Los dilemas del turismo, el deseo de autenticidad o la eficiencia son retratados en la novela ‘Gozo’
AVANCES LITERARIOS DE VIVA VOZ / Con una radiografía de imperios ambiguos que dicen traer el desarrollo, a costa de la deshumanización, debuta en la novela la escritora española. Publicamos el pasaje que Alonso leyó, en primicia, en el acto de WMagazín, con apoyo de Endesa, en la Feria del Libro de Madrid 2022
Presentación WMagazín «Gozo es una novela entre comillas, o con comillas, porque aglutina demasiadas cosas. He intentado en ella lo inevitable: no renunciar a esos otros caminos que me han traído hasta aquí».
Con estas palabras Azahara Alonso (Oviedo, España, 1988) empezó a presentar su novela Gozo con la cual debutará en ediciones Siruela (22 de febrero de 2023), como una de sus grandes apuestas. A través de un mosaico de géneros literarios, la escritora aborda temas contemporáneos que tienen que ver con el debate sobre la productividad que se ha puesto por encima de todo y nos deshumaniza, el deseo de autenticidad y los dilemas y contradicciones del turismo que invita al placer, al gozo, y lo hace a costa de todo lo contrario.
«Gozo es una palabra, una epifanía, una forma de estar en el mundo», señala la editorial Siruela sobre su novela, y continúa: «También es un lugar, aquel donde transcurre lo que aquí se narra. Memoria, crónica y tratado se articulan a través de quien reconstruye con palabras el espacio de una isla. En esta ínfima porción de tierra caben el recreo mediterráneo, el color de sus personajes y un clima propicio para pensar desde el cuerpo. Y es en su orografía donde se examinan los dilemas planteados por el empleo del esfuerzo, por los envites de ambiguos imperios contemporáneos como el turismo, el deseo de autenticidad o la eficiencia.
La prosa fragmentada que le da forma al conjunto se sitúa en una red de voces y pensamientos afines (Perec, Sontag, Barthes, Handke…) que acompañan a la autora en una reflexión sobre la política del tiempo, dispuesta para la revelación de aquello que surge cuando nos detenemos ante los confines de la tierra».
Azahara Alonso, licenciada en Filosofía, ha publicado el libro de aforismos Bajas presiones (Trea, 2016) y el poemario Gestar un tópico (RIL, 2020), y ha participado en diversas antologías como Bajo el signo de Atenea (Renacimiento, 2017) y El gran libro de Satán (Blackie Books, 2021).
Azahara Alonso es la cuarta escritora que en 2022 participó en nuestro ciclo anual Avances literarios de viva voz WMagazín, con apoyo de Endesa. Publicamos un pasaje de Gozo que la autora española leyó, en exclusiva, en el evento de WMagazín en la 71ª Feria del Libro de Madrid de 2022.
El texto de Azahara Alonso, sigue en esta revista a los otros autores que participaron en el acto de WMagazín: Isabel González con su cuento Frenó, volvió a frenar, del volumen de relatos Nos queda lo mejor (Páginas de Espuma), Carlos Femenías con A propósito de Ferlosio (Alianza), y al del Premio Cervantes nicaragüense Sergio Ramírez, con su cuento inédito De la eternidad. La próxima semana publicaremos el de Manuel Longares, que adelantó algunos de sus microrrelatos de La escala social (Galaxia Gutenberg). (En este enlace puedes ver la crónica de la lectura).
