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Una manifestante colombiana durante las protestas de mayo de 2021. /Foto de autor anónimo en Facebook

Escritores colombianos piden el cese de la violencia, respeto de los Derechos Humanos y diálogo en el estallido social

Medio centenar de muertos y decenas de desaparecidos y heridos dejan las manifestaciones contra el Gobierno. Todo empezó el 28 de abril con protestas por una reforma tributaria y ha retomado los reclamos profundos que quedaron aparcados por la pandemia. WMagazín pidió a varios autores una radiografía de la situación: Piedad Bonnett, Pablo Montoya, Evelio Rosero, Marbel Sandoval, Sara Jaramillo Klinkert, Giuseppe Caputo, María Ospina Pizano, Guido Tamayo, Lorena Salazar, Federico Díaz-Granados, Héctor Abad, Nani, Turcios...

Presentación WMagazín El estallido social que vive Colombia muestra cómo el país está abismado en una incertidumbre y crisis económica, social, laboral, política, educativa, sanitaria y cultural. El 28 de abril de 2021 empezaron a resucitar algunos de sus fantasmas que recuerdan la situación injusta, precaria, de no futuro para los jóvenes, inconformismo y de indignación general con protestas en las calles y carreteras lideradas por la juventud que dejan, hasta ahora, una treintena de muertos oficiales y casi medio centenar según el Instituto de Estudio para la Paz ante la represión del Estado, así como de docenas de desaparecidos y de lesionados por parte de los manifestantes y algunos de la fuerza pública.

Los escritores colombianos expresan a WMagazín lo que sienten y piensan y hacen unas peticiones al Gobierno y a la ciudadanía basadas en la no violencia, el respeto, el diálogo y la concertación y advierten del riesgo de dar pie a los «enemigos agazapados de la paz» para perder lo conseguido en los últimos años. Sus opiniones forman un coro de voces que traza un fresco sobre el presente y el pasado de su país que mira hacia un futuro esperanzador.

Entre los escritores que han creado este coro están autores como Piedad Bonnett, Marbel Sandoval Ordóñez, Pablo Montoya,  Sara Jaramillo Klinkert, Lorena Salazar, Guido Tamayo, Giuseppe Caputo, Evelio Rosero, Federico Díaz-Granados, María Ospina Pizano y Héctor Abad Faciolince, así como los trabajos de los ilustradores Turcios y Nani. Además, hemos extraído de otros medios fragmentos de los artículos de opinión de Yolanda Reyes, William Ospina y Juan Gabriel Vásquez.

El detonante de las protestas fue la Reforma Tributaria que anunció el gobierno del presidente Iván Duque que afectaba a las clases media y baja. Duque ha sido acusado de indolente, inoportuno, insolidario y mal gobernante. Ante lo que consideran otro abuso del Estado, la ciudadanía prefirió desafiar al contagio del virus Covid-19 para expresarse en la calle y en las carreteras con marchas pacíficas en docenas de ciudades, hasta que algunas personas o infiltrados empezaron a torpedear las protestas con acciones vandálicas. 

Las redes sociales se convirtieron en un campo de batalla que ahondó la polarización atizada por el expresidente Álvaro Uribe Vélez cuando el 30 de abril pidió el uso de las armas ante los manifestantes en este twitt, o trino, que luego fue retirado por violación a las reglas de Twitter: «Apoyemos el derecho de soldados y policías de utilizar sus armas para defender su integridad y para defender a las personas y bienes de la acción criminal del terrorismo vandálico».

Ilustración de Turcios publicada en su cuenta de Facebook en mayo de 2021. /WMagazín

Álvaro Uribe, investigado por acciones contra los Derechos Humanos durante su presidencia, es señalado como el «jefe» del presidente Iván Duque quien lo propuso como candidato de su partido político en vista de que él no podía aspirar tras haber sido presidente durante dos mandatos, de 2002 a 2006 y de 2006 a 2010.

El Gobierno retiró la propuesta de la reforma tributaria el 2 de mayo, pero las protestas continuaron como una especie de eslabón que retoma las manifestaciones de 2019 que quedaron suspendidas en 2020 por la pandemia. Además, se han convocado diferentes paros nacionales. El 5 de mayo The New York Times abrió así su crónica de la situación colombiana y la actuación desproporcionada del Gobierno:

«Un adolescente asesinado a tiros después de patear a un oficial de policía. Un joven sangrando en la calle mientras los manifestantes gritan pidiendo ayuda. Agentes de la policía disparando contra manifestantes desarmados. Helicópteros sobrevolando en lo alto, tanques recorriendo los vecindarios, explosiones resonando en las calles. Una madre llorando por su hijo».

