La pelea de Rukeli contra el racismo gitano revive en Europa 85 años después
Una biografía del gran boxeador alemán perseguido por el nazismo ofrece un panorama sobre una de las minorías víctimas del Holocausto y los prejuicios que perviven en el continente. En días de incertidumbre migratoria y brotes xenófobos un pasaje en exclusiva
Presentación WMagazín. Johann Trollmann (1907-1943), más conocido como Rukeli, es una de las figuras paradigmáticas que ha sufrido el racismo y la xenofobia por su origen gitano. Su época fue la de la Alemania nazi. Fue un gran boxeador, el mejor de su país y leyenda del deporte, pero no el que los nazis esperaban que representara la fuerza de los arios. Así es que lo despojaron de su título semipesado en 1933, hace 85 años. Un mes después cuando peleó por el título welter le pusieron unas condiciones para que perdiera, que no se moviera. Pero ese día Rukeli hizo la mayor protesta jamás hecha por un deportista en el nazismo: saltó al ring con el pelo teñido de rubio chillón y el cuerpo cubierto de polvo blanco. Perdió. A partir de entonces le hicieron la vida imposible y terminó en espectáculos de poca monta. En 1935 le retiraron la licencia. En 1939 lo enviaron a combatir contra el frente ruso. En 1941 regresó a Alemania y la Gestapo lo envió a un campo de concentración donde fue humillado, hasta que murió el 9 de febrero de 1943.
Una humillación que se prolongó durante sesenta años después de su muerte porque solo hasta 2003 la Federación de Boxeo de Alemania le restituyó el título de 1933 de campeón alemán en la categoría semipesado. Una persona de una raza víctima del Holocausto y cuyos prejuicios persisten.
En días de incertidumbre por las políticas migratorias y las voces xenófobas que vuelven a sonar en Europa y Estados Unidos, WMagazín publica algunos pasajes de la biografía de Rukeli, de su persecución por parte del nazismo. Un libro necesario que va más allá de la vida de este gran deportista al ofrecer un panorama sobre una de las minorías más perseguidas a lo largo de la historia. Así se aprecia en Rukeli. Johann Trollmann y la resistencia romaní antinazi, de Jud Nirenberg, editada por Punto de Vista, con traducción de Ismael Gómez. Esta es una historia para no repetir:
Los roma, los sinti y la Historia
Por Jud Nirenberg
Los roma son en la actualidad la minoría étnica más numerosa de Europa. Entre diez y doce millones de roma viven en Europa si se cuentan todas las personas de la diáspora romaní, como los sinti. En varios países, los niños romaníes se encuentran aún en su mayoría segregados en ambientes educativos inferiores. En algunos países, los roma son enviados a escuelas destinadas oficialmente a personas con discapacidades de aprendizaje pero que en la realidad están mayoritariamente ocupadas por roma. Incluso en muchos de los supuestos colegios integrados, los roma son puestos en clases aparte. Situados en entornos de aprendizaje donde se enseña poco, los roma suelen abandonar la educación en la adolescencia. La discriminación laboral es común incluso para aquellos con las aptitudes que les permitirían conseguir un empleo. Mientras que la discriminación laboral es ilegal en la mayor parte de Europa, la aplicación de las leyes antidiscriminatorias no es fácil. Faltos de educación, desempleados y rechazados, los roma viven comúnmente en barrios de chabolas, separados de la población no roma. Richard John Neuhaus, editor de la reputada y ampliamente leída publicación estadounidense First Things llama a los gitanos «gente vaga, embustera, ladrona y extraordinariamente sucia». Personas por lo demás cultas hacen afirmaciones sobre los roma que serían rápidamente censuradas como estúpida intolerancia si se refiriesen a cualquier otra comunidad étnica. (…)
Al comienzo del siglo XX, los roma eran ampliamente repudiados. Se les veía como incapaces o reacios a encajar. En varios países, incluidos Polonia, Unión Soviética, Checoslovaquia y los Estados Unidos, algunos roma establecieron asociaciones culturales, benéficas y políticas cuyo objetivo era mejorar la integración y desafiar la discriminación.
