«Las cosas del cine, de algún modo, pasaron a mi escritura»: Clara Janés
AUTORRETRATO ARTÍSTICO DE UN ESCRITOR/A 9 La poeta, narradora, ensayista y traductora española junta todo su pasado y se asoma al futuro en dos libros: 'Resonancias. Antología poética (1964-2022)' y 'Kráter o la búsqueda del amado en el más allá'. Es nuestra invitada a la serie de WMagazín, con la colaboración de Endesa
Una mujer acuna a una niña en una habitación oscura atravesada por el Concierto para dos violines de Bach. Estas sombras musicales son el primer recuerdo de Clara Janés con las artes y la belleza. Tenía alrededor de un año. Meses después llega el movimiento, en la Nochevieja, la niña baila sobre los pies de un gran músico que la lleva como su pareja por el salón de casa.
Luego llegará la pintura, las muñecas japonesas y el teatro nō, el cine… Y con 24 años, en 1964, publicará su primer poemario: Las estrellas vencidas. Un silencio de seis años, y regresa a la literatura hasta convertirse en una de las poetas españolas más relevantes y miembro de la Real Academia Española (RAE).
Este 2022, Clara Janés (82 años – Barcelona, 6 de noviembre de 1940) ha juntado todo su pasado y una parte de su futuro en dos libros: Resonancias. Antología poética (1964-2022) (ediciones Cátedra) y Kráter o la búsqueda del amado en el más allá (Galaxia Gutenberg) que en uno de sus poemas dice:
Soy la estrella
que viaja
junto a ti
desde la noche
bajo la noche
con el giro
de las
constelaciones
y te empuja
hacia ese
inalcanzable
que habita en mí
tu yo
por ti
desconocido
Movimiento, sensualidad, erotismo, ciencia, misterio, amor, o, mejor, la búsqueda del amor en cuya travesía está el paraíso. El temblor insospechado, ingobernable, secreto, íntimo. Su poesía es de tradición simbolista que abre puertas hacia senderos conocidos que parecen desconocidos, y otros por descubrir.
Clara Janés, hija del editor y poeta Josep Janés, quedó prendada de la poesía cuando a los seis años escuchó y aprendió unos versos de Santa Teresa de Jesús: “Vivo sin vivir en mí, / y tan alta vida espero, / que muero porque no muero”.
El segundo encuentro esencial para su vida literaria y personal fue con san Juan de la Cruz; y el tercero, en 1970, con el poeta Vladimir Holan que la sacó de aquel silencio de seis años tras leer Noche con Hamlet. Entonces decide ir a conocerlo y luego aprender checo durante dos años para leerlo en su idioma y hablar con él.
Así entró en su vida personal y literaria. “El viaje hacia el amor también es conocimiento. Aunque el amor es un tema muy complejo porque ahí hay mucha parte de proyección… Yo tardé en hacer un libro de amor, Kampa, en 1986. Se lo dediqué a Holan. ¿Por qué un libro de amor tan tarde? Porque tenía conciencia de esa parte de proyección. Los modelos que buscaba eran modelos shakesperianos. Con Holan comprendí que, para que yo vibrara del todo, necesitaba la poesía o la escritura, o la inteligencia. Sobre todo, la inteligencia», me dijo Clara Janés, en 2015, en una entrevista para Babelia del diario español El País.
«Me dejaré vivir en tu silencio”, escribe la poeta. Lugo dirá: «Amar es siempre positivo, aunque te ignoren». Su mirada azul y voz pausada y amable atraviesan el ciberespacio en esta video entrevista en la que Clara Janés crea su autorretrato artístico, las obras y personas de otras artes que la han influido en todos los sentidos:
Autorretrato artístico de una escritora: Clara Janés
“En el comienzo había la música. Mi madre tocaba el clavicémbalo y mi padre era muy aficionado a cantar y a la música en general. Él tuvo la idea de que me acunaran siempre con un disco, el Concierto para dos violines, de Bach.
