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Mosaico con portadas de novelas cortas contemporáneas en español. /WMagazín

La novela corta vive un esplendor en América Latina y España gracias a las escritoras

De la colombiana Piedad Bonnett a las mexicanas Brenda Navarro y Fernanda Melchor, de las españolas Eva Baltasar y Esther García Llovet al uruguayo Pedro Mairal, los catálogos literarios viven el auge de la 'nouvelle' en el que destacan las mujeres. Escritoras y editores cuentan su experiencia con este formato tan exigente como el de la novela larga y analizan su acogida en este especial de WMagazín, con apoyo de Endesa

La novela corta vive un momento de esplendor en la literatura contemporánea en español. Un momento inédito debido, sobre todo, a las escritoras de todas las generaciones de América Latina y España. De la colombiana Piedad  Bonnett a la española Sara Mesa, de la mexicana Brenda Navarro al guatemalteco Eduardo Halfon, y al maestro de este formato, el argentino César Aira. Una treintena de títulos recientes están las mesas de las librerías.

Muchos escritores descubren o redescubren la belleza y eficacia que aguarda en la nouvelle que compensa a quienes arriesgan y se entregan a ella con gran sensibilidad. Estas joyas de la literatura, en predios fronterizos entre el cuento largo y la novela, exige a sus autores no solo un argumento sólido e interesante, sino también un despliegue de calidad literaria y emociones. Si en el cuento prima un tema y argumento increscendo en pocas páginas que puede terminar en todo lo alto, y la novela permite extenderse en lo anterior y profundizar en sus personajes y crear varias líneas argumentales, la novela corta no admite muchos meandros intelectuales ni pirotecnias verbales ni estilísticas.

Y ofrece un obsequio adicional: una buena novela corta logra una empatía especial con el lector que siente cariño por ella porque crea una conexión especial.

El motivo de este auge puede estar en la naturaleza de estos tiempos, aventura Piedad Bonnett, que acaba de publicar Qué hacer con estos pedazos (Alfaguara), y en 2013 Lo que no tiene nombre, una narración maestra de 131 páginas sobre el suicidio de su hijo Daniel: «Si hablo desde el lector, pienso que la proliferación de este formato puede ser un gusto por lo corto, por pasar de una cosa intensa a otra de la que se espera mucho”.

Adiós a los mundos totalizadores

Es una verdadera experiencia para el autor y el lector. Como autora, Bonnett aclara que “uno no escoge la longitud. Esa la dicta el tema y la forma en que queremos abordarlo. Yo duré dos años escribiendo la mía. Y fue difícil. No creo que sea más fácil escribir una novela una corta que una larga”.

Las novelas largas suelen llevar implícita cierta importancia en el imaginario de los lectores. Aunque no hay que olvidar que las primeras formas narrativas fueron, sobre todo, cortas, acorde a sus tiempos, como época y como concepto, y a las herramientas que estos ofrecían, y que lo conocido como novela corta habría surgido en la Edad Media en esos relatos más largos que el cuento tradicional.

Es en el siglo XIX, sobre todo, cuando la novela se hace larga, se puebla de más y más personajes y varias líneas argumentales, no tanto porque sea concebida así por el autor, sino porque muchas de ellas nacen como folletines en la prensa y el autor las alarga para retener a los lectores y ganarse el pan. Es aquí donde entronca la reflexión de Piedad Bonnett, sobre el auge de la novela corta con su «creo que son los tiempos» impulsados por lo vertiginoso del ciberespacio y la sobreoferta cultural en la red.

Un paso más allá va José Ovejero, cuya reciente obra Humo (Galaxia Gutenberg) pertenece a ese universo privilegiado, que habla del ocaso de un modelo: «Hubo un tiempo en el que novelas desbordantes, como muchas de Thomas Pynchon, de David Foster Wallace y alguna de Roberto Bolaño, parecían el modelo a seguir; y parecía también que una obra ambiciosa debía tener también una extensión ambiciosa. Pero no creo que Humo sea menos ambiciosa que novelas mías tres o cuatro veces más extensas; sólo que la ambición apunta en otras direcciones. La divagación, la mezcla de materiales y de géneros, la erudición nerd, las obras que se remiten a otras obras y les hacen eco, todo eso que nos pareció que ampliaba el espacio de lo literario ahora empieza a sonar a gesto cansado, a repetido, a déjà vu y, sin que desaparezca ese tipo de libros -en literatura nada desaparece ni pierde validez- hay mucha gente explorando otras posibilidades. No creo que sea más que eso”.

