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Detalle de la portada de la novela ‘Un paso a dos’, de Javier Santiso, con el cuadro ‘Habitación de hotel’, de Edward Hopper. /Museo Thyssen en Madrid

Los cuadros y los artistas que inspiran novelas, cuentos y ensayos

Las obras de arte y los creadores son fuente inagotable para la imaginación de quien las observa y los escritores plasman algunas de esas historias. Edward Hopper, la madre de Gauguin, el matrimonio Arnolfini, de Jan van Eyck, protagonizan varios libros. Autores como Javier Santiso, Fietta Jarque y Carlos del Amor explican cuándo entraron en sus vidas estos artistas

Cada retrato o escenas de cuadros tienen una historia dentro, los pintores tienen una novela consigo y los padres de los artistas guardan el secreto de sus triunfos.

La literatura se ha inspirado en obras de arte y vidas de los artistas donde, más allá de la trama, se habla del enigma de la creación, del genio y de la búsqueda de la belleza, a la vez que ofrecen un placer estético al lector, mientras los autores indagan en la condición humana.

¿Cómo influye un personaje retratado en quien lo pinta?

¿Cuál es el secreto del matrimonio Arnolfini, de Jan van Eyck, que protagoniza uno de los cuadros más fascinantes de la historia del arte?

¿Cuál es la fuerza enigmática que impulsa y lleva a Edward Hopper y Vincent Van Gogh a crear sus singulares y reconocibles universos pictóricos?

¿Qué tan determinante fue la madre de Gauguin en su obra?

¿Cuál es la conexión casi profética, más de dos siglos después, entre el mundo artístico de Francisco de Goya y el mundo de hoy?

Varios libros recientes establecen un diálogo transversal del que surge un mosaico literario con estas líneas temáticas:

Imaginar una historia de ficción o investigar si la obra de arte está basada en hechos reales, como en El affaire Arnolfini, de Jean-Philippe Postel (Acantilado).

Novelar la vida del artista y tratar de desentrañar el origen de su genio y evolución, como Un paso a dos (sobre Hopper) y Vivir con el corazón (sobre Van Gogh), de Javier Santiso, publicados en ADN y La Huerta Grande, respectivamente.

Recrear la vida de los retratados y ver cómo estos influyen en quien los pinta mientras deja claves de su vida en la obra, como lo ha hecho Carlos del Amor en Retratarte y Emocionarte (Espasa).

Rastrear la vida de los padres de un gran artista y ver cómo influye en este, como Madame Gauguin, de Fietta Jarque (Fondo de Cultura Económica), sobre una mujer eclipsada por dos luces poderosas, su madre y su hijo.

Utilizar una pintura, una escultura o la vida del artista como detonantes para crear una historia que trence obra y relato, como en El sueño de la razón, de Berna González Harbour (Destino).

Pero, ¿qué lleva a los escritores a escribir sobre obras y artistas y, sobre todo, cuándo fue la primera vez que quedaron prendados del arte? “Pablo Picasso fue mi abuelo”, afirma Fietta Jarque, escritora y periodista especializada en artes plásticas. Y continúa:

“En el taller de pintura de mi madre había muchos libros de arte. Yo era una niña y los grandes tomos de dibujos de Leonardo eran como un catálogo de juguetes imposibles, futuristas para su época, que yo no dejaba de hojear. Pero siempre volví al libro El mundo privado de Pablo Picasso, del fotógrafo David Douglas Duncan. Ese abuelo con máscara de payaso, el torso desnudo y vestido solo con unos bermudas holgados, bailando en los salones de su mansión en la Costa Azul, atiborrada de lienzos, objetos de todo tipo y gatos rondando, me parecía un álbum de fotos de familia. Mi familia. Y yo lo decía: Picasso es mi abuelo. De ahí debe haber surgido la confluencia de mi interés por la vida de los artistas en su taller, el gozo creativo, incluso la fotografía. A eso se añadió el reportaje fotográfico de Gjon Mili para la revista LIFE, de Picasso dibujando con luz, para lo que usó una pequeña lámpara a modo de lápiz en un cuarto oscuro. Le pedí a mi padre que lo imitara y él, con su cigarrillo encendido, recreó esa magia para mí en una habitación a oscuras en la que sigo, fascinada”.