El 8 de mayo el Gobierno empezó una mesa de diálogo con partidos de la oposición sin que hayan invitado a líderes juveniles de las manifestaciones, ni del Comité Nacional del Paro, ni a líderes sociales. La situación entra en un momento delicado toda vez que hay carreteras bloqueadas que, por ejemplo, impiden el transporte y abastecimiento de alimentos en algunas ciudades, el desarrollo normal de la actividad económica y social dentro de las ciudades e intermunicipal, así como el suministro de vacunas contra la Covid-19, según el propio Iván Duque. Todo esto lo vive Colombia a menos de quince meses de las próximas elecciones presidenciales.

Las siguientes son las reflexiones de una docena de autores colombianos que ayudan a comprender la situación que vive Colombia, rechazan la violencia e invitan a la reflexión y al diálogo:

Ilustración de Nani, publicada en su cuenta de Facebook en mayo de 2021. /WMagazín

Radiografía de Colombia según sus escritores

HÉCTOR ABAD FACIOLINCE

Veo una acción justificada por la pandemia, la crisis económica, el aumento de la pobreza, por la angustia en la que están muchos jóvenes, pero esa acción se contamina de violencia y produce una reacción inmoderada, excesiva de la fuerza pública y eso nos puede llevar a una situación trágica ya por los muertos que hay y tan grave como de que se les ocurra a personas del Estado o militares tomar el poder y eso sí acabaría con todas las libertades que aún nos quedan. (…)

Si se usa violencia en las manifestaciones la gente de la derecha, la extrema derecha, la gente que cree que siempre hay que responder con fuerza va a acentuar su argumentación de la respuesta violenta y la va a justificar. Si siguen el ejemplo del protagonista de El olvido que seremos que salía siempre a marchar pacíficamente y en sus manifestaciones no había violencia, se notará muchísimo mejor la gran injusticia de disolver las marchas con violencia. Y no se les dará el pretexto a los otros de acusarlos de terrorismo vandálico. Creo que si se va a hacer una protesta hay que hacer todo lo posible para que esta no sea violenta. Algunos dicen que sin violencia no se habría caído la reforma tributaria, que sin violencia no se habría conseguido nada, yo creo que no es así. Creo que la violencia es lo que ha permitido la justificación de la contraviolencia policial que es la que ha dejado más muertos. Si de algo ha servido todo lo que hemos padecido de violencia en Colombia es para entender que la violencia de la protesta solo traerá más violencia de la parte represiva del Estado. El diálogo y la protesta deben ser pacíficas.

 

PIEDAD BONNETT

Estamos gobernados por el que dijo Uribe, un presidente que no ha sabido conectarse con la gente, siempre defendiendo las fuerzas del orden y los privilegios de los poderosos. Duque, de la mano de Carrasquilla, su ministro de Hacienda, no supo medir el grado de cansancio y desesperanza de los colombianos, que en un porcentaje significativo se han arruinado o perdido sus empleos durante la pandemia. Siento indignación y rabia de ver su torpeza y su indolencia. Entiendo que la gente se arriesgue al coronavirus lanzándose a las calles sin ninguna precaución, pero también siento preocupación por las consecuencias, pues los jóvenes pueden llevar el virus a sus casas y causar muertes muy tristes en un momento en que se agotan las UCI. Siento también indignación frente a la brutalidad policial, que por lo general queda impune, y tristeza por los enormes destrozos en las ciudades, que terminan afectando a las mayorías. No soy muy optimista sobre el futuro, ni creo que el gobierno aproveche esta crisis para hacer reformas, pues veo que Duque, con esa incapacidad crónica para reaccionar, lo que ha hecho es convocar a los de siempre, sigue hablando con los mismos lugares comunes, y sólo hablará con los líderes del paro el lunes 10, una prueba de su falta de sentido de la oportunidad y de su indolencia. La misma que ha mostrado frente a las masacres y asesinatos de líderes y excombatientes.

