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Detalle de la portada del poemario ‘Un amo español’, de Luna Miguel (La Bella Varsovia). /WMagazín

Las escritoras enriquecen, sin tabúes, la literatura del deseo, la pasión, el amor y las relaciones contemporáneas

La fuerte presencia de las mujeres en el panorama literario renueva la creación con una temática sexoafectiva más íntima y desinhibida. Lo hacen tras toda una vida de un relato predominantemente masculino. Varias narradoras, poetas y ensayistas analizan esta tendencia

«Precisamente esa acumulación de gestos y de placer era sin duda
lo que iba a alejarnos el uno del otro. Estábamos agotando un capital
de deseo”, Annie Ernaux (Pura pasión)

Un nuevo mapa del deseo, la pasión, el sexo y el amor de manera íntima y en las relaciones interpersonales lo levantan las escritoras en el siglo XXI. Lo hacen después de toda una vida de un relato con predominio masculino que ha modelado a la sociedad y ha creado los arquetipos. Hoy, la fuerte presencia de mujeres en todos los géneros literarios, del ensayo a la poesía pasando por la novela y nuevas formas de narrar, permite una amplia variedad de miradas hacia estas temáticas y una diversidad en los estilos y enfoques.

Esta tendencia temática coincide con la estilística del yo, de la autoficción o de una primera persona camuflada o a cara descubierta, que juega con las fronteras de la realidad y la ficción para contar sin pudor lo que antes les era vetado, o compartido en silencio o no se veía bien. Las escritoras de hoy rompen tabúes, se quitan prejuicios, desacralizan temas y hablan con total naturalidad de lo que es normal: su mundo privado e íntimo desde la razón y el corazón, o desde los sentimientos y el raciocinio.

Como diosas tutelares Safo o Virginia Woolf. Como penúltimo referente, Annie Ernaux, la Nobel de Literatura francesa de 2022, que fue desde los años setenta una voz casi solitaria y periférica en este tema. En 2001 fue un escándalo cuando Catherine Millet publicó sus memorias La vida sexual de Catherine M (Anagrama). La misma autora que en 2022, en Amar a Lawrence (Anagrama), reivindica la figura del autor británico que habló sobre el deseo femenino en igualdad de condiciones que el del hombre y que cuestiona la moral de la época en títulos como Mujeres enamoradas y El amante de Lady Chatterley.

Junto a ellas, escritoras contemporáneas y títulos pendientes:

María Moreno, con el volumen de artículos Panfleto. Erótica y feminismo (Random House).

Tamara Tenenbaum, con su ensayo El fin del amor. Amar y follar en el siglo XXI (Seix Barral).

Marta Jiménez Serrano, con la novela Los nombres propios y los cuentos de No todo el mundo (Sexto Piso).

Luna Miguel, con los ensayos El dedo. Breves apuntes sobre la masturbación femenina (Capitán Swing), Caliente (Lumen) y los poemarios Poesía masculina y Un amor español (ambos en La Bella Varsovia)

Noemí Casquet, con la novela Éxtasis (Ediciones b), Zorras o Cuerpos.

Alana S. Portero, con la novela testimonial La mala costumbre (Seix Barral).

Sara Búho, con el poemario Fragilidades (Lunwerg).

María Hesse, con su obra ilustrada El Placer (Lumen).

Eva Illouz, con el estudio El fin del amor. Una sociología de las relaciones negativas (Katz).

Lynne Tillman, con la novela Polvos raros (Alpha Decay).

Vivian Gornick, con el ensayo El fin de la novela de amor y Apegos feroces (Sexto Piso).

Barbara H. Rosenwein, con el ensayo Amor. Una historia en cinco fantasías (Alianza).

Sara Mesa, con la novela Un amor (Anagrama)

Sally Rooney, con la novela Gente normal (Random House).

Un yo sin pudor

Mosaico de libros de escritores sobre temática sexoafectiva. /WMagazín

En Un amor español, una oda al cuerpo y al deseo, Luna Miguel explica que “el yo siempre ha estado presente en la escritura de la experiencia de las mujeres. Desde Christine de Pizan —escritora y filósofa francesa del siglo XV, autora de la Ciudad de las damas— en adelante, desde Safo, incluso, ha existido un yo. Ahora que ya no da vergüenza expresarse, no a las autoras, sino a los lectores, es cuando más está estallando esta temática. Ya no produce esa aparente vergüenza que nos dijeron que debía darnos”.

La poeta y narradora considera necesario realizar un ejercicio consciente para solucionar el hecho de que «durante nuestra adolescencia hayamos leído siempre a más hombres». Buscar concienzudamente lecturas de autoras, decantarse por la literatura escrita por mujeres. Si bien, no es incompatible con la lectura de los clásicos, el acercamiento a estos debe ser desde otra perspectiva: “leer de otra manera, utilizando toda la teoría que hemos aprendido en esta última década”.

Alana S. Portero, que narra en La mala costumbre la adolescencia de una niña del barrio de San Blas, en Madrid, atrapada en un cuerpo que no sabe habitar, cree que la escritura de estas nuevas relaciones contemporáneas recae en las escritoras: “Estamos arriesgando más, abriendo un nuevo campo de visión. Tenemos un punto de empatía que me parece superior”.

