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El escritor argentino Juan Forn (Buenos Aires, 1959 – Mar de las Pampas, 2021). /Foto de Alejandra López – cortesía editorial Seix Barral

Juan Forn, maestro de los atajos invisibles entre la realidad, la ficción, la historia y la leyenda

El escritor y editor argentino dejó su mejor legado literario en 'Yo recordaré por ustedes', recopilación de sus textos de la contraportada de 'Página/12'. Acercamiento a personajes conocidos, o no tanto, a través de episodios periféricos que iluminan su naturaleza y el tiempo histórico que les tocó. Publicamos algunos finales de estas historias que quedan suspendidas en la mente del lector

Presentación WMagazín  Este es el autorretrato literario y humano, a través de historias ajenas, que dejó Juan Forn (Buenos Aires, 1959- 2021). Durante doce años el escritor y editor argentino publicó, cada viernes, en la contraportada del diario Página /12 una serie de episodios sobre personajes de diferentes tiempos, culturas y oficios, no siempre muy conocidos, pero reveladores de la verdadera naturaleza de esas personas, de su entorno y de su tiempo. En esos textos mestizos de géneros literarios, Juan Forn desplegó su curiosidad, capacidad de asombro, amor por el arte de saber y de contar y talento para embrujar al lector. ¡Ah! y magia para convertir cada relato en una lectura que invita a otras lecturas, a querer saber más de otros personajes o situaciones descritas. Una muestra de que el prestigioso editor argentino era un experto en los atajos invisibles entre la realidad y la ficción, la verdad y la imaginación, la historia y la leyenda.

Gran parte del acierto de Yo recordaré por ustedes (Seix Barral) es la manera como el propio autor dejó ordenados los textos con un criterio de continuidad: nacieron solos y autónomos en diferentes años, y aquí lo siguen siendo, pero con la virtud de un nuevo ADN milagroso que los convierte en piezas de un collar de historias literarias vivas, o procesión de vidas. Parecen transmitir el entusiasmo y vitalidad con la que fueron escritas.

Este orden crea un viaje conmovedor y sabio que empieza en territorios lejanos y culmina en el propio corazón del Juan Forn. El lector avanza en esos escritos por diferentes tiempos y estadios emocionales de una narrativa que es una convocatoria de voces diversas unidas en la voz del autor de manera vívida, emotiva, didáctica y profunda con dosis de humor, ironía o apuntes acerados. Artefactos literarios para ser leídos en voz alta.

Las piezas de Yo recordaré por ustedes surgen del mestizaje de la narrativa, la historia, la confesión, el ensayo, la opinión, el pensamiento, la leyenda, el imaginario, la emoción y la poesía. Una obra que recuerda el eco de libros extraordinarios como Vidas minúsculas, de Pierre Michon. Juan Forn, creador del suplemento Radar de Página/12 y antes un prestigioso editor de Planeta Argentina, tomó el título de este libro de uno de los relatos: el que reconstruye la vida del cineasta Jonas Mekas.

El libro es una muestra, además, de que si los comienzos de cualquier escrito son clave para seducir al lector, los finales son tan, o más importantes, que sus comienzos. Juan Forn lo sabía muy bien. Sabía que si las primeras palabras conquistan, con las últimas la historia se queda para siempre con el lector.

Esta selección de WMagazín es un periplo para disfrutar de ese universo a través de algunos finales de sus historias. Escenas suspendidas en el tiempo que cobran nueva vida en la mente del lector y reclaman conocer sus comienzos y, a su vez, su continuidad. Lo mejor es escuchar a Juan Forn:

'Yo recordaré por ustedes'

Por Juan Forn

“Pero yo prefiero pensar que su nombre era Kalulu, porque cuando el corresponsal de un diario español se le acercó a pedirle declaraciones acerca de su antepasado, él detuvo su danza y se limitó a decir, con maravillosa sencillez: ‘Era uno de nosotros que no sé dónde estaba y ahora está donde tenía que estar”: del relato Nuestro negro.

