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Katherine Mansfield (Nueva Zelanda, 1888 – Francia, 1923), vista por Sara Morante en un detalle de la portada de ‘El alma moderna y otros cuentos’ (Libros del Zorro Rojo). /WMagazín

Katherine Mansfield, vida y arte de una de las mejores cuentistas del siglo XX

Maestra del detalle y de capturar 'la vida de la vida', la escritora neozelandesa murió hace un siglo, el 9 de enero de 1923. Escritores y editores analizan, para WMagazín, su obra y su aporte a la literatura. Abrió puertas a la modernidad literaria en forma, fondo y personajes

“Gruesas gotas colgaban de los matorrales, dispuestas a caer sin terminar de caer». En esa frase de su puño y letra, Katherine Mansfield condensa su vida y su literatura, la de una de las grandes cuentistas del siglo XX que buscó capturar el latido del discurrir de la vida a través de los detalles y las tormentas interiores de sus personajes. Con cada una de sus frases el mundo se abre despacio ante el lector que entra en él lento y seguro.

Katherine Mansfield tenía 34 años cuando murió, la noche de media luna del martes 9 de enero de 1923, en Fontainebleau, Francia. Su ataúd fue cubierto por un chal negro español de colores alegres que la escritora tenía desde su juventud y que allí puso Ida Baker, su amante y amiga de toda la vida. Con los años pasó a ser una de las cuentistas más influyentes, aunque no alcanzara la popularidad de otros escritores del mítico grupo de Bloomsbury que frecuentó en Londres. Allí, en 1918, se casó con el crítico y editor John Middleton Murry.

Nació en Wellington, Nueva Zelanda, el 14 de octubre de 1888. Con 18 años viajó a Londres, luego a diferentes lugares de Europa con el mismo equipaje: su infancia. Y el deseo de desenmascarar la vida y el Tiempo, de convertir esa intención en literatura, en arte.

Una mujer de sensibilidad exquisita que amó la vida y buscó ser poseída por la pasión: “Amar con locura tal vez sea falta de sabiduría, pero no hay falta de sabiduría más grave que no amar en absoluto”.

Katherine Mansfield es puerto de llegada de la tradición literaria y de salida hacia nuevas rutas de la modernidad narrativa. Sutil escritora del temblor de la vida ante el preludio de algo que se intuye, se siente, a punto de quebrarse, cuyos textos activan los cinco sentidos del lector.

Aquellas gotas de una de sus historias más célebres y admiradas, la novela corta En la bahía, la contienen a ella: son gotas nacidas del rocío en la playa, de un hecho que no vemos pero que ha dejado su rastro; de un hecho que precede al relato y que sigue presente en el momento de narrarlo y continúa su destino real más allá de la palabra escrita por ella al seguir en la mente del lector… La gota caerá, no la veremos caer en el texto, pero ha seguido su curso en nuestra imaginación.

La vida y el Tiempo brillan en los detalles

Portada de ‘La vida breve de Katherine Mansfield’, de Pietro Citati (Gatopardo). /WMagazín

En el universo de Katherine Mansfield la vida refulge en los detalles, en la aparente intrascendencia, es allí donde laten la vida y la belleza que intenta capturar. Así son los cuentos de esta maestra de la narrativa: un momento, un episodio, un pasaje de la línea de tiempo de las personas, las cosas, los espacios, del propio Tiempo. Como dijera su biógrafo Pietro Citati, en La vida breve de Katherine Mansfield (Gatopardo): “Ponía las manos sobre la esencia del tiempo; procedemos en el tiempo, atravesamos el tiempo, vemos avanzar el tiempo como un río que, lentamente, excava su propio lecho”.

El crítico italiano asegura que Mansfield llevó al límite a sus maestros como Tólstoi y Chéjov. Creía que “el narrador era un simple mediador, un débil trait d’union entre los lectores y la realidad evocada”.

Sus personajes son víctimas de la «enfermedad incurable» de «ser sólo el sueño de lo que pudieron ser», explica Ana María Moix en el prólogo de Cuentos completos (Alba).

