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Detalle de uno de los dibujos de Jordi Esteva en uno de los dibujos de ‘Siwa Drawing’. /WMagazín

La aventura humana, intima y física de Jordi Esteva que rastrea la belleza de la vida en medio mundo

El escritor, viajero, fotógrafo y cineasta español publica su libro 'Siwa Drawing' y la Fundació Toni Catany presenta la exposición 'Viaje a un mundo olvidado'. Recordamos sus dos libros de memorias que más que un recorrido por los lugares donde ha estado, es un paisaje por una aventura humana en armonía y respeto con el entorno

Presentación WMagazín El sueño de ser realmente libre o de ser otro o de encontrar al yo verdadero que late en cada persona se logra en compañía de otros, fundiéndose con los demás y sus alrededores. Jordi Esteva (Barcelona, 1951) lo sabe y lo ha compartido. Desde niño ha querido ir al encuentro de la vida más allá de su entorno, explorar el mundo y descubrirlo para encontrarse con la vida y consigo mismo. Ha recorrido más de medio planeta en una aventura que más que física, histórica, política y social ha plasmado en tres libros que muestran el paisaje de una aventura humana donde él es parte de un todo descrito con sensibilidad, deseo de comprensión, respeto a las culturas y como rastreador de la belleza en los detalles sin perder la capacidad de asombro. De aquel niño que siempre soñó con salir. Lo ha contado como un creador integral a través de palabras, escritos, dibujos, fotografías, vídeos, documentales, películas y podcasts (Quiero contar historias ). Además, el Centro Internacional de Fotografía Toni Catany, en Llucmajor (Mallorca), presenta su exposición fotográfica Viaje a un mundo olvidado, hasta el 25 de mayo de 2025.

La reciente publicación de Siwa Drawings / Dibujos de Siwa (Àfriques Edicions) recuerda al viajero entrañable e inolvidable que es Jordi Esteva. La obra incluye fotografías y dibujos centrado en el oasis de Siwa. Cuenta, además, con un prólogo del crítico de arte Enrique Juncosa.

Jordi Esteva (Barcelona, 1951).

WMagazín publica algunos textos y dibujos de este viaje hermoso por Siwa guiados por Esteva y, de paso, recuperamos, pasajes de sus dos libros de memorias anteriores: El impulso nómada (2021) y Viaje a un mundo olvidado (2023), ambos en Galaxia Gutenberg.

Jordi Esteva fue Redactor jefe de la revista Ajoblanco entre 1987 y 1993. Entre sus libros destacan Mil y una voces (El País/Aguilar), Viaje al país de las almas (Pre-Textos), Los oasis de Egipto (RM), Los árabes del mar (Península), Socotra, la isla de los genios (Atalanta) sobre el que ha realizado una película. Recientemente ha dirigido Historias del Cabo Corrientes sobre los mitos y relatos de los afrodescendientes del golfo de Tribugá en Chocó (Colombia).

A continuación, pasajes de sus libros Siwa Drawnings, El impulso nómada y Viaje a un mundo olvidado:

Siwa Drawings / Dibujos de Siwa (2024)

“…En el mes de noviembre de 1984, en la soledad de mi habitación en un sencillo fonduq del oasis de Siwa, en aquella época sin móviles ni internet, de noche dibujaba las escenas que había fotografiado durante el día. Era una manera de recordar lo que estaba haciendo, ya que no lograría ver los negativos hasta pasados unos meses, cuando revelara los negativos de película Tri-X en blanco y negro, en el baño de mi amigo, el artista armenio, Chant Avedissian.

Los dibujos con lápices de colores y tinta china eran la memoria de mi trabajo y cada noche, tras fumar una shisha bien cargada, me dedicaba a dibujar lo que creía haber fotografiado durante el día. Con los años, me olvidé de aquellos dibujos y, cuando me vine a vivir al campo, encontré una caja con las libretas que creía perdidas. Entonces pensé que aquellas imágenes eran también una suerte de conjuro. Así como los hombres primigenios dibujaban, en las paredes de sus cavernas, los bisontes y otros animales que pensaban cazar, yo plasmaba en papel durante aquellas noches en el legendario oasis las escenas que quería captar. No siempre aquellos dibujos se correspondían con mis fotografías.

A veces dibujaba escenas inventadas que me hubiera gustado fotografiar. Lo curioso es que, muchos años después, en la isla de Socotra realicé fotografías de personajes que parecían calcados de aquellos dibujos. Ya fueran de Siwa o premonitorios de otros lugares, en el libro están”.

