Lo políticamente correcto y la cultura ‘woke’: ¿un Caballo de Troya para la democracia y la libertad?
Escritores, gestores culturales y expertos en comunicación analizan para WMagazín por qué una acción noble ha derivado en una corriente que coarta la libertad de expresión y de creación. Se unen a otros pensadores y libros que denuncian cómo los extremos de esta corrección política genera lo contrario a lo prometido: involución, puritanismo y temor. Las artes están en su diana y son un campo de minas para los creadores
Lo políticamente correcto y la cultura woke ya son percibidos como un Caballo de Troya de la democracia. Lo que nació como una petición-regalo noble en aras de la justicia social y la armonía ha terminado por minar la raíz y un símbolo del sistema: la libertad de expresión y de creación. Escritores, pensadores y expertos lo han denunciado en libros, artículos y conferencias. Varios creadores, expertos y gestores culturales consultados por WMagazín advierten de la manipulación del lenguaje como arma política y arrojadiza en este ámbito. Recuerdan que la ofensa no está en la palabra, si no en el tono, el contexto y la intención de quien la usa y que la gente no es tan ignorante como se quiere hacer creer; y de que no todo es fobia cuando se formulan dudas, preguntas y reflexiones sobre un tema de minorías o delicado.
Es la batalla por aleccionar y dominar el relato, la narrativa del revisionismo sobre cómo corregir y reescribir el pasado a los ojos del presente e impulsar una generación más responsable desde una hipersensibilidad que asfixia la realidad. Eso lleva a que se asiente la idea de la corrección política de los extremos bien pensantes como una tiranía que genera lo contrario a lo prometido: involución, puritanismo y temor. Ninguna de las personas consultadas niega que hay muchas cosas que mejorar, pero desde el sentido común. Lo dicen en un momento en que crece la espiral de polémicas sobre el revisionismo a obras de arte, la cultura de la cancelación que no tolera el debate o la discrepancia en favor de un pensamiento único y el habla y la expresión como un campo de minas para los creadores y la sociedad.
A los interrogantes que orbitan sobre este movimiento se suma otro inquietante que acaba de llegar: ¿Será la inteligencia artificial el principal aliado impensable de lo políticamente correcto y lo woke que despoje públicamente los claroscuros del ser humano?
Muchos consideran que libros, canciones, películas, obras de teatro, pinturas, performances y otras formas de expresión, que se hicieron hasta hace poco, hoy serían inviables ante la intolerancia y las amenazas de coacción agitadas por cierto magma de las redes sociales como punta de lanza.
El filósofo, psicoanalista y crítico cultural sloveno, Slavoj Zizek ha alertado sobre la normalización de lo políticamente correcto y la cultura de la cancelación. Y Rebecca Solnit afirmó que “la cultura de la cancelación es un concepto que nos idiotiza”. Lo dijo en rueda de prensa virtual durante la presentación de su libro ¿De quién es esta historia? (Lumen) en el cual analiza el cambio de paradigma entre los que han tenido la voz y los que buscan hacerse oír, a través de una mirada que incluye aciertos y fallos.
Woke, igualdad, justicia, respeto, tomar conciencia, políticamente correcto… Esos fueron los objetivos bien recibidos con los que nacieron estas corrientes que tomaron fuerza en la segunda mitad del siglo XX.
Como signo del tiempo pendular de hoy, lo políticamente correcto ha pasado a ser identificado con conceptos de censura, restricción, intolerancia, acoso, cancelación, ofensa, invisibilizar, enmascarar, dogma, agresión, contradicción, coacción, irrespeto, persecución, dictatorial, manipulación, insensatez, inquisición, asfixiante…
Derechos, poder, susceptibilidad y restricciones
“La doctrina woke utiliza una causa justa e incuestionable para imponer un nuevo puritanismo censor. Restringe el debate, coarta la libertad del lenguaje y mata la diversidad de miradas. En definitiva, censura la pluralidad y elimina el contexto tan necesario para entender cualquier acontecimiento. Es, junto a la desinformación, una variante de las nuevas hegemonías. La desinformación fomenta la desestabilización y la doctrina woke impone un nuevo tipo de pensamiento único en el que se normaliza la descontextualización para reescribir la historia y la actualidad”, explica Ignacio Jiménez Soler, experto en comunicación estratégica y conocimiento digital y autor de libros como La nueva desinformación. Veinte ensayos breves contra la manipulación (Universitat Oberta de Catalunya).
