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El sociólogo y filósofo francés Gilles Lipovetsky, autor de ‘La consagración de la autenticidad’ (Anagrama), en la FILBo 2019- /Foto WMagazín

La rebelión del Yo y los claroscuros de la búsqueda de autenticidad, según Gilles Lipovetsky

El sociólogo y filósofo francés publicó 'La consagración de la autenticidad', un ensayo sobre el tema alrededor del cual han girado casi todos sus libros: el Yo contemporáneo. Lo ve como causa, consecuencia y muñidor de parte del presente. "Hay más y más gente con estudios que quiere hacer cosas que lo representen, cosas que muestren que son ellos mismos" ¿Por qué? Análisis de WMagazín, con apoyo de Endesa

El Yo sigue desatado en una escalada y rebelión de lo individual sin precedentes y la búsqueda ansiosa de la autenticidad. Gilles Lipovetsky (Francia, 1944) lo retrató en sus múltiples, pendulares y paradójicas facetas: “El mundo consumista no hace que desaparezca la voluntad de expresarse. El universo de lo comercial es agradable, pero no responde a todas las expectativas. Sobre todo, no responde a la necesidad de expresión, y cada vez hay más y más gente con estudios que quiere hacer cosas que lo representen, cosas que muestren que son ellos mismos. Por eso pienso que no hay que ser pesimista respecto de la creatividad. El universo individualista desarrolla el consumismo, pero, también, la cultura expresiva”.

Esta reflexión del filósofo y sociólogo francés es de una entrevista para WMagazín en la Feria Internacional del Libro de Bogotá de 2019. Dos años antes de que publicara su más reciente ensayo: La consagración de la autenticidad (Anagrama). Una mirada a una de las líneas de trabajo del Yo de la que todos somos testigos. Un libro que cierra un círculo de su trayectoria con el que vuelve al punto de origen de su primer libro, La era del vacío, de 1983. Y, a partir de ahí, sus diferentes investigaciones convertidas en libros han desarrollado diversas aristas de un mismo tema: el Yo en la contemporaneidad con sus búsquedas de lo individual, lo singular, lo diferencial, la autenticidad.

Lipovetsky, uno de los observadores y oteadores de la sociedad y sus cambios a través de la cotidianidad y sus quehaceres, recuerda, en su ensayo, que “el ideal de autenticidad individual no es algo de hoy: acompaña la aventura de la modernidad democrática e individualista desde su comienzo. Pero, inaugurada en el siglo XVIII, la ética de la autenticidad ha cambiado radicalmente de aspecto. Si bien el ideal sigue idéntico, las formas que adopta la cultura de la coincidencia con uno mismo y la autorrealización individual han cambiado de pies a cabeza. Un nuevo espíritu de autenticidad irriga nuestra época y un nuevo homo authenticus nos define. Somos testigos de la aparición de una manera nueva de ser uno mismo que presenta cada vez menos rasgos comunes con el modelo de los orígenes. Este libro pretende trazar el retrato de este hombre, de esta cultura de autenticidad profundamente reconfigurada”.

Causa y consecuencia

Lipovetsky ve al Yo y su rebelión como causa, consecuencia y creador de muchas de las cosas del mundo actual, de la sociedad posmoderna con sus luces y sus sombras: las fuerzas tradicionales en colisión con lo nuevo y la exploración que han creado esta hipermodernidad. Un ser humano con un narciso desprejuiciado que deja a su alrededor hedonismo, vacío, apatía, ambición efímera, mercantilización, espejismos de felicidad, máscara, bulimia consumista…

Es como si su casi veintena de ensayos confluyeran en este de La consagración de la autenticidad. Todo lo que ya analizó en cuatro décadas tiene un origen, el Yo. Lo vemos en La era del vacío, Gustar y emocionar: Ensayo sobre la sociedad de la seducción, De la ligereza, El imperio de lo efímero, El crepúsculo del deber, La tercera mujer, Metamorfosis de la cultura liberal, El lujo eterno (con Elyette Roux), Los tiempos hipermodernos (con Sébastien Charles), La felicidad paradójica, La sociedad de la decepción, La pantalla global (con Jean Serroy), La cultura-mundo (con Jean Serroy), El Occidente globalizado (con Hervé Juvin) y La estetización del mundo (con Jean Serroy).