Sus historias no suelen tener un argumento como tal, es la vida de la vida, como decía ella. Es el rumor de la existencia visible a todos y solo pensada y sentida por sus personajes. Esa vida sobre la cual el ser humano no tiene toda la información ni propia ni ajena. Por eso sus cuentos dosifican la información a los personajes y al lector. Alguno pista dejó en su Diario: «La verdad es que una historia puede contener solo una cantidad determinada de información; siempre se tiene que sacrificar algo. Se tiene que omitir lo que se sabe y se desea utilizar. ¿Por qué? No tengo ni idea, pero así es».

Ese mundo se aprecia en los más de setenta cuentos y nouvelles que escribió como En la bahía, Casa de muñecas, Fiesta en el jardín, Las hijas del difunto coronel, Felicidad, La señora Brill, La mosca, Vida de Ma Parker, Sopla el viento…

Una farera dispuesta a iluminar lo que no vemos, lo que no percibimos, lo que subestimamos, o lo que no queremos ver.

Una cazadora de instantes y de belleza, entendida como la mirada o lo hermoso que puede haber, incluso en los momentos más difíciles, en el cómo se cuenta y se arrostra la vida. Mansfield lo escribió en su Diario: “Está llegando la última hora del atardecer y todos los sonidos son más suaves, más profundos. El susurro del viento en las ramas es más pensativo. Ésta es la mayor felicidad que jamás he imaginado. Pero por qué es incompatible con… sólo por tu debilidad. Nada te impide ser así. (…) Sólo ahora estoy empezando a ver de nuevo y a volver a reconocer la belleza del mundo. Hoy por ejemplo las golondrinas, su aleteo incesante, sus colas de terciopelo curvadas, sus alas transparentes como aletas de peces… Luego el silencio».

Claves del universo Mansfield

Ilustración de Carmen Bueno para el libro ‘La fiesta en el jardín’, de Katherine Mansfield (Nórdica Libros). /WMagazín

Como en sus cuentos, que son una pincelada del gran cuadro impresionista de la vida que activan los cinco sentidos y se escuchan las voces de sus personajes cuando hablan o piensan, aquí varios escritores y editores de España y América Latina cuentan por qué les gusta la obra de Katherine Mansfield y cuáles creen que son sus principales aportes a la literatura.

“Siempre he mencionado a Katherine Mansfield como uno de los referentes de mi escritura”, afirma Pilar Adón, poeta (Da dolor), novelista (De bestias y aves), cuentista (La vida sumergida) y editora (Impedimenta). Pilar Adón leyó sus relatos y sus diarios hace muchos años: «Quedé muy impresionada por su manera de escribir y de detenerse en los detalles. En sus relatos, de repente alguien vuelve la cabeza y el lector descubre en ese instante lo que está sucediendo y lo que está pasando por la imaginación de ese personaje. Si se está gestando una tragedia o una revelación. Es fascinante. No tener que explicarlo todo. Comprender que tanto los lectores como los personajes ya saben lo que es la envidia, el amor, los celos, la compasión, el engaño… Las pasiones que definen al ser humano, y que todos somos capaces de reconocer”.

La capacidad técnica de la escritora neozelandesa asombra a Daniela Demarziani, de Libros del Zorro Rojo, que acaban de editar El alma moderna y otros cuentos: Me interesa, sobre todo, y en especial en esta antología, cómo a través de episodios breves y en apariencia insignificantes, o más bien cotidianos en la vida de estas mujeres, ella logra captar ese momento en el que todo en sus vidas parece a punto de romperse; ese momento en el que algo se quiebra y deja entrever el mar de fondo que implica sostener las apariencias. Katherine Mansfield ha logrado retratar como nadie lo que se esconde debajo de la superficie”.

Ese manejo de los detalles como contenedores del universo atraen a Diego Moreno, editor de Nórdica Libros, que publicó en 2019 La fiesta en el jardín: “Me gusta esa enorme capacidad que tenía para describir a los personajes a través de los detalles más pequeños. Retrata especialmente bien a las mujeres a través de diálogos aparentemente sin importancia (pero con mucho contenido en el fondo)”.