 

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El impulso nómada (Galaxia Gutenberg, 2021)

“Ofrece las claves para entender las razones íntimas del viaje, del movimiento, de la necesidad ineludible de partir. Narra la infancia y la adolescencia del autor durante las que, impelidas por la aridez de los años del franquismo, se despiertan en él la curiosidad por lo diferente y la fascinación por lo lejano. El libro se detiene en el descubrimiento de la homosexualidad y la descripción de la Barcelona underground de los años setenta, un tiempo de una gran creatividad y a la vez marcado por la capacidad destructiva de la droga. Se narran los primeros viajes a Sudán y la India, y principalmente la estancia de cinco años en Egipto, país en el que Jordi Esteva llegó a integrarse en los círculos intelectuales y artísticos, con la inevitable implicación en política, hasta que las amenazas de la policía secreta egipcia, con períodos de prisión incluidos, le obligaron a marchar”.

“Más tarde, gracias a la ayuda de un tío prestamista, mi padre pudo embarcarse en negocios que con los años fueron progresando. Lejos de querer ocultar que descendemos de un mosso d’esquadra, como decía la tía Elvira; de un filibustero, como contaba mi primo Juan, o de un salteador de caminos, como sostenía con sorna mi primo Jacinto, me reconforta tener antepasados que me alejan de la burguesía con pretensiones, a quienes mi padre se refería con la expresión, hoy en desuso, de «pets bufats» (pedos hinchados).

En la soledad de mi habitación imaginaba una vida y una familia muy distinta. Mi padre era un escritor medio francés y medio indio y mi madre había nacido en Alejandría, de padre egipcio y madre rusa cantante de ópera, aunque no muy buena, para hacer algo creíble la fantasía. Nuestra azorosa vida nos había llevado a muchísimos y alejados rincones del mundo y, aunque de modo circunstancial recaláramos en Barcelona por unos meses, estábamos a punto de marchar a vivir a Nueva York, a Londres o a Hong Kong para no regresar jamás.

*

Hace un tiempo, envié unas muestras de ADN a un laboratorio de Holanda porque quería conocer mi origen. Para ello raspé, durante un minuto, un bastoncillo en el interior de una mejilla, en dirección contraria a las agujas del reloj y lo introduje en un receptáculo antibacteriano. Al cabo de dos meses tenía el resultado. Por parte paterna fue más o menos el esperado. Un cincuenta por ciento era de origen francés, del que genéticamente formamos parte la mayoría de catalanes, mallorquines y navarros. El cuarenta y ocho era de la península Ibérica y un dos por ciento correspondía a una inesperada herencia galesa. Sin embargo, los resultados de la línea materna resultaron sorprendentes porque los orígenes se remontaban a Irán, Asia central, Irak, Siria y Palestina. Sin duda la pista sefardí era la acertada. Quizá también la mesopotámica como le gustaba recordar a una amiga que siempre apuntaba que las aletas de mi nariz eran antiguas y sumerias. Sin embargo, unos meses después, repetí la prueba y, para mi decepción, la pista asiática no resultaría tan determinante.

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Pasados unos meses, cuando se me acabó la posibilidad de pedir nuevas prórrogas, llegó el momento de incorporarme a filas. Me habían destinado al Sahara, de policía militar, pero alegué una escoliosis. El mismo día en que los militares me consideraron inútil para servir a la patria, le dije a Joan que comenzaba a estar harto de aquella vida de resacas y noches en blanco y de dormir cada día en una casa distinta.

Necesitaba dejar todo aquello. Me quería ir lejos y abrirme camino en el mundo de la fotografía. Le propuse que me acompañara al Sudán, el país de las películas de aventuras de la infancia, como Las cuatro plumas o Khartoum. Le dije que allí se juntaban los dos Nilos y que sería maravilloso viajar con él y seguir la huella del explorador Richard Burton. Le regalé los libros de Alan Moorhead. Pero Joan, tan arriesgado en sus gustos artísticos y en sus experiencias sexuales, no se atrevió. Apenas pintaba y estaba metido de lleno en un nihilismo que no iba más allá de lo inmediato. Además, aunque él quizá no lo supiera, era un gran conservador y me dijo que le asustaba viajar fuera de Europa.

Aquel impulso nómada que me rondaba desde la infancia volvió a manifestarse y no me quedaba otro remedio que dejarme llevar. Escribí, entonces, al general Kibeida anunciándole mi intención de viajar al Sudán. Me ayudó con el difícil visado y a las pocas semanas desembarcaba en el país más grande de África, del que nadie de mi entorno sabía nada. Excepto mi primo Jacinto, que se hallaba en el sur del país. Estaba decidido a ir a su encuentro.