 

GIUSEPPE CAPUTO

Rechazo absoluto a la matanza de la población civil, desarmada, por parte de la fuerza pública. Y rechazo absoluto a quienes siguen tratando de envilecer y distorsionar la rabia y desesperación de la gente. El Paro es la transformación de esa rabia y desesperación en acción política y clamor urgente de vida.

La cultura, las artes y el folclor colombianos también se han expresado en las manifestaciones de mayo de 2021.

 

FEDERICO DÍAZ- GRANADOS

Siento que todo lo que ha venido ocurriendo en estos últimos días es la evidencia de nuestro fracaso como nación y de cómo el viejo país se niega a desaparecer para dar paso a ese nuevo y vigoroso país que representan los miles de jóvenes que están en este momento en las calles entregando una lección de resistencia y dignidad a todos los colombianos. Esos jóvenes que tienen “un país atravesado en la garganta” como diría la cantautora Marta Gómez, que son hijos de la profunda desilusión del plebiscito de 2016 y que gritaron en el 21N de 2019 son los que están siendo carne de cañón para lograr una transformación total, estructural, profunda en Colombia.

El titular de El Espectador del pasado 29 de abril ha sabido sintetizar lo que estamos viviendo en los últimos días: “El país sin tapabocas”. Es importante que el mundo lea bien esa realidad: la juventud prefirió desafiar el tercer pico de la pandemia porque sabe que no tiene nada que perder y todo que ganar. Los jóvenes que ven el precario sistema pensional y de salud de sus padres saben bien que el futuro que les espera es menos esperanzador. Salieron a las calles porque sienten más peligroso un gobierno sin liderazgo al que no le creen que al mismo virus.

Las décadas de inequidades e injusticias se han sintetizado en la figura de un presidente inexperto, sordo al clamor popular, torpe y sin capacidad de maniobra política. La falta de preparación y de carácter de Iván Duque se traduce en una permanente burla al país que gobierna. Ese cinismo dejará cicatrices mucho más profundas que la misma pandemia. Nos costará muchos años recuperarnos de esta fractura moral, ética e histórica a la que nos ha llevado este gobierno.

Nos queda la palabra, esa palabra que se llena de sentido y significado con la poesía. La arenga, la canción, el grafiti y el verso como vehículos para escribir un nuevo relato, un relato necesario para que las futuras generaciones sepan de una vez y para siempre quiénes fueron los responsables de nuestro fracaso como nación y que sepan que fueron los jóvenes, los que desafiaron al Covid y a la represión militar para buscar un nuevo contrato social. Por ahora caen monumentos y nuevos símbolos interpretan nuestro presente. Sobre las cenizas de este incendio se levantará una nueva Colombia que esté a la altura de este siglo de reivindicaciones

Un gobierno no puede salir a disparar a un pueblo con hambre, que trae una rabia acumulada y que un buen día se cansó y explotó. Por eso le pido a Duque que escuche a los jóvenes y se ponga en sintonía con ese país que él no ve ni lo dejan ver. Me temo que no lo hará porque ha demostrado que no tiene ni la visión histórica ni la grandeza para estar a la altura de las circunstancias. La historia no lo absolverá y será recordado como el presidente joven que gobernó para el viejo país. Le pido que acepte el disenso y propicie un diálogo verdadero para llegar a consensos. Pero también me temo que no pasará nada porque al nombrar al Miguel Ceballos, claro enemigo de la paz, como mediador, es porque no le interesa escuchar los argumentos de sus contradictores. A Duque le quedan 15 meses en la presidencia y es probable, incluso, que culmine con el más grande desprestigio de la historia, pero el mundo entero ya sabe que su gobierno terminó el pasado 28 de abril cuando se convirtió en rehén de su ineptitud, de sus jefes y rodeado de la más notable mediocridad que se recuerde en décadas. Ante la ingobernabilidad la represión siempre será un último recurso de autoridad.

Que la literatura dé cuenta de este tiempo oscuro y que los jóvenes nos sigan dando lecciones y nos salven del abismo, la catástrofe y las promesas postergadas.

  • Federico Díaz-Granados es autor de poemarios como Las voces del fuego, La casa del viento y Las prisas del instante y director de la Biblioteca de Los Fundadores y a Agenda Cultural del Gimnasio Moderno de Bogotá.