Un regalo envenenado

El filósofo y sociólogo abre su ensayo con claridad:

“Una fiebre de nuevo cuño, tan irresistible como generalizada, se ha apoderado de nuestra época: la fiebre de la autenticidad. Reivindicada por las personas privadas, exigida por los ciudadanos, prometida por los políticos, deseada por los consumidores, repetida como un mantra por los profesionales de la comunicación y del marketing, la autenticidad se ha convertido en una palabra fetiche, un ideal de consenso, una preocupación cotidiana. Nuestro siglo la ha erigido en valor de culto.

En la era del riesgo y la incertidumbre, de la desconfianza y la sospecha, la autenticidad va viento en popa y se transforma en tendencia. (…) La época sigue la moda del ‘do it yourself’, de las recetas cosméticas caseras con ingredientes bio, pero también de la ropa de segunda mano, lo «reciclado», los mercadillos, la decoración vintage, los bares y restaurantes retro que recuperan espacios de antaño ‘100 % auténticos’. Lo auténtico se ha convertido en el new cool”.

Más agonía y presión para algunas personas. Pero una prueba de que el Yo no está tan perdido la dio Lipovetsky, en aquella entrevista de 2019: “Vivimos en una sociedad conformista, resignada, con miedos. Hay muchos puntos en los que el conformismo está dando marcha atrás, por ejemplo, en la moda, el ocio. Hay muchos aspectos de nuestra vida donde el conformismo no es menos riguroso”.

Una idea que desarrolló en su libro La consagración de la autenticidad donde escribe: “Cuánto más peso adquiere el ideal de ser uno mismo en las aspiraciones individuales, menos preeminencia tiene la autenticidad en el universo teórico. El éxito y la extraordinaria difusión de este concepto en el discurso social corren paralelos al eclipse de su aura filosófica. Y ahora, cuando el derecho a ser uno mismo es el motor constante de los nuevos movimientos sociales, resulta que se recurre poco a ese derecho, que se reivindica poco, por no decir que se mantiene al margen o se ignora por parte de distintas corrientes, en concreto la ola woke”.

Transformación, incertidumbre y egocentrismo

Para el sociólogo francés, “el ideal de autenticidad actúa como un formidable transformador antropológico, un operador de cambio de las maneras de pensar y existir. Vector de un cambio antropológico importante, ha moldeado, a largo plazo, una nueva condición subjetiva, un nuevo modo de ser uno mismo y de vivir en sociedad”.

Se trata de un Yo que busca la autenticidad en medio de la incertidumbre y del miedo, como lo expresó en 2019: “Desde los campos más sencillos. Por ejemplo, en la comida, en la alimentación. Antes uno podía tener miedo a morirse de hambre, ahora tiene miedo a lo que come, a lo que respira. Uno le tiene miedo a su situación material, uno tiene miedo frente a la vida privada, la gente se está separando, divorciando. También tenemos miedo a la globalización, a las catástrofes ecológicas. Tenemos miedo a no estar a la altura de nuestras exigencias en nuestra labor, porque todo el tiempo nos están pidiendo desempeños mejores. Incluso escribí un libro sobre una sociedad de inseguridades, donde los puntos de referencia ya no son tan claros y eso genera una inseguridad generalizada. Gracias a eso, líderes políticos como Trump o Bolsonaro ganaron las elecciones, porque han explotado los nuevos miedos que tienen los ciudadanos. Lo que hacen es reactivar los fantasmas”.

Y en medio de todo esto, escribe Lipovetsky en su ensayo La consagración de la autenticidad, “se libera el deseo de las limitaciones represivas y de las cadenas de alienación social”. Todo en “una sociedad con más desigualdades, pero a la vez más aspiraciones con la ley del menor esfuerzo. (…) Erigir la autenticidad subjetiva en ideal supereminente conduce a transformar al alumno en un puro consumidor de servicios encerrado en el subjetivismo egocéntrico”.

Lipovetsky aborda los derroteros en diferentes ámbitos, desde la moda hasta la política, pasando por la sexualidad al afirmar que una de las características de esta era de la autenticidad es la posibilidad de expresar y vivir la diversidad de las identidades sexuales. Es un momento inédito que definirá parte del futuro.