En una ocasión hubo un encuentro en París sobre el primer recuerdo. El mío es de cuando tenía un año, o menos, mi tía me estaba acunando en la habitación a oscuras cuando suena la música; creo que ahí tengo mi primer pensamiento coherente: La vida es como esta música que atraviesa la oscuridad. Soy muy pequeña, no puedo hablar, pero cuando sea grande lo diré.
Cuando tenía unos dos años aparece el músico Federico Mompou, que ha puesto música a los poemas de mi padre. Viene a casa con una cantante y los dos cantan los poemas. A mí me tenían totalmente libre en casa, podía entrar y salir donde quisiera, así es que me acerco al piano y los oigo cantar fascinada. Luego en la Nochevieja, y esto me da la seguridad de que mis padres bailaban, porque Mompou me saca a bailar, y yo bailo subida en sus pies. Algo extraordinario. Ahí se inicia una amistad, y en 1975 escribo la biografía La vida callada de Federico Mompou.
Con Mompou y su pareja, que venían todos los domingos, se hacía música en el piano o con el clavicémbalo o se oían discos. Ellos elegían discos particulares de Debussy o Ravel. Te contaban historias de esa música. En mi casa había 25.000 libros y más de tres mil discos. Mi padre compraba muchos discos, y yo los colocaba también.
Este es el principio de mi relación con la música. Pero hay otro momento, cuando tenía tres años mis padres se reúnen en casa con una amiga pianista y hablan de Rajmáninov, ponen el Concierto número 2 varias veces. Yo estoy sentadita en la butaca escuchando la música y viendo cómo oscurece.
Esa música influye en mi poesía. Empiezo a escribir paseando por la calle y cantando. Casi todos mis libros, al principio, eran así. Iba con una amiga a pasear al puerto de Barcelona, remábamos y, luego, subía a casa cantando, apuntaba las letras.
Con dos años llega mi encuentro con el universo; una noche mi abuelo me enseña los nombres de las estrellas: Las Osas, las Pléyades y la Cabellera de Berenice ya no se me olvidarán.
Poco después de los tres años llega el descubrimiento de la belleza y el misterio de la naturaleza en forma de luz: cuando mi hermana Alfonsina gatea hasta la cuna veo que entra por la ventana una luz que parece etérea, intocable.
Un día encuentro entre los discos de casa música del teatro nō. Ya me gustaban visualmente las cosas japonesas porque mi abuela tenía una muñeca japonesa colgada en la pared, pero que no me dejaba tocarla. Entonces dije: No importa, voy a hacer una igual. Con 8 años pido a mis tías que me traigan barro, empiezo a hacer caras de barro, y a los 18 hago muñecas impecables. En Barcelona voy al Museo Oriental, estudio sobre los kimonos, las pelucas y empiezo a leer teatro nō. Cosas que empiezan de muy niña siguen su desarrollo. Mi hija se enamoró de esas muñecas y les hace fotos de manera increíble, incluso llegamos a hacer un libro llamado El amor y las cuatro estaciones.
A los seis años me ocurre algo importante: tengo una difteria unida a una septicemia y estoy un año entero en la cama. Mi padre me deja al lado de la cama libros de una colección llamada Silvana donde estaban artistas como Piero de la Francesca, Masolino, Giotto, Fran Angelico, Botticelli, todos los italianos, y, además, me deja, misteriosamente, algo de El Greco y Goya. Empiezo con los italianos, empiezo a copiar y a copiar, a Masolino entero, y a Miguel Ángel porque pinto la Capilla Sixtina entera. No me atrevo ni con El Greco ni con Goya. Duro un año pintando y escuchando radionovelas. Hago una novela en la cual la parte de arriba son dibujos y abajo textos y acaba con un poema.
Todo el mundo pensaba que sería pintora. Me fascinaba. Hasta que un día, ya pasado ese año, empiezo a pintar algo propio y no me parece bien, eso me desanima.