 

SARA JARAMILLO KLINKERT

Soy Colombiana, tengo 41 años y, desde que me acuerdo, he vivido en un país en guerra. Posiblemente muera sin saber lo que se siente vivir en paz. De forma violenta perdí a mi padre, perdí a mi hermano, perdí a muchos amigos, perdí la tranquilidad, perdí todas mis certezas. La violencia ha estado tan presente en el país que todos, incluida yo, terminamos por normalizarla. Por eso marchamos hoy los colombianos. Hemos perdido tanto que ya no nos queda más qué perder. Necesitamos recordarnos a nosotros mismos que ni la violencia, ni la desigualdad, ni la corrupción, ni la represión, son cosas normales. Que ser invisibles, que ser acallados, que recibir balas, cuando lo que queremos es diálogo, no es normal. Y menos aún si las balas provienen justo de quienes deberían defendernos. Hoy todo es sinónimo de movimiento. La calle. Las canciones. Los violines. Las banderas. Los balcones. La gente asomada a los balcones. Las flores arrojadas al aire por la gente de los balcones. Marchar precisa moverse en el plano físico. Conciliar, es aún más difícil porque invita a mover ideas enquistadas. A ello deberíamos llegar. Darnos cuenta de que la violencia no puede combatirse con violencia. No podemos caer en lo que tanto criticamos. Volveremos a creer en las instituciones el día en que tengamos motivos para respetarlas. Mientras tanto, que sepan que vamos a seguirnos moviendo: hasta que nos oigan, hasta que nos gastemos la voz, hasta que se acaben todas las flores. Igual ya sembramos más. Algún día florecerán. Ojalá estemos vivos para verlas.

 

PABLO MONTOYA

¡Colombia ha despertado!

Colombia ha despertado de su sopor y, por fin, está desbordada. Su sociedad civil no aguanta más la crisis sin solución. La pandemia solo ha hecho visible estas inmensas grietas de múltiples rostros. Desigualdad social, desaparición forzada, exterminios políticos, desplazamiento interno, sistema de salud deplorable, impunidad, corrupción, represión por parte de ejércitos estatales y paraestatales, Estado permeado por el narcotráfico y el paramilitarismo, saqueo de las multinacionales de los recursos naturales, grupos delincuenciales que atraviesan de cabo a rabo una geografía completamente fisurada. El proyecto de nación, ideado torpemente por las élites del siglo XIX, continuado por las aciagas del siglo XX, hace aguas por todas partes en manos de las incompetentes y brutales de ahora.

¿Cómo sanar un panorama tan roído por la descomposición? Esa misma sociedad es el motor supremo del cambio necesario. Y debe hacérselo como corresponde a estos tiempos, usando los derechos que otorga una constitución democrática. El problema es que las constituciones republicanas son papeles utópicos que rigen realidades sociales excesivamente complejas. Las colombianas hoy en día no son más que una cara del horror. Mientras que ese documento legal, el de 1991, pareciera dirigirse a una comunidad de ángeles que no existe por ninguna parte. Lo que hay, en cambio, es una clase dirigente obtusa, irresponsable, digna de todos los reproches por haber llevado a estos límites las anómalas coyunturas en las que hemos vivido desde hace tiempos. Un pueblo desesperado, abandonado, precarizado y ultrajado. Unos grupos armados que se creen decentes por representar a un Estado vicioso y que reprimen con salvajismo. Y unos grupos juveniles de choque –vándalos les dicen aquí y allá– que no se sabe muy bien de dónde son y bajo que órdenes actúan. Pero que por sus actos se han declarado objetivo militar protestas justas. Como si fueran lo mismo jóvenes con piedras y papas, y policías y soldados armados hasta los dientes.  (La reflexión completa de Pablo Montoya la puwede leer en este enlace de WMagazín).

 

 

WILLIAM OSPINA

 (De la videocolumna en El Espectador, 2 de mayo de 2021): «Pero el enemigo de las instituciones es el que tolera su ineptitud y su corrupción, el que no las reforma, el que hace sacrosanto a un poder que delinque y respetables a unas autoridades que no respetan a nadie. (…) Esos gobiernos solo encuentran la eterna solución y es cobrar más y más impuestos a los pocos, poquísimos, que tiene a la vez un poco recursos y un poco de conciencia. Y al que se revele, claro, tratarlo de vándalo. Pero no, presidente, yo creo que esto que comienza no es vandalismo, es desesperación”. (…) Y en estos tiempos de pandemia, de desamparo, de arbitrariedad y de no futuro me temo que no van a caer solo las estatuas”.

