Lee a los cinco finalistas del V Premio de Cuento Hispanoamericano Gabriel García Márquez
Entre un colombiano, tres argentinos y una chilena estará el ganador de uno de los premios más prestigiosos del mundo en español. El ganador se conocerá el 8 de noviembre. WMagazín publica pasajes de los cuentos elegidos
Presentación WMagazín. Uno de estos cinco escritores ganará el V Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez: el colombiano Andrés Mauricio Muñoz con Hay días en que estamos idos (Seix Barral), los argentinos Edgardo Cozarinsky con En el último trago nos vamos (Tusquets), Santiago Craig con Las tormentas (Entropía) y Pablo Colacrai con Nadie es tan fuerte (Modesto Rimba) y la chilena Constanza Gutiérrez con Terriers (Montacerdos). El nombre del ganador se conocerá el 8 de noviembre en un acto especial en Bogotá. La lista de los cinco finalistas, anunciados este 21 de septiembre, sale de la preselección de 14 autores publicada el 10 de julio pasado. Este premio es uno de los más importantes de su género en español que distingue al mejor volumen de cuentos publicado en 2017.
El autor elegido recibirá cien mil dólares y los otros cuatro finalistas tres mil. Además, estos volúmenes de cuentos entrarán a formar parte de las colecciones de la Red Nacional de Bibliotecas de Colombia, conformada por 1.500 bibliotecas públicas en todo el país. El Premio, organizado por el Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional de Colombia, tiene como jurado a los escritores Alberto Manguel (Argentina-Canadá), Piedad Bonnett (Colombia), Diamela Eltit (Chile), Mathías Enard (Francia) y Élmer Mendoza (México).
WMagazín publica en primicia pasajes de los cinco libros finalistas. En la primera edición del Premio Hispanoamericano de Cuento, celebrada en 2014, el ganador fue el escritor argentino Guillermo Martínez, por Una felicidad repulsiva (Planeta); en 2015 la escritora boliviano-venezolana Magela Baudoin, por La composición de la sal (Plural editores); en 2016, el colombiano Luis Noriega por Razones para desconfiar de sus vecinos (Penguin Random House); y en 2017 el ganador fue el español Alejandro Morellón por El estado natural de las cosas (Caballo de Troya).
Pablo Colacrai: 'Nadie es tan fuerte'
- Pablo Colacrai: autor de Nadie es tan fuerte (Editorial Modesto Rimba) Argentina.
Edgardo Cozarinsky: 'En el último trago nos vamos'
—Tras un momento de silencio, continuó—. Vas a encontrar todo igual. Pero a los que no vas a encontrar es a los que todavía no cruzaron la línea.
- Edgardo Cozarinski: En el último trago nos vemos (Editorial Tusquets) Argentina
Santiago Craig: 'Las tormentas'
- Santiago Craig: Las tormentas (editorial Entropía) Argentina.
Constanza Gutiérrez: 'Terriers'
Comienzo del cuento Caza de conejos:
Cuando llegamos ese verano, los conejos ya casi habían desenterrado nuestra casa por completo. Siempre supimos que eran plaga en el campo, pero ese año se habían desatado: había cientos, miles, un millón. Mi papá empezó a pasar horas afuera, cambiando y pegoteando PVC, y el ruido que hacía me ponía los pelos de punta. Me moría de nervios. Poco antes había descubierto un nuevo pasatiempo que requería de soledad y un poco de concentración, y con mi papá y mi mamá entrando y saliendo a cada rato, gritándose de adentro hacia afuera y de afuera hacia adentro, no había caso. Cada vez que los oía venir tenía un segundo para subirme el cierre del pantalón y fingir que estaba leyendo o viendo tele. No soy una súper niña: era imposible, así que empecé a pasar muchas horas afuera yo también. Me iba con la Manola, mi perra, al estero que estaba al final de la parcela, o a los columpios, que ya me quedaban un poco chicos y a la Manola no le importaban para nada.
