Las claves personales e históricas de la seducción del perfume más icónico: Chanel nº 5
El historiador alemán reconstruye la biografía de dos aromas clásicos. Conecta hechos personales de Coco Chanel con acontecimientos sociales y políticos de los años veinte del siglo XX. WMagazín publica un pasaje de esta obra de editorial Acantilado
Presentación WMagazín Los perfumes son sugerentes, y los aromas sofisticados nos llevan a lugares del pasado y del futuro más seductores al mismo tiempo. El Chanel nº5 es uno de los perfumes icónicos creado en 1921 con una de las historias más sencillas en su resolución, o elección, pero con un origen muy interesante que conecta a Coco Chanel en su lado más personal con el imperio soviético. Ahora que acaban de lanzar una edición limitada con un diseño inspirado en Marilyn Monroe y su famosa respuesta cuando le preguntaron que se ponía para dormir y contestó: “Solo una gota de Chanel nº5”, publicamos un pasaje del libro El aroma de los imperios. Chanel nº5 y Moscú Rojo, de Karl Schlögel (Acantilado).
“Para analizar la sociedad, el estudio del lujo puede ser tan interesante como el de la historia cotidiana de la gente corriente. Las boutiques y las perfumerías de rue Saint-Honoré nos dan una noción de la labor modesta y digna de los artesanos, pero también de la inagotable fantasía de los artistas y diseñadores”, escribe Karl Schlögel en la presentación de su ensayo.
El aroma de los imperios es eso, un recorrido que conecta hechos personales, empresariales, creativos, sociales e históricos en busca de un aroma que hiciera sentir a la gente especial, reflejara su exquisitez y creara un ambiente aspiracional de elegancia y belleza.
Cuenta Schlögel que “al comienzo había un aroma que flotaba en el aire siempre que en la Unión Soviética se celebraba algo; podía ser en el conservatorio de Moscú, en el teatro Bolshói, en una fiesta de graduación académica o en una boda. En mis recuerdos, asociaba el aroma dulzón y pesado con un público más bien solemne, con un parquet lustroso y candelabros encendidos, con espectadores circulando por el vestíbulo del teatro durante la pausa. Más adelante me volví a topar con ese aroma en la República Democrática Alemana, sobre todo en recepciones oficiales en el marco de encuentros germano-soviéticos o en casinos militares. El primer móvil fue seguir la pista del aroma, tal vez identificar la marca, y todo lo demás vino por sí solo, una cosa detrás de la otra. Las pesquisas iniciales me revelaron que el aroma provenía de un perfume llamado Moscú Rojo. De todos es conocida la exitosa historia de Chanel nº 5, pero apenas sabemos nada de la del más famoso de los perfumes soviéticos. Se ha demostrado que ambos proceden de una fórmula originaria común, elaborada por perfumistas franceses en la época del Imperio ruso; uno de ellos, Ernest Beaux, regresó a Francia después de la Revolución y la Guerra Civil, y conoció a Coco Chanel, mientras que el otro, Auguste Michel, se quedó en Rusia, participó en la fundación de la industria perfumera soviética y, a partir del Bouquet Préféré de l’Impératrice, creó Moscú Rojo. Ambos perfumes han gestado nuevos universos aromáticos y, aunque presentan biografías radicalmente distintas en entornos culturales diferentes—París y Moscú durante la primera mitad del siglo XX—, simbolizan el seductor aroma del poder: Coco Chanel, que se dejó querer por las fuerzas de ocupación alemanas, y —mucho menos conocida—Polina Zhemchúzhina, esposa del ministro de Asuntos Exteriores soviético Viacheslav Mólotov, Comisaria del Pueblo y responsable durante un tiempo de la industria cosmética y perfumera de su país. Coco Chanel se refugió después de la guerra provisionalmente en Suiza, Polina Zhemchúzhina-Mólotova fue deportada durante la campaña antisemita de finales de la década de 1940 y, a lo largo de cinco años, conoció el ‘olor de los campos de internamiento’. Chanel triunfará en el mundo de la moda parisina en la década de 1950, Zhemchúzhina llevará una vida retirada junto a su marido en Moscú y seguirá siendo hasta su muerte, en 1970, una ferviente estalinista”.
