora en un solo volumen. Y, claro, las creaciones de Black como El lémur o, el último, Las sombras de Quirke.
Winston Manrique Sabogal. Me gustaría empezar por preguntarle cómo están hoy John Banville, el escritor, Benjamin Black, su seudónimo, y Banville la persona que está aquí.
John Banville. La respuesta es que ninguno de los dos está aquí. Cuando me levanto de mi mesa donde escribo dejan de existir. Los saludo cuando vuelvo a escribir. La persona que camina por la calle e intenta ser amable con sus hijos no es realmente la persona que escribe los libros. Es como la diferencia entre estar dormido y estar despierto y estar soñando. La persona que sueña no es la misma persona que luego se despierta… Pero John Banville está bien y Black está haciendo entrevistas.
Parpadea lento mientras deja escapar una risa amable… Tiene el pelo blanco, salvo en las patillas aún oscuras, y parece mentira que de su boca que apenas se mueve salga una voz grave y medida.
W. Manrique. Al tener dos o tres personajes tan diferentes, y vivir sus mundos, me pregunto si alguna vez se le pasó por la cabeza ser actor.
J. Banville. Como todo el mundo, yo paso mi vida como actor, siendo un actor. A Philip Larkin, uno de los poetas ingleses, le preguntaron por qué no leía en alto en público y dijo que no podía hablar… No voy a pretender que soy yo mismo (y Banville ríe mientras sube un poco el mentón en una especie de «Aquí estoy»)…
Todos somos múltiples personalidades. El ejemplo que siempre cito es: Un hombre que está en la cama con su amante y se levanta y sale a la calle y se encuentra con su peor enemigo ¿es la misma persona que cuando era un niño?… Es algo muy misterioso, y más misterioso a medida que uno se hace mayor… envejece.
W. Manrique. Usted empezó como periodista y trabajó en ello 25 años, ¿no cree que en su Black está más el periodista Banville y en John Banville está el pintor que quiso ser y el lector Banville?
J. Banville. Es una buena forma de expresarlo… Acabas de responder tu propia pregunta (risas). Es verdad. Benjamin Black es un artesano y cuando yo trabajaba en periodismo eso también era un artesano. En cambio, cuando escribo en casa durante el día intento ser un poeta, un artista, en prosa es completamente diferente; pero el artesano es quien hace estos libros de Benjamin Black.
W. Manrique. Los libros de Black son más descriptivos, más precisos, quizás, y los de John Banville dan más juego a la imaginación del lector, son más sugerentes.
J. Banville. ¡Pues sí! Los escribo de forma completamente diferente. Los de Benjamin Black los escribo directamente en la pantalla del ordenador. Los de Banville los escribo con pluma en un papel porque la pantalla es muy rápida para Banville… Tengo que ver cómo se forma, se van conformando las frases en la página a mano… Luego paso todo ya acabado al ordenador. En cambio para Black la velocidad y la espontaneidad son todo.
Los libros de Banville son como trabajos poéticos, un intento poético para intentar captar el concepto de lo que significa hacer, estar consciente de este estado nebuloso en el que vivimos. Black, sin embargo, nos cuenta una historia.
W. Manrique. El ritmo y el tempo, por ejemplo, son diferentes en cada uno.
J. Banville. Una mañana puedo sentarme y empezar a escribir como Black, pero con Banville… Ummm… Miro la pared, me voy y hago otro café, y me digo: “No sé cómo hacer esto, no sé, no sé por dónde empezar»… Hasta que escribo una palabra y, de repente, me veo escribiendo. Me lleva mucho tiempo. Luego me tengo que sentar conmigo mismo en una concentración plena, muy profunda. Como digo, Benjamin Black es espontaneidad pero cuando escribe Banville el tiempo se convierte en algo muy extraño, pierdo la noción del tiempo con Banville. El tiempo es un medio elástico.
W. Manrique. Eso se transmite en los libros, el tiempo de Banville es más contemplativo y poético en contraste con el de Black que es acción con la vida aquí y ahora.
J. Banville. Sí. Un amigo escritor irlandés solía decir que hay verso y hay prosa, y luego hay poesía. La poesía puede tener lugar en ambos. Los libros de Banville son como trabajos poéticos, un intento poético para intentar captar el concepto de lo que significa hacer, estar consciente de este estado nebuloso en el que vivimos. Black, sin embargo, nos cuenta una historia, escribe sobre dos personajes, intenta que sean creíbles, hay mucho diálogo, la gente habla, habla… En Banville muy pocas veces hay diálogo… La gente nunca habla entre sí. Banville intenta captar la noción de lo que significa estar vivo y Black cuenta historias.
W. Manrique. Sin embargo, en su último Black, Las sombras de Quirke, más que en otros Black, parecen más presentes algunos temas de John Banville.