La principal entretención de ese verano fue cazar conejos. Nacho y yo esperábamos cada noche a que fuesen las diez, justo después de las noticias, y salíamos al patio, él con la escopeta y yo con la linterna, a cegarlos y dispararles. Nos sentábamos junto al estero, atentos a los sonidos del bosque (podíamos escuchar a los insectos y también a una lechuza) y esperábamos, ansiosos, a que los conejos salieran de sus madrigueras. Nunca matamos más de un conejo por noche, excepto la del dieciséis de enero – la recuerdo perfecto –, en que matamos tres y nos sentimos los cazadores más expertos del planeta. Cuando volvimos a la casa el papá estaba orgulloso y nos palmoteó la espalda. Fuimos donde los vecinos (en el campo ser vecino es un decir) a ofrecer conejos, y supongo que todos comieron eso al día siguiente. Nosotros también. La mamá hizo un kuchen de mora y jugamos cartas hasta tarde. Pregunté si podía tomar whisky y conté que pensaba que había descubierto mi vocación: iba a ser cazadora. Por supuesto, no tuve permiso para tomar nada y mi papá me preguntó si no me daba pena dedicarme a la caza. Ignacio se me adelantó, mostrando sus paletas redondeadas:
— ¡Cómo nos va a dar pena, si los conejos casi nos botan la cabaña! No seai ridículo po, papá.
Yo lo apoyé, qué tonteras preguntaba el papá. Por recomendación suya, dejamos de salir a cazar, pero llenamos el campo de trampas de esas que los agarran del pescuezo.
***
Nuestra casa del campo no era tan grande, pero nos bastaba. Sus dos pisos eran casi de un ambiente, salvo por la pieza de mis papás y los baños, pero la cocina, apenas separada por un mesón, era la misma cosa que el comedor y el living, donde teníamos una tele a perillas para ver las noticias en la noche y muchas fotos de los veranos pasados. Arriba no había paredes, solo una gran pieza a la que que se llegaba por una escalera caracol demasiado estrecha. Mi cama daba a una ventana en el techo y, mientras mi hermano leía, un poco más allá, yo me acostaba a mirar las estrellas pasar haciéndole cariño a la Manola. Ignacio era el encargado de apagar la luz y yo de despertarlo a una hora decente al otro día, antes de que el papá se enojara.
A mediados de enero mi papá seguía arreglando cañerías y tapando hoyos. También habían hecho hoyos alrededor de la piscina, así que era trabajo duro. La piscina no era gran cosa, era más bien chica, de esos típicos riñones de fibra de vidrio, pero mi papá odiaba a los conejos por haberla desenterrado. Lo tenían chato. Era el tema de nuestros desayunos, almuerzos y comidas. Hablábamos tanto de conejos que una noche soñé que me despertaba y la casa estaba sola. Me ponía el traje de baño y partía con mi toalla afuera. Me quedaba ahí parada un rato, mirando como la brisa movía, despacito y con cuidado, el agua de la superficie y luego dejaba mi toalla roja a un lado y, paf, me tiraba tremendo piquero. Cuando sacaba la cabeza del agua, repentinamente, la piscina estaba repleta de conejos que nadaban conmigo. Eran grises y jaspeados, grandotes, y no estaban preocupados por mi presencia: nadaban felices, como si la piscina fuera de ellos. Le conté a mi mamá, mientras jardineaba, y nos reímos un rato.
- Constanza Gutiérrez: Terriers (Editorial Montacerdos) Chile.
Andrés Mauricio Muñoz: 'Hay días en que estamos idos'
- Andrés Mauricio Muñoz: Hay días en que estamos idos (Editorial Seix Barral). Colombia.
La lista completa de los catorce preseleccionados es la siguiente: por Argentina son Edgardo Cozarinsky, con En el último trago nos vamos (Tusquets); Santiago Craig, con Las tormentas (Entropía), y Pablo Colacrai con Nadie es tan fuerte (Modesto Rimba). Los tres escritores colombianos fueron: Alejandra Jaramillo Morales con Las grietas (Tragaluz); Andrés Mauricio Muñoz con Hay días en que estamos idos (Seix Barral) y María Ospina Pizano con Azares del cuerpo (Laguna Libros). Los escritores mexicanos preseleccionados fueron: Antonio Ortuño con La vaga ambición (Páginas de Espuma), Claudina Domingo con Las enemigas (Sexto Piso) y Carlos Velázquez con La efeba salvaje (Sexto Piso). Los autores españoles fueron Francisco López Serrano con El holocausto de las mascotas (Editorial Baile del Sol) y César Ibáñez París con Los árboles de Petia (Lastura editores). Por Cuba la escritora Legna Rodríguez Iglesias, con Mi novia preferida fue un bulldog francés (Alfaguara); por Chile, Constanza Gutiérrez, y su libro Terriers (Editorial Montacerdos); y por Perú, el escritor Paul Baudry, autor del volumen El arte antiguo de la cetrería (Editorial Peisa).
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Son buenos relatos tarea difícil para el jurado.