En Barcelona vivíamos al lado del Monasterio de Pedralbes que tenía una arquitectura que me fascinaba. La monja del órgano era compañera de música de mi madre y nos dejaba las llaves. Cuando no había nadie mi madre entraba a la iglesia vacía y, mientras ella rezaba, yo contemplaba todo, en lo alto del coro las monjas cantaban, cantaban cada equis tiempo e irrumpían en el espacio y el silencio.
Sobre el terrado de mi casa veía a estas monjas de clausura, vestidas todas de negro, que salían al mundo una vez al año y se sentaban en un mirador del convento a mirar. Con 7 u 8 años me hago la composición mental de que eso debe ser lo perfecto: estar encerrado, cantar a cualquier hora, de día o de noche, y ver el mundo una vez al año. Después me di cuenta de que eso era acabar con el espacio y el tiempo. Me parecía la perfección.
Evidentemente yo no podía hacer eso, pero con unos 14 años vi la película de Renato Castellani Romeo y Julieta, que es una preciosidad. Después cogí las obras de Shakespeare, hice como las monjas, ponía el despertador a las tres de la mañana, leía una hora y me volvía a dormir. Así Shakespeare entró en mi cabeza de una manera subconsciente.
Una manera de entrar en el cine fue porque mi padre había hecho cine filmando, en casa teníamos una pantalla y se proyectaba, a casa venía algún director amigo de mi padre. A mitad de camino de mi casa había un cine donde íbamos, mi hermana Alfonsina y yo, los fines de semana. Todo esto va haciendo lo suyo, quieras o no, a la hora de escribir.
Las películas de caballería me encantaban. Con las maquetas de libros que hacía mi padre empecé a hacer crítica de cine. Cuando me casé se abrió un concurso para entrar en la escuela de cine de Madrid y me apunté. El día de la prueba me dio una gripe con fiebre muy alta y no pude presentarme. Un día, en una cena, estaba Berlanga y me dice: ¿Tú eres la hija de Janés, y te fuiste a matricular para entrar en la escuela de cine? Le digo que sí, pero que me dio gripe el día del examen. Y dijo: Eras la primera mujer en apuntarse a la escuela de cine.
Las cosas del cine, de algún modo, pasaron a la escritura, estoy segurísima. El libro que hice después del viaje al Yemen, El hombre de Adén, está pensado como película, inspirado en una de mis películas favoritas, Cuerno de cabra, de Metodi Andonov.
En la adolescencia entro con mi hermana a la danza, hasta que un día mi tío, que era cardiólogo, me dice que tengo un problema y debo dejarla. Entro en la poesía para sustituir, de algún modo, la danza. Empiezo en la poesía con el ritmo de los pasos al andar por la calle. El ritmo, en realidad, es lo que está midiendo el tiempo. Mis libros están basados en el ritmo que expresa el propio biorritmo.
La naturaleza es importante en mi vida. En mi casa había un jardín. El tema del jardín está en mí. Vivo en un séptimo piso en Madrid y en la terraza de mi casa tengo varias plantas, flores y tres cipreses. Vienen muchos pájaros, gorriones, a veces, urracas y palomas. La terraza da al amanecer, pero mis ventanas dan al atardecer. Tengo todo el trayecto del Sol y de la Luna que este año ha sido impresionante.
La belleza es muy importante. No entiendo esa gente que va diciendo que hay que destruir la belleza. La belleza es una forma de felicidad y una forma de totalidad. Ahí está la clave, porque una creación artística busca una totalidad, algo que esté en sí completo, aunque, a veces, no se consigue».
Esta mirada hacia atrás la hace sentada en la mesa de su ordenador, mientras tiene delante la reproducción de un Chillida, una foto de Vladimir Holan, la primera escultura de su hija cuando era muy pequeña. Era un poco agitada y pensó que le iría bien tocar el barro, así es que la mandó a una escuela de cerámica. «Lo primero que trajo fue un león asirio, perfecto. Habíamos vivido en París y como el Louvre era gratis los domingos, cada mañana íbamos, yo me quedaba con los egipcios y ella con los asirios», recuerda la poeta.
