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Detalle de la imagen de portada de la novela ‘Guerra y paz’, de Tólstoi (Alba Editorial), traducida por Joaquín Fernández-Valdés. /WMagazín

Los 5 mejores libros traducidos al español, en 2021: de ‘Guerra y paz’ a ‘Cuentas pendientes’

Homenaje en el Día Internacional de la Traducción con pasajes de los finalistas del Premio de Traducción Esther Benítez: Vicente Fernández González por 'Amorgós y otros poemas', de Nikos Gatsos; Joaquín Fernández-Valdés por 'Guerra y paz', de Lev N. Tolstói; Ana Flecha por 'Los inquietos', de Linn Ullmann; Julia Osuna Aguilar por 'Cuentas pendientes', de Vivian Gornick; y Belén Santana por 'Anette, una epopeya', de Anne Weber

Del autor anónimo de la Epopeya de Gilgamesh, la obra literaria más antigua, a Annie Ernaux, de Homero a Maggie O’Farrell, de Platón a Byung-Chul Han, de William Shakespeare a Fernando Pessoa, de Dante a Sofi Oksanen, de Leon Tolstói a Olga Tokarczuk, de Lanling Xiaoxiao Sheng a Naguib Mahfuz, de Goethe a Elif Shafak, de Marcel Proust a Mircea Cartarescu….

Los mundos de estos escritores y millares más en otros idiomas distintos al español los conocemos gracias, en su gran mayoría, a los traductores. Nunca les estaremos lo suficientemente agradecidos. Ellos son quienes nos acercan a otros mundos y ensanchan el territorio de la creación literaria. No son meros transcriptores o escribidores, sino que interpretan lo que quiere decir o transmitir el autor, tratan de captar el alma de la obra original a un nueva lengua. Prolongan su vida, insuflan nueva vida a los libros.

WMagazín les da las gracias y les rinde un pequeño homenaje en el Día Internacional de la Traducción, 30 de septiembre. Lo hacemos a través de pasajes de los libros traducidos por los cinco finalistas del Premio de Traducción Esther Benítez que entrega ACE Traductores (Asociación Colegial de Escritores Traductores) desde 2006 a las mejores obras traducidas al español. El ganador se conocerá el 7 de noviembre y su entrega será el 13 de diciembre en el Instituto Cervantes, en Madrid. Los finalistas de 2022 son:

Vicente Fernández González por su traducción de Amorgós y otros poemas, de Nikos Gatsos, publicada en Cátedra – Letras Universales.

Joaquín Fernández-Valdés por su traducción de Guerra y paz, de Lev N. Tolstói, publicada en Alba.

Ana Flecha por su traducción de Los inquietos, de Linn Ullmann, editada por Gatopardo.

Julia Osuna Aguilar por Cuentas pendientes, obra de Vivian Gornick, publicado en Sexto Piso.

Belén Santana por su traducción de Anette, una epopeya, de Anne Weber, publicada en AdN.

Hasta la fecha, han recibido este premio Isabel García Adánez, Carlos Milla e Isabel Ferrer, Dolors Udina, Pedro Pérez Prieto, Jesús Zulaika, Daniel Najmías, Montserrat Gurguí y Hernán Sabaté, Gabriel Hormaechea, María Teresa Gallego Urrutia, Carmen
Francí e Ismael Attrache, José Luis López Muñoz, Celia Filipetto, Marta Sánchez-Nieves, Carlos Mayor, Concha Cardeñoso, Eugenia Vázquez Nacarino, Teresa Lanero y Carlos Fortea.

Así son los cinco mejores libros traducidos

Vicente Fernández González, traductor de Amorgós y otros poemas, de Nikos Gatsos, publicada en Cátedra – Letras Universales.

Nikos Gatsos (1911-1992) constituye un caso único en las letras griegas contemporáneas. Tras la publicación de Amorgós en 1943, en plena ocupación nazi de Grecia, optó por el silencio y apenas volvió a publicar poemas. Emprendió, sin embargo, una brillante carrera de letrista y, en colaboración con Theodorakis, Hadjidakis y otros compositores, contribuyó decisivamente a la renovación de la canción griega. Amorgós, hito del movimiento surrealista griego, en la tradición, por otra parte, del poema largo del siglo XX, encierra todo el legado de la literatura griega moderna, de la que es una suerte de compendio.

Así empieza Amorgós y otros poemas, en la traducción de Vicente Fernández González:

Con la patria amarrada a las velas y los remos colgados
del viento
los náufragos durmieron mansos como fieras muertas
entre las sábanas de las esponjas
los ojos de las algas sin embargo miran hacia el mar
por si los trae de vuelta el viento del sur con las barcas
latinas recién pintadas
y un elefante perdido vale siempre más que dos pechos
temblorosos de muchacha
basta que al anhelo del véspero se enciendan en los
montes los tejados de las ermitas
que ondeen los pájaros en los mástiles del limonero
con el firme soplo blanco del nuevo andar
y entonces vendrán vientos cuerpos de cisnes que
quedaron inmaculados inmóviles y tiernos
entre las aplanadoras de las tiendas y los ciclones de los
huertos
cuando los ojos de las mujeres se hicieron ascuas y se les
partió el corazón a los castañeros
cuando cesó la siega y nació la esperanza de los grillos.