Te invitamos a conocer el debut en la novela de Azahara Alonso, una de las grandes sorpresas de 2023:
'Gozo'
Por Azahara Alonso
Eileen fue diáfana desde el primer encuentro, así que jamás funcionaría como personaje. Eileen y su atrezzo, Eileen en el mismo escenario, encerrada en la isla. Nowhere to run to, baby. Nowhere to hide. Entre su casa y las callejuelas en las que siempre la encontramos no hay más espacio que el de un teatro de dimensiones modestas. Era habitual caminar juntas un tramo por la calle de la palmera y el convento, una de mis preferidas por ser una metonimia de la isla. Su posición es paralela a la estación de autobuses y perpendicular a la arteria de la capital, que une con una de sus plazas más transitadas. En esa calle niños, madres y jóvenes que preparaban o mantenían el engranaje de los estudios. También hay un par de administraciones de lotería y apuestas, varias parafarmacias, boutiques de señora y caballero (cada uno por su parte), zapaterías, tiendas de menaje y bazares de lo más variado. La pequeña milla de oro de la vida cotidiana, con fruterías y mucho trajín. Recuerdo una de las ocasiones en las que allí, con el letargo de la hora de la siesta, nos encontramos a Eileen. Observamos el andar apendulado, consecuencia de una operación que ahora daba a sus bailes una intención solo asumida por los brazos, y refugiados en la sombra, junto a la palmera y la puerta de entrada del convento, intercambiamos apenas un saludo. Pero Eileen encontró la forma de ser ella: «Oh, boy…!». Volvía a casa, le dolía la cadera, esa noche iría al cine y quería invitarnos.
*
La isla está llena de cerros y Eileen no puede subir a ninguno. Pero hay otros puntos más modestos desde los que observar el perímetro en el que nos movemos. Está el portal levantado sobre algunos escalones en la parte alta de la arteria de la isla, por ejemplo. Sitúo aquí la cámara sobre el trípode, enfoco en dirección al este y dejo que registre el movimiento de reloj de la rotonda. También su sonido. Uno, dos, tres: grabando. Esta es la capital de la isla, con diez mil habitantes, cierta altivez y un ajetreo contagioso. No tiene la vida de las ciudades del norte de África, pero se le parece. Es una miniatura, una maqueta de ese nervio contagiado por el añadido de una combinación de caracteres. Cuando esto que veo se resuma en un minuto, las nubes pasarán a una velocidad más perceptible y las personas serán pura comicidad con su prisa de juguete. Prisa en una isla mediterránea, es para reírse. Apesta a gasolina y humo, a la bonanza que traduce una engañosa comprensión de las distancias: desde este centro de la isla los coches se distribuyen hacia los puntos cardinales para recorrer apenas cuatro kilómetros en cada uno de sus brazos. Y así lo hacen, con insistencia y fe en esta roca de alquitrán.
A pocos metros, la comisaría mantiene su calma, el ritmo tradicional que es coherente incluso en su arquitectura interior, apenas dos salas con ventiladores en el techo y palmeras de salón en las esquinas. El ajetreo es relativo, teatral y casi siempre extranjero, y lleva en la mano la solicitud del famoso papel amarillo con el que justificar la residencia. Ese trámite, si se cruzan los dedos, abarata el precio del transporte en autobús y ferry, también amansa las miradas de los isleños. Unos pasos más adentro, el edificio se abre a un jardín propio de festividades, con un pasillo enmarcado por limoneros. En la puerta, dos agentes hablan acodados en la baranda, quién sabe de qué. Los coches siguen girando, a su manera, porque aquí pocos son los que dibujan la curva requerida; la mayoría se salta la línea como si lo que contase fuese solo la intención de la glorieta. Y lo foráneo se respira en la duda: a medida que se acerca a la rotonda, cualquier coche de alquiler se sobresalta con un frenazo rápido y ligero: no es fácil romper la lógica simbólica del orden circulatorio, imaginar que nuestra sangre podría fluir en otro sentido.
Las ruedas piden conflicto, pero aquí se lleva con mano izquierda. Cápsulas con personas que imponen su orden objetivo y también su voluntad de llegar antes adondequiera que vayan, siempre cerca. Eso es, ¿a dónde van? Se sabe de su campo, tierra y caza por los perros que asoman medio cuerpecillo por la ventana del copiloto (otra vez la sorpresa del mundo en el espejo), por las azadas y las palas, las cajas verdes repletas de fruta o con sus restos, pero sobre todo por las manos que sujetan el volante. Son recias, gruesas, morenas, y aun así sabrían hacer los nudos imposibles. Se sabe de su mar por las bombonas de oxígeno, único aire limpio en esta isla y bajo ella. Se sabe de sus negocios por los motores que la ensucian y que giran en el circuito ciego cuyo
centro está aquí, frente al objetivo.