Javier Santiso descubrió la fascinación del arte “con Van Gogh, en París, en el Museo de Orsay. Años más tarde nace Vivir con el corazón, la novela”. Santiso es uno de los escritores que intenta desentrañar el origen del genio de artistas. Lo noveló con Hopper y con Van Gogh: “Dos pintores muy diferentes: Van Gogh es arrollador, un ansia de vivir sin parangón, sus pinceladas son tildes, vocales, frases que se levantan. Escribir Vivir con el corazón era una manera de buscar restituir esa vitalidad, pero haciéndolo desde ‘vidas minúsculas’, como diría Pierre Michon, que se cruzaron con la suya, ocho personas, ocho capítulos, todos escritos como de un tirón, porque así funciona la cabeza, sin pausa ni pauta, sin parar, sin puntos finales”.

El caso de Edward Hopper es el contrario, aclara Santiso, porque se trata de un pintor desolador: “En sus lienzos asalta la soledad, el vacío. Aquí, en la escritura, tuve que adoptar otro ángulo, escribir desde el punto de vista de su mujer, Jo, la que ha sido la gran olvidada. Así ha nacido Un paso de dos. Una la escribí en castellano (Van Gogh), la otra en francés (Hopper), ambos idiomas permiten un tratamiento diferente, el castellano permite una escritura más de barrancos, y el francés algo más de llanura, de río
tranquilo”.

Las vidas interiores de las escenas de los cuadros las descubrió Carlos del Amor cuando al ver las pinturas le surgían muchos interrogantes y esos interrogantes son los que trata de responder en Retratarte: “Una instantánea que viene hasta nosotros. Me hacía gracia saber qué pudo hacer pasado en ese momento que ha llegado hasta nosotros. Ahí es cuando cambio el chip y trato de entablar un diálogo con ellos. Fue como hice, también Emocionarte, conversar con los cuadros y ver qué me cuentan”, explicó el periodista de Televisión Española al programa La caja de música.

El cuadro como detonante para una trama sobre una historia ajena a la obra lo ha usado Berna González Harbour en El sueño de la razón. Aquí se sirve de las Pinturas negras de Goya para resolver un crimen. Ese es el caso que afronta la comisaria María Ruiz. Las pistas la llevarán hasta los cuadros de Goya, porque, dice la autora, “Goya nos sigue interpelando. Estas pinturas las hizo hace doscientos años, pero su tema sigue aquí, en Madrid”.

La presencia del maestro español en esta novela viene porque, explica la periodista y escritora española, “visitar a menudo las Pinturas Negras de Goya -y ahí están el Duelo a garrotazos, la Romería de San Isidro, El Gran Cabrón, El perro semihundido, Saturno devorando a su hijo…- me permitió contemplar nuestro propio presente en esas obras maestras de hace doscientos años. Goya pintó nuestro presente mientras pintaba el suyo. Retrató nuestra idiosincrasia, lo mejor y lo peor de nuestro país. Visitar su panteón en San Antonio de la Florida, donde reposa sin cráneo, también alentó mi lado más novelesco y me inspiró. Y conectarlo con un presente de chicos en casas okupas, de gente que vive en el subsuelo y en pobreza hizo el resto. El sueño de la razón nació como una fusión de un presente de desigualdad y dificultad y una obra que ya había recogido nuestra capacidad para sucumbir en lo peor de nosotros mismos”.

Un trabajo de investigación riguroso y detallado sobre una obra es el que acometió Jean-Philippe Postel acerca de El affaire Arnolfini, de Van Eyck. Un ensayo que se lee como una novela en busca de la “verdad” de esta pareja que representa el crecimiento de la burguesía y su muestra de poder. El autor francés Daniel Pennac, rendido al libro, dice en el prólogo: “La pasión que yo ponía en la lectura de Jean-Philippe Postel tiene menos que ver con la descripción del cuadro de Van Eyck (cuadro que creía conocer bien) que con el desmenuzamiento implacable de todas esas ilusiones ópticas a las que yo llamaba mi ‘recuerdo’ del cuadro”.

