Leonora Carrington vuelve con sus misterios surrealistas que abren mundos en un documental y varios libros
La artista inglesa-mexicana vuelve al primer plano con el estreno del documental sobre su vida, de Javier Martín-Domínguez, en la plataforma cultural CaixaForum+, de Fundación la Caixa. Coincide con la edición de sus 'Cuentos completos' y la recuperación de sus 'Memorias de abajo'
“Usted pregunte, yo veré si contesto”. Es Leonora Carrington en el esplendor de su naturaleza amable, imprevisible, libre y creativa cuando están rodando un documental sobre su vida: Leonora Carrington: el juego surrealista, de Javier Martín-Domínguez. Casi ochenta minutos de esta artista inglesa nacionalizada mexicana, hecha aquí de muchas voces que la conocieron, como su hijo Gabriel Weisz Carrington, los escritores mexicanos Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis y ella misma, oscilando entre el inglés y el español, en una zona de misterio que cuidaba de manera natural: “Usted pregunte, yo veré si contesto”.
El resultado es una película que muestra el lado más humano y emocional de una de las artista más importantes del surrealismo y una de las más destacadas del siglo XX y que se puede ver en la plataforma cultural CaixaForum+, de la Fundación la Caixa. «Una de las creadoras plásticas más destacadas del siglo XX, considerada además una pionera del feminismo, de la defensa de los animales y de la reivindicación de la magia y el esoterismo como instrumentos para la creación artística», recuerdan en su presentación.
“Llevaba tanto tiempo en los libros de historia del arte que, cuando murió en 2011, muchos se sorprendieron de que aún siguiera con vida”, ha dicho varias veces Javier Martín-Domínguez de esta mujer nacida en Lancashire, Inglaterra, el 6 de abril de 1917, y fallecida en Ciudad de México, el 25 de mayo de 2011. Era la menor de cuatro hermanos, Patrick, Gerald y Arthur.
Una creadora integral que hizo pintura, literatura y cine llenos de simbología nacida de una dimensión donde conviven mundos reales, oníricos, imaginados, automáticos y psíquicos. Errante en esos mundos móviles que convierte en sedentarios a través de su obra pictórica y escrita.
Su obra está nutrida de hechos que la precedieron al nacer, de su vida familiar, intelectual y de las tragedias históricas del siglo XX que la sorprendieron, como la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil española y el exilio en Portugal, Estados Unidos y México, donde se asentó, finalmente. Un recorrido forzado que Carrington hizo mientras abogaba por la libertad, el feminismo y la igualdad.
Leonora Carrington: el juego surrealista, devuelve al primer plano a esta artista de quien esta temporada tenemos varios libros en las mesas de las librerías: Cuentos completos (Fondo de Cultura Económica), se ha recuperado Memorias de abajo (Alpha Decay), además de la siempre vigente novela en que convirtió su vida Elena Poniatowska: Leonora (Seix Barral).
Una película-retrato de Leonora
En el documental, la artista se muestra tal cual: de sencillez elegante, como siempre; delgada, como siempre; de abundante cabellera, como siempre; con su cigarrillo entre los dedos de manera displicente, como siempre; de aspecto frágil y vulnerable, como siempre; de ojos aún inquietos, como siempre; de voz cavernosa que transmiten ideas sólidas.
Así aparece Leonora Carrington, la mujer que sintió la vida con tal intensidad que pronto renunció a su destino de rica heredera inglesa para ir detrás de lo más valioso que quería tener: libertad, ser libre, absolutamente.
Una búsqueda que inició desde niña y que la llevó a huir de muchas cosas para explorar otras, mientras se refugiaba en la lectura. Huyó de lo que pretendían que fuera para buscarse a sí misma en su interior y exterior. Por su espíritu inquieto e indómito fue expulsada de varios colegios ingleses, italianos y franceses, hasta que, en Londres, durante la cena de la Exposición Internacional de Surrealismo, conoció a Max Ernst, que ya era la estrella alemana de ese movimiento. Era 1937. Ella tenía 19 años, él 46. Ejerció de maestro de arte. Volvieron a verse en París. Él estaba casado. Ella obedeció solo a lo que sentía.
Uno de sus primeros grandes pasos hacia su futuro fue irse a vivir con Max Ernst contra la voluntad de sus padres. Vivieron su arcadia en una casa en el campo en el sur de Francia. Hasta que en septiembre de 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial. A él lo capturaron y lo llevaron a un campo de concentración acusado de “artista degenerado”. Ella tuvo una crisis psíquiátrica. La invasión nazi la obligó a refugiarse en España en 1940. Su errancia idílica se transformó y aceleró empujada por el miedo. Llegó a un país asolado física y espiritualmente, porque acababa de entrar en el túnel de la dictadura franquista tras la Guerra Civil, entre 1936 y 1939.
Allí, en Madrid, fue violada por un grupo de requetés y esto la desestabilizó aún más. Sus padres la internaron en un psiquiátrico de Santander. Esas experiencias las contaría en su libro Memorias de abajo (1943). En 1941 logró escapar del psiquiátrico y llegar a Lisboa. Conoció al escritor y diplomático mexicano Renato Leduc con quien se casó. Viajaron a Nueva York y, luego, en 1942, a México. Un año después se divorciaron.
En 1944 conoció al que sería su segundo esposo y con quien viviría hasta la muerte de este, en 2007: Emérico Chiki Weisz, que trabajaba con el fotógrafo Robert Capa. Asentada en México, Leonora Carrington empezó a recuperar su mundo personal y artístico con otros creadores del surrealismo internacional, mexicano y en el exilio. Se hizo centinela de sus diversos mundos que reflejaba en cuadros, cuentos, cartas y textos de diferente índole.