El sociólogo y filósofo francés Gilles Lipovetsky durante la entrevista con WMagazín en 2019, en la FILBo. /Foto WMagazín

Biografía del Yo

Todos los caminos parten y terminan en el Yo. Una carrera que empezó con la invención de la imprenta de Gutenberg en 1440, que sirvió no solo para la divulgación del conocimiento sino también para que la gente reconociera que no estaba sola en sus experiencias físicas, emocionales, intelectuales y existenciales; se abrió paso y se hizo visible en el retrato del Renacimiento, como lo analizó Tzvetan Todorov en Elogio del individuo. Ensayo sobre la pintura flamenca del Renacimiento:

“Está claro que el ‘arte representativo’ corresponde a una ‘edad de los individuos’. Lo que identifica a ese arte es haber introducido al individuo en la imagen, como objeto y a la vez como sujeto de representación, y la naturaleza simbólica del sentido que permite esta individualización. (…)

Introducir al individuo en el cuadro significa, también, elogiarlo. Lo que adquiere valor es la categoría de la individualidad en sí, no una encarnación u otra de la misma. El individuo merece existir por sí mismo, que se le muestre en la pintura, porque, en adelante, vive en un mundo propiamente humano. Dios no es más que el resultado de una vía personal hacia la espiritualidad, no la justificación de este mundo. En este sentido, el retrato del Renacimiento, tal como aparece en los pintores flamencos, forma parte de una filosofía humanista, que afirma la autonomía del yo (el derecho que tiene el pintor a hacer de su cuadro la imagen de lo que quiere) y a la vez la finalidad del tú (representar a un hombre por lo que es, no por lo que significa o ilustra)”.

El Romanticismo abrió nuevos horizontes al Yo, la Ilustración le dio más impulso, la era industrial lo dotó de confianza, las artes de finales del XIX y comienzos del XX lo acogieron y dieron rienda suelta y después de la Segunda Guerra Mundial vive una rebelión vertiginosa.

“El paradigma de la autenticidad individual, definida como adecuación a uno mismo, nace en la Europa de la Ilustración”, escribe Lipovetsky. Y continúa: “Rousseau es su inspirado profeta. Es el primero que erige la sinceridad hacia sí en ideal moral supremo, en virtud individual, en deber imprescriptible del que ningún ser humano puede zafarse. Apóstol de la transparencia total de sí mismo, detractor de la hipocresía y de las pasiones ficticias de la vida social, da el pistoletazo de salida a la ética moderna de la autenticidad según la cual no hay nada más digno que ser incondicionalmente uno mismo, llevando una existencia conforme con la única verdad interior de sí. Ya no se trata, como con los estoicos, de vivir de acuerdo con el orden cósmico, sino de vivir según la verdad singular del yo, según el ‘sentimiento interior’ y la ‘voz del corazón’. Erigido en nuevo absoluto, el ideal de autenticidad prescribe eludir el reino de la opinión, liberarse del peso de las convenciones y de los demás artificios de la vida en sociedad, dicho de otro modo, ser siempre sincero consigo mismo siguiendo el propio camino: ‘sé tú mismo’, esta es la gran máxima de la ética de la autenticidad”.

Al echar la vista atrás se ve que en la década de los sesenta del siglo XX confluyeron los múltiples caminos transitados por el yo desde su gran despertar en el siglo XVIII como recuerda Lipovetsky: apertura, reclamo cultural, espíritu libertario, lucha antiautoritaria, identificación generacional, reconocimiento de la igualdad y la multiculturalidad.

Fases de la autenticidad

Desde esta perspectiva, la ética moderna de la autenticidad se inscribe en una historia hecha de continuidad, pero también de discontinuidades. Una historia que, desde las alturas y a largo plazo, puede establecerse como modelo a partir de la distinción de tres grandes fases.

La primera se extiende desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta la década de 1950. Es aquella en la que se forjó una pieza central de la ideología individualista moderna mediante un nuevo ideal de vida que proponía, como deber primero, la sinceridad consigo mismo, el acuerdo de mí conmigo y el rechazo correlativo de los juegos de la apariencia, del conformismo y de la tiranía de la opinión. Corresponde al momento moral y ‘heroico’ de la cultura de la autenticidad.