Hay una historia que circula entre algunos sinti y roma. Hitler fue a una adivina romaní. Mirando la bola de cristal, le prometió un gran poder. También le dijo que su caída sería más rápida que su ascenso. Se puso furioso. Decidió que podría vencer la maldición del vaticinio si vencía a la raza que lo había formulado. La verdad es que no hace falta ninguna historia especial para entender la creencia de Hitler y de gran parte de Europa de que los gitanos deberían morir. El dogma racial que los nazis llevaron hasta su conclusión lógica no era ni nuevo ni exclusivamente alemán. Si el asesinato de los roma y los sinti hubiera sido una idea radical y desagradable para todo el mundo, no habría sido llevado a cabo con tanta eficacia. No siempre fue controvertido. En la Serbia ocupada por los alemanes, no había una directiva específica de Berlín sobre el exterminio de los roma. Los mandos militares, sencillamente, lo llevaron a cabo.
A principios del siglo XX, muchos miembros de las pequeñas comunidades sinti y romaníes de Alemania vivían de forma no muy diferente de la de sus vecinos no gitanos. Cuando los padres de Johann Trollmann se casaron, en 1901, sus familias habían estado en el norte de Alemania y en el área de Hannover durante siglos. Vistos en comparación con muchos de los gitanos de Europa, a los sinti alemanes no les iba mal. La mayoría de ellos tenían hogares permanentes. Aquellos que estaban «viajando» y que tenían carromatos o caravanas —como los que usaban los Trollmann a veces— solo mantenían tales medios de transporte para viajes de negocios o para las visitas a familiares en vacaciones y verano.
(…)
Los sinti muestran aún hoy las cicatrices del siglo XX. Si su cultura es menos conocida y su voz menos oída en el debate público europeo, es en parte porque la comunidad sinti es muy protectora respecto a sus fronteras. Como Romani Rose, presidente de la principal organización de la comunidad sinti alemana, el Consejo Central de Sinti y Roma Alemanes, le dijo al escritor sinti esloveno Rinaldo diRicchardi-Reichard, «los sinti alemanes llegaron a la conclusión de que solo debía enseñarse nuestra cultura en el seno de las familias sinti [y no públicamente] […]. Ninguna de las asociaciones alemanas de sinti […] ha hablado nunca sobre sus normas. […] Tales decisiones fueron tomadas tras la Segunda Guerra Mundial, después del régimen nazi». En resumidas cuentas, los sinti aprendieron por las malas que confiar en los de fuera es peligroso. A principios del siglo XX, algunas familias sinti dieron la bienvenida en su hogar y en sus corazones a antropólogos. Creyeron que se podía confiar en aquellos investigadores, que pasaron años conociendo y trabando amistad con los sinti. Aquellos mismos investigadores proporcionaron información y validación a los nazis cuando la política de genocidio fue establecida y puesta en práctica. Los líderes sinti aconsejan seguridad y unos límites claros. Esto no quiere decir que la cultura o la lengua sinti sean un secreto perfectamente guardado. El primer diccionario sinti-alemán de Bischoff fue escrito en 1927. El diccionario de Mihail Kogălniceanu apareció en 1837. Para el lector que desee conocer más a fondo la cultura sinti, hay recursos. Sin embargo, el miedo sinti al elemento de fuera es fuerte y, desde los 1940, solo poco a poco va mitigándose.
Rukeli encuentra su estilo
En 1925 Hitler publicó su manifiesto, Mein Kampf (Mi lucha). En él, defiende el boxeo: «El boxeo y el jiu-jitsu siempre me han parecido más importantes […]. Dad a la nación alemana 6 millones de cuerpos deportivos, impecables, entrenados, todos refulgiendo de fanático amor por la patria y entrenados para el más elevado espíritu guerrero, y un Estado nacional surgirá de ellos… la creación de un ejército».