Ese misterio de desenmascarar con sutileza es para Diego Moreno uno de los principales aportes de la autora neozelandesa, “prestar atención a lo cotidiano y que partiendo de temas aparentemente superficiales fuese capaz de llegar al alma de las personas. Es muy difícil hacerlo tan bien como lo hacía Katherine Mansfield”.

Es más más, Pilar Adón, asegura que esa perspectiva es “la demostración de que es tan importante lo que se cuenta como lo que no se cuenta. Que lo esencial no está en el argumento sino en la perspectiva desde la que se observa lo que sucede. La manera de exponer los conflictos interiores de los personajes, mostrándolos, no describiéndolos, generando un universo real en el que los personajes existían antes de que el lector empezara a leer, y seguirán existiendo después de que el lector haya llegado al punto final”.

Detalles, tiempo y cotidianidad dan forma a los relatos de Katherine Mansfield como escenarios de la vida compartida y pública y de la vida interior de sus personajes y sus conflictos. Ese es su argumento: la vida en su discurrir. En sus cuentos, escribe Pietro Citati: “la existencia empieza y continúa antes y después del inicio y el fin de cada historia».

Mansfield: la vida, la belleza y la verdad

Portada de ‘Diarios’, de Katherine Mansfield. /WMagazín

Ese mundo interior propio lo plasmó Katherine Mansfield en su Diario, otro libro capital y una mina para los autores como el argentino Eduardo Berti, autor de cuentos como Círculo de lectores (Páginas de Espuma) y la novela Un hijo extranjero (Impedimenta). Dice que de Mansfield le fascinan «tanto sus cuentos como su Diario, que a mi entender no tiene nada que envidiarles a muchos de los grandes diarios o cuadernos de trabajo de escritores como Henry James, Jules Renard, Hawthorne, Kafka o Somerset Maugham. Aunque se ha dicho que la edición póstuma del diario de Mansfield ha sido muy ‘intervenida’ por Middleton Murry, me impacta la sensibilidad y la inteligencia que recorre esas páginas y me asombra la madurez de la autora, ya que, en las primeras entradas, las de 1904 o 1906, tenía menos de 18 años de edad”.

Esa importancia del Diario la amplía Pilar Adón: “Recuerdo que leí y releí su Diario con una mezcla de pudor y de fascinación por sus reflexiones sobre la escritura. Subrayé muchas de sus consideraciones. Por ejemplo, en una entrada de su diario, se preguntaba: ‘¿Y ahora en realidad qué es lo que quiero escribir? ¿Me pregunto: escribo ahora peor que antes? ¿Es menos urgente el ansia que siento de escribir? ¿Sigue siendo natural en mí el buscar esta forma de expresión? ¿Ha bastado la palabra para crearla? ¿Pido acaso algo más que no sea narrar, recordar, afirmarme?”.

Esa búsqueda y aspiración a la verdad era algo esencial en Katherine Mansfield. En su Diario escribió: «Sólo la honestidad perdura más allá de la vida, del amor, de la muerte, de todo. Oh, tú que vienes después de mí, ¿creerás esto? Al final lo único que merece la pena poseer es la verdad; es más emocionante que el amor, más alegre y más apasionante. Es sencillamente lo que no puede fallar. Todo lo demás fracasa. En cualquier caso, yo le dedico el resto de mi vida a la verdad y sólo a ella«.

En esa intención de capturar la vida convirtió sus historias en cuadros impresionistas palabra a palabra. Cada relato es una gran pincelada corta del gran cuadro de la vida de donde surgen retratos de paisajes, hogares o episodios que representan el rostro de lo que fluye debajo.

A pesar de su maestría, apertura de puertas y sensibilidad exquisita, Eduardo Berti, lamenta que, desde hace años, haya un cierto olvido de la obra de Mansfield: “Un olvido bastante injusto. Algunos la consideran un poco simple; otros, un poco sentimental. Pero en cuanto uno vuelve a sus relatos lamenta no releerlos más a menudo. Hay en ellos una frescura admirable, un gran talento para el detalle y para las escenas, un tono y una atmósfera siempre adecuados… Un don para plasmar pequeñas joyas a partir de casi nada”.