J. Banville. ¿Crees que están convergiendo ambos?
Y sonríe a la vez que sus ojos se abren para dejar claro que su color es verde aguamarina, al menos ahora.
W. Manrique. No, no. Me refiero a las temáticas generales. Por ejemplo, el amor y su arco de sentimientos y reflexiones tienen una presencia más clara en Las sombras de Quirke.
J. Banville. Intento escribir los libros de Banville a la velocidad y ritmo de la vida. En cambio Black, como comenté, cuenta historias, las historias tienen lugar a su propia velocidad. Son dos formas completamente diferentes de escribir, casos artísticos diferentes. Banville se arriesga al fracaso de manera constante, porque sabe que va a fracasar, está buscando la perfección y no podemos conseguir la perfección, pero lo intenta. Yo me digo a mí mismo que todos los trabajos son una obra de fracaso. William Faulkner dijo que sus obras no se acercaban en absoluto a como las concebía al principio. Y eso es lo que ocurre con todos nosotros. Hay un tema extraño, cuando uno empieza un libro lo hace con una sensación de euforia porque cree que va a ser una obra de arte, ¡la obra del siglo! Como de Shakespeare, de Cervantes. Pero la parte racional de tu mente sabe que va a ser ¡otro libro más y punto!… Luego lo odias.
Tenemos dos cerebros que están trabajando al mismo tiempo. Si uno empezara un libro permitiendo que la parte racional intercediera y fuera la más fuerte no lo harías, no podrías. Necesitas de la parte de la euforia para continuar y creer que se acerca a tu idea. Hasta que te preguntas: ¿por qué rayos empecé a escribir esto? Pero no lo puedes abandonar, tienes que completarlo. Uno podría trabajar en una obra indefinidamente. Hay que saber cuándo abandonar la obra.
La verdad solo existe entre líneas, en los márgenes, solamente puede ser indicada… Esa es la verdad en los artistas, no la puedes explicar, no la puedes definir del todo, solo puedes darle una pequeña sombra y visualizar esa sombra.
W. Manrique. Lo que ha descrito es como El mito de la caverna de Platón, lo que vemos son solo las sombras del mundo ideal y queremos alcanzar ese ideal, pero lo que hacemos es solo un reflejo.
J. Banville. ¡Sí! Seguimos intentando encontrar la forma perfecta. Sabemos que no la vamos a conseguir y el placer de leer una novela que se ha completado es el dictamen que nos acompaña mientras leemos. Los escritores queremos escribir un libro que no cuente nada, que sea sobre sí mismo, solo lenguaje, pero no es posible… La vida es lo que es material, es la materia, el lenguaje es el medio. Pero todos queremos llegar a un punto en el que somos como músicos, de tal manera que la forma es el contenido y el contenido es la forma, pero nunca podremos llegar a ese punto. La vida es desordenada…, accidental, trivial. También hay momentos de éxtasis, de trascendencia…
Esto es a lo que los autores se exponen. Hay otra dificultad: nos estamos engañando a nosotros mismos, vivimos como si nunca fuéramos a morir; escogemos una persona entre todas las que existen en el mundo para enamorarnos de ella, para convertirla en un rey o reina, en un dios o diosa, sabiendo que simplemente es un ser humano. Somos unos fantasiosos. La verdad solo existe entre líneas, en los márgenes, solamente puede ser indicada, señalada, es como esas estrellas que no puedes ver el planeta, pero sabes que está ahí porque los otros planetas reaccionan a su gravedad. Esa es la verdad en los artistas, no la puedes explicar, no la puedes definir del todo, solo puedes darle una pequeña sombra y visualizar esa sombra.
La arruga en el entrecejo de Banville se acentúa con estas palabras que ahondan en la idea de la incapacidad de alcanzar la perfección, ese es el reto del artista. Lo dice con un deje de felicidad, apenas hace gestos, esa es su búsqueda y por ella siguen sus palabras.
- Puedes leer la segunda parte de la entrevisa en este enlace: Banville:
“La misión del artista es hacer que el mundo se ruborice con la belleza”
- Regreso a Birchwood. John Banville. Traducción de Damià Alou (Alfaguara).“Regreso a Birchwood representa un punto de inflexión en la literatura irlandesa contemporánea: es una novela en la que la historia se convierte en una divertida comedia negra repleta de alborotos rurales y de personajes góticos, y un sentido de desconcierto hacia la naturaleza del universo llena sus páginas”, dijo Colm Tóibín, otro gran autor irlandés. Regreso a Birchwood cuenta la vuelta de Gabriel Godkin a casa, bajo ese pretexto la novela reflexiona sobre los recuerdos, la distorsión de los mismos y la vida, el amor y la pérdida; de los recuerdos como reflejos de la luz bajo el agua en movimiento.
- Puedes leer el comienzo de la novela en este enlace.
- Trilogía Cleave: Eclipse. Impostura y Antigua luz. John Banville. (Debolsillo).
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