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Las escritoras colombianas olvidadas desde la Colonia salen a la luz en una serie de libros

Se publica la segunda entrega del proyecto Biblioteca de Escritoras Colombianas, del Ministerio de las Culturas y la Biblioteca Nacional, coordinado por Pilar Quintana. Diez antologías por temas con 97 autoras que se suman a las 18 de la primera entrega. Publicamos un pasaje de ¿De qué escriben las escritoras colombianas?

Presentación WMagazín Noventa y siete escritoras, desde la Colonia hasta mediados del siglo XX, están presentes en la segunda entrega del proyecto Biblioteca de Escritoras Colombianas, del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes y la Biblioteca Nacional de Colombia, bajo la coordinación y edición de Pilar Quintana, autora de novelas como La perra y Los abismos. Esta iniciativa, que rescata y promueve la literatura de las mujeres de Colombia, ha sido uno de los lanzamientos más relevantes de la 37ª Feria Internacional del Libro de Bogotá, del 25 de abril al 11 de mayo.

La primera entrega de la Biblioteca de Escritoras Colombianas se publicó en 2022 con un total de 18 títulos de algunas de las autoras más destacadas desde la Colonia hasta la primera mitad del siglo XX y contempla diferentes géneros literarios: narrativa (autobiografía, novela, cuento, periodismo y testimonio), dramaturgia y poesía.

Esta segunda entrega consta de diez antologías de diferentes géneros literarios donde están presentes 97 autoras. Arroja luz sobre las mujeres que escribieron en condiciones especiales, que históricamente tuvieron menor acceso a la educación y menos libertad para escribir y publicar y que solo consiguieron hacer obras breves y/o dispersas en medios impresos de limitada circulación. Los siguientes son los títulos de las antologías:

  1. La noche próxima. Antología de cuento, con prólogo de Claudia Arroyave.
  2. Incendios. Antología de poesía, con prólogo de Carolina Dávila.
  3. Grietas en el paisaje. Antología de novela corta, con prólogo de Andrea Mejía.
  4. Las testigos del tiempo. Antología de crónica y periodismo, con prólogo de Andrea Salgado.
  5. Que haya luz. Antología de dramaturgia, con prólogo de Marina Lamus Obregón.
  6. La mirada atenta. Antología de crítica y ensayo, con prólogo de María Mercedes Andrade.
  7. Terrícolas. Antología de literatura infantil y juvenil, con prólogo de Juliana Muñoz Toro.
  8. Antes que nada. Antología de literatura testimonial, con prólogo de Laura Acero.
  9. Constelaciones. Antología miscelánea, con prólogo de María Piedad Quevedo Alvarado.
  10. Romperlo todo. Antología de literatura rebelde, con prólogo de Gloria Susana Esquivel.

Esta segunda entrega incluye el ensayo ¿De qué escriben las escritoras en Colombia?, de Pilar Quintana, que detalla el proceso editorial del proyecto, desde sus inicios en 2020,y hace un recorrido por la historia de la literatura escrita por mujeres en Colombia desde la Colonia hasta la primera mitad del siglo XX.

WMagazín publica algunos pasajes clave del ensayode Quintana:

 

¿De qué escriben las escritoras en Colombia?

Por Pilar Quintana

Para una mujer escribir significaba desafiar el sistema social e irse en contra de los roles impuestos por el patriarcado. No muchas se atrevían a hacerlo.

Tampoco podían permitírselo. La escritura, como hemos visto, necesita unas condiciones económicas básicas que las mujeres, sin estudios, reducidas al escenario doméstico, sin la posibilidad de un trabajo remunerado, dependientes de sus padres o de sus maridos, sencillamente no tenían.

Una podría decir que aquello ya pasó, que son cosas de siglos idos y que ahora, con el feminismo y la conciencia de la equidad de género, las mujeres estamos en un mejor lugar y podemos ser y hacer lo que queremos.

Es cierto que estamos en un lugar mejor y, por supuesto, que hoy la situación es muy distinta. Sin embargo, a pesar de los avances, como también hemos visto, la mujer sigue inscrita en el escenario doméstico.

“Aún hoy en día, ya en posesión de la plenitud de sus derechos, se levantan frente a ella barreras infranqueables para someterlas a la pasividad”, escribe Ofelia Uribe de Acosta (1900-1988), en Una voz insurgente, cuya introducción se encuentra en la antología de literatura rebelde, y que es un libro que todas deberíamos leer. “Exclusivamente sobre ellas pesan todas las complicaciones del menaje del hogar, el cumplimiento de los deberes y compromisos sociales y la crianza de los hijos, cuando al menos el marido aporta lo necesario para su subsistencia y educación. En estas condiciones, la mujer que se interesa por la política o quiere participar en cualquier actividad trascendente ha de parcelar su esfuerzo para cubrir tres o cuatro flancos a la vez, lo cual le impone una tarea tan agobiadora que muy pocas están en condiciones de afrontar y resistir”.