Historias de cuadros

La joven de la perla, de Tracy Chevalier (Alfaguara). Es sobre la preciosa obra homónima de Johannes Vermeer, de la segunda mitad del siglo XVII. Narra la posible historia de la joven sirvienta de la casa de los Vermeer, llamada Griet, y su relación con el pintor y cómo este llegó a crear la escena.

La dama y el unicornio, de Tracy Chevalier (Alfaguara). Esta vez la escritora se adentra en la serie de seis tapices de La dama y el unicornio, hacia 1500. Fueron creados y tejidos en Flandes a partir de dibujos
diseñados en París.

La joven del azul jacinto, de Susan Vreeland (Salamandra). Utiliza uno de los cuadros perdidos de Vermeer para indagar en la vida de los dueños de la obra.

Belleza dorada, de Laurie Lico Albanese (Duomo). Cuenta la historia real del cuadro Retrato de Adele Bloch-Bauer, de Gustav Klimt. Recrea el romance vivido por el pintor y Adele y el destino del cuadro que termina en manos de los nazis y su posterior recuperación para la familia.

Vidas de artistas

Artemisia, de Anna Banti (Periférica). La historia sobre la gran pintora del barroco italiano (1593-1652-53) que fue silenciada por el relato masculino de la Historia. Artemisia como símbolo de mujer luchadora y una “compañera entre los escombros”.

Habladles de batallas, de reyes y elefantes, de Mathias Enard (Random House). Novela un episodio desconocido de la vida de Miguel Ángel en la Constantinopla renacentista y el encuentro de dos civilizaciones. Los comienzos del joven maestro y reflexiones sobre el arte y la búsqueda de la
perfección en una narración de gran calidad literaria.

El vestido azul, de Michèle Desbordes (Periférica). Camile Claudel en su vida y en su relación de amante del también escultor Auguste Rodin. Desbordes escribe con delicadeza las emociones de esta mujer que aquí recibe la luz sobre la que ha estado eclipsada.

El color de tu nombre, de Ara de Haro (La esfera de los libros). La experta escribe sobre Lee Krasner (1908-1984), casada con Jackson Pollock. “Es el relato de una vida entregada al arte y del difícil don de la lealtad a uno mismo”. No es su único libro sobre mujeres artistas. Primero rastreó el mundo del barroco italiano para escribir La luna de Artemisia (2011), luego saltó al surrealismo con Vida y obra de Remedios Varo (2019) y después éste en el que recorre el expresionismo abstracto para inspirarse en la vida
apasionante de Lee Krasner.

Artistas como protagonistas

El código Da Vinci, de Dan Brown (Planeta). El conservador del museo del Louvre, de París, es asesinado y junto a él un mensaje cifrado. Un experto en simbología ve cómo todas las pistas lo llevan a las obras de Leonardo da Vinci, las cuales ocultan misterios hechos realidad.

El jilguero, de Donna Tart (Lumen). El pequeño cuadro del holandés Carel Fabritius es el detonante y símbolo narrativo. Una joya artística que termina en manos de un niño tras una explosión en el Metropolitan de Nueva York. Años después ese niño es otro, porque la vida y la orfandad
en múltiples aspectos le han pasado factura. Una novela de intriga, y mucho más, que obtuvo el Pulitzer.

La tabla de Flandes, de Arturo Pérez-Reverte (Alfaguara). La ficción del autor español parte del cuadro Mujer del canciller Rolin, del pintor flamenco Jan van Eyck. La novela crea la pintura ficticia La partida de
ajedrez, de Peter Van Huys, que desata misterios y que podría cambiar la historia de Europa.

Artistas imaginados en novelas y cuentos

La obra maestra desconocida, de Honoré de Balzac.
El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde.
Un pintor de nuestro tiempo, de John Berger.
Así fue salvado Wong Fo, de Marguerite Yourcenar.
Un artista del mundo flotante, de Kazuo Ishiguro.

Todos viajes diversos en los que la literatura se inspira en las obras de grandes pintores que nos llevan a otros mundos para enseñarnos el nuestro.

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Winston Manrique Sabogal

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