Ese mismo año, Rukeli era a sus dieciocho años el campeón amateur del distrito en su peso y gozaba de cierta fama local. En ocasiones trabajaba pero la mayoría del tiempo entrenaba y a veces algún benefactor lo ayudaba, dándole dinero para que siguiera puliéndose en el gimnasio.
Se ganaba amigos y fans pero también algunas quejas de los perdedores. Mucho tiempo después, algunos fans han recordado su juego de pies comparándolo con el de Muhammad Ali. Su forma de moverse dentro del ring no se parecía en nada a lo visto en su época. La gente decía que era artero, que fintaba demasiado. Era difícil de encasillar su estilo. Sin embargo, estaba trabajando en técnicas y estrategias que funcionaban, y en ese discutido juego de piernas vio una carrera a desarrollar.
Rukeli aprendió a lanzar golpes —y a recibirlos— mientras retrocedía. Trabajó la distracción con un efectivo jab de izquierda. Evitaba pelear desde el interior, acercándose. Era rápido con los pies y guardaba las distancias. Los observadores decían que era un bailarín. Los que querían ver a dos púgiles frente a frente intercambiando golpes, aquellos que no sabían nada de la técnica y solo querían ver matones haciendo sangrar, no eran sus fans. Algunos apreciaban sus insólitos movimientos. En 1928 el periódico de Berlín Box-Sport, el más importante de la prensa pugilística alemana, lo mencionó por primera vez. Trollmann, dijeron, podía llegar a gustar y «demostraba ser un deportista limpio en todos los aspectos». (…)
Era mayo cuando Joseph Goebbels planeó con la Asociación Nacional de Estudiantes, y presidió, la altamente publicitada «quema de libros». En universidades de todo el país, los libros considerados antialemanes fueron arrojados a hogueras. (…)
El título de de Seelig permanecía desierto a la espera de que alguien lo reclamara. Por fin, se programó la pelea de Trollmann contra Adolf Witt.
La pelea se celebró al aire libre el 9 de junio de 1933 en el Bockbierbrauerei de Berlín, una gigantesca cervecería donde se convocaban gran variedad de actos en el área de Kreuzberg. Poco antes del evento, parecía que se avecinaba una tormenta y solamente 1.500 personas se atrevieron a acudir. No era mucho para tratarse de una pelea por el título. (…)
Witt ganó el primer asalto. El resto del combate fue mantenido a raya. Rukeli marcaba una y otra vez con su izquierda. Witt trataba de acertar con golpes sólidos pero se encontraba con que el juego de piernas y el estilo defensivo de Rukeli eran difíciles de neutralizar. (…) Con Rukeli claramente por delante en puntos, los que no querían que ganara tendrían que aguardar y esperar que Witt lo tumbara. Witt, mientras tanto, se esforzaba en vano.
La campana sonó al término del décimo segundo asalto. El púbico permanecía silencioso mientras el árbitro ocupaba el centro del ring: «Sin decisión». El título permanecía vacante. Ambos púgiles se quedaron petrificados sin decir nada. (…) El público volvió a la vida gritando y saltando en sus asientos. Radamm y los promotores se reunieron ante el público. Anunciaron que echarían un vistazo a las puntuaciones. Hicieron el número de examinar las tarjetas. Sí, se había producido un error.
Trollmann fue declarado vencedor y el nuevo campeón del semipesado. Era el campeón de su deporte en el país que se veía a sí mismo como la nación más fuerte de Europa y el mundo. (…)
Al siguiente día laborable, un lunes, las autoridades del boxeo se reunieron. Tras escuchar al árbitro, a Radmann y a funcionarios del partido, el organismo oficial anuló el resultado: «En la pelea de Heinrich (sic) Trollmann – Adolf Witt del 9 de junio en el Bockbierbrauerei, en relación con el título de campeón alemán de la clase semipesada, el resultado es cancelado y la pelea, debido al insuficiente esfuerzo de ambos púgiles, es una pelea sin decisión». Adolf Witt acabó ganando en 1933 el título, que conservó hasta 1937.
