Jonathan Franzen: «Trabajar en guiones de televisión me sirvió para escribir ‘Encrucijadas»
Uno de los escritores contemporáneos más relevantes da detalles de la evolución de su literatura en busca de una mayor conexión con el lector y elevar la calidad literaria. "Intento depurar el lenguaje y desaparecer del texto, que el lector se olvide de mí", dice en esta entrevista
No hay nubes. El sol de las dos de la tarde destella sobre la Bahía de las Ánimas de Cartagena de Indias que baila en diminutos puntos multicolores sobre las gafas de Jonathan Franzen. La luz del trópico irrumpe por los ventanales del Centro de Convenciones con tal deslumbramiento que el escritor estadounidense se sienta de espalda al paisaje. El pelo desordenado y las cejas ya blancas con 62 años no le quitan cierto aire juvenil. Una camisa a cuadros en tonos azules y un pantalón gris le otorgan jovialidad este día de finales de enero de 2022 en el que habla de Encrucijadas (Salamandra), su reciente y gran novela.
Desde otoño que salió el libro, todos han dicho: ¡Jonathan Franzen ha vuelto! Tras la exitosa y referencial Las correcciones, de 2001, cada novela suya se espera con expectación y se convierte en un acontecimiento literario y cultural, incluso sociológico y político. Se espera que en cada nuevo título no solo dé un paso más, sino un salto que expanda el territorio de la novela como artefacto ideal para conocer mejor los mecanismos del individuo y la sociedad y crear un mapa vívido de la realidad. El gran teatro de la vida. Y ese salto lo ha dado cada diez años:
Con Las correcciones, de 2001, dio el primero y se puso en el mapa de la gran literatura contemporánea y cerró las bocas de los falsos profetas que cantaban el fin de la novela. Reivindicó la narración clásica en un ambiente apacible, en apariencia, y con temas que cimbrearon la sociedad de su país desde el ámbito de la familia.
Con Libertad, de 2010, dio un paso más y logró algunos elogios.
Con Pureza, de 2015, apenas se movió y generó algo de alarma sobre su capacidad creativa.
Con Encrucijadas, de 2021, dio un salto que mira al futuro narrativo, y todos coincidieron en elogiarlo.
Muchos autores miran con lupa cómo funciona la maquinaria de esta relojería literaria. El escritor y ensayista ha dicho, en alguna ocasión, que si para él antes era importante la crítica literaria, ahora siente que ya no tiene «nada que demostrar».
Un adelanto sobre claves de su nuevo éxito, que Franzen (Western Springs, Illinois, 1959) explicará en unos minutos en esta entrevista, son dos combinaciones impensables: su experiencia al trabajar con guiones para televisión que adaptó a su estilo narrativo para potenciar personajes y tiempos; y la depuración a que sometió el lenguaje donde priman las acciones más que las descripciones que buscan la conexión emocional con el lector más que la intelectual.
Una alianza de orfebrería fina con la cual Jonathan Franzen enriquece el arte de la novela para ser disfrutada en una lectura más acorde a las sensibilidades de estos tiempos. Y con una temática novedosa en su obra: el duelo entre religión-fe y razón-intelecto.
Encrucijadas es la primera parte de una trilogía sobre el último medio siglo de su país a partir de una familia estadounidense, el escenario sobre el cual pivotan sus obras. Los tres libros llevan por subtítulo La llave de todas las mitologías, en alusión a Middlemarch, de George Eliot. En esta entrega, Franzen se muestra como el maestro de las tres Moiras que trenzan los hilos del destino de varios miembros de la familia Hildebrandt en Chicago el 23 de diciembre de 1971, víspera de Nochebuena, antevíspera de Navidad, clave para la Iglesia Católica. Ese día, cinco miembros de la familia, presidida por el padre, pastor menonita, una iglesia liberal, se enfrentarán a su pasado, su presente y su futuro de manera individual, pero atados los hilos de los unos y los otros. En apariencia es un día corriente en una familia corriente, pero en lo subterráneo sus vidas se mueven como placas tectónicas.
