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Leonardo Padura publica una versión actualizada de ‘Los rostros de la salsa’ (Tusquets). /Foto de Raúl Prado – cortesái de Editorial Tusquets

Leonardo Padura: «La salsa enfermó de éxito cuando se convirtió en un negocio»

El escritor cubano actualiza su libro de entrevistas 'Los rostros de la salsa', obra fundamental para entender la historia de este género y su importancia en América Latina. Padura analiza para WMagazín los orígenes de esta música, por qué su auge en los 70, su declive y el vacío dejado que han llenado ritmos como el merengue y ahora el reguetón

En la vida de Leonardo Padura primero fue la música con voces que cantaban la vida en historias de toda estirpe… son cubano, boleros, los Beatles… y la ¡salsa! La lectura llegaría después, luego el deseo de escribir. Él entró por el periodismo que le permitió hablar con muchos de los artistas salseros de la época y crear, entrevista a entrevista, un retrato de América Latina que reunió en el libro Los rostros de la salsa (1997). Veinticuatro años después esta obra llega a España en una edición ampliada por Tusquets que recuerda la importancia de esa música en su continente y cómo, en los años setenta, la salsa sirvió de pegamento cultural y social a los países caribeños que puso a bailar y a cantar a su ritmo.

Un pasado importante de Latinoamérica está en esos ritmos briosos, alegres y llenos de vida con letras que configuran el nuevo mundo convulso surgido en los años sesenta que lleva dentro la multiculturalidad de toda clase y sonidos que no saben de purezas, sino de ritmo e historias que retratan el nuevo presente cada vez más urbano. Las calles del Nueva York latino vieron nacer la salsa cuyas raíces eran cubanas.

Tras la euforia llegó el declive en los ochenta. «La salsa tuvo una enfermedad crónica muy previsible: enfermó de éxito cuando se convirtió también en un negocio. El mercado es exigente, pero es devastador», explica Leonardo Padura (La Habana, 1955). El ganador del Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015 siente debilidad por la salsa y reivindica su imporancia en la cultura. Padura es reconocido guionista y admirado por novelas como El hombre que amaba a los perros y creador de la serie literaria protagonizada por el detective Mario Conde que tiene en la música un cómplice, como la banda de rock-blues-soul Creedence Clerarwater Revival con su líder y cantante John Fogerty que surgió en los mismos años de la salsa, finales de los sesenta.

La salsa vivió unos quince años de esplendor, hasta comienzos de los ochenta. Coincidió con cambios del mundo y con la llegada de sofisticados equipos de música que parecían perfeccionados para potenciar su fuerza sonora y contagiar el ritmo. Luego llegó el declive por culpa de la mercantilización y la salsa romantizada. Esta trivialización musical abrió las puertas a géneros como el merengue y la bachata, hasta que ese vacío lo empezó a llenar el reguetón. Padura explica que «el reguetón es un producto artístico de una elaboración musical muy elemental, pero es la expresión de esa elementalidad social que hoy vive el mundo».

Las conversaciones de Leonardo Padura con los salseros más célebres, desde compositores hasta cantantes, trazan las trayectorias de personajes queridos y recordados en el continente, a la vez que sus respuestas cuentan la historia de esta música y sus reflexiones iluminan momentos colectivos. Como acordes introductorios de esta entrevista la definición y aporte que hace Leonardo Padura de algunos de los salseros mayores:

“Eddie Palmieri: la experimentación sin límites.

Pérez Prado: el gran show.

Benny Moré: el gran ídolo que muere joven, como todos los grandes héroes.

Cheo Feliciano: la melodía.

Pappo Luca: el piano como instrumento de percusión.

Tito Puente: la paila.

Celia Cruz: la emperatriz. El nexo entre dos grandezas, la de los años 50 y la del presente de la salsa.

Willie Colón: el niño malo del barrio, el malandro.

Héctor Lavoe: la voz.

Rubén Blades: la poesía de la calle.

Joe Arroyo: la Colombia negra y vibrante

Mario Bauzá: el profeta.

Arsenio Rodríguez: el gran modelo”.

Winston Manrique Sabogal. ¿Qué lo influyó más a la hora de querer escribir: la literatura o la música? O, dicho de otro modo: ¿qué tanto influyó la música, las letras de las canciones en que quisiera ser escritor?