Joaquín Fernández-Valdés, traductor de Guerra y paz, de Lev N. Tolstói, publicada en Alba.

Una de las obras más importantes de la literatura es Guerra y paz. «No es una novela, aún menos un poema y aún menos una crónica histórica»: así presentaba Lev N. Tolstói su monumental Guerra y paz, que, publicada por entregas en la revista El Mensajero Ruso entre 1865 y 1867 y en forma de libro en 1869, no dejó de causar desconcierto en su tiempo y luego, hasta nuestros días, apasionados intentos de definición. Los principales personajes componen un cuadro representativo de la aristocracia rusa de principios del siglo XIX.

Pasaje de Guerra y paz, en la traducción de Joaquín Fernández-Valdés:

“-Pues bien, príncipe, Génova y Lucca no son más que propiedades, haciendas de la familia Bonaparte. No, se lo advierto: si no me dice usted que estamos en guerra, si además se permite defender todas las infamias, todas las atrocidades de este Anticristo (verdaderamente, creo que es el Anticristo), dejo de hablarle, ya no será mi amigo, mi fiel esclavo, como usted dice. Bueno, bienvenido, bienvenido. Veo que le doy miedo, siéntese y cuénteme.

Así hablaba un día de julio de 1805 la célebre Anna Pávlovna Scherer, dama de honor muy allegada a la emperatriz Maria Fiódorovna, al recibir al príncipe Vasili, personaje importante y de alto rango, que fue el primero en llegar a su velada. Anna Pávlovna tosía desde hacía varios días, tenía ‘gripe’, como ella decía (en aquel entonces ‘gripe’ era una palabra nueva que solo unos pocos decían)”.

Ana Flecha, traductora de Los inquietos, de Linn Ullmann, editado por Gatopardo.

Él es un prestigioso cineasta sueco, un hombre obsesionado con el orden, la puntualidad y el control de los sentimientos. Ella es su hija, la menor de nueve hermanos. Cada verano, desde que era una niña, ha visitado a su padre, Igmar Bergman, en la remota isla de Fårö. Ahora que ella es una joven escritora y él un anciano, proyectan hacer un libro sobre la vejez que se basa en una serie de conversaciones grabadas. «Envejecer —dice el padre— es un trabajo duro, difícil y muy poco glamuroso.» Y, en efecto, su declive físico y mental, preludio de una muerte cercana, dejará el proyecto a medias. La escritura de Los inquietos da inicio siete años después, cuando Linn Ullmann, cuya madre es la actriz Liv Ullmann, reúne el valor para escuchar las cintas que habían quedado arrumbadas en una caja.

Pasaje de Los inquietos, en la traducción de Ana Flecha:

Ver, recordar, comprender. Todo depende de dónde te encuentres. La primera vez que vine a Hammars, apenas tenía
un año y no sabía nada del amor grande y revolucionario que me había llevado hasta allí. De hecho había tres amores. Si existiera un telescopio que se pudiera enfocar hacia el pasado, podría haber dicho: Mira, ahí estamos, así fue como sucedió. Y cada vez que dudásemos de si lo que recuerdo es cierto o de si lo que tú recuerdas es cierto o de si lo que sucedió sucedió de verdad o de si nosotros existíamos, podríamos juntarnos y mirar.

Julia Osuna Aguilar, traductora de Cuentas pendientes,  de Vivian Gornick, publicado en Sexto Piso.

Cuenta Vivian Gornick que un día comenzó a releer Howards End y con gran asombro descubrió que su interpretación de la novela, años después de su primera lectura, era radicalmente distinta. Consciente de que no hay nada como regresar a un lugar que no ha cambiado para descubrir en qué ha cambiado uno mismo, decidió retomar aquellos libros cruciales que la convirtieron en la mujer que es, y releerlos, con el propósito de redescubrirse a sí misma. En nueve paradas relata cómo a lo largo del tiempo fue identificándose con distintos personajes de la novela Hijos y amantes de D. H. Lawrence, analiza el concepto de feminidad en las novelas de Colette, se cuestiona la veracidad de la memoria en El amante de Marguerite Duras, y explica por qué siempre que lee a Natalia Ginzburg ama un poco más la vida.