Los cambios sobre los centros de poder tienen mucho que ver en esta lucha por el relato y reclamo de derechos, afirma Bernardine Evaristo, ganadora del Premio Booker 2019 por su novela Niña, mujer, otras (Adn) en la que aborda la vida de doce mujeres negras incluida una chica binaria, y de la autobiografía Manifiesto: sobre cómo no rendirse (Adn). La escritora, de madre de origen irlandés y alemán y padre nigeriano, explica que «cuando la gente ha estado en posiciones de poder, como lo han estado durante toda la historia, se les hace muy difícil ser retados en esas posiciones por la sociedad. Lo políticamente correcto es un término bastante ambiguo porque lo que es políticamente correcto para unos para otros no lo es. Por eso hay una diferencia entre lo correcto y lo progresista. Muchas veces a las mujeres, la gente de color, las personas discapacitadas o las minorías están queriendo ser progresistas y demandan sus propios derechos les dan esta marca de woke o de políticamente correcto en forma de burla y para invalidar lo que están haciendo como si fuera algo malo».
“El problema del ‘derecho a la diferencia’ es que, en lugar de borrar los estereotipos, los consolida y termina provocando una disputa entre identidades”, asegura Caroline Fourest, profesora francesa de Ciencias Políticas, en su libro Generación ofendida. De la policía cultural a la policía del pensamiento (Península). Un ensayo de referencia sobre este escenario que denuncia la “tiranía de lo políticamente correcto y apuesta por volver a los auténticos valores universalistas”.
“El problema, expliqué, es la susceptibilidad”, dice un personaje de El visionario (Libros del Asteroide), la nueva novela del francés Abel Quentin, una radiografía de nuestro tiempo con las armas de la sátira sobre la cultura de la cancelación y el choque generacional. Y acto seguido traza un retrato: “La gente se enroca en su identidad, la venera, y se vuelve susceptible, tanto que habría que hablarle muy flojito, tomando una barbaridad de precauciones, mimarla. Y luego está la revolución antropológica, la del comentario anónimo y simultáneo, la del pensamiento jibarizado. La dictadura de los ciento cuarenta y cuatro caracteres. Los algoritmos que nutren al usuario de contenidos conforme a sus prejuicios. Que reagrupan a la gente en pequeños rebaños que dejan de tener vínculos con otros”.
Las artes en la diana
Las polémicas globales son cada vez más frecuentes. Las artes se han convertido en un blanco de vigilancia preferida y en un campo de minas para los artistas. Se olvida que los creadores describen de mil formas la realidad (pasado y presente) y se asoman al futuro, son notarios de la vida y dan las herramientas para que la gente conozca y analice. No son jueces. Un autor no da respuestas, formula preguntas, expresa dudas. Los analistas recuerdan que el ser humano no está hecho de un pensamiento único e inamovible, ni es un monolito de certezas. Y, sobre todo, cada obra es un testimonio de su tiempo, es memoria, y toma el pulso de su sensibilidad. Eso es el arte. La mirada retrospectiva ajustada a los ojos del presente tergiversa y enmascara el pasado, no lo borra, y, en cambio, evita ver posibles fallos, aprender y corregir lo que se considere mejorar.
El penúltimo capítulo de este rosario de polémicas ha sido la reescritura de las obras de Roald Dalh con la venia de sus herederos, que suscitó el rechazo del mundo de la cultura. Una situación que, a su vez, ha servido para que en la Feria Internacional del Libro Infantil de Bolonia (Italia), de 2023, las editoriales y los autores denunciaran la persecución de temas que puedan resultar polémicos. Sin olvidar las continuas listas de prohibiciones de libros, como sucede, por ejemplo, en las bibliotecas de Estados Unidos, con Matar a un ruiseñor, de Harper Lee.