Los detalles de esta nueva vía literaria los da Jonathan Franzen de espalda al cuadro vivo de la pequeña bahía y la cúpula colonial de la iglesia de San Pedro Claver. Sus palabras pausadas se abren paso en medio del rumor de múltiples voces de uno de los salones del Centro de Convenciones donde el Hay Festival ha organizado su edición de este año con él como uno de sus invitados estrella. El escritor apoya los codos sobre la mesa de madera, mientras con la mano izquierda sostiene un bolígrafo azul cerúleo.
Winston Manrique Sabogal. Antes de escribir Encrucijadas, usted trabajó unos meses en la creación de unos guiones para televisión cuya serie al final no se hizo, una experiencia narrativa para otro medio, otro soporte, muy de estos tiempos, ¿le ayudó esa experiencia a la hora de afrontar la escritura de Encrucijadas?
Jonathan Franzen. La respuesta es sí. Trabajar en once guiones de una hora para televisión me sirvió. Hace tiempo, cuando era joven, quise trabajar en la escritura de un guion, pero, al final, me decanté por la escritura de novelas.
El director del proyecto de televisión que mencionas me enseñó muy bien la técnica y a escribir muy bien los guiones. Uno de los elementos que más me ayudó y me aportó es entender muy bien el papel de cada uno de los personajes en cada escena. Esa técnica, por decirlo de alguna manera, la pude trasladar muy bien a Encrucijadas que escribí en 27 meses.
Winston Manrique Sabogal. Usted es uno de los escritores que busca nuevas formas de mantener vivo el arte de contar a través de escritura-lectura en este mundo dual, analógico y digital, con tantas ofertas de ocio, muchos impactos exteriores y diversos ecos narrativos. En Encrucijadas, sin que haya perdido su estilo, ha optado por una gran claridad, una limpieza narrativa, un despojamiento de su propio lenguaje para ir al grano sin dejar de ser literario. Los personajes son muy nítidos, al igual que su entorno y escenas, ¿hay una búsqueda del perfeccionamiento de su estilo para incorporar una nueva narrativa teniendo en cuenta los nuevos hábitos y sensibilidades de los lectores?
Jonathan Franzen. Evidentemente es así. Es la búsqueda en la que estoy en este momento. Quise escribir frases muy limpias, depuradas, muy concisas, muy completas. Intento que el lector ni siquiera se dé cuenta de la frase en sí y se olvide, por completo, del escritor para que se concentre en la historia que tiene delante. Depurar el lenguaje para desaparecer del texto, que el lector se olvide de mí a la hora de leer.
Sé que esta historia de Encrucijadas no corresponde al mundo actual. Más bien es una respuesta al estímulo constante que nos rodea, pero no es el espejo del mundo que habitamos hoy.
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En sus orígenes, la búsqueda de Jonathan Franzen era otra, en otra forma de revolución literaria. El camino que lo ha traído hasta aquí lo empezó con Las correcciones. Es una novela nacida de la rabia y la frustración para demostrar que era un buen escritor tras más de una década sin que le prestaran mucha atención a libros como Ciudad veintisiete (1988) y Movimiento fuerte (1992). En aquellas obras trataba de explorar, con su amigo David Foster Wallace, formas narrativas más rupturistas y posmodernistas, hasta que se dio cuenta que NO era por ahí. Descubrió que la vía de renovar la literatura y seducir a los lectores era a partir de la narración clásica, de saber contar una historia clara y profunda, a la vez, con el menor efectismo posible de lenguaje y estructura donde las cosas suceden tanto en la superficie como en lo subterráneo, como en la vida misma. Una estrategia de una corriente de cuentistas del siglo XX en sus manos enriquecida con la creación de personajes que establecen el hilo o conexión invisible entre la ficción y el lector.