El siguiente es el pasaje elegido por WMagazín para conocer mejor la historia de una fragancia clásica:
El aroma del imperio
o cómo a partir del bouquet favorito de la emperatriz catalina II (1913) se crearon los perfumes Chanel nº 5 y Moscú rojo después de la revolución
Por Karl Schlögel
Se diría que es cuestión de azar. A finales del verano de 1920, Coco Chanel visita al perfumista Ernest Beaux en su laboratorio de Cannes. El encuentro fue probablemente organizado por Dmitri Pávlovich Románov, amante de Chanel por aquel entonces, gran duque ruso, miembro de la familia de los zares y primo de los últimos emperadores. Vivía en Francia desde su destierro. Al igual que el gran duque Dmitri Pávlovich, amigo íntimo del príncipe Féliks Yusúpov, el responsable del asesinato de Rasputín en el invierno de 1916, también Ernest Beaux formaba parte del mundo del lujo y de la moda de la aristocracia rusa. Perfumista jefe de la empresa proveedora de los zares Alphonse Rallet & Co., regresó a Francia después de la Revolución y de la Guerra Civil para entrar a trabajar en la sucursal de Grasse del fabricante de perfumes Chiri, nuevo propietario de la empresa Rallet. En 1913, con motivo del tricentenario de la dinastía de los Románov, había creado para Catalina II el Bouquet Préféré de l’Impératrice, un perfume que en 1914 rebautizó con el nombre Rallet nº 1: en medio de la guerra contra los alemanes, no resultaba oportuno ofrecer a las clientas rusas un perfume que homenajeaba a una zarina originaria de la casa Anhalt-Zerbst. Luego llevó a Francia la fórmula del bouquet e intentó adaptarla al gusto francés. De la serie de diez pruebas, Coco Chanel escogió la número cinco, que originaría después la marca Chanel nº 5.
Tilar J. Mazzeo, autora de un libro sobre «la historia del perfume más famoso del mundo», describe la escena en los siguientes términos:
Allí, delante de ellos, había diez pequeños frascos de cristal, etiquetados del uno al cinco y del veinte al veinticuatro. La separación entre los números reflejaba el hecho de que eran olores de dos series diferentes—aunque complementarias—, diferentes «tomas» de una nueva fragancia. Cada uno de aquellos pequeños frascos contenía una innovación de una nueva fragancia, basada en los olores centrales de rosa de mayo, jazmín, y de aquellas nuevas y atrevidas moléculas de las fragancias conocidas como aldehídos. Según la leyenda, en uno de los frasquitos un descuidado ayudante de laboratorio había añadido por accidente una enorme dosis de este último y todavía muy desconocido ingrediente, al confundir una dilución al diez por ciento con el material puro, con toda su fuerza.
Aquel día, en la estancia, rodeados de hileras de balanzas y vasos de perfumista, junto con botellas farmacéuticas, Coco Chanel olía y reflexionaba. Lentamente, se acercaba cada muestra a la nariz y se oía el quedo sonido de su lenta inspiración primero y luego su lenta espiración. Su rostro no revelaba nada. Era algo que todos los que la conocían recordaban: lo impasible que podía parecer. En uno de aquellos perfumes, algo despertó un eco en el catálogo de sus sentidos, porque sonrió y afirmó, por fin, sin ninguna indecisión: «Número cinco». «Sí—dijo más tarde—, esto es lo que estaba esperando. Un perfume como ningún otro. Un perfume de mujer. Con olor a mujer».
Ernest le preguntó qué nombre daría a su nueva fragancia […]
«Presento mi colección el 5 de mayo, quinto mes del año—le dijo a Ernest [Beaux]—, así que dejaremos que esta muestra número 5 conserve el nombre que ya tiene, nos traerá buena suerte».
Muchos años después, en una conferencia pronunciada el 27 de febrero de 1946, el propio Ernest Beaux describiría así la escena:
Me preguntan cómo logré crear Chanel nº 5. En primer lugar, creé el perfume en 1920, al regresar de la guerra. Pasé buena parte de ella movilizado en los países del norte de Europa, más allá del círculo polar, en la época en la que brilla el sol de medianoche y los lagos y los ríos resplandecen con un frescor especial. Ese olor característico se me quedó grabado en la mente y, después de mucho esfuerzo y muchos intentos, conseguí generarlo de forma artificial, aunque los primeros aldehídos se mostraron inestables. En segundo lugar, ¿por qué ese nombre? La señorita Chanel, dueña de una tienda de ropa que marchaba muy bien, me pidió que creara un perfume para ella. Le mostré una serie que iba del número uno al cinco y del veinte al veinticuatro. Escogió algunas muestras, entre ellas la número cinco. «¿Cómo vamos a llamar el perfume?», le pregunté. La señorita Chanel respondió: «Voy a presentar mi colección de moda el día cinco del quinto mes, mayo. Así que vamos a dejar que el perfume lleve su propio número. El número cinco nos dará suerte». Reconozco que no se ha equivocado. Este aroma novedoso ha obtenido gran reconocimiento, muy pocos perfumes se han ganado tantos admiradores, muy pocos han sido tan imitados como Chanel nº 5.
El nº 5 era abstracto, nada lo asociaba con lujosos aromas tradicionales a rosa, jazmín, ylang-ylang ni madera de sándalo; más bien apuntaba a algo nuevo, a la producción química de un aroma, al uso de aldehídos, los ingredientes que iban a transformar el universo olfativo «de todo un siglo» y a convertir «Chanel nº 5 en el perfume más importante de la edad de oro». No era la primera vez que se recurría a los aldehídos, pero sí en un perfume conocido y en cantidades tan grandes, con lo que «creó una familia de fragancias enteramente nueva: la familia conocida como aldehído-floral, término para un perfume en el cual el olor de los aldehídos es igual de importante que el de las flores».
- El aroma de los imperios. Chanel nº 5 y Moscú Rojo. Karl Schlögel. Traducción: Francisco Uzcanga Meinecke (Acantilado).
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