(De la columna en El Espectador del 9 de mayo): «Colombia necesitaba unirse, y nada une tanto como una desgracia común. La desgracia ha consistido en varias plagas simultáneas: un viejo sistema injusto y corrupto hasta los tuétanos, una pandemia pésimamente manejada y un Gobierno central inepto pero capaz de iniciativas torpes y malignas.

  • William Ospina es autor de ensayos como ¿Dónde está la franja amarilla? y El taller, el templo y el hogar, de poemarios como Sanzetti (Navona) y de novelas como la Trilogía de Ursúa y Guayacanal (Literatura Random House).
  • Entrevista en WMagazín con William Ospina por Sanzetti.

MARÍA OSPINA PIZANO

¿Cómo enunciar la tragedia y el desasosiego? ¿Y desde tan lejos? Esta semana, cuando acaban de llegar al hemisferio norte (donde vivo) millones de pájaros migratorios que moran en Colombia la mitad del año, recién escapados de un país que arde, explota y duele, no sé qué queda por decir que no se esté diciendo ya. Que tantas personas llevan más de una semana ejerciendo su derecho a pedir cambios profundos, ya lo han dicho ellas, aunque el Estado y algunos solo quieran verlas como enemigas. Que urge construir otro Estado, distinto de este régimen autoritario y arrogante que estigmatiza el derecho a la protesta y a la vida, un Estado cuya legitimidad provenga de cuidar, educar, escuchar y permitir el disenso y la multiplicidad, ya lo están diciendo ellas. Que ya basta de la arrogancia de un gobierno que está siempre en pie de guerra, y que como tantos otros antes busca legitimar la violencia contra cualquiera que disienta, lo siguen diciendo ellas. Que ya basta de la conversación a puerta cerrada entre los que siempre han tenido el poder y que hoy se aterran de que otrxs pidan la palabra para enunciar el cambio, lo continúan diciendo ellas. Que en la calle la mayoría ha sido voz que pide ser escuchada, pregunta indócil que no se puede reducir a la violencia de unas minorías que destruyen y destrozan, lo continúan diciendo ellas. Lo dicen y lo seguirán diciendo a pesar de los golpes, las desapariciones, los asesinatos y los abusos policiales. Yo solo puedo expresar la súplica urgente, mejor dicha por otrxs antes que yo, de que la única salida es acoger a lxs demás en la enunciación de la palabra y encontrarnos en el acto de escuchar. Sin armas. Ya se logró eso con el acuerdo de paz del 2016, aunque hoy sintamos que fue solo a medias. Y quisiera también hacer eco de las palabras de Francia Márquez, la valiente líder afro del adolorido norte del Cauca: “La convocatoria a concertar implica una construcción en la diferencia (…) Eso es lo que buscamos los de la Colombia marginada, la de las periferias (…) el mensaje es que el Gobierno no tenga miedo de dialogar con el pueblo. (…) El diálogo debe ser con los que no han tenido voz.”

  • María Ospina es autora del libro de cuento Azares del cuerpo (Laguna Libros, Edícola Editores, Las Afueras) y del libro de crítica cultural El rompecabezas de la memoria: Literatura, cine y testimonio de comienzos de siglo en Colombia (Iberoamericana Vervuert).
Un barrendero, con una bandera de Colombia sobre su espalda, hace su trabajo tras el paso de las manifestaciones en Colombia en mayo de 2021. /Fotografía de autor anónimo publicada en Facebook

YOLANDA REYES

(Fragmento de su columna de El Tiempo, 3 de mayo de 2021): «A estas alturas, sobre la sangre derramada y los jóvenes muertos, ya nadie duda –ni siquiera el presidente, a pesar de su tozudez– de lo que podría haber evitado un gesto político de acuse de recibo frente al dolor, la penuria y el pánico de este país que, según las estadísticas oficiales –que también podría haber repasado–, suma 21 millones de pobres. Era cuestión de vida o muerte, y no es exageración, como lo sabemos hoy, haber descifrado la desesperación detrás de esos números y haber sabido –para eso es el Presidente– que la energía de tantos jóvenes sin educación, ni trabajo ni futuro tenía que expresarse de alguna forma.