Jonathan Franzen asumió, a su manera, las palabras de Henry James de soplar incesante la llama que da vida a sus criaturas ahora para entrar en el mundo dual, analógico y digital. Las correcciones lo encumbraron y lo postularon a ser uno de los grandes aspirantes a ser el autor de la llamada Gran novela americana. Le han seguido las tres novelas citadas y cinco ensayos sobre teoría literaria, aunque el último es de índole medioambiental, El fin del fin de la Tierra (2019).
W. Manrique Sabogal. Como usted ha dicho, Encrucijadas no refleja el mundo actual, pero la forma de narrar sí parece que corresponde más a las nuevas generaciones sin descuidar a las de siempre. Busca el mayor efecto con lo mínimo y mantener la atención del lector sobre historia-personaje-escenario, un aporte suyo muy importante.
Jonathan Franzen. Ojalá… (y se ríe con naturalidad). A mí me molestan, un poco, esas narraciones con sobredescripciones, descripciones muy detalladas, que se encuentran, sobre todo, en el siglo XIX donde se gastan un montón de frases para hablar de la cara, del cabello. Yo evito ese exceso de descripción. Aunque estemos en un mundo muy visual esas imágenes no las necesitamos en la novela. En lo que deberíamos estar, realmente, enfocados es en lo que sucede a los personajes, sus relaciones, los otros que lo rodean. Todo eso influye más en la propia novela y capta la atención del lector que las descripciones en sí.
W. Manrique Sabogal. En esta línea del futuro de las narrativas, Olga Tokarczuk, la Nobel polaca, dijo, en su discurso del Nobel, lo siguiente: “Carecemos de nuevas formas para contar la historia del mundo”. Explicó que la narración siempre va a existir, los escritores siempre han buscado nuevas formas de contar, pero que, quizás, por lo mismo que hemos hablado de nuevos tiempos y hábitos, se pregunta Tokarczuk si acaso a la primera, segunda y tercera persona se necesita crear una cuarta persona narrativa, ¿qué opina usted?
Jonathan Franzen. Probablemente sí se necesita esa cuarta persona. Pero yo no voy a ser ese escritor que dé con esa cuarta persona. Soy un autor muy viejo para descubrir y ser esa persona.
El mundo que presenta la tecnología en todas las esferas económicas, políticas y sociales no necesariamente ha traído un mundo mejor. No están pasando las mejores cosas ahí. Probablemente el milagro, o lo más maravilloso que nos ha sucedido es poder traducir a lo escrito lo que sentimos y pensamos en un papel, en un libro, y que luego alguien pueda retomarlo al abrir unas páginas de un libro… ¡Eso es magia, y sucede en las páginas! Es inigualable. Siempre viviré y moriré ahí, en ese momento. Esa magia es muchísimo más grande que la que se produce en el mundo digital. Yo me quedo con la magia del libro tradicional.
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Jonathan Franzen se levanta de la silla para atender a uno de los organizadores del Hay Festival. Es de modales amables y pausados, parece una persona serena, a pesar de las polémicas que, a veces, lo rodean. Se aparta unos pasos, es como si estuviera encapsulado en un tempo con una o dos milésimas de segundos menos que el mundo real… Vuelve a sentarse, se disculpa y pide continuar con la entrevista. Extiende sus manos sobre la mesa, podrían ser manos de pianista.
W. Manrique Sabogal. Hay dos temas que me interesan de la novela: la religión, la fe y la creencia y la razón y el intelecto. Dos conceptos que parecen en pugna, en duelo, justamente lo que vive este mundo contemporáneo en el que algunas personas abandonan la razón y la ciencia, casi desdeñadas, frente a las creencias.
Jonathan Franzen. Justamente tocas el tema que motivó Encrucijadas. Es impactante este abandono de la razón en que vivimos, esta falta de… conexión con la razón a cambio de la creencia; esa fe ciega en lo que, simplemente, no podemos probar. La última prueba de que esto es así es que estamos en una situación evidente del cambio climático y no estamos haciendo nada para que cambie la situación.
Ver cómo falló la razón me hace reconocer que todos vivimos una vida un poco trazada por nuestras propias mitologías e ideales. Es algo en lo que, justamente, estoy trabajando ahora.
