«La música es la más importante de todas las artes y la más poderosa e influyente»: Liudmila Ulítskaya
AUTORRETRATO ARTÍSTICO DE UN ESCRITOR 7 / La escritora rusa de antepasados ucranios, ganadora del Formentor de las Letras 2022 y en las quinielas del Nobel de Literatura, desvela cómo la música en sus diferentes formas la han acompañado desde niña como lectora y autora. Es nuestra invitada a la serie de WMagazín, con apoyo de Endesa
A la joven Liudmila Ulítskya le brillaron los ojos al descubrir, en medio de vestidos, pantalones, blusas y más ropa de contrabando tirada por todos lados, un libro clandestino sobre un sillón. La mujer de aquella tienda de Moscú que revendía ropa, tan escasa como los libros, dijo que la obra no estaba en venta. Por toda réplica, la joven Ulitskaya se quitó de su dedo el anillo de diamantes heredado de su abuela y lo puso sobre la mesa. Fue el precio de la felicidad eterna que le ha dado La dádiva, de Vladímir Nabokov. El escritor que hacía poco había llegado a su vida y la había conmocionado tras la lectura de Invitado a una decapitación cuyas “últimas páginas contenían un empuje artístico que superaba el de cualquier filosofía”.
Era 1965. Liudmila Ulítskaya tenía 22 años y estudiaba Biología. Y el ritmo de Nabokov la trastornaba. Quizás porque la música siempre la había acompañado y aquella musicalidad implícita en la literatura del gran autor ruso eran eso, y mucho más.
Ella llevaba la música dentro, sobre todo de Johann Sebastian Bach, reconoce a sus 79 años esta escritora rusa de antepasados ucranios, que acaba de recibir el Premio Formentor de la Letras 2022, y está en las quinielas del Nobel de Literatura que se anunciará este jueves 6 de octubre.
La música y sus diferentes formas de transmisión la han acompañado siempre. Ya con 12 años descubrió la magia de la lectura gracias a la poesía (y empezó a escribirla, para ella, no para publicar), la reforzó en su época de estudiante de Biología en los libros prohibidos que compraba a escondidas y luego como bióloga y genetista cuando aún no sabía que escribiría.
Aunque ya practicaba el arte de samizdat (copias de libros prohibidos por el régimen soviético transcritos a mano o a máquina) como lectora y autora. Incluso, a finales de los años sesenta, cuando trabajaba en el Instituto de Genética General de la Academia de Ciencias de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), patrocinó Exodus, de Leo Uris, como samizdat con su máquina de escribir. Cuando se dieron cuenta la destituyeron.
Aquel episodio la llevó directo a las artes, al teatro, al cine y a la literatura. Pronto empezó a trabajar en el Teatro Musical Judío, a escribir obras de teatro para jóvenes, a escribir reportajes, a traducir poesía en lengua mongol… Y en los años ochenta a crear sus propias novelas con una difusión discreta. A comienzos de la década de los noventa su vinculación con el cine se fortaleció y obtuvo éxito por los guiones de Hermanas Liberty (1990) y Una mujer para todos (1991).
En 1992, tras la caída del muro de Berlín, empezó a ser reconocida con la novela corta Sóniechka, con la cual obtuvo el Premio Médicis en Francia. A esta obra le siguieron los títulos Parientes pobres (1994) y Los alegres funerales de Álik (1997), recién editada en España por Lumen.
Treinta años después de su debut literario, Liudmila Ulítskaya ha publicado quince libros de ficción entre los que destacan Mentiras de mujeres y Sinceramente suyo, Shúrik, (ambos en Anagrama), tres cuentos para niños y seis obras de teatro representadas en Rusia y Alemania. La escritora ha vendido más de cuatro millones y medio de ejemplares en todo el mundo y sus libros han sido traducidos a más de quince idiomas.
Treinta años después la ilusión de un nuevo mundo tras la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) se ha esfumado para ella. El presidente de Rusia, Vladímir Putín quiere recuperar lo «perdido», a tal punto inició una guerra contra Ucrania, desde finales de febrero de 2022. «Me da miedo y me preocupa una nueva guerra mundial, pero creo que ya empezó. El día 24 de febrero de 2022 fue para mí el momento de certeza de que ya había empezado, porque no empezó ese día 24 comenzó antes, pero ese día tuve la certeza», lamentó la Liudmila Ulítskaya ante los periodistas, horas antes de recibir el Premio Formentor de las Letras, en Las Palmas de Gran Canaria, el viernes 23 de septiembre.