En circunstancias tan precarias, habría sido un gesto de humanidad reconocer el desacierto de elegir como objetivo para su búsqueda de recursos a la gente que sobrevive con menos de tres millones de pesos –suponiendo que en cada familia alguien conserve el trabajo–, y anunciar, en cambio, un plan de austeridad del Estado, con una estrategia para conseguir recursos y evitar la evasión en los sectores donde todos sabemos, sin ser presidentes, que hay que poner el foco. Habría podido sentirse aliviado de haber desmontado a tiempo esos impuestos absurdos sobre la luz, el internet, el trabajo de los que leen y escriben, e incluso sobre la muerte. Para eso se gobierna, especialmente en tiempos inciertos: para tomar decisiones, pero también para saber cuándo es el momento de modificarlas”.

  • Yolanda Reyes es autora de infantil y juvenil con títulos como Cucú y El libro que canta y de la novela para adultos Pasajera en tránsito.

 

EVELIO ROSERO

Del derrumbamiento de las estatuas.

No se puede pretender que los manifestantes de cualquier protesta sepan qué estatua derrumban. A lo sumo lo saben dos entre mil. El asunto, aquí, es derrumbar la estatua, cualquier estatua, que es como un símbolo del poder contra el que se protesta. Y más si ese poder es atrabiliario, torpe, contenedor de toda la estupidez humana, del egoísmo de clase, el robo al país y sobre todo la imposición de la muerte a todos los que se opongan. En el caso de la estatua de Antonio Nariño, su derrumbe sirvió para eso, para dar muestra de la rabia de un país pisoteado desde siempre. Acaso a José Rafael Sañudo, ese gran historiador latinoamericano, nacido en Pasto, no le hubiese gustado ver caer de semejante manera la estatua de Nariño. En las páginas de su principal obra, ya Sañudo se lamentaba de la captura de Antonio Nariño por parte de los pastusos. Hubiese preferido que el liderazgo de la nueva república estuviese en manos de Nariño, ese gran humanista, y nunca en las de Bolívar, ese pequeño Napoleón de las retiradas (como apodaba el general Piar a Bolívar, y con justas razones). Seguramente Sañudo hubiese preferido que se derrumbara una estatua de Bolívar, que las hay a granel en todo el país, de todos los tamaños y colores, y que se yerguen como la hierba no solo en las plazas públicas y en los colegios sino en todas las camas de los magistrados y militares y presidentes que ha soportado el país desde hace más de 200 años. Valga, entonces, el derrumbamiento de cualquier estatua, sea conquistador o paladín, dictador o gramático o filósofo, si eso vale para ponderar la ira legítima de un pueblo, y su modo de cambiar la historia, a como dé lugar, tarde o temprano, sin paso atrás.

 

LORENA SALAZAR MASSO

Nos enseñaron a pintar una bandera de amarillo, azul y rojo, y a dibujar un escudo. Nos dijeron que Colombia era nuestro hogar, pero hace mucho tiempo que nos vienen sacando de casa: años de guerra en el campo y en la selva han obligado a muchísimas personas a desplazarse a la ciudad, donde ahora, completamente visible, la policía dispara con sevicia a quienes pedimos ser escuchados. ¿De dónde más nos quieren sacar? ¿Del cuerpo? Hombre, si lo único que tenemos son los pies.

Nos gobierna una extrema derecha que no quiere la paz, que no escucha: basta ver que ante la petición de respetar los DDHH responden con balas. Necesitamos dialogar largo y tendido, pero antes necesitamos que pare la masacre y devuelvan a las personas desaparecidas.

 

MARBEL SANDOVAL ORDÓÑEZ

“Sí, blanco, pero hoy no he piloteado sino balsas de loza y plátanos, y no es lo mismo pilotear a un blanco” (Tránsito, Luis Segundo de Silvestre -1886)

“Las del gobierno conservador eran tropas de línea, aumentadas con algunos voluntarios y engrosadas principalmente con campesinos y aldeanos cogidos a lazo en los mercados y en las labranzas”. (La Venturosa, novela de Ramón Manrique -1947).

“La Tránsito contó que cuando venían en el camión de los exiliados…” (Siervo sin tierra, novela de Eduardo Caballero Calderón -1954).

La Colombia del “blanco” del siglo XIX; la Colombia en la que los campesinos eran amarrados en las plazas de mercado para llevarlos a la guerra; la Colombia que cargaba en camiones, como si fueran ganado, a los expulsados de los pueblos, es la misma Colombia, con las condiciones del siglo XXI, a la que una fuerza telúrica, alimentada en siglos de abandono, levantó una vez más, como lava de volcán que expulsa lo que ya no puede contener.