En una columna, Beatriz Venegas Athías cuenta que «Helena Araújo tuvo que enfrentar a finales de los años sesenta un juicio ante la Corte Eclesiástica en el que se le acusaba de ser mujer incapaz de dar a su esposo un hijo varón. Además de recluirla en un lujoso sanatorio mental en Barcelona, pues la familia y su esposo la consideraron desquiciada cuando manifestó su deseo de separarse”. Su primera novela se publicó en 1981 y al respecto, en una entrevista que le hizo Albalucía Ángel en Ginebra, cuenta que “escribía diarios, textos, redacciones…; y después, el gran sueño: una novela, que escribí recién nacida mi segunda hija… de cinco a siete de la mañana, después de darle de mamar. La escribí en inglés porque no soportaba la idea de escribir en un idioma como el español… que para mí equivalía a un cinturón de castidad”.

A Hazel Robinson Abrahams, cuando se casó en 1966, el marido, que era funcionario de la Embajada de los Estados Unidos, le dijo: “Usted no tiene la libertad que tenía antes” y ella tuvo que dejar sus columnas en El Espectador. “Durante cuarenta años no pude publicar”, contó en la presentación de su libro de la primera entrega de la Biblioteca de Escritoras Colombianas en Providencia, pero siguió escribiendo, silenciosamente, sin aspavientos, al tiempo que criaba a sus hijos. Su primera novela vio la luz en 2002, 36 años después, cuando estaba cerca de enviudar.

(…)

Nuestra experiencia de la escritura está marcada por nuestra condición de mujeres, y supeditada a ella. “Así”, sigue Ofelia Uribe de Acosta, “despojada de todos los derechos, prerrogativas y oportunidades, sepultada en vida, vivió la mujer a través de sucesivas etapas milenarias de la humanidad. De tiempo en tiempo, insurgían voces de protesta que eran calladas por los varones, dueños absolutos de todo el andamiaje jurídico y social, desconocidas hasta por las propias mujeres, quienes, acostumbradas a la subordinación y el servilismo, ni siquiera podían entender que merecían la libertad a pesar de que en todos los grandes movimientos de reivindicación social, iniciados por los hombres, las mujeres marcharon siempre a la cabeza y tomaron parte activa como combatientes y como mártires”. (…)

Escritoras y política

Otra autora de esa misma generación, presente en la antología de literatura rebelde, la política Vera Grabe (1951), le cuenta a Silvia Galvis en una entrevista que a las mujeres que ocupaban cargos importantes en el M-19 les prohibían tener hijos. “En cambio, uno veía que los compañeros con responsabilidades sí los tenían. Claro, como tenían mujer, ella cuidaba los hijos, mientras ellos hacían la revolución. Pero las mujeres no podíamos. Yo tuve que negarme, por muchos años, la posibilidad de tener un hijo porque ¿quién me iba a reemplazar en mis obligaciones? “Los niños exigen muchos cuidados, necesitan ser felices”, me decían. “Durante mucho tiempo la opción que me plantearon era: o la revolución o la maternidad”.

“O la literatura o la maternidad”, me decían a mí, que nací en 1972, más de veinte años después de Patricia Restrepo y Vera Grabe, cuando publiqué mi primera novela a principios del siglo XXI.

Incluso entonces el trabajo literario se consideraba incompatible con la crianza, y si una deseaba ser escritora, debía renunciar a ser madre. Entonces yo no quería tener hijos y el dilema no representó un problema. Me dediqué a escribir y durante muchos años, para poder hacerlo, viví con muy poquito dinero y aislada en una comunidad de pescadores en medio de la selva del Pacífico colombiano.

“Verdad es que algunas han logrado evadirse y, merced a su extraordinario talento y capacidad de esfuerzo, brillaron con luz propia”, reconoce Uribe de Acosta.

Sin embargo, me pregunto, ¿a cuántas las cargas materiales y las imposiciones que les trae su género les han arrebatado sus posibilidades?

“La historia de la mujer es la historia de la esclavitud”, concluye Uribe de Acosta, demoledora.

Las mujeres que lograban sobreponerse a los lastres y las taras y escribían eran excepcionales. Para protegerse de los prejuicios que recaían sobre ellas, muchas procuraban ocultar su identidad. (…)

Hay escritoras del siglo XIX y principios del XX que, como Berta Rosal, siguen en la sombra, con una obra breve o desperdigada en revistas y periódicos que dejaron de circular hace mucho tiempo o tuvieron un alcance limitado. Estos formatos, al contrario de los libros, son perecederos y no se conservan en el tiempo.

Por autoras como ellas, y por las condiciones especiales en que han escrito y publicado las mujeres, la Biblioteca de Escritoras Colombianas no podía dedicarse solo a las extraordinarias que se dieron a conocer y lograron obras visibles y extensas que salieron en libros y perduraron. (…)

Prejuicios: amor y feminismo

El amor no es el tema principal de la escritura de las mujeres. Es un tema importante en la misma medida en que lo es en la escritura de los hombres. Sí llama la atención, sin embargo, que, en las historias de finales del siglo XIX y principios del XX que versan sobre el amor, este suela aparecer idealizado y a menudo se presente como el propósito de la existencia.