Son tiempos en los cuales casi han desaparecido esas novelas que aspiran a mundos totalizadores y abarcadores de vidas y tiempos largos. Los autores se centran, cada vez más, en vidas o en espacios más modestos que reflejan y contienen el mundo entero. Episodios que iluminan la existencia sin la épica y grandilocuencia pasadas.

Brenda Navarro, que tras su debut exitoso con Casas vacías acaba de publicar Ceniza en la boca (Sexto Piso), tiene claro que «una obra literaria es obra literaria sin importar su extensión. Quiero creer que la novela corta es una etiqueta más y que no deberíamos de pensar que esto afecta en términos de valor literario«.

Mosaico con portadas de novelas cortas contemporáneas en español. /WMagazín

Cómo nace una novela corta

Un autor y maestro de la novela corta, toda su vida, es César Aira, uno de los más prolíficos del español con más de cien libros, y que acaba de publicar El jardinero, el escultor y el fugitivo (Literatura Random House). Tantas obras breves y en cada una ha intentado variar, así es que admite que “es probable que esté escribiendo siempre la misma novela creyendo escribir cosas muy distintas”, dijo en una entrevista a WMagazín. Un Balzac o Proust de la Comedia humana acorde a estos tiempos.

Tres autores que tienen como una de sus marcas la brevedad son el argentino Edgardo Cozarinsky cuyas novelas no superan las 150 páginas (salvo Lejos de dónde) con títulos como Turno noche (Tusquets); el chileno Alejandro Zambra con títulos como Bonsai y La vida privada de los árboles (Anagrama) o libros como Mudanza; y el guatemalteco Eduardo Halfon cuya última novela es Canción (Libros del Asteroide) quien asegura que no planifica sus novelas así: «Una novela corta se lee o se debe leer con la intensidad y trepidación de un cuento”.

El proceso de cómo surge una novela corta lo cuenta José Ovejero, a partir de la experiencia con su libro más reciente: “Cuando empiezo a escribir Humo (Galaxia Gutenberg) no lo hago con la intención de escribir una novela corta. Sencillamente me pongo a escribir lo que creo que va a ser una novela, pero es verdad que enseguida me doy cuenta de que no será larga, porque la estoy escribiendo un poco como escribo cuentos; con una sensación de inmersión que no se puede mantener mucho tiempo; la estructura sencilla, la falta de explicaciones, las escenas breves e intensas… todo ello me lleva hacia un género que nunca había cultivado, pero, ya digo, de forma no premeditada”.

Caso contrario es el de la mexicana Fernanda Melchor. En Páradais (Literatura Random House), cuenta, “quería escribir algo breve, directo, contundente, que pudiera leerse de un tirón, pero que, además, poseyera una poderosa corriente subterránea que se ocultara debajo de la narración”. Ese es uno de los aspectos que más le atraen a Melchor del formato: “su semejanza con el cuento, la forma que su arquitectura y su economía permiten dos narraciones en una, una explícita y otra secreta”.

Impulso de escritoras

En este esplendor de la novela corta las escritoras tienen un papel protagónico. Aunque Eva Baltasar, cuya reciente novela Mamut, escrita en catalán acaba de editarse en español por Literatura Random House, no tiene una respuesta sobre el por qué de este renacer de la novela corta, y menos que sea cultivada por mujeres explica su experiencia:

«Tal vez la brevedad de mis novelas se deba a que me he formado como escritora, durante más de quince años, escribiendo poesía, y esto hace que precisamente trabaje muchísimo el lenguaje para conseguir mostrar con pocas imágenes algo que tal vez hubiera necesitado páginas para contar o describir. Hay en mi trabajo sobre el lenguaje esa búsqueda de la esencia, de cierta austeridad con un componente estético y poético importante. Es una austeridad que también hago extensiva al argumento. Valoro especialmente los personajes desnudos, las tramas sencillas, que no simples, para que de esta forma la historia y las palabras se acompañen de la mejor forma posible para servir a la obra y al lector».

Brenda Navarro tambíén reconoce que no había reparado en la presencia fuerte de las escritoras en este formato. Recuerda que «hay una generación de escritoras que están teniendo mayor relevancia en los medios y que tiene que ver más por la historia que cuentan y el impacto que tienen en lectores y lectoras que por la extensión de la misma. Lo defiendo así. Ahora bien, como lectora, si me pones enfrente una obra como It, de Stephen King, que tiene más de mil páginas, la leo sin problema. O la novela de Céline Curiol, Las leyes de la ascensión, de otras mil páginas, también la leo. Pero porque me interesan, no porque crea que por su extensión tenga mayor virtuosidad. Creo que todo tiene que ver con este canon absurdo que ya no corresponde a los nuevos tiempos».

