«Los atolladeros de Colombia seguirán si no hay reformas que cambien las raíces de este malogrado proyecto de país»
El poeta, ensayista y narrador colombiano reflexiona sobre la crisis que vive Colombia con el estallido social que ya deja medio centenar de muertos por la acción desproporcionada del Estado. Llama a la calma y la lucidez y a escuchar los reclamos de la población inmersa en un no futuro. Montoya participa en el especial de WMagazín con autores que analizan esta problemática delicada
¡Colombia ha despertado!
Colombia ha despertado de su sopor y, por fin, está desbordada. Su sociedad civil no aguanta más la crisis sin solución. La pandemia solo ha hecho visible estas inmensas grietas de múltiples rostros. Desigualdad social, desaparición forzada, exterminios políticos, desplazamiento interno, sistema de salud deplorable, impunidad, corrupción, represión por parte de ejércitos estatales y paraestatales, Estado permeado por el narcotráfico y el paramilitarismo, saqueo de las multinacionales de los recursos naturales, grupos delincuenciales que atraviesan de cabo a rabo una geografía completamente fisurada. El proyecto de nación, ideado torpemente por las élites del siglo XIX, continuado por las aciagas del siglo XX, hace aguas por todas partes en manos de las incompetentes y brutales de ahora.
¿Cómo sanar un panorama tan roído por la descomposición? Esa misma sociedad es el motor supremo del cambio necesario. Y debe hacérselo como corresponde a estos tiempos, usando los derechos que otorga una constitución democrática. El problema es que las constituciones republicanas son papeles utópicos que rigen realidades sociales excesivamente complejas. Las colombianas hoy en día no son más que una cara del horror. Mientras que ese documento legal, el de 1991, pareciera dirigirse a una comunidad de ángeles que no existe por ninguna parte. Lo que hay, en cambio, es una clase dirigente obtusa, irresponsable, digna de todos los reproches por haber llevado a estos límites las anómalas coyunturas en las que hemos vivido desde hace tiempos. Un pueblo desesperado, abandonado, precarizado y ultrajado. Unos grupos armados que se creen decentes por representar a un Estado vicioso y que reprimen con salvajismo. Y unos grupos juveniles de choque –vándalos les dicen aquí y allá– que no se sabe muy bien de dónde son y bajo que órdenes actúan. Pero que por sus actos se han declarado objetivo militar protestas justas. Como si fueran lo mismo jóvenes con piedras y papas, y policías y soldados armados hasta los dientes.
La calma y la lucidez son las únicas opciones que tenemos para salir de este atolladero. Pero los atolladeros seguirán si no hay soluciones rotundas. Es decir, reformas que cambien las raíces de este malogrado proyecto de país que tenemos. Y así como las estatuas (las de los conquistadores y colonizadores españoles, las de los políticos colombianos guerreros del siglo XIX y XX) no representan a la sociedad civil actual y por ello deben ser desmontadas para que vayan a los museos y ser explicitadas en sus respectivos contextos; así como el himno nacional, su avejentada y sangrienta letra y su patética música marcial, y la bandera con sus colores manipulados y su escudo con su lema mentiroso, tampoco representan a las nuevas generaciones; así como esas tradicionales y autoritarias castas políticas deben dar un paso al lado para dejar que gobiernen mentes más sensatas, espíritus más libres, mujeres y hombres más inteligentes; de ese mismo modo, con participación democrática y pacífica pero siempre firme, tenemos que transformar a Colombia. Es decir, humanizarla al extremo.
Inundarla de igualdad en los derechos de educación, salud y recreación para todos. Fortalecerla con una verdadera justicia. Honrarla con el cotidiano ejercicio de la paz y no con armas envilecidas. Airearla con la urgente eliminación del narcotráfico y la implementación de una defensa vigorosa de los derechos humanos. Oxigenarla con el respeto a los animales, a las selvas, a los bosques, al aire, al agua. Ampliarla, en fin, hasta la desmesura y el sueño con la construcción de un presente que garantice a los niños, a los jóvenes y a los ancianos un futuro loable.
Hölderlin, finalizando el siglo XVIII, cuando Europa no se había hundido en el lodazal de sus guerras bajo la bandera de una y otra nación civilizada, cuando el proyecto racional de la ilustración apenas empezaba a dar sus pasos agresivos, propuso una manera de iniciar ese cambio del que hoy urge Colombia. En Hiperión, ese libro fundamental de un poeta que reacciona ante la crisis de su tiempo, se dice: “¡Que cambie todo a fondo! ¡Que de las raíces de la humanidad surja un nuevo mundo! ¡Que una nueva deidad reine sobre los hombres! ¡Que un nuevo futuro se abra ante ellos! En el taller, en las casas, en las asambleas, en los empleos, ¡que cambie todo en todas partes!”.
Pablo Montoya / El Retiro, 7 de mayo de 2021
- Pablo Montoya es autor de poemarios como Viajeros y Trazos y de las novelas Los derrotados (Punto de Vista / Sílaba), Tríptico de la infamia y La sombra de Orión (Literatura Random House).
- Entrevista con Pablo Montoya en WMagazín por Los derrotados.
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Que belleza ¡¡¡ Poder hablar de esta crudeza de realidad en un lenguaje tan hermoso.
Solo me pregunto, ¿quiénes leemos y nos sumamos a estos pensamientos? ¿Por qué estos grandes pensadores no son escuchados y llamados a dar su sana opinión?
Es excelente el artículo de Pablo Montoya. Dice una verdad a gritos, aunque muchos, entre ellos los grandes medios y las frases tontas de cajón, quieran ocultarlas o maquillar más, lo cual resulta siendo lo mismo. Es un grito de la inteligencia. Un grito.
¡Gracias! Una visión lúcida de nuestra realidad donde ser poeta es ser político.