El escritor argentino da otra clave de las puertas que abrió Katherine Mansfield: “Desde hace años me resisto, personalmente, a cierta idea algo simple del cuento que parece resumirse a una especie de regla de oro deportiva: un elogio del ‘nocaut’ que, en general, tiene que ver con un golpe contundente en el ‘remate’ o en el final del texto. Por supuesto, hay grandes cuentos hechos a partir de este método. Pero existen, al mismo tiempo, otras posibilidades y Mansfield es un claro ejemplo de ello. Su linaje, se ha dicho muchas veces, es el de Chejov. Aunque también creo advertir pizcas de Maupassant (en versión más refinada) o de Turgueniev. En suma, un tipo de cuento que está cerca de la poesía, pero no deja de proponer una experiencia ligada a la narrativa”.

El rastro de Mansfield en la literatura es sutil. Eduardo Berti se declara devoto de los cuentos de Sylvia Plath y reconoce en ellos algo que le hace pensar en los cuentos Mansfield: “una luminosidad (no importa si la anécdota tiende a la tristeza o la alegría), una predisposición a que todo en la vida revele un cariz único o novedoso. En fin, ‘una sensibilidad excesiva que recibe todas las impresiones’, como ha escrito la misma Mansfield en su Diario”.

Cazadora del fluir de la vida

‘Todos los cuentos’, de Katherine Mansfield, con prólogo de Ana Maria Moix (Alba editorial). /WMagazín

Katherine Mansfield murió de tuberculosis el 9 de enero de 1923. En su Diario había escrito: «Durante estos años he estado obsesionada por el miedo a la muerte. Un temor que fue aumentando y aumentando hasta adquirir una dimensión gigantesca; creo que es lo que me ha hecho aferrarme tanto a la vida. Pero hace diez días me desapareció el miedo, ya no me importa. Me deja perfectamente fría… La vida sigue o desaparece”.

Esa última idea la aplicó en sus cuentos y novelas cortas donde sus historias empiezan en un episodio que viene de atrás y termina en un punto que continúa. Intentó capturar una nueva dimensión, no hay comienzos ni finales como tal, cada final es solo el comienzo de algo.

Una semana después de su muerte, Virginia Woolf escribió en su diario: «Yo sentía celos de lo que ella escribía: la única escritura de la que me he sentido celosa».

La belleza literaria de su escritura, la sutileza y hondura de sus temas, la ironía de su narrativa y la capacidad de crear cuadros impresionistas de la realidad con sus descripciones la convierten a Katherine Mansfield en una figura excepcional. Una maestra del detalle para retratar a una persona en su más profunda forma de ser o determinar un escenario o definir una situación de manera sincera y transparente. De cómo en una frase, un vestido, una prenda de un traje, un gesto, una forma de mirar o una actitud se condensa el universo de las personas y la sociedad.

En sus cuentos y nouvelles el lector asiste a los escenarios de Mansfield: la vida se le revela en el rastro del rocío, en la brisa entre los matorrales, en las charlas alrededor del desayuno, en los pensamientos mientras alguien espera, en el zumbido de una soga lanzada por un marinero, en el asombro de una niña ante un detalle en una casa de muñecas ajena, en los amores en los recodos del camino, en el reflejo de lo que quiso ser un adulto…

Quizás Mansfield, escribe Magalí Etchebarn, en el prólogo de El alma moderna, “intentaba dar respuesta a las emociones que la gobernaban. Si hay alguna explicación, si la vida tiene algún sentido (parece decir en el final de ese cuento perfecto que es Felicidad. Quizás solo podamos apresarlo brevemente en una forma pasajera de la luz, en una epifanía dolorosa durante una noche frívola, en un peral estirando su copa hacia la luna; mezcla agridulce de milagro y misterio”.

Una búsqueda de perfección de una cazadora de la vida. En su Diario escribió: “Solo siendo fiel a la vida puedo ser fiel al arte. Y fidelidad a la vida significa bondad, sinceridad, simplicidad, probidad”.

Portada de ‘El alma moderna y otros cuentos’, de Katherine Mansfield (Libros del Zorro Rojo). /WMagazín

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