Este fue el motivo por el que salió de Rusia pocas semanas después de iniciada la guerra. Su opinión sobre Putin es que se trata de «un personaje muy desagradable sobre quien nunca he llegado a pensar con palabras que utilizo para mi trabajo. Se me presenta como alguien con pocos talentos, con poca gracia, con poca cantidad de humanidad que, por el capricho del destino, ocupa una posición muy importante»
Liudmila Ulítskaya aparca por unos momentos esta zozobra, se concentra en crear belleza a través de la literatura y cuenta cómo las artes han influido en su escritura, traza su autorretrato artístico por email:
Autorretrato artístico de Liudmila Ulítskaya
“Para mí la música es la más importante de todas las artes y la más poderosa e influyente ya que habla directamente con tu subconsciente. Con el paso de los años, cada vez paso más tiempo escuchando música, especialmente a J. S. Bach.
Las artes escénicas me encantan. Me encanta el teatro, pero rara vez estoy satisfecha con lo que veo allí.
Las artes plásticas están en casa. Mi marido (Andrei Krasulin) es un artista y escultor que me ha enseñado mucho sobre estos campos de la autoexpresión humana. En cierto sentido, yo estoy muy influenciado por él y su arte. También me ha ayudado a desarrollar un gusto específico en artes visuales, me ha explicado mucho y ha formado como espectadora.
Mis escritores favoritos de niña eran Miguel de Cervantes y O. Henry. Descubrí la magia de la lectura a los doce años con la poesía. Uno de ellos fue con la antología Poemas selectos, de Borís Pasternak, donde leí un poema muy importante para mí:
Así empiezan. A los dos años de edad
de su mamá se van en vagas melodías…
Gorjean, pían, y hacía el tercer año
palabras ya venían…
Me educaron los armarios de libros de mis abuelas. (En su discurso del Premio Formentor dijo: “Parece cómico, pero los primeros libros de mi infancia, aunque no hubiesen figurado en el índice de prohibidos, ya hacía tiempo que fueron expurgados de las bibliotecas públicas y se hallaban en departamentos de publicaciones y documentos clasificados, pudiendo ser prestados solo bajo autorización especial: novelas de Lidia Chárskaya, conservadas en el armario de mi abuela Elena desde sus tiempos de colegiala, la maravillosa Mujercitas, de Louisa May Alcott, su continuación en Aquellas mujercitas, el libro sobre los pequeños japoneses y los pequeños holandeses, y una colección de revistas Charla cordial. El otro armario de libros pertenecía a mi segunda abuela, María. Era más interesante y más peligroso; aún tenía una que crecer para merecerlo: La piedra, de Mandelstam; El rosario, de Ajmátova; Yo, Kótik Letáiev, de Andréi Biely; Imágenes de Italia, de Murátov; La interpretación de los sueños, de Freud, y hasta, Dios me perdone, un tomito de Materialismo y empiriocriticismo, de Lenin, acompañado de jocosas acotaciones de mi difunto abuelo”).
A decir verdad, nunca tomé una decisión deliberada de ser una escritora. De hecho, la decisión que tomé cuando era adolescente fue bastante diferente: Quería ser bióloga, genetista, y, realmente, trabajé duro hasta que me convertí en bióloga. Pero, como dice el viejo proverbio yiddish, ‘planeamos – Dios se ríe’.
Mi vida me empujó accidentalmente a escribir por la misma razón por la que me encantaba escribir cosas desde que era una niña, y tener una mala memoria (o más bien pensar que mi memoria no era lo suficientemente buena).
Traté de escribir todo lo que sucedía a mi alrededor. Así adquirí la costumbre de escribir todo con detalles. Desde ese punto solo había un paso para escribir historias que pudiera compartir, primero con mis seres queridos, con mi familia y amigos, y, mucho después, con todos los demás.
Pero también podemos decir que es algo hereditario, que yo heredé el don de la escritura de mis antepasados: mis dos abuelos y mi padre escribían libros, aunque no ficción”.
He escrito poesía desde que era adolescente, y todavía lo hago. Esos poemas no los publico, pero algunos forman parte de mis obras en prosa. Por ejemplo, todos los poemas de mi novela Medea y sus hijos son míos. También hay dos de mis poemas en mi última colección de cuentos Cuerpo del alma.
Mi autor clásico de referencia es Alexander Pushkin, y Vladímir Nabokov es mi escritor contemporáneo favorito.
Hace tres décadas que publiqué Sónichka. La releí recientemente por una nueva traducción, y me sentí bastante satisfecha por la novela. Estaba muy bien compuesta y escrita, incluso tuve la sensación de que no la habría escrito tan bien hoy.
Cuando escribo no tengo ningún ritual o rutina especial. La única cosa es que no podría sentarme a trabajar si mi casa es un desastre. Primero tengo que limpiarla, luego sí puedo ponerme a trabajar.