Noemí Casquet coincide con Portero: se debe arriesgar para aumentar la diversidad de narrativas literarias. “Me cuesta encontrar una literatura que esté más allá de ciertos patrones que siguen oprimiendo a los personajes femeninos», comparte la divulgadora sexual. Una de las razones que motivan su escritura es haber encontrado en la novela erótica la figura del hombre como empotrador en las relaciones sexoafectivas: “intento romper con esos esquemas y abrir a la diversidad. Cada vez narro más ese mundo que me gustaría que existiera, en base a valores feministas, de consentimiento, de comunicación y respeto”.

Casquet asegura que la cultura alimenta un imaginario colectivo todo el tiempo: “Es un imaginario muy sistémico. El tipo de personas que somos va asociado a lo que vemos, actuamos por reflejo, por imitación. Es muy importante crear nuevas narrativas ya sean audiovisuales, literarias o musicales, donde nos podamos encontrar y sentir identificadas. Que encontremos nosotras mismas nuestra propia identidad. Intento que en mis novelas haya personajes racionalizados, o con otro tipo de orientaciones sexuales o relaciones abiertas. Hay poca representación en las novelas eróticas”.

Cree importante que las nuevas narrativas, audiovisuales, literarias o musicales, desarrollen historias “donde nos podamos encontrar y sentir identificadas, y haya más diversidad racial y sexual”.

Entre las temáticas menos exploradas están las relaciones no monógamas y las relaciones abiertas, frente a la gran cantidad de “historias protagonizadas por relaciones heterobásicas que están ligadas a celos y posesiones”. Muchas novelas y películas chick flick nos siguen manteniendo como sumisas. No existe esa representación de mujer independiente que no necesita de un hombre que la saque de su drama”.

Narrativas sexoafectivas

Detalle de la portada de ‘La otra hija’, de Annie Ernaux, de editorial Los Libros de la Mujer Rota, de Chile. /WMagazín

Pero ¿cuáles son las claves para no narrar las relaciones contemporáneas desde los mismos patrones? Lo principal para Casquet es su proceso personal de deconstrucción.

Estas relaciones sexoafectivas se reflejan en los dos libros de Marta Jiménez Serrano, para quien “está siendo divertido hablar tanto de amor». Para crear sus historias bebe de todo lo que vive, observa y le cuentan, por lo que al final, reconoce, «es difícil no poner tus propias vivencias y experiencias en los personajes que construyes». Para dar vida y verosimilitud a sus personajes y mundos de relaciones interpersonales sigue las pautas de su vida: “Creo mucho en que cada uno se responsabilice de sus afectos, de lo que hace y deja de hacer”.

Una manera de introducir en la narrativa las nuevas perspectivas en las relaciones es transformando a los personajes protagonistas de las mismas. Este es uno de los puntos clave en la literatura de la peruana Katya Adaui, crear personajes masculinos en escenas de violencia para así indagar en “cómo reaccionan en situaciones en las que están a perder el poder”.

No hay que tener miedo a romper la tradición, reclama Adaui: “Lo lindo es que ya no buscamos la novela universal, sino que defendemos nuestras escrituras raras”. Y aquí recuerda a la Nobel francesa: “como ha demostrado Annie Ernaux, no interesa tanto tu dolor, sino cómo lo has convertido en arte”.

La poeta Sara Búho no duda en señalar que “lo que traslada uno a la ficción parte de lo que experimenta, y lo que hemos experimentado las mujeres durante muy poco tiempo es un despertar muy fuerte. Eso repercute en las historias”.

Para no caer en los clichés literarios, Alana S. Portero sigue unas pautas:la escucha, la empatía, y no obsesionarse por comprenderse. Intentamos ahondar demasiado en quienes somos, y eso llega con el tiempo”.

María Moreno, periodista y escritora argentina, comentaba en una entrevista a WMagazín que “las nuevas generaciones tienen menos coacción a elegir la diversidad. La palabra bisexualidad es negociadora. En los jóvenes hay menos corsés. También se supone que hay menos vergüenza por la homosexualidad. Pero nunca estoy segura de que no haya evolución lineal, hay retorno. Periodos históricos en que uno se da cuenta de que se retorna al matrimonio y otros que son más abiertos amorosamente. Hay historiadores que no ven un proceso hacia adelante, hacia la democracia. No hay democracia en el amor. El amor no es el lugar del bien, el deseo siempre tiene algo oscuro. Marguerite Yourcenar decía una frase terrible: ‘No siento respeto por quien amo y mucho menos por quien deseo’. No se trata de respeto. Todos los sentimientos ligados al bien estallan en el amor y el deseo”.

La verdad, ha dicho BB Easton, autora del best seller 44 capítulos sobre 4 hombres, (Espasa), es que “no podemos preguntarles a las mujeres que vinieron antes de nosotras sobre cómo abrazar nuestra sexualidad porque nunca se les enseñó cómo. Y no podemos buscar en la literatura histórica, porque tampoco la encontraremos allí. Entonces, nos miramos unas a otras. Lo estamos resolviendo juntas. Y estamos compartiendo lo que hemos aprendido de todas las formas que sabemos, especialmente a través de los libros”.

Vivian Gornik, en Apegos feroces, lo relata así: “Viví en aquel bloque de pisos entre los seis y los veintiún años. En total había veinte apartamentos, cuatro por planta, y lo único que recuerdo es un edificio lleno de mujeres (…). Nunca hablaban como si supiesen quiénes eran, como si comprendieran el trato que habían hecho con la vida, pero a menudo actuaban como si lo supiesen (…). Y yo –la niña que crecía entre todas ellas, formándose a su imagen y semejanza– me empapaba de ellas como de cloroformo impregnado en un paño apretado contra mi cara. He tardado treinta años en entender cuánto entendí de ellas”.

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