 Aliada de las editoriales

La novela corta es un universo con varias galaxias que ha encontrado en las editoriales un aliado. Si el miedo a publicar libros de cuentos, al menos en España, desaparece, poco a poco, los sellos grandes y medianos han recibido con interés estas nouvelles. A la vez que otros sellos se han creado bajo su luz y crecen con estos libros. Es el caso de editoriales como Tránsito, Altamarea o Tres Hermanas con autores en español y otros idiomas. Igual sucede con Minúscula, decana en este formato, aunque su excelente catálogo es sobre todo de nombres en otros idiomas. Periférica es otra editorial que ha publicado buenas novelas cortas de autores en español y traducido magníficas de otras lenguas y tiempos.

La lectora y la editora de obras cortas ideal vive en Sol Salama, de Tránsito: “Yo publico cortos porque es lo que más leo. Desde hace tiempo los libros de trescientas páginas me cuestan más porque la vida, el ritmo que nos marca la sociedad y al que estamos irremediablemente sometidos, va deprisa, está acelerado”. Y da otra clave, como editora: “Igual que publico lo que me gusta, publico lo que yo leo. También, los costes de traducción/imprenta serían mucho más altos, con lo cual, lo dejo para cuando me enamore de un tocho en cuestión. Habría de estar muy segura”.

El catálogo de novelas cortas publicadas en lo que va de 2022 es importante:

Esther García Llovet con Spanish Beauty (Anagrama).

Bárbara Blasco con Dicen los síntomas y la recuperación de La memoria del alambre (Tusquets).

Silvia Hidalgo con Yo, mentira (Tránsito).

Natalia Carrero con Otra (Tránsito).

Isabel Alba con La ventana (Acantilado).

Eva Baltasar con Mamut (Literatura Random House).

Pilar Quintana con La perra (Alfaguara).

Aroa Moreno con La bajamar (Literatura Random House).

Estos escritores expanden el universo de la novela corta en español que en 2021 y 2020 completaron autores como:

Edgardo Cozarinsky con Turno noche (Tusquets).

María Folguera con Hermana (Placer) (Alianza).

Lorena Salazar Masso con Esta herida llena de peces (Tránsito).

Alejandro Morellón con Caballo sea la noche (Candaya).

Jacobo Bergareche con Los días perfectos (Libros del Asteroide).

Andrés Barba con Vida de Guastavino y Guastavino (Anagrama).

Marbel Sandoval Ordóñez con Conjuro contra el olvido, que réune tres novelas cortas (Punto de Vista).

Sara Mesa con Un amor y Cara de pan (Anagrama)

Milena Busquets con Gema (Anagrama).

Paula Farias con Fantasmas azules (adn).

Julieta Valero Niños aparte (Caballo de troya).

Luis Felipe Fabre con Declaración de las canciones oscuras (Sexto Piso).

Sin olvidar a Pedro Mairal que con la exitosa La uruguaya (Libros del Asteroide) en 2016 contribuyó a poner la novela corta en primera línea en España Y Latinoamérica.

Todos estos autores enriquecen la tradición que han creado clásicos en este formato como Miguel de Cervantes con sus famosas Novelas ejemplares; Goethe con Las penass del joven Werther; Fiodor Dostoievesky con Memorias del subsuelo y Noches blanas; Leon Tólstoi con Tormenta de nieve o La muerte de Iván Illich; Joseph Conrad con El corazón de las tinieblas; Albert Camus con El extranjero; Antoine Saint-Exupèry que se convirtió en long seller de todas las edades con El principito; Franz Kafka con La metamorfosis; Thomas Mann con La muerte en Venecia; Marguerite Duras con El amante; Katherine Mansfield con La bahía; Henry James con Otra vuelta de tuerca; Ernest Hemingway con El viejo y el mar; Francis Scott Fitzgerald con El gran Gatsby; Gabriel García Márquez con títulos como El coronel no tiene quien le escriba, Crónica de una muerte anunciada y Del amor y otros demonios. Y tantos otros autores.

Y si como escribe Piedad Bonnett al comienzo de Qué hacer con estos pedazos “A veces basta tirar una piedra sobre un tejado para que una casa se desmorone”, a veces, basta leer una novela corta para querer construir una biblioteca con todas las demás.

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