Leonardo Padura. La música me ha acompañado desde que tengo uso de razón. Mucha música, muy diversa. Recuerdo que en mi casa estuvo un tiempo un reproductor de discos, una victrola que había estado en el comercio de mi padre, y yo ponía discos, todos los que había: desde Benny Moré y la orquesta Aragón hasta el español Pedrito Rico, entonces famoso… Luego, una vecina vivía con la radio encendida y yo oía muchos boleros. Más tarde descubrí a Los Beatles, de modo casi clandestino, y me encandilaron… y me aficioné al pop y al rock, porque tenían un cierto regusto de rebeldía en un país que los consideraba una mala influencia ideológica para el hombre nuevo… Y mientras, leía poco y jugaba mucho béisbol. Pero cuando descubrí que quería escribir algo, ya era un lector feroz, y había escogido mis primeros modelos: Hemingway, Salinger, Camus, los novelistas del boom… y me hice más consumidor de literatura que de música, aunque en Cuba no puedes abstraerte de la música: todo el mundo la pone para que la escuche el barrio.

W. Manrique Sabogal. ¿Cuál es su educación sentimental-musical?

L. Padura. Ese pop de los años 1960 y 1970 ha sido una ganancia permanente. Beatles, Rollings, Creedence, Chicago, en fin, Kansas y su Dust in the Wind que me robé para titular una de mis novelas… Y luego la completé con la salsa, cuando descubrí que me gustaba mucho la música cubana, pero más si la tocaban los salseros, mis contemporáneos.

El disco ‘El Malo’, de Willie Colón, de 1967 que se tiene como el comienzo oficial de la salsa dura.

W. Manrique Sabogal. ¿Qué es lo que más le gusta de la salsa?

L. Padura. La elegancia… La salsa es la expresión del barrio latino, en Nueva York y en el Caribe, y puede hablar incluso de la violencia, de las drogas, de la prostitución, de la pobreza, pero siempre lo hace respetando el buen gusto del que carece, por ejemplo, el reguetón. La orquesta salsera trabaja la música, las letras, pero también la visualidad y lo hacen con elegancia. La salsa puede ser irreverente, rebelde, contestaría, pero nunca es soez ni vulgar, y eso se agradece mucho en un mundo donde tiene la razón el que más grita, el más violento.

W. Manrique Sabogal. Usted pregunta a los entrevistados si la salsa existe y hay múltiples respuestas. Al final del libro su conclusión es que sí existe, o existió, ¿por qué?

L. Padura. Yo no quiero dar una respuesta salomónica, pero es la única que puedo bosquejar: para unos no existió, para otros es una verdad incontestable… Y si debo decantarme por una, claro que lo haría por la existencia de la salsa. Pero teniendo en cuenta que no es un género, un tipo específico de música, sino que es una salsa con muchos ingredientes que, al final, tienen un sabor que recuerda esos elementos que la componen, pero ya es un producto diferente.

Me explico: si oyes un son cubano, una cumbia, un aguinaldo tradicional, y luego oyes su recreación por la salsa, te das cuenta de que hay un aprendizaje que va de lo folklórico y lo popular, a la elaboración intelectual de la música. Los arreglos son diferentes, la sonoridad es distinta, porque la intención es diversa. Y eso creó un estilo, una concepción artística que se fue extendiendo por todo el Caribe hispano, asimilando lo existente y transformándolo en lo nuevo. Y el resultado es nuevo. Además, la salsa generó un movimiento artístico en el que confluyen dos generaciones de músicos en un tiempo en que el barrio urbano es el que dicta las formas de vida y las maneras de entenderlas e interpretarlas. Creo que todo lo dicho es indiscutible, y por ello, nada, que salsa existe.

W. Manrique Sabogal. ¿Por qué el son cubano sería la semilla de la salsa?

L. Padura. Porque es morfológicamente un género abierto, como el jazz. Esa estructura le permite incorporar otras formas musicales y por décadas lo hizo con el bolero, la rumba, y luego con el jazz. Pero, ya como obras concretas, el son tuvo la capacidad de viajar fuera de Cuba que luego solo tendría el mambo a lo Pérez Prado. En el París de entreguerras se oía son, en el Caribe estaban los discos de los músicos cubanos, en Nueva York los latinos bailaban el son cubano… y esa dispersión también ayudó a que sirviera de inspiración, modelo, y que se le asimilara por su generosidad estructural.

W. Manrique Sabogal. Luego lo que se conoce como salsa va juntando y mezclando músicas del caribe con sonidos briosos y letras que cantan a los nuevos tiempos urbano y de barrio, nació en los años 40 con el jazz latino, o ¿dónde situaría usted ese clic? ¿o es más en los 60 con el comienzo declarado de la Guerra Fría y el nuevo rumbo del mundo?

L. Padura. El clic está en el Nueva York de los años 1960… Revolución en Cuba, cultura pop, movimientos inconformistas, agresividad imperial, guerra fría… La cosa estaba que ardía y de tal contexto necesariamente tenían que salir emanaciones diferentes. La literatura cambió en esos años. Los beat en Estados Unidos, los autores del boom en América Latina, los existencialistas en Francia… ¿cómo no iba a pasar algo con la música? Los Beatles consagran una revolución musical, y los músicos latinos dan un grito de rebeldía. Se experimenta con todo, y de ahí se va destilando una actitud nueva que engendra una sonoridad nueva para una circunstancia nueva. Es la eclosión de la cultura urbana, de la adquisición de una clara conciencia cultural, clasista, incluso política. Nada, si no hubieran existido los años 1960, habría que inventarlos.