Cristina Fuentes La Roche, directora internacional del Hay Festival, tiene claro que “la literatura es ante todo un espacio de libertad, pero también es un espacio de responsabilidad. Así que no existen reglas ni aplica lo políticamente correcto, pero sí creo que hay que tener una conciencia y una perspectiva amplia de la diversidad que existe en el mundo, y, sin duda, la buena literatura la tiene”.
El tiempo trabaja en silencio sobre las obras de arte, mientras otros cambios son forzados. Eva Orúe, directora de la Feria del Libro de Madrid, explica que “la reescritura, la censura, que algunos proponen de determinadas obras parte de una presunción que, a veces, es equivocada y siempre peligrosa: se asume que el lector no está informado sobre la época en la que el texto fue concebido y la manera en que en ese entonces se decían las cosas, que es incapaz de diferenciar entre el autor y su obra. Se asume que el lector es un ignorante o un incapaz. Por no hablar de aquellas censuras cuyo objetivo es, directamente, negar el acceso a ciertas obras, borrar a determinados autores, prohibir algunos argumentos. Y eso es algo que no podemos aceptar”.
Miquel Iceta, ministro de Cultura y Deportes de España, está “en contra de la utilización de filtros, de la utilización de supuestos cánones de corrección o de la cancelación. Hay que ir con mucho cuidado porque juzgar con los ojos de hoy obras anteriores es absurdo y pretender adivinar cuáles serán los criterios del futuro todavía más”.
Es una forma de cerrar los ojos ante lo que uno no quiere ver, lamenta Daniel Fernández, presidente de la Federación de Gremio de Editores de España (FGEE) y de CEDRO y editor de Edhasa. Y agrega: “Mi generación ya vio cómo se ocultaba la homosexualidad en el mundo clásico y eso no aparecía ni en las lecturas ni en los planes de estudio. Y si ahora vamos a ocultar que existía la esclavitud, por decir algo que nos ofende y nos repugna, es un disparate”.
Son signos de los tiempos, de movimientos pendulares de la Historia que se pasa de una época de libertad a una de restricciones, lamenta Ginés Sánchez. El escritor español, que acaba de publica De tigres y gacelas (Tusquets), considera que más allá de lo que sucede en las artes con las coordenadas que intenta imponer lo políticamente correcto y lo woke «lo grave es que esté virando a la sociedad. ¡Ese es un problema gordo! Vienen años un poco oscuros en el sentido de que es como si fuéramos a volver a las iglesias de alguna forma. Cuando uno empieza censurando cositas importantes, luego vienen cosas más grandes y viene la doble moral«.
Sánchez asegura que no va a ceder: «Aunque es signo de los tiempos, cada uno tendrá la posibilidad de decidir. Uno escribe lo que uno quiere, no lo que esperan que escriba. Es cierto que el sistema puede estar pidiendo eso, pero los escritores tendremos que decidir y tenemos la habilidad de expresar lo que creemos».
El cine y la apropiación cultural
Se han intentado prohibir y descatalogar películas con el argumento de que hacen apología o irrespetan a minorías raciales o de géneros. Ocurrió hace un par de años con Lo que el viento se llevó, aunque luego volvió al catálogo con una advertencia.
En esta espiral de debates globales no falta lo concerniente a la llamada apropiación cultural que parte del hecho que solo las personas de una región, etnia, sexo, género o religión pueden crear o utilizar sus materiales.
La polémica más reciente en el cine tiene que ver con la película Tár, de Todd Field, protagonizada por Cate Blanchett. La actriz australiana interpreta a Lydia Tár, una exitosa directora de orquesta lesbiana, descalificada y atacada por un sector con el argumento de que Blanchett no debería interpretar ese personaje porque no es lesbiana. La película habla del poder y de cómo el ser humano, al margen de sexo, género, religión, ideología y cultura, tiende a ser poroso a abusar del poder.
Bajo ese prisma, Tár aborda temas sobre a corrección política y el movimiento woke, e incluso sobre la jauría en que pueden convertirse las redes sociales. Por ejemplo, la protagonista da una clase a unos alumnos y uno de ellos dice no escuchar a Bach por que tuvo no sé cuántos hijos y demás cuestiones que él no comparte. La directora, entonces, le dice: “No estés tan ansioso por sentirte ofendido, el narcisismo de las pequeñas diferencias lleva al conformismo más aburrido”.