La segunda fase corre paralela a la revuelta contracultural, al espíritu libertario y antiautoritario típico de las décadas de 1960 y 1970. Convertida en fenómeno generacional y movimiento social, la búsqueda de autenticidad no es ya únicamente una exigencia ética, sino que se convierte en una fuerza social, un vector de movilización colectiva cuyo objetivo es “cambiar la vida” aquí y ahora, transformar de pies a cabeza la organización de la vida colectiva y el modo de existencia individual. La época ve afirmarse, bajo el signo de la ‘revolución’, una autenticidad de tipo utópico, contestatario y anti institucional.

Desde finales de la década de 1970 se desarrolla el tercer acto de la historia de la autenticidad personal. Coincide con el momento en el que, ya dentro de las costumbres, esta se encuentra universalmente aprobada, al mismo tiempo que se desbloquean las barreras que obstaculizaban el reconocimiento pleno y total del principio de autodeterminación personal. Liberada de la perspectiva revolucionaria, la nueva era de la autenticidad está sin embargo marcada por la radicalización de sus miras y sus efectos, dado que todos los antiguos frenos sociales y simbólicos (las representaciones relativas a la diferencia masculino/femenino, a la edad joven, a las minorías sexuales y de género) han sido descalificados y, por ello, han dejado de oponerse a su dinámica propia. Sin oposición de fondo a sus exigencias, dotada de una legitimidad consensuada, libre de sus antiguas restricciones, la cultura de la autenticidad ha entrado en una nueva etapa de su odisea multisecular: la del derecho a ser uno mismo, sustituyendo el deber moral de ser uno mismo. Después de la autenticidad anticonformista y de la autenticidad libertaria, se afirma la autenticidad normalizada, generalizada, posheroica, vector clave de la antropología del individualismo contemporáneo.

(…)

Mientras se despliega un proceso de individualización extrema de nuestras sociedades, estas son testigos de un fuerte aumento de las reivindicaciones identitarias que se afianzan en el plano cultural y religioso, pero también en el ámbito de las orientaciones sexuales y de género. Reafirmación de las identidades étnicas y religiosas, celebración del color de la piel, exaltación de lo regional, movimientos para la igualdad de derechos y la no discriminación de gays, lesbianas, transgénero, queers, bisexuales, asexuales: la lista de las identidades y de sus reivindicaciones particulares sigue ampliándose. La segunda modernidad está marcada por la aparición de la ‘política de las identidades’, la influencia cada vez mayor de la ideología identitarista, la multiplicación de las luchas por el reconocimiento, llevadas a cabo por las minorías etnoculturales y las identidades sexuales y de género.

La fase III de la autenticidad coincide con el aumento de la consciencia, la sensibilidad y las reivindicaciones identitarias”.

Y si todo parte y llega al Yo, en su búsqueda ansiosa del deseo de autenticidad para reconfirmarse a sí mismo, es por alcanzar su sueño de felicidad.

Y aunque la autenticidad se ha convertido en un valor en sí mismo, y llegando incluso a contaminar la política y a algunos de sus líderes desembocando en los populismos, Gilles Lipovetsky cierra su ensayo con la siguiente reflexión:

“¿Qué es preferible: un cirujano codicioso pero muy competente o un cirujano altruista pero con competencias mínimas? Es cierto que el mundo moderno consagra la autenticidad, pero también ensalza la iniciativa, la innovación, la investigación científica, la eficacia tecnológica y la creación, que son también valores y cualidades positivos, indispensables para construir un porvenir deseable, moldear un planeta habitable para todos, una sociedad del mejor-vivir libre y más justo.

Tenemos que colocar en el lugar que le corresponde el valor de autenticidad que, en el plano de lo que estamos tratando, no regula nada, ‘no tiene buena mano’, no es capaz de aportar soluciones efectivas a los peligros que afectan a nuestras sociedades. Cuidado con la religión de la autenticidad que reconstituye una especie de pensamiento mágico: la ‘sabiduría’ que necesitamos consiste en no esperar de la autenticidad más de lo que nos puede ofrecer”.

Segunda parte: Pasajes clave de La consagración de la autenticidad: mutación, sexualidad, política, moda…

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Winston Manrique Sabogal

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