*
Registro todo esto con la cámara, que parpadea en señal de resistencia, y superpongo en mi cabeza los dos planos en los que veo exactamente lo mismo: es tan verdadera la pantalla como lo que puedo mirar afuera, pero es ella también la que limita dos mundos, el del tiempo real y el de un tiempo futuro en el que todo esto permanecerá enlatado con la única fidelidad posible, la de la lente. Eileen cruza el plano y apago la cámara. Vuelvo a vivir solamente ahora. Sube desde la comisaría, va hacia la plaza central. Recojo el trípode y cruzo la calle hacia ella, sin demasiado apuro. ¿Se sabe previsible?
La dejo subir e intento grabar sus pasos, esta vez en la memoria, donde es mucho más fácil combinar los planos. American Woman, she gonna mess your mind. Eileen camina por Victoria –y casi solo por Victoria, haciendo una isla dentro de esta– acompañada siempre por una música inaudible.
Say A,
Say M,
Say E,
Say R,
Say I,
Say C,
Say A,
Say N.
She gonna mess your mind. Los canadienses The Guess Who lanzaron este tema en el invierno de 1970. En aquel año American Airlines era ya una de las principales compañías aéreas internacionales y Eileen llevaba una temporada en la plantilla trabajando como azafata. Fue un año gélido, pero siempre llevaba minifalda y una sonrisa imperativa. Le gustaba volar, así que la reconversión desde su etapa de bailarina en Las Vegas había sido buena. No se trabajaba menos que en otros sitios, al contrario, y a veces una no sabía si estaba en uno u otro hemisferio, pero también tenía sus recompensas. Cada noche se dormía con la sensación de un éxito impalpable. Volar. Sí, conquistar el mundo desde el cielo. Añoraba al pequeño Mark, el hijo que había tenido con un isleño, pero antes de que los ojos se le humedecieran pensaba en cómo saludaría a su jefe a la mañana siguiente.
*
Es así, la isla está llena de cerros, pero desde hace años Eileen no puede visitarlos. A mí me sorprendieron antes de llegar, cuando buscábamos apartamento para los primeros días en la página web de una inmobiliaria. Me preguntaba, jugando abiertamente con los destinos que solo eran nombres, por la engorrosa orografía que se adivinaba al otro lado de las ventanas. Rocas a la altura de un segundo piso, apenas algo de vegetación, matojos que contrastan con la tierra que confirma que flotamos sobre algo sólido. Aún ahora, a pesar de la familiaridad, mantengo la sorpresa, reconozco en esos rasgos un signo que distingue este lugar incluso de su isla hermana. Es una marca de agua auténtica porque, a nada que una lo piense, la belleza solo aspira a unificar. Los altozanos, no especialmente agradables a la vista, al menos al principio, están repartidos de manera uniforme por el territorio, a ningún pueblo le falta su par, y son algo tan constitutivo de la zona como el agua que la rodea. Es esta una isla con prurito.
- Gozo. Azahara Alonso (Siruela).
Avances Literarios de viva voz WMagazín 2022
Sergio Ramírez: De la eternidad, un relato sobre un dictador de la Nicaragua del presente entre dos mundos (en Alfaguara).
Carlos Femenías: A propósito de Ferlosio, retrato de una generación y de una cultura en España (en Alianza editorial).
Isabel González: Frenó, volvió a frenar, del volumen de cuentos Nos queda lo mejor (en Páginas de Espuma).
Azahara Alonso: Gozo, novela sobre varios dilemas del mundo contemporáneo que prometen el desarrollo (en Ediciones Siruela).
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