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La transición de la fotografía hacia el futuro

El artista español publica 'Desbordar el espejo. La fotografía, de la alquimia al algoritmo'. Un libro que analiza los derroteros de este arte que sirve de retrato de la humanidad

Presentación WMagazín “La fotografía es el espejo en el que la humanidad se refleja”, afirma Joan Fontcuberta en su libro Desbordar el espejo. La fotografía, de la alquimia al algoritmo (Galaxia Gutenberg). Una serie de ensayos que deconstruyen la realidad de la fotografía, cada texto es como un pixel del pasado-presente-futuro de este arte, pero sobre todo de su porvenir.

WMagazín publica un fragmento de Desbordar el espejo. El libro es una clase magistral de un artista como Fontcuberta que al ponernos delante el destino de la fotografía nos muestra como individuos y sociedad. La fotografía está alcance de todos, al igual que su transición a no se sabe muy bien qué en estos tiempos de transformaciones aceleradas.

“De “cosa” congénita a la sociedad industrial, la fotografía se ha convertido en “no-cosa” de la sociedad digital”, explica la editorial. Así es que “el misterio de su alquimia fundacional está cediendo a otra magia, la de los algoritmos. Todos los valores de la imagen se están alterando: el horizonte de la inteligencia artificial presagia una revolución visual mucho más profunda que la que en 1839 promovió la aparición del daguerrotipo”.

La fotografía se hacía con luz, ahora se hace con datos, lo que ayuda a entender mejor el espíritu de nuestro tiempo. La postverdad fotográfica, la memoria desmaterializada, la iconofagia, la construcción de identidades y la perspectiva de género en redes sociales, los drones y la automatización de la mirada, la fotografía como un lenguaje entre máquinas, las urgencias medioambientales, la postfotografía como síntoma de la economía postliberal, las imágenes de la guerra y la guerra de las imágenes…

Joan Fontcuberta es artista, docente, crítico, comisario de exposiciones e historiador en el ámbito de la fotografía. Es autor de una docena de libros de historia y ensayos sobre la fotografía como El beso de Judas. Fotografía y verdad (1997), Ciencia y fricción (1998) y La cámara de Pandora (2010). Su obra ha sido coleccionada y expuesta en museos de arte y de ciencia de todo el mundo, desde el MoMA de Nueva York al Science Museum de Londres. En 2013 fue galardonado con el Premio Internacional Hasselblad.

El siguiente es un pasaje de Desbordar el espejo:

De la alquimia al algoritmo

Por Joan Fontcuberta

Al principio eran la pintura y el espejo. Ambos fueron antecedentes directos del daguerrotipo, el procedimiento inaugural con que la fotografía asombró al público. La pintura en forma de diminutos medallones que contenían el retrato en miniatura de la persona amada; los espejos como pequeñas placas de vidrio laminadas con una finísima capa de plata, adminículos domésticos para la higiene personal y el autorreconocimiento. La pintura ofrecía una imagen perdurable; el espejo, una imagen fugaz. Pero de los dos prevalecía el espejo, del que Chuang-tzu decía: “No se aferra a nada, no rechaza nada. El espejo recibe pero no guarda; por lo tanto, nunca se mancha”. Su campo semántico había estado abarcando polos extremos, desde la escritura del yo hasta el dominio de la literalidad, entre un vocabulario místico y un discurso moral. De ahí emanaba un vaivén irresoluble entre esencia y apariencia. El espejo compartía problemáticas de la pintura sobre el valor de la imagen, la semejanza y el simulacro –unas problemáticas que predisponían a ahondar en la cuestión de la propia mirada–. Al final el ingenio humano terminó logrando con la fotografía una suerte de réplica del espejo. Pero no de cualquier ralea: un espejo congelante, un espejo que manchaba, un espejo con memoria. Eso cambió el destino del espejo.

Aunque hayamos sucumbido a la tentación de homologar imágenes especulares con improntas producidas por la luz, lo que hizo la fotografía fue cambiar la gramática de las imágenes del espejo. Porque a diferencia de la fotografía, el espejo no interpreta los objetos, ofrece la verdad sin retenerla, no engaña –si aceptamos que no duplica el mundo, que simplemente lo transforma en una imagen virtual–. Por su parte, la cámara nos acerca al mundo pero también nos separa de él. Y aporta el cruce de múltiples contradicciones: duplica a la vez que divide; amplía al mismo tiempo que restringe; reproduce y deforma; transparenta pero crea espejismos; cosifica pero instaura aura; mata pero inmortaliza.

Pero tanto como el reflejo que ofrece, de un espejo importa la mano que lo maneja y el entorno en el que se hallan. Para guiarnos en el camino de su sentido, para evitar trampas y emboscadas de sus efectos, hay que explorar con prudente rigor lo que deparan los alrededores. (…)

Lo cual se traduce, en la práctica, en tomar ejemplos de las presencias actuales de la fotografía y cotejarlas con proyectos artísticos pertinentes, de tal modo que se desenmascare cómo la visión y la representación visual se entrelazan con cuestiones de poder, control, identidad y resistencia en contextos políticos y culturales. Este enfoque crítico revelaría entonces la forma en que las imágenes pueden actuar como instrumentos de dominación o como desafíos a las estructuras hegemónicas existentes.

El espejo supone, en fin, una manida analogía de la fotografía, pero a su vez la fotografía es el espejo en el que la humanidad se refleja. Como también se puede afirmar que la tecnología es un espejo del temple de la sociedad que lo genera. El espejo es un valioso comodín filosófico y el desbordamiento que da título a este libro aparece como la metodología que todo análisis que se precie hará prevalecer. Sin ese desbordamiento la fotografía sucumbe a la ambigüedad absoluta y se convierte en moneda de cambio para cualquier intención. (…)

En mi anterior libro en esta colección de Galaxia Gutenberg, La furia de las imágenes, explicaba el nuevo papel que le toca jugar a la cultura fotográfica en el siglo XXI, cómo sus valores y funciones deben adecuarse a climatologías políticas, económicas y culturales distintas a aquellas que la hicieron nacer. Me refería a cómo las imágenes habían dejado de ser simples mediadoras entre nosotros y el mundo para convertirse en la sustancia primordial de lo que compone nuestra experiencia del mundo.

En la hipermodernidad en la que estamos instalados, la vida pasa por la imagen. Puede que el gesto fotográfico y su utillaje permanezcan, pero la postfotografía ha soltado amarras y establece otros vínculos con la memoria, con la verdad y con la materia, los tres factores principales que constituyeron el andamiaje ideológico de la fotografía tal como la conocimos.

Desbordar el espejo. La fotografía, de la alquimia al algoritmo. Joan Fontcuberta (Galaxia Gutenberg).

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