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Viaje a un mundo olvidado (Galaxia Gutenberg, 2023)

Continuación de su reflexión memorialística iniciada en El impulso nómada. “Si en este primaba la rememoración de la infancia y la juventud y el despertar de la fascinación por lo diferente y lo lejano, en su nuevo libro se concentra sobre lo que le ha llevado a realizar su obra como fotógrafo, cineasta y escritor a partir de espacios míticos de su geografía personal: Costa de Marfil, Sudán, Yemen, Zanzíbar, Mombasa, la isla de Socotra”, señala la editorial.

“La primera vez que visité la Alhambra fue en la Navidad de 1969 y, aturdido por tanta belleza, apenas reaccioné cuando una gitana me cogió la mano y comenzó a leerla. ‘Corazón y ganas tienes, pero te costará abrirte camino’, dijo señalando unas líneas confusas. ‘No lograrás cosechar lo que hayas sembrado hasta la segunda mitad de tu vida’, aseguró, mientras yo apartaba la vista de aquellos ojos que me vaciaban. Luego, volviendo a mi mano, señaló una larga línea interrumpida hacia el final y sentenció: ‘Morirás a los setenta y siete años’. La primera parte del vaticinio se está cumpliendo. En cuanto a la fecha de mi muerte, ¡quedaba tan lejana! Hoy, mientras escribo estas páginas, todavía faltan seis años para saber si aquella mujer estaba en lo cierto.

Apenas tenía dieciocho años y acababa de regresar de Marruecos. Era mi segundo viaje a aquel país. Un año antes había ido al encuentro de un amigo que vivía en una comuna en el Atlas y que terminó sus días arrojándose al mar desde un acantilado del Egeo. Ahora viajaba con Enrique y Jordi Sardá, dos estudiantes de música, junto a Patrick Legrain, la oveja negra de una saga de perfumistas judíos de origen rumano”.

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(Costa de Marfil)

De vez en cuando nos sorprendían las charcas tapizadas de nenúfares donde las ceibas hundían sus raíces de color marfil. En una de ellas se enjabonaban unos campesinos sin que pareciera importarles que los viéramos desnudos desde el taxi-brousse. En más de una ocasión distinguimos sinuosas serpientes atravesando la pista roja, incluso varios simios, algún pangolín y un agutí, un roedor parecido a una rata gigante, muy apreciado por su carne con la que cocinaban un estofado llamado kedjenou. Abundaban los calaos, que volaban en parejas, con su imponente pico curvo coronado por una protuberancia, así como los pájaros tejedores, de alas marrones y cuerpo amarillo, que transportaban en su pico fibras vegetales para construir elaborados nidos en forma de pera.

Pronto entramos en un bosque. La luz se filtraba entre los árboles como largos dedos dorados en aquel aire polvoriento del harmatán. Aquí y allá se erguían majestuosas ceibas, altas como una casa de varios pisos y en varias ocasiones tuvimos que ceder el paso a grandes camiones que cargaban en un largo tráiler, uno de aquellos gigantes troceados. El conductor me contó a media voz, como si alguien pudiera escucharnos, que la mafia libanesa, en connivencia con las autoridades, era la responsable del expolio de aquellas maderas preciosas exportadas en grandes cantidades a China y a Occidente. Adjoumani dijo que aquella tala ilegal e indiscriminada estaba acabando con las selvas del África Occidental y por ello, con el hábitat de muchos animales, como ocurría con el chimpancé de la reserva del Tai, prácticamente desaparecido víctima además de la caza furtiva y de los buscadores de oro ilegales que los mataban para alimentarse.

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Desperté. Aka permanecía sentado junto a mí con el cervatillo acurrucado a sus pies, pero no supe si me había estado observando porque su mirada siempre parecía extraviada. Era de noche y a lo lejos se oían los tambores de Botéré. Un ave nocturna lanzó un agudo chillido. Recordé mis sensaciones de niño en el bosque, la emoción ante los grandes árboles o las rocas cubiertas de líquenes en los claros, la fascinación que ejercían en mí las charcas transparentes con todo su universo de criaturas que encerraban en su interior. Me sentí en aquellos momentos muy cercano al mundo de Adjoua y de los iniciados. Me parecía extraordinario que aquella sabiduría ancestral, a la que sólo se accedía en estado de trance, hubiera perdurado hasta hoy, a unas pocas horas de una ciudad tan moderna como Abiyán. ¿Por cuánto tiempo podría conservarse?

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Jordi Esteva
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