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“Kebzaburo no cumplió su promesa de no escribir más novelas; ya publicó tres. Hikari sigue componiendo sus piezas breves; ya le grabaron tres discos. En casa de los Oé, todos los días se parecen: en un rincón del living está Kenzaburo escribiendo, en otro rincón está Hikari frente al piano y, en el jardín, poblado de comederos de pájaros, se ve a la señora Oé rellenando los cuencos con un sobrecito de semillas”: de El jardín de los Oé.

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“Casi no hay filmaciones de él bailando, casi no hacen falta: Nijinsky es básicamente una leyenda, como el urutaú, y, como bien se sabe, toda representación tangible disminuye una leyenda. De Brarýshnikov y Nureyev hay mil imágenes y filmaciones. De Nijinsky solo sabemos que fue el hombre que dejó en vilo al mundo cuando estaba en el aire y después, en lugar de volver al suelo, se esfumó en los confines más remotos de su cabeza”: de El olvidado de Dios.

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“En Contra toda esperanza, Nadezhda cuenta que a su marido le gustaba repetir en el destierro dos frases que ella detestaba por igual. Una decía: ‘No hay que quejarse; vivimos en el único país que respeta la poesía; matan por ella’. La otra era: ‘La muerte de un artista no es su fin; es su último acto creador’. Más de medio siglo después, cuando aquel primer poema contra Stalin, copiado en letra temblorosa por Mandelstam durante su interrogatorio, fue exhumado de los archivos de la Lubjanka, se descubrió que era mucho más corto que lo que recordaba la gente: la memoria colectiva lo había ido deformando y agregándole líneas, año a año, a medida que pasaba de boca en boca, hasta que llegó a decir todo lo que los rusos no se animaban a decir sobre Stalin”: de Una sentencia de muerte en dieciséis versos.

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“Cuando los Mekas ya vivían en Nueva York, un matrimonio de viejos lituanos se presentó en medio de la noche en el infame departamento que ocupaban los hermanos en el Bowery. Eran las tres de la mañana, los viejos venían directo del aeropuerto, habían volado desde Buenos Aires, a donde lograron llegar después de la guerra. Habían averiguado que un Jonás Mekas vivía en esa dirección, por eso estaban allí: porque ellos también se apellidaban Mekas y tenían un hijo llamado Jonás que se había perdido durante la guerra. ‘Cuando les abrimos se quedaron parados mirándonos, y nosotros los miramos a ellos, y ellos lloraron, y nosotros lloramos también porque no éramos el hijo que ellos ansiaban encontrar’. La última anotación que había hecho Mekas en su diario antes de que los aliados lo liberaran de los campos de trabajo para internarlo en los campos de desplazados decía: ‘Había un hombre que se lo pasaba buscando una melodía que había oído hacía mucho tiempo. Hasta que un día la encontró. Era solo una nota, un tono, que había oído muchas veces: el sonido de su propio llanto cuando dormía”: de Yo recordaré por ustedes.

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“Leyendo ahora el libro, no paré de acordarme de la cara con que nos miraba de pronto cuando lo estaba leyendo. Todos estábamos muertos de miedo en aquella época, nos diéramos cuenta o no. Y a cada uno se le notaba el miedo por el lugar más inesperado. A mi jefe le sucedió lo que nos sucedió a muchos durante aquellos años de indignidad y terror: entendió que él también vivía en aquel país enfermo, aunque se comportara como un suizo. Muy de tanto en tanto pasaban cosas así, durante la dictadura, en ambientes como ese: uno de ellos les decía a los demás, como un suizo, en voz muy baja, desde la tapa de un libro que se publicaría sin pena ni gloria y después se desvanecería en el aire, que algo olía a podrido en la dirección en la que íbamos, que estaba todo mal, que todo apestaba a muerte, que no se lo podía negar más. Aunque una semana después volvieran a ocupar su escritorio como si nada hubiese pasado, y ninguno de nosotros dijera una palabra”: de La muerte de un burgués.