Intensidad y pasión de una surrealista
Un pasaje del documental captura el alma de Leonora Carrington con un retrato coral sobre cómo era en realidad. En cinco minutos, Javier Martín-Domínguez monta en su documental un carrusel de personajes que hablan de ella creando un hilo narrativo mientras alterna imágenes, e incluso interviene ella:
“Elena Poniatowska: Siempre se dijo en México que Leonora no quería a Renato Leduc, que no se amaron. Yo creo que sí se querían, vivieron juntos.
Leonora Carrington: Estuve casada y viví con él tres años. Era buena persona. Lo único en que no estuvimos de acuerdo era en las corridas de toros que a mí me parecen horribles. Torturar a un animal, que horror, vestidos de bailarines o de algo. Me parece una cosa espantosa.
Recuerdo cuando mataron el toro, me levanté y me fui.
Carlos Monsiváis: Había estado casada por temas de papeles con un poeta mexicano excelente, Renato Leduc. Aquí, sin ningún contacto con el mundo surrealista, que podía pasar como un primitivo, lo que no era en absoluto. Tenía una cultura literaria finísima, sin embargo, detestaba el mundo cultural y era homófobo.
Todo eso creaba un contraste con Leonora. Estuvieron casados poco tiempo. Leonora siempre dijo que lo que no podía resistir de Leduc era la vulgaridad de su conversación y de su medio, y de su gusto por los toros que ella aborrecía.
Elena Poniatowska: Renato, al mismo tiempo, le quitó mucho de sus telarañas, lo que tenía en la cabeza. Y le ayudó porque era, como dicen en inglés, down to eart, pegado a la Tierra. Hablaba con muchas groserías cuando ella le decía algo; él le contestaba ‘Tú déjate de pendejadas. La compasión es cosa de los pendejos’, en fin.
Se divorcia de él, se casa con Chiki, creo que sí lo amó. Su obra cambió a raíz de su matrimonio. Pintó varios cuadros sobre la vida del que sería su esposo durante cincuenta y tantos años.
Leonora Carrington: La pasión es algo muy variado. Una palabra con muchos sentidos. Se puede tener pasión por el cigarro, por ejemplo, o pasión por la moda, o el dinero o una persona. (Y señala una foto de Chiki, el marido que estuvo España como reportero de guerra).
Gabriel Weisz Carrington: Ahí encontró de nuevo a Katy Horna y Robert Capa. Tuvieron momentos difíciles, pero siento que vivieron una existencia muy particular que luego mi padre no volvió a encontrar”.
Intensidad, pasión e imaginación que crecían como un árbol en su cabeza abonado con tierra de todas partes: desde la del castillo donde nació y creció rodeada de jardines, estilos de vida y riquezas como salidas de otro mundo, hasta las experiencias traumáticas de la conflagración mundial, la violación grupal en España que mantuvo en silencio durante años y el exilio que la confrontó con la realidad. Una visión dolorosa que plasmó así en uno de sus pasajes de Memorias de abajo:
“Estuve llorando varias horas en el pueblo; luego volví a mi casa, donde me pasé veinticuatro horas provocándome vómitos con agua de azahar, interrumpidos por una pequeña siesta. Esperaba aliviar mi sufrimiento con estos espasmos que me sacudían el estómago como terremotos. Ahora sé que esta no era sino una de las razones de esos vómitos: había visto la injusticia de la sociedad, primero quería limpiarme yo misma, y luego ir más allá de su brutal ineptitud. Mi estómago era el lugar donde se asentaba la sociedad, pero también el punto por donde me unía con todos los elementos de la tierra. Era el espejo de la tierra, cuyo reflejo es tan real como la persona reflejada. Tenía que eliminar de este espejo —mi estómago— las espesas capas de suciedad (las fórmulas aceptadas) que lo empañaban, a fin de que reflejase clara y fielmente la tierra; y cuando digo ‘la tierra’ me refiero, como es natural, a todas las tierras, estrellas y soles del cielo que hay sobre la tierra, así como a todas las estrellas, soles y tierras del sistema solar de los microbios”.
Las fuerzas del amor fueron cruciales en su vida y su obra, de lo vivido con Max Ernst, con tan solo 19 años, a Emérico Weisz. Todo lo que le pasaba lo absorbía para su creación.
“El amor más importante es el amor a los hijos. El otro es como una borrachera”, dijo.
Tenía Leonora Carrington acceso a varios mundos y decía: «Usted pregunte, yo veré si contesto». Como escribe Katryn Davis, en el prólogo de Cuentos completos, “el mundo que rechazó tantos años atrás nunca desaparecerá, con sus crueldades y sus reglas sin sentido. Cosas indecibles te sucederán, pero tendrán lugar en un universo en el que el hedor de una hiena sentada a la mesa lo cambiará todo”.
En el cuento La dama oval, Leonora Carrington parece salir de sus misteriosas estancias y, desde allí, otea su vida, la vida, con una voz que abre mundos:
“Una dama muy alta y delgada estaba de pie junto a la ventana. La ventana también era alta y delgada. El rostro de la dama era pálido y triste. No se movía y nada se movía en la ventana, salvo la pluma de faisán que llevaba en el cabello. La pluma temblorosa atraía mi mirada, pues no dejaba de agitarse en el claro de la ventana, donde nada más se movía”.
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