En julio, Rukeli peleó de nuevo, perdiendo suficiente peso para descender como welter contra el poseedor del título, Gustav Eisener Eder.
Las personas que compraron todas las entradas para la pelea no tenían ni idea del espectáculo que Trollmann planeaba ofrecerles. Había sido advertido por las autoridades del boxeo para que luchara en el correcto «estilo alemán». Y así, dado que no podía pelear en su propio estilo, se le ocurrió otro enfoque.
Cuando los boxeadores fueron llamados al ring, Rukeli entró con el pelo teñido de un rubio chillón. Estaba húmedo y cubierto de la cabeza a los pies con polvo blanco. No solo había hecho el esfuerzo, con el maquillaje de escena, de parecer un alemán blanco. Peleó como la gente al mando decía que debería hacerlo un ario. Desde el primer asalto apenas movió los pies. (…)
En el quinto, Rukeli había tenido bastante con aquella forma de pegarse. Volvió a boxear, moviendo los pies. Era demasiado tarde. Estaba cansado. Dos golpes a la cabeza, dos al cuerpo y Rukeli cayó. La cuenta llegó hasta el final.
Ante la decisión de Rukeli de usar el pequeño confín del ring como medio para una gran declaración que sería oída durante generaciones mucho tiempo después de su muerte, los roma y los sinti han lidiado con la forma de protestar y de abrir los ojos de la mayoría a la experiencia de la exclusión.
Discriminación y exclusión tras la guerra
Sinti y roma de Europa murieron en campos de la muerte dirigidos por alemanes. Algunos se libraron de la deportación a los campos tras ser esterilizados; el plan nazi no era asesinar a todos y cada uno de los gitanos de los campos sino poner fin a los roma y los sinti como «raza», todo en una generación. El plan evolucionó, volviéndose más agresivo y exhaustivo con el tiempo. El reconocimiento de que hubo un plan para exterminar a los roma y los sinti como grupos étnicos, sin embargo, no se produjo inmediatamente tras el fin del fascismo. Raphael Lemkin, el hombre al que se atribuye el primer uso de la palabra «genocidio», describió a los roma como víctimas del genocidio nazi junto con los judíos en un discurso dado en 1951, pero otros tardaron mucho más en estar de acuerdo.
Después de la guerra, una Alemania ocupada por los vencedores tuvo que hacer frente a sus pecados colectivos. El pueblo alemán tuvo que responder y su gente ser educada en los males del antisemitismo por los gobiernos de Alemania Occidental y Oriental y por potencias extranjeras. Los viejos prejuicios y las costumbres para con los roma y los sinti, sin embargo, no fueron inmediatamente condenados.
A principios de la década de 1950, un periódico profesional de la policía de Alemania Occidental publicó un análisis de la «pureza racial» de los gitanos del país, preocupados porque solo cerca del 20 % fueran «gitanos racialmente puros» y suponiendo que esto tenía implicaciones en su comportamiento.
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Denegar a los roma y los sinti las debidas prestaciones disponibles para las víctimas de la persecución nazi no fue la peor discriminación en la Alemania Occidental de posguerra. El alcalde de Grafenhausen, que había sido activo en la deportación de gitanos en 1940, escribió en correspondencia oficial del gobierno en 1952: «Me opongo estrictamente a permitir a los gitanos reasentarse en ningún lugar cerca de los límites del pueblo […]. Los ciudadanos de esta comunidad deben luchar duro por su pan diario. Los gitanos solo quieren alimentarse a costa de otros». Hacer exactamente la misma afirmación en Alemania del Oeste, sustituyendo la palabra «gitanos» por «judíos», habría sido impensable.