Y más adelante expresa la trampa y el boomerang de esta corriente: “El problema de que te declares un disidente epistémico es que si el talento de Bach puede reducirse a su género, país, religión y sexualidad… el tuyo también”.
Un tema que va en línea con el de la joven poeta Amanda Gorman, muy conocida por leer uno de sus poemas durante la posesión del presidente de Estados Unidos Joe Biden, en 2021, porque sus representantes dijeron que sus libros solo los podían traducir mujeres y negros.
Feminismo, trans y cancelación
Alrededor de temas puntuales hay debates incombustibles desde el movimiento Me Too y lo relacionados con el feminismo, hasta los de las personas transexuales que han involucrado a creadores y personalidades relevantes con la cancelación como arma principal. Por ejemplo, Margaret Atwood por abogar por la presunción de inocencia, o desde J. K. Rowling, autora de la serie Harry Potter, hasta escritoras como la colombiana Carolina Sanín, señaladas de transfobia por expresar sus reflexiones, dudas y preguntas frente a una situación inédita.
“En nuestra sociedad vivimos con muchos géneros y no estamos para excluir”, reclama Bernardine Evaristo. La escritora entiende que hay espacios donde se debería priorizar a las mujeres y lo hace en sus novelas. Reconoce que «claramente en una sociedad utópica e ideal deberíamos tener un rango diversificado en el área, pero no vivimos en una sociedad utópica ni estamos en el ideal. Entonces, mi trabajo se enfoca en mujeres negras, esto no significa que me aíslo socialmente solo que prefiero darles el espacio porque sé que son marginales”.
Sobre el debate entre un sector del feminismo, donde ella ha estado, y la comunidad trans, Evaristo lamenta que en Reino Unido no haya una verdadera discusión y se escuchen las dos posiciones: “No hay debate, es un lado u otro. Me gusta estar en el medio porque entiendo la búsqueda del género, aunque haya problemas con eso. Entiendo y creo en la autoidentificación. Pero hay problemas, por ejemplo: hace un tiempo un hombre fue enviado a prisión por violar a dos mujeres y como se identificaba como mujer pidió ir a una prisión femenina. No se necesita ser anti trans para saber que es problemático. Creo en los derechos de la comunidad trans y que todos tienen el derecho de llevar la vida que desean. Pero también estoy muy del lado del feminismo. Entonces no me involucro en esa discusión porque o traicionamos a un lado o al otro ya que el feminismo ha sido una batalla larga y hemos luchado mucho tiempo por mucho”.
Margaret Atwood se ha visto involucrada en varios debates sobre feminismo. Ella ha estado en la lucha de las mujeres y la igualdad desde hace décadas y su trabajo ha alertado sobre los peligros de los fundamentalismos en novelas como El cuento de la criada, de 1985, e incluso, ha servido para allanar el camino de derechos y libertades antes de que nacieran algunas de las personas que la han señalado.
La escritora canadiense ha abogado por uno de los pilares de la democracia como la presunción de inocencia como respuesta a un profesor de universidad que fue acusado por unas alumnas de “conducta sexual indebida” y la investigación lo absolvió. Luego firmó otra carta en apoyo a las personas binarias y trans, como respuesta al artículo de J. K. Rowling.
También firmó otra carta sobre la cultura de la cancelación que calificó de actos de intolerancia. Sobre esto último, Atwood dijo en una entrevista al diario español El País: “Si inventas un arma, tarde o temprano la usarán contra ti. Con la cultura de la cancelación, la izquierda está probando su propia medicina. Veían bien la cancelación, la prohibición, la deplataformización cuando solo salía de ellos. Ahora que también lo hacen otros prohibiendo libros, no les gusta tanto”.
¿Aliado de la inteligencia artificial?