¿Por qué las escritoras de aquella época lo sublimaban? ¿Por qué defendían la idea del amor romántico y ayudaban a mantenerla?

Las mujeres de hoy, tras las conquistas del feminismo, tenemos derecho a heredar de nuestros padres, hacer el bachillerato, ir a la universidad, trabajar, ganar dinero, manejarlo con autonomía después de casarnos, elegir a los gobernantes, usar anticonceptivos, divorciarnos y abortar de manera legal. Por eso podemos darnos el lujo de cuestionar el amor romántico.

Para las mujeres de antes de las conquistas del feminismo encontrar el amor era una cuestión de supervivencia. Al no ser ciudadanas ni tener capacidades legales, estaban supeditadas a los varones —sus padres, hermanos o maridos— y expuestas a su violencia. ¿Cómo no iban a soñar con encontrar un hombre bueno que las amara de verdad? La idea del amor romántico representaba para ellas la posibilidad de una buena vida. (…)

Antes de las conquistas del feminismo las mujeres no tenían muchas alternativas. O se casaban con un hombre de carne y hueso o se casaban con uno inmaterial. Lo mejor que podían hacer —o tal vez lo único— era creer en el amor y enaltecerlo. (…)

En Colombia los críticos no solían ocuparse de las obras de las mujeres, y en ocasiones, cuando lo hacían, era para burlarse o descalificarlas, una práctica que aún no ha sido desterrada. (…)

Durante muchos años persistió la idea de que la “literatura femenina” —aquella que hacen mujeres, para mujeres y que versa sobre temas considerados “femeninos”— no tenía alto vuelo literario.

De la generación de escritoras hispanoamericanas a la que pertenecen Ángeles Mastretta, Laura Esquivel e Isabel Allende era común oír decir que hacían literatura lite (ligero). El crítico Álvaro Salvador escribió, en el artículo de 1995 ya citado, que los trabajos de estas autoras mostraban “una aparente falta de pretensiones estéticas, de sofisticación e incluso de originalidad”.

Por valoraciones como esa, durante mis primeros años como escritora, luché para no ser clasificada dentro de ese género y que mi literatura fuera considerada como la de mis colegas hombres, por fuera de los prejuicios misóginos.

El desprecio hacia el trabajo y los logros de las mujeres es atávico. (…)

El sector editorial

Aunque cada día es más vigorosa, la participación de las mujeres en el mercado editorial no es todavía paritaria. Estamos lejos de lograrlo. En 2020, cuando empezamos la investigación para la Biblioteca, encontramos que de los libros de ficción para adultos publicados por las editoriales colombianas, tanto las de los grandes grupos como de las independientes, solo el 25% correspondían a autoras.

Esta desproporción se debe en gran medida a que las editoriales reciben muchos menos manuscritos no solicitados de mujeres que de hombres. De cada diez que les llegan, nos dijo el director de una de las editoriales más grandes, nueve son de hombres. En su opinión, los hombres tienen mayor seguridad para presentar sus obras, aun cuando no sean de la mejor calidad, mientras que las mujeres son más tímidas y escrupulosas.

A lo largo de la historia, como hemos visto, se ha reforzado la idea de que sus trabajos no son tan importantes ni valiosos como los de los hombres. Así es como vacilan más para terminarlos y se sienten inseguras con los resultados. Son cautas para mostrarlos y se sienten avergonzadas si no están impecables.

“En mi experiencia como lectora o curadora de antologías de cuento o poesía, o como jurado, incluso como profesora en escrituras creativas, noto que, en general, las mujeres son más discretas y hasta más perfeccionistas o tienen menos afán de figurar, aunque lo quisieran”, nos dijo Luz Mary Giraldo en una entrevista durante la investigación. “Cuando solicito cuentos o poemas para algún trabajo, me llueven textos de hombres —no siempre buenos en tema, estilo o forma…— y las mujeres en general se demoran en enviar, en referirme sus cosas, y cuando lo hacen esperan estar convencidas del texto, de que esté listo. Creo que hay un temor al rechazo, a no ser bien recibidas”.

Por otro lado, como también hemos visto, el medio editorial funciona con criterios sesgados y patriarcales que favorecen a los hombres. Se prioriza la publicación de ciertos libros, que son los que suelen escribir los hombres, y esos mismos libros resultan favorecidos por los libreros, los críticos, los lectores, los académicos y los jurados de los concursos.

“Más allá de los problemas con la confianza propia, donde no es mucho lo que pueda decir más allá de la especulación”, nos dijo el director de una editorial independiente que se ha preocupado por publicar mujeres, “creo que también tiene que ver con una falta de confianza en las instituciones y en los procesos”.

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Pilar Quintana
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