La evolución del universo de James Joyce a través de sus ‘Cuentos y prosas breves’
En el centenario de 'Ulises' y 140 años del nacimiento de uno de los autores más influyentes del siglo XX se presentan en un solo volumen, y algunas nuevas traducciones, sus textos cortos que recorren cuarenta años de su literatura. Editorial Páginas de Espuma reúne estas piezas por primera vez en español. WMagazín publica su introducción
Presentación WMagazín Uno de los focos literarios de este 2022 está puesto en James Joyce por el centenario de la publicación de su obra maestra Ulises y los 140 años de su nacimiento el 2 de febrero de 1882 en Dublín, fallecería el 13 de enero de 1941 en Zúrich. A la luz de estas conmemoraciones, editorial Páginas de Espuma publica en un solo volumen, por primera vez en español, los textos cortos de Joyce bajo el título Cuentos y prosas breves. El libro ha sido preparado, traducido y ampliamente anotado por Diego Garrido que recorre cuarenta años de escritura que permiten ver la evolución del universo joyceano. Ideas y literatura de uno de los escritores más influyentes del siglo XX en el rumbo de la creación literaria.
WMagazín publica la introducción de este volumen escrita por Diego Garrido que sirve para entender mejor el universo Joyce y sus reglas. La editorial señala que hay una nueva traduccción de Dublineses, la recopilación de sus cuarenta prosas juveniles, las Epifanías, su primer intento autobiográfico, el Retrato del artista, ese cuento-carta de amor que es Giacomo Joyce o las pequeñas fábulas del Finn’s Hotel, «con una escritura libérrima que acabará por desembocar en la obra más difícil de la literatura, Finnegans Wake. Se complementa el volumen, además de con sendas introducciones a cada uno de sus apartados, con fotografías, notas al texto e ilustraciones realizadas exprofeso para esta edición, con un anexo compuesto por tres cuadernos del autor, dos cuentos infantiles, fragmentos y borradores, y el Diario de Dublín de Stanislaus Joyce».
La siguiente es la introducción del volumen Cuentos y prosas breves, de James Joyce:
Coordenadas del universo joyceano
Diego Garrido
Muchas naciones han buscado resumirse en un escritor, quizá por comodidad; algunas lo han hecho ya y otras siguen esperando. Hoy en día, a 140 años de su nacimiento, James Joyce es Irlanda como Dante es Italia o Cervantes España. No sé si los irlandeses están conformes: de Joyce se dijo que sería un Dante capaz de escribir únicamente el Inferno.
Joyce dedicó su difícil vida a inventar y engordar un Dublín imaginario: a poblarlo de calles, de puentes, de bares, de vivos, de muertos. Ya en el escritorio, le bastaba con asomarse a ese Dublín de mentira para volver a casa y recordar una historia. Sus personajes se saludan, se quieren, se ignoran, se cruzan por la calle, se odian. Su obra, bien o mal coherente como pocas, es una especie de círculo. Empieza con las Epifanías, pequeños fragmentos en prosa que buscan atrapar las repentinas manifestaciones espirituales que todos sufrimos a lo largo del día. Sigue, simultáneamente, con los autobiográficos Retrato del artista y Stephen Hero (ensayo y novela) y la colección de cuentos Dublineses. Los dos primeros cuentan el proceso personal de quien será capaz de expresar lo que le ocurre a todos. El segundo es este «ocurrir a todos», experiencia a la vez individual y colectiva, inexistente quizá sin ese anterior artista que logra expresarla además de contemplarla o sufrirla. A esto sigue la versión madurada y final de esos dos intentos autobiográficos –el Retrato del artista adolescente– y un nuevo camino: Giacomo Joyce, carta de amor sin entregar que prefigura el Ulises. Es a partir de aquí que, para algunos, Joyce empieza a ser Joyce; para otros deja de serlo. Ulises destruye la novela, y en el camino no construye otra cosa. Empieza y acaba en sí mismo, levanta una escuela que inmediatamente derriba. Todo el Dublín que se nos ha presentado a pedazos en las anteriores obras se mezcla ahora en este caos lúcido y monstruoso donde todos caben: la revelación, el aburrimiento, los dublineses anónimos, el artista, la arquitectura, el sueño. Hasta aquí, parece, podía llegar la literatura. Pero Joyce seguía vivo, y no iba a dejar de escribir. Tampoco quería volver atrás. ¿Qué hacer entonces, cuando has abierto y agotado en siete largos años de trabajo el que parecía el único camino para ti? Pues dedicar otros diecisiete a intentar decirlo literalmente todo de una sola vez. Joyce se propuso con Finnegans Wake escribir una «historia del mundo», una reducción o ampliación al absurdo de la máxima ambición humana y literaria. No escribirá otro libro. Poco antes de su muerte, pasea con su mujer y su nieto; les dice que quiere volver a escribir «pequeñas y luminosas prosas».