Una vorágine de hechos que llega justo en tiempos donde saca la cabeza la inteligencia artificial. Para la escritora y docente colombiana Carolina Sanín “el discurso que busca reflejar la fantasía de la perfecta igualdad entre los seres humanos -y, supuestamente, conducir hacia su realización- es necesariamente un discurso uniforme, siempre igual, aunque aparentemente diga cosas distintas en distintas ocasiones. Y es, por tanto, propio de la máquina, no del ser humano”.
La autora de libros como El Sol (Random House) mira, entonces, con recelo cómo “el desarrollo de programas de inteligencia artificial para escritura de textos sirve perfectamente a la creencia de que se debe rechazar la idea de la diferencia fundamental entre los individuos -en este caso, la idea de que hay quienes escriben mejor que otros, y escrituras más ricas o interesantes o iluminadas o inspiradoras que otras-. Muy pronto va a considerarse incorrecto -malvado, desempático, conservador- criticar la escritura de la inteligencia artificial, pues esta se entenderá como un instrumento de democratización y justicia. Creo que el primer deber de una escritora de este tiempo es escribir de una manera no sistematizable por una máquina -y, para hacerlo, debe saber y afirmar que, en su escritura, no es igual a nadie-”.
Slavoj Zizek se pregunta, en un artículo del diario español El confidencial, “¿por qué los wokes, aun siendo minoritarios, han logrado neutralizar el gran espacio liberal e izquierdista, instalando en él el miedo a oponerse abiertamente a ellos? El psicoanálisis tiene una respuesta clara a esta paradoja: la noción de superego. El superego es una instancia cruel e insaciable que me bombardea con exigencias imposibles y que se burla de mis fallidos intentos de cumplir con ellas, la instancia a ojos de la cual soy tanto más culpable cuanto más trato de suprimir mis esfuerzos ‘pecaminosos’ y satisfacer sus demandas”.
El debate de si todo este movimiento de buenas intenciones es un Caballo de Troya involuntario apenas empieza y las preguntas giran a su alrededor:
¿Por qué todo esto empieza a convertirse en un boomerang para esta ideología que busca la justicia para los grupos minoritarios o marginados, en especial los referidos a la raza, el género y la religión?
¿En qué momento lo que empezó como una acción noble derivó en una política que coarta la libertad de expresión y de creación y enmascara la realidad?
¿Quiénes han dado derecho a que unas personas repartan carnets de buenas o malas personas?
Es la batalla por el relato de un mundo mejor, solo que el de los extremos de lo políticamente correcto y la cultura woke dice abanderar la verdad eliminando los grises y pintando la vida en blanco y negro bajo el lema: O estás conmigo o estás contra mí.
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Muy interesante artículo a la par que inquietante.
En el mundo de los cuentos narrados a viva voz desde hace muchos años existe este debate. Narrar los cuentos tradicionales tal como son o adaptarlos para hacerlos más «digeribles» (políticamente correctos). En muchos casos se adaptan para ser narrados a público infantil pero a veces esa adaptación puede matarle el alma a la historia.
Gracias por este artículo con reflexiones tan necesarias, al menos para mí.
Completamente de acuerdo con este artículo. Ningún tribunal de inquisición dogmática y uniforme podrá ser de «santa inquisición».
Excelente análisis y resumen del estado de este debate. Me hace pensar en una serie de Netflix, «La directora», que fue cancelada después de apenas una temporada, ya que expone el lado ridículo y las ironías de la cultura de la cancelación, especialmente en contextos intelectuales.
Hola, Tatianna. Gracias. Nos alegra que le haya gustado el reportaje de un tema muy importante de nuestra época. Y gracias por seguir WMagazín. Un saludo
Gracias por plasmar lo que hace tiempo se ha desvirtuado, la Izquierda se a vuelto libertinamente progresista, paradójicamente se está volviendo en lo que por muchos años combatió.
Muy bueno el artículo, sobre un tema importante
Muy interesante el artículo, a mí me parece preocupante el intento por adoctrinar a todos, afortunadamente la gente en general ya no quiere consumir los productos con ideología woke, lo que mina su principal forma de difusión
En Perú, el pensamiento correcto es el fujimorista, aliado de los grupos de poder económico, y los que no son ni piensan como ellos son terroristas