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En los primeros años, los roma y los sinti de Alemania no tuvieron ni un país ni una organización que apoyara sus reivindicaciones. En total, los alemanes pagaron elevadas sumas a otros grupos de víctimas en los años inmediatamente posteriores a la guerra. Hasta la década de 1960, entre el 2.5 % y el 5.5 % del presupuesto anual nacional y de los estados federales alemanes se destinó a compensaciones. Desde 1980, la compensación ha supuesto alrededor del 0.5 % del gasto federal. El gobierno suizo y algunas compañías privadas que se beneficiaron del trabajo esclavo organizado por el Tercer Reich han pagado también a los fondos de compensación. Los roma y sinti sí recibieron, en los primeros años, algún resarcimiento pero muy poco si se tiene en cuenta su número. A la luz de los prejuicios y dadas las ingentes sumas que se estaban pagando a víctimas que contaban con un gobierno extranjero o grupos de presión internacionales respaldándolas, no resulta sorprendente que los roma y los sinti se encontraran con frecuencia con que el público alemán y los funcionarios responsables de tomar las decisiones sobre las solicitudes eran poco comprensivos.
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Los prejuicios persisten por toda Europa. En 1997, Jud Nirenberg visitó al líder de la comunidad romaní Andrzej Lulek Wisniewski en Łódź, Polonia, la misma ciudad donde tantos roma y judíos murieron en el gueto en los años 40. Wisniewski era un hombre elegante y de voz suave que vestía en toda ocasión trajes hechos cuidadosamente a medida y que había sido maestro de escuela en Alemania antes de regresar a su pueblo natal para establecer un centro comunitario para los roma. Pidió cooperación romaní internacional para presionar a la policía polaca para arrestar a jóvenes skinheads locales que habían atacado a roma. Mostró a Nirenberg y otros visitantes las esvásticas y pintadas antirromaníes del barrio cerca de su oficina. «Cuando los roma son pobres», protestó, «dicen ‘Odiamos a los gitanos porque no trabajan». Y cuando son gente de negocios de éxito, dicen «Les odiamos porque muestran su riqueza con ostentación. Deben de ser delincuentes’. No podemos ganar».
El Centro de Investigaciones Pew, una institución de investigación no partidista que lleva a cabo encuestas mundiales, estudió en 2009 las actitudes hacia las minorías en varios países. Pew informó de que el 31 % de los alemanes tenían opiniones negativas de los roma. Lo cual suponía un progreso: el 60 % de los alemanes del oeste y el 57 % de los del este habían dado respuestas negativas sobre los roma en 1989, lo que significaba que los prejuicios se habían reducido aproximadamente a la mitad en 20 años. Las cifras de 2009 hacen pasar a los alemanes por bien informados según los estándares de sus vecinos. El 84 % de los checos expresaron su aversión a los roma en 2009, como el 78 % de los eslovacos, el 69 % de los húngaros y el 84 % de los italianos.
Algunas cifras pueden ser útiles como puntos de referencia. El 30 % de los alemanes expresaron opiniones desfavorables sobre los inmigrantes turcos.
El 15 % de los checos, el 29 % de los húngaros, el 27 % de los eslovacos y el 29 % de los polacos tenían opiniones desfavorables de los judíos.
En el mismo proyecto, Pew estudió los sentimientos de los estadounidenses hacia sus minorías: el 8 % de ellos expresó una opinión desfavorable sobre la gente negra. Incluso si se considera a los Estados Unidos como un excelente modelo de relaciones raciales, los roma viven en países a los que les queda mucho camino que recorrer antes de lograr un modelo semejante y se tienen que enfrentar a niveles de prejuicio exponencialmente más elevados.
En opinión de muchos roma y sinti, la educación sobre el tratamiento que se dio a su gente en el Holocausto es una parte de la solución.
- Rukeli. Johann Trollmann y la resistencia romaní antinazi. Jud Nirenberg. Traducción de Ismael Gómez. Editorial Punto de Vista.
WMagazín también ha publicado un fotorrelato con ocho libros contemporáneos sobre la experiencia y problemática migratoria en Europa y Estados Unidos en este enlace, AQUÍ.
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