Mis libros surgen de una imagen, de un sonido, de una idea, de un recuerdo y de muchas cosas más, todo bien mezclado, bien revuelto, y bien cocinado en mi cabeza.
Vengo de una familia de mujeres fuertes. Mi abuela crio a sus hijos sola; y ayudó y apoyó a sus padres ancianos, se ganó una vivienda trabajando a tiempo completo en una institución soviética y, aun así, se las arregló para ganar algo de dinero extra cosiendo en casa en su tiempo libre. Alimentaba a toda su familia, incluso llevó a sus hijos de vacaciones en los años en que mi abuelo estuvo preso en los campos de Stalin. La carrera científica de mi madre fue bien. Después de la Segunda Guerra Mundial comenzó a trabajar en un laboratorio como asistente y se jubiló como jefa de un gran laboratorio de bioquímica en una de las instituciones de investigación científica más importantes de Moscú.
Nunca sufrí la competencia con los hombres, tuve el mayor conocimiento del feminismo. Especialmente porque crecí en la Unión Soviética que fue uno de los primeros países en dar a las mujeres el derecho al voto – sucedió incluso antes de la Revolución Bolchevique en 1917. Mi sentido de género y de la igualdad es muy fuerte desde mi temprana edad, y me ha liberado del feminismo.
Pero esta es mi historia personal. Como ser humano, sé que en muchas partes del mundo la igualdad de género es inexistente o fuertemente subdesarrollada, y entiendo que es una muy buena causa por la cual luchar. Entiendo a las feministas, las respeto y las apoyo, pero yo no soy una de ellas.
Para mí la libertad es una situación de equilibrio, cuando las limitaciones que una sociedad impone a una persona coinciden con las limitaciones que la persona misma acepta voluntariamente.
Oh, la belleza es algo muy personal, solo puedo decir que reconozco una belleza por mi propia reacción sobre ella: cuando me detengo en el asombro y la alegría y no puedo quitar mis ojos de la imagen que veo, ya sea un paisaje, un ser humano, una cara, o un patrón de tela…”.
Es Liudmila Ulítskaya que en los últimos otoños suena en las quinielas del Nobel de Literatura que se anunciará este 6 de octubre en Estocolmo. La hija de padres moscovitas, de origen ucranio, que tuvieron que esconderse en los Montes Urales del sur durante la invasión nazi en la Segunda Guerra Mundial. Allí, en Baskortostán, nació el 21 de febrero de 1943. Tras el regreso de la familia a la capital rusa siguió sus estudios hasta graduarse en la Universidad de Moscú con una Maestría en Biología, luego en el Instituto de Genética como científica para luego tomar el camino de las artes.
Y crear una narrativa con ecos de sus clásicos rusos para contar la realidad sembrada de incertidumbres, penurias y sombras, sobre todo a partir de las mujeres rusas. La vida sobre sus hombres, acosadas por el entorno din dejarse vencer lo que crea mujeres vitales, fuertes, independientes.
En uno de sus libros escribe sobre los samizdat en Zeliony chatior (La carpa verde) donde cuenta la historia de tres amigos que se convierten en disidentes por amor a la literatura, a los libros, a la lectura, a la solidaridad que querer compartir con otros la belleza del arte de escribir.
“Mi infancia y mi juventud correspondieron a una época en la que en mi país se prohibió un acervo importante de literatura. En aquellos años ni siquiera se editaba a Dostoyevski por haber caído bajo sospecha”, recordó la escritora en su discurso del Premio Formentor. Tiempos de miedo. Muchos de los libros tenían que leerlos muy rápido y devolverlos enseguida al dueño, “o pasárselos a un compañero, pero jamás enseñárselos a un extraño”, conto en la entrega del Formentor de las Letras.
Un tiempo que, también, sembró en Liudmila Ulítskaya la búsqueda del arte y la belleza como lo dijo en una frase de Ósip Mandelstam, en El sello egipcio:
“El miedo me toma de la mano y me lleva… Adoro y respeto el miedo. Por poco digo: ‘con él, ¡no me da miedo! El miedo desengancha a los caballos cuando tienes que partir, y nos infunde sueños con techos inmotivadamente bajos”.
Serie Autorretrato artístico de un escritor
Puedes ver AQUÍ el Autorretrato artístico de Ángeles Mora.
Puedes ver AQUÍ el Autorretrato artístico de Alfredo Bryce Echenique.
Puedes ver AQUÍ el Autorretrato artístico de Elena Poniatowska.
Puedes ver AQUÍ el Autorretrato artístico de Piedad Bonnett.
Puedes ver AQUÍ el Autorretrato artístico de Rafael Argullol.
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