También tiene allí una escultura de un gato egipcio que encontró en las calles de El Cairo. Allí le dio la gripe del Nilo, y el tiempo que pasó en la habitación, sin poder salir, lo hizo en compañía de ese gato.
Detrás tiene una foto de Einstein con Tagore otra de Ettore Majorana, un joven físico conocido por su trabajo con las partículas de neutrino «que a los 23 años comprendió que se iba a hacer la bomba atómica y arrojarla y no quiso presenciar esto y desapareció frente al Mar Tirreno. También tengo una virgen de Santa Sofía de Estambul, y una imagen de una Magdalena, de La Tour, que llora mirando una llama, y que tuve desde que empecé a escribir».
Robado he
tu recuerdo
a la atmósfera
como Afrodita
que mudó
de Adonis
cada gota cruenta
en el suave
despacioso
alear
de
la
anémona
***
Clara Janés (Barcelona en 1940). «Estudia en dicha ciudad y en Pamplona la carrera de Filosofía y Letras, en la que es licenciada. Es asimismo Maître ès arts en Literatura comparada por la Universidad de París IV París-Sorbona. De su dilatada creación poética, que arranca en 1964 con la publicación de Las estrellas vencidas y que ha sido traducida a más de veinte idiomas, cabe destacar los siguientes libros: En busca de Cordelia y poemas rumanos (1975), Libro de alienaciones (1980), Eros (1981), Vivir (Premio Ciudad de Barcelona, 1983), Kampa (1986), Fósiles (1987), Lapidario (1988), Rosas de fuego (1996), El libro de los pájaros (1999), Arcángel de sombra (1999; Premio Ciudad de Melilla, 1998), Paralajes (2002), Los secretos del bosque (Premio Jaime Gil de Biedma, 2002), Fractales (2005), Huellas sobre una corteza (2005), Los números oscuros (2006), Río hacia la nada (XIV Premio Ciudad de Torrevieja, 2010), Variables ocultas (2010), Orbes del sueño (2013), Pi o el jardín de las delicias (Premio de Poesía de la Universidad de León, 2014) y Kamasutra para dormir a un espectro (2016).
Ha sido una traductora prolífica, en particular de la lengua checa y de la obra poética de Vladimír Holan y Jaroslav Seifert. Ha vertido también al español a Marguerite Duras, Nathalie Sarraute, Katherine Mansfield y William Golding y, en colaboración con conocedores de sus lenguas, a poetas turcos y persas tanto modernos como místicos antiguos. En 1992 recibe el Premio de la Fundación Tutav, de Turquía, por su labor de difusión de la poesía turca en España, y en 1997 el Premio Nacional de Traducción por el conjunto de su obra.
Es también autora de una abundante obra en prosa, que comprende los ensayos Cirlot, el no mundo y la poesía imaginal (1996), La palabra y el secreto (1999), El espejo de la noche. A Vladimír Holan en su centenario (2005), María Zambrano. Desde la sombra llameante (2010) y El Greco. Tres miradas: Cervantes, Rilke, Antonio López (con Sarandis Antíocos, 2014); las novelas Los caballos del sueño (1989) y El hombre de Adén (1991); la biografía La vida callada de Federico Mompou (Premio Ciudad de Barcelona, 1975; segunda edición aumentada: Federico Mompou, vida, textos, documentos, 1987); el libro de viajes Sendas de Rumanía (1981); y los de memorias Jardín y laberinto (1990) y La voz de Ofelia (2005). En 2007 recibió el X Premio de las Letras españolas Teresa de Ávila por el conjunto de su obra y en 2011, el Premio Francisco Pino de poesía experimental. Ocupa el sillón U de la RAE.
Retrato artístico de un escritor/a
Puedes ver AQUÍ el Autorretrato artístico de Clara Janés.
Puedes ver AQUÍ el Autorretrato artístico de Soledad Puértolas.
Puedes ver AQUÍ el Autorretrato artístico de Liudmila Ulítskaya.
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Puedes ver AQUÍ el Autorretrato artístico de Margo Glantz.
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