Así comienza Cuenta pendientes, en la traducción de Julia Osuna:

«Tenía yo veinte años el día que un profesor de filología puso en mi poder Hijos y amantes. Por aquel entonces no me sonaba de nada el término «novela de iniciación», aunque no porque no hubiese leído más de una y más de dos; y D. H. Lawrence trataba el género tan descarnadamente y con tanto dramatismo que, incluso a esa tierna edad, me vi comulgando con el conflicto primitivo que late en el meollo del relato. Me leí el libro de un sorbo, regresé a la clase en trance y, desde ese día en adelante, Hijos y amantes se convirtió en texto sagrado. En los siguientes quince años leí tres veces la novela, y en cada ocasión me identifiqué con un personaje principal distinto: el protagonista, Paul Morel; su madre, Gertrude; sus amores de juventud, Miriam y Clara».

Belén Santana traductora de Anette, una epopeya de Anne Weber, publicada en AdN.

«Con la fuerza de un lenguaje insólito que le ha valido el mayor reconocimiento de la literatura en lengua alemana de 2020, Anne Weber narra este convulso recorrido vital que es, a la vez, un agudo reflejo del siglo XX: la vida de Anne Beaumanoir; y lo hace en forma de epopeya, una epopeya en femenino. Una mujer que se unió a los diecinueve a la Resistencia francesa; a los diecinueve y medio desobedeció las normas del movimiento cuando decidió salvar la vida de dos adolescentes judíos. Después vinieron la carrera de neurofisiología, el matrimonio, los hijos… La guerra había terminado y parecía que su vida se reconducía por caminos más convencionales, pero unos años más tarde estalló la Guerra de Argelia, que ofreció a Annette la oportunidad de oponer una nueva forma de resistencia en nombre del Frente de Liberación Nacional (FLN), razón por la cual acabó siendo detenida y condenada a diez años de prisión. Tras una azarosa huida llegó primero a Túnez y después a Argelia, donde formó parte del primer gobierno independiente bajo las órdenes de Ben Bella, hasta que un golpe de Estado la obligó de nuevo a huir…».

Esta es su vida en pocas palabras.

Comienzo de Anette, una epopeya, en la traducción de Belén Santana:

Anne Beaumanoir es uno de sus nombres.
Existe, sí, existe en un lugar distinto de

estas páginas, llamado Dieulefit, que significa

Dios-lo-hizo, situado al sur de Francia.


Ella no cree en Dios, pero Él en ella sí.

Y si Él acaso existe, a ella así la hizo.

Ella es muy mayor, pero quiere el relato

que a la vez no haya nacido. Hoy,

a sus noventa y cinco años, viene

al mundo en esta hoja en blanco,

a un vacío impenetrable al que lanza

miradas de topo, largas y redondas, que

poco a poco se llena de formas y colores,

de padre madre cielo tierra agua.

Cielo y tierra permanecen ante sus ojos,

pero el agua viene y va, fluye con fuerza

hacia el lecho seco del río Arguenon, donde

dos veces al día endereza las barcas que llevan

horas sobre el costado. Dos veces al día

regresa al mar, al Canal de la Mancha,

como aquí lo llaman, o solo La Manche, «La

Manga», aunque no es un canal ni una manga
,

nada hueco, pues, un brazo más bien: un
brazo de agua que el Atlántico extiende

hasta el mar del Norte. Suavemente se acuestan

de nuevo las barcas, sobre el vientre.

Por amor al arte

Este 2022 Nuria Barrios obtuvo el Premio Málaga de Ensayo, que edita Página de Espuma, con el libro La impostora. Cuaderno de traducción de una escritora en el que analiza, a la vez que radiografía, el mundo de la traducción desde su propia experiencia.

Javier Marías (Madrid, 1951-2022) dedicó su último artículo en el diario español El País a los traductores, un oficio que desempeñó y añoraba: «Si alguna vez fue adecuada la expresión ‘trabajar por amor al arte’, es para la labor de esos traductores. Al fin y al cabo, un escritor alberga la esperanza, por remota que sea, de vender mucho y triunfar. Al traductor nunca lo aguardan tales glorias, y aún hoy bastantes editoriales se permiten no poner su nombre en la cubierta, como si Ali Smith o Zadie Smith no hubieran necesitado de un concurso. Y si hablamos de emolumentos, es para echarse a llorar. ¿Cómo va a pagarse igual una versión de Dickens que una del enésimo chisgarabís americano actual? Y sin embargo así sucede. Hay editores que se han hecho de oro merced al trabajo de un traductor, al que retribuyeron con una rácana tarifa por página y se acabó, mientras el título en cuestión vendía cientos de miles de ejemplares en español».

Y Javier Marías terminaba así: «Me ha ido mucho mejor con mis novelas. He gozado de una inmensa suerte que poco tiene que ver con el mérito ni con el talento. Y aun así, aun así… Recuerdo cómo me satisfacía y emocionaba ‘reescribir’ en mi lengua un texto mejor que ninguno que yo pudiera alumbrar, como fue el caso de mis tres traducciones mencionadas. Leer, corregir y releer cada página y pensar (siempre sujeto a equivocación, uno es mal juez de lo que hace): ‘Sí, sí, así lo habrían escrito Conrad, Sterne o Browne de haberse expresado en español”.

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Santiago Vargas

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