W. Manrique Sabogal. Usted habla de que la salsa buena, de verdad, entró en el agotamiento y dio paso a otras sonoridades como el merengue, ¿por qué ocurrió ese agotamiento en casi menos que 15 años? Si situamos la explosión de la salsa hacia 1967 con el disco Willie Colón, El Malo.

L. Padura. Como todo proceso artístico genuino, la salsa no llegó para eternizarse en sus estrategias y logros. Pero dejó su huella. La salsa tuvo una enfermedad crónica muy previsible: enfermó de éxito cuando se convirtió también en un negocio. El mercado es exigente, pero es devastador. Y la salsa se mercantilizó en manos de quienes la consolidaron: la compañía Fania. Se hizo necesario producir más, complacer gustos, llenar auditorios, y el arte se lleva mal con esas exigencias y ahí estuvo el talón de Aquiles de la salsa. Se agotó por crecer tanto.

Carátula del disco ‘Siembra’ de Willie Colón y Rubén Blades considerado por Padura como una «obra maestra».

W. Manrique Sabogal. ¿Qué significa para usted un disco como Siembra, de Rubén Blades?

L. Padura. Una obra maestra. Cada una de sus piezas es antológica, son escuchables y bailables. Es el Abeey Road de la salsa.

W. Manrique Sabogal. ¿Qué le parece, o cómo describiría esa evolución-metamorfosis musical: Salsa, salsa romántica y luego erótica, merengue, bachata y ahora reguetón?

L. Padura. Como un proceso de decadencia, propio de los organismos vivos, y la cultura está viva. El arte, como te dije antes, tiene sus momentos de crecimiento, pero también de agotamiento, y es el tránsito que ha seguido esa música popular.

Lo lamentable es que existen creadores y propuestas más enriquecedoras, más elaboradas, más elegantes –y vaya con la dichosa elegancia- que no alcanzan los mismos niveles de difusión y, por tanto, de aceptación. Y eso pasa con todas las manifestaciones artísticas, no vamos a considerar el proceso como exclusivo de la salsa o la música popular.

W. Manrique Sabogal. ¿Cree que el reguetón tendrá larga vida? Ya llevamos más de dos décadas, o ¿hacia dónde cree que evolucionará?

L. Padura. No me atrevo a hacer predicciones de futuro, en casi nada, menos en cuestiones culturales. El reguetón es un producto artístico de una elaboración musical muy elemental, pero es la expresión de esa elementalidad social que hoy vive el mundo, y por eso ha sobrevivido y hasta crecido. Porque vivimos en un mundo agónico, en el que se premia y se vende la chatarra, se embrutece a las mayorías y, la verdad, no creo que en el futuro inmediato las cosas vayan a cambiar mucho. A los poderes reales no le interesa ese cambio.

W. Manrique Sabogal. Usted habla de la “siempre insatisfecha necesidad de belleza”. ¿Salsa y baile que tipo de belleza es? ¿Qué es la belleza para Leonardo Padura?

Leonardo Padura. La belleza es armonía. Es emoción estética (o erótica, claro). Es capacidad de hacernos pensar con dulzura, como pedía Horacio hace veinte siglos… y un buen concierto de salsa, con ese respeto por el buen gusto, capaz de ponernos a cantar y a bailar es algo artísticamente bello, porque expresa toda una identidad cultural. Cuando escucho las buenas obras de la salsa, como las del pop, o las de los clásicos, me siento tocado por la belleza y recompensado como ser humano con los instrumentos para asimilarla y hacerme sentir mejor.

Y si la belleza es armonía, como dije, la armonía es la esencia de la música, es el arte de combinar sonidos y hacerlos agradables al oído… y no voy a poner ejemplos de obras musicales bellas, porque dejaría millones fuera de la lista pero… ¿has oído últimamente Dedicated to one I love en la versión de The Mamas and The Papas?

Hasta ese momento no, pero ahora la memoria trae sus letras con sus voces y melodías suaves y sentidas:

This is dedicated to the one I love (Esto está dedicado a quien amo)

While I’m far away from you, my baby  (Mientras estoy lejos de ti, mi nena)

I know it’s hard for you, my baby (Sé que es dificil para ti, mi amor)

Because it’s hard for me, my baby (Porque es duro para mí, mi nena)

And the darkest hour is just before dawn (Y la hora más oscura es justo antes del amanecer)

(Puedes ver Dedicated to one I love en la versión de The Mamas and The Papas en este enlace).

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