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“Quienes lo conocieron en Viena y en Londres dicen que, a pesar del rechazo inicial que generaba su altanería, lograba subyugar siempre a su interlocutor por su fabulosa capacidad de escuchar al dialogar. Canetti escribió al respecto: ‘Me resulta natural entrar y moverme dentro de otras personas y no tengo apuro en hallar el camino para salir de ellas’. También dijo, en sus formidables memorias, que siempre odió que a los mitos se los llame ampulosamente mitos y a los cuentos, infantilmente, cuentos. Sólo por esa frase yo lo voy a adorar siempre. Pero mi favorita absoluta de toda su obra es una frase que garabateó en 1954, en una libreta, en su cuarto de hotel en Marrakech: ‘Quizá toda alma tenga que ser alguna vez judía, para encontrar el corazón perdido de las cosas”: de El corazón perdido de las cosas.

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“Atardece en el mar. La figura de Modulor se desdibuja, pero aún hay luz suficiente para ver que, en la pared de madera de la casilla, al pie de la figura dibujada, quedó la huella de una mano infantil embebida de pintura. Todos van a Cap Martin a ver la tumba doble en el camposanto, pero yo creo que el verdadero monumento funerario de Le Corbusier es esa mano, que podría ser la de alguno de los huérfanos de Josephine Baker, o la nuestra, o la del Hombre Nuevo que algún día por fin vendrá”, de Una vértebra.

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“Extraordinaria, esa última línea. Ganarse la muerte: librarse del abyecto fracaso escribiendo. Mil veces le repitió Jean Rhys a la legión de lesbianas que acudían a venerarla que no importaba ni sus humillaciones ni sus padecimientos, ni sus vicios ni su vida en general, lo que importaba era otra cosa: ‘Voy a decirles algo muy importante, así que escuchen bien. Todo lo que escribimos es un lago. Hay grandes ríos que alimentan el lago, como Tolstói o Dostoievski. Y también hay hilos de agua, como Jean Rhys. Lo único que importa es alimentar el lago. Yo no importo. El lago es lo que importa. Seguir alimentando el lago. Siempre. Eso es lo que importa”: de La madre de todos los vicios.

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“Vaya a saberse cuánto es cierto y cuánto es leyenda en toda esta historia. Yo sólo sé que, precisamente por saberse incompleta, Idea Vilariño logró convertirse en sus poemas en una mujer entera, absoluta, irrepetible. En uno titulado lacónicamente 43 se retrató, a mi gusto, mejor que en ninguna otra parte. Solo son seis líneas, pero explican a la perfección el modo en que vivió y el modo en que murió:

Como un jazmín liviano
Que cae
Sosteniéndose en el aire
Que cae cae cae
Cae.
Y qué va a hacer”: de Una mujer entera

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“Un poco así he intentado hacer mis contratapas en estos doce años. Me gusta imaginar que cada viernes ha sido como una de esas piedras encontradas en la playa y puestas una al lado de otra a lo largo de los estantes de libros que rodean una mesa donde algunas personas han comido y ahora conversan y fuman y beben y de pronto agarran alguna de esas piedras y la entibian un rato entre sus dedos y después la dejan abandonada entre las tazas vacías y los ceniceros llenos. Y cuando las visitas se van yo vuelvo a poner esas piedras en la repisa, apago las luces, y mañana, con un poco de suerte, quizá vuelva con una nueva de mi caminata por la playa”: de Y el mar.

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Juan Forn autor de libros de cuentos Nadar de noche (1991) y Puras mentiras (2001); de las novelas Corazones (1987) y Frivolidad (1995); de las crónicas La tierra elegida (2005) y Ningún hombre es una isla (2009). Trabajó quince años como editor (primero en Emecé, luego en Planeta, dirigió para Tusquets la colección Rara Avis). También creó y dirigió, durante cinco años, el suplemento Radar de Página/12. En 2002 se mudó a Villa Gesell. Tradujo a Yasunari Kawabata, F. Scott Fitzgerald, John Cheever y Hunter Thompson.

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