La obra y la vida de James Joyce se confunden como una mitología. Los personajes de sus libros son la gente que conoció y de la que oyó hablar, y las cosas que les pasan a aquellos son las cosas que les pasaron a estos y a él. Algunos ambiciosos (entre ellos el propio Joyce) hablan de inmortalizarse ejerciendo su arte; no dejan de engañarse: con los muchos años este escritor, elevado o reducido a clásico, deja de ser el hombre de carne y hueso que vivió y escribió y pasa a ser una especie de símbolo o resumen de sus coetáneos. La realidad de su tiempo se diluye en la realidad de su arte, y los hombres y mujeres que como él vivieron y adecieron se diluyen en los que fueron apenas combinaciones de palabras. –¿Quién se acordaría hoy de esa anónima florentina, Beatriz Portinari, muerta a los veinticuatro años, sin esa otra falsa Beatriz de la Comedia?–. Joyce –que como ese otro Joyce literario, Stephen Dedalus, se dijo «un sacerdote de la eterna imaginación, capaz de transmutar el pan cotidiano de la experiencia en materia radiante de vida imperecedera»– cree o quiere creer que las cosas que le ocurren, le ocurren para que las escriba. Y lo mismo con sus conocidos, que tenían que tener mucho cuidado con no disgustarle si no querían acabar convertidos para la historia en el modelo de tal o cual personaje famoso y despreciable. Joyce, que es quizá el escritor más vengativo que la literatura ha dado, o el vengativo más victorioso, no amenazaba con matarte, sino con inmortalizarte. Si uno pasea hoy por ciertos cementerios de Dublín, aún podrá encontrar tumbas que digan, por ejemplo: † MATTHEW F. KANE † (1865-1904) Querido dublinés y modelo en el ULISES de James Joyce para los personajes de Tal y Cuál (el nombre del libro escrito igual de grande que el nombre del muerto). El peor parado fue sin duda su amigo Oliver St. John Gogarty, que le hizo la vida imposible un fin de semana y lo pagó con la eternidad. Él es el rechoncho Buck Mulligan, antagonista de Ulises.
El verdadero protagonista de los libros de Joyce no es, sin embargo, un hombre, ni siquiera su autor: es Dublín. Dublín entendido como un conjunto de hombres y mujeres, de maneras de ser y sentir que ya no existen. Joyce se dejó vivir veintidós años en aquella pobre y piadosa capital para dedicar los treinta y seis siguientes a recrearla desde el extranjero o el exilio: primero dispuesto a vengarse de ella, con una mirada indignada llena de odio personal: luego a retratarla en toda su verdad, con una mirada nostálgica y llena de comprensión (y hasta cariño) que resultó menos severa de lo que nunca hubiera podido sospechar el propio Joyce; una comprensión que supone, a mi entender, la grandeza de su obra.
Aquel que dijo que Joyce solo podría escribir el Inferno se equivocó: pudo escribir tan solo el penitente y purificador Purgatorio. Después de su muerte, Stanislaus Joyce comparará la obra de su hermano mayor con la cabeza cortada de la Medusa, cuya mirada «es horrible en su fealdad y desnudez, pero ya no convierte en piedra el corazón». A 140 años de su nacimiento, los irlandeses pueden sentirse muy orgullosos de su Dante o Goethe particular; peor habría sido un inventor de Paraísos –¡la literatura es de este mundo!
- Cuentos y prosas breves. James Joyce. Edición, traducción e introducción de Diego Garrido (Páginas de Espuma).
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