W. Manrique Sabogal. Su primer libro publicado es de 1985, Ciudad veintisiete: ¿Qué conserva de aquel Jonathan Franzen, pisando los 30 años que quería cambiar la literatura, qué gestos, qué actos mantiene a la hora de escribir y cuáles ha eliminado?
Jonathan Franzen. Siempre quise escribir, ser escritor. Lo que ya he probado y la prueba máxima de que podía hacerlo fue Las correcciones. Quería ser excelente, sobresalir en el lenguaje. Pero no ese lenguaje un poco rimbombante que no me interesa. El tema de Las correcciones empezó con un libro anterior que era una sátira y continuó en esa novela, pero ya no tengo esa rabia que me motivó a escribir de esa manera satírica…
Siempre quise escribir con humor. No me imagino escribiendo un libro que no tenga, de alguna manera, sentido del humor, o que no sea divertido. De lo que sí me separé, por completo, fue de la idea de tener que describir. Me enfoco en los personajes, lo que les pasa. Los personajes primero, el contexto social atrás.
W. Manrique Sabogal. Varios autores ya reconocidos, con varias décadas de escritura, que he entrevistado, hablan de esa búsqueda de la limpieza, de la pureza del lenguaje, pero lo hacen ya con los años. Al principio se dejan obnubilar por el lenguaje, por las palabras y las expresiones más floridas o con más recursos hasta que creen que la excelencia, quizá, está en la depuración del lenguaje. ¿Cómo tardan en llegar a ese punto?
Jonathan Franzen. Hay demasiadas formas de literatura. En Estados Unidos se volvió popular esa manera de escribir más efectista y fue un error. Recuerdo que Alice Monroe, al comienzo de su carrera, era rimbombante y llena de metáforas…
Después pasó un periodo, en los años ochenta, donde depuró y se concentró, realmente, en la historia. Es que, verdaderamente, es ahí donde está la clave. Los escritores somos contadores de historias y en el trayecto, a medida que avanzamos en la carrera, pierdes muchísimo material, lo has usado todo, y, de pronto, estás, simplemente, de cara a la historia y, además, has ganado mucha habilidad. Es ahí, realmente, cuando tienes la habilidad para pararte en frente de la historia y escribir lo que realmente es, lo que realmente queda. Quizás eso es lo que explica esa trayectoria y esa manera de depurar.
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Tres décadas después de haber iniciado la exploración para tratar de cambiar el arte de escribir literatura, veinte de descubrir que la clave está en las narraciones clásicas enriquecidas con otros elementos, Jonathan Frazen ahora ha abierto una puerta en la que intenta reafirmar la creación de una historia contada a través de unos personajes con los que el lector sienta una conexión. Unos hilos que se establecen desde los primeros compases de Encrucijadas:
“El cielo de New Prospect, atravesado por robles y olmos desnudos, estaba lleno de promesas húmedas —un par de sistemas frontales sombríamente confabulados para traer una Navidad blanca— mientras Russ Hildebrandt hacía la ronda matinal en su Plymouth Fury familiar por los hogares de los feligreses seniles o postrados en cama. La señora Frances Cottrell, miembro de la congregación, se había ofrecido a ayudarlo esa tarde a llevar juguetes y conservas a la Comunidad de Dios, y aunque Russ sabía que sólo como pastor tenía derecho a alegrarse por el acto de libre albedrío de la mujer, no podría haber pedido un mejor regalo de Navidad que cuatro horas a solas con ella”.
La entrevista termina cuando Jonathan Franzen es reclamado para una sesión de fotos. Se levanta en un tempo medio segundo más lento del real. Se gira hacia el ventanal, la luz deslumbrante de Cartagena de Indias sigue ahí, apenas dejan ver sus ojos azules tras las gafas. Sonríe, posa como un aprendiz, no sabe qué hacer con sus manos de pianista.
- Encrucijadas. Jonathan Franzen. Traducción de Eugenia Vázquez Nacarino (Salamandra).
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