La reforma tributaria, la reforma a la salud, los asesinatos sistemáticos de líderes sociales, el hambre que acosa a cuarenta y dos de cada cien, las trampas para que no salga adelante el acuerdo de paz -en un país inmerso en la guerra-, la corrupción que campea y el cinismo de las clases gobernantes, que gobiernan para sí mismas y los intereses de quienes los sostienen, atizaron este fuego que se extiende y que es luz y amenaza al mismo tiempo porque, en medio de las reivindicaciones justas, tomó la forma a la que nos hemos hecho en estos siglos de violencia continuada: la muerte señorea.

No estoy en Colombia, así que todo me ha tocado a través de los medios y de los retazos que me cuentan. Pero he leído y he oído cómo quienes se preparan para asumir el relevo de las clases que gobiernan el país escriben que una vida no vale igual que otra; he escuchado a profesores universitarios decir a sus alumnos que aquello que pasa no tiene que ver con ellos (al fin y al cabo esos alumnos deben ser “blancos” como los que menciona Segundo de Silvestre); he escuchado, con dolor, a Lucas Villa, que agoniza en Pereira, que dice que su protesta es justa, pero que puede morir por ella; y también al estudiante que protesta por lo justo pero que cree que si para conseguirlo es necesario matar, se matará.

Esto sobrecoge, que es mucho; pero lo que de verdad genera terror es que las fuerzas del Estado, las que tendrían que garantizar el orden y la protesta pacífica, disparen a matar, como ha sucedido con la policía, y que quienes están detrás de ellas, como Álvaro Uribe, el verdadero presidente porque Duque es solo su altavoz, consideren que es su derecho hacerlo; y que la guerra sucia, las infiltraciones, las torturas y las desapariciones sean su estrategia.

Y, finalmente, para responder a lo que se me pregunta. Lo que quisiera es que esta hoguera, de la que también dije que es luz, cristalizara, por una primera vez, en acuerdos que se traduzcan en cambios reales que permitan la construcción de una realidad justa, equilibrada, con posibilidades para todos. Una realidad en la que frente “a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida” como dijo Gabriel García Márquez en su discurso de aceptación del Nobel. Pero, esto es solo una esperanza…

 

GUIDO TAMAYO

El desgobierno colombiano y la larga tradición histórica de humillación, ha llevado al límite de la asfixia, en este año de la pandemia, al pueblo colombiano y principalmente a una generación que ve cómo el futuro se lo desean robar y no van a permitirlo. El presente es elocuente: hay que ver cómo las calles, las autopistas, el campo, los barrios, las veredas, los caminos del país, se han desbordado de indignidad y su desalojo va a ser muy complejo y criminal o concertado y razonable. Contra la represión del gobierno, que ha sido la única respuesta a las demandas urgentes y su estrategia por instaurar otra vez el miedo paralizante, los manifestantes han replicado con convicción, demostrando que ya no van a ceder a la amenaza de las armas y que su pelea ahora es la exigencia de libertades, comida, empleo, educación, vivienda y expresión diversa. No creo haber vivido una coyuntura más favorable para una unidad no demagógica, una unidad que tiene a todos los sectores del país reunidos en contra de todas las vejaciones sufridas y luchando por construir una paz que el gobierno ha hecho trizas, pero que aún sobrevive en cada uno de los millones de manifestantes que reclaman otro país. ¿Pero dónde estarán los políticos? ¿extraviados en qué elucubraciones? Es la gente la que clama, los jóvenes que están gritando el deseo por inventarse un futuro digno.

  • Guido Tamayo es autor de títulos como El inquilino y Juego de niños (Tusquets).

JUAN GABRIEL VÁSQUEZ

(Fragmento del artículo en El País, de España, 9 de mayo de 2021): «La catástrofe de estos días cuenta ya una treintena de muertos, pero en realidad el inventario de víctimas viene de muy atrás. Es fácil olvidarlo en mi país, tan agobiado por las malas noticias del presente que no tiene ni tiempo ni cabeza para fijarse en el pasado más próximo. Lo cierto, sin embargo, es que el estallido de ahora es el resultado inevitable de los descontentos y las frustraciones acumulados durante meses. Desde diciembre de 2016, los colombianos hemos asistido al asesinato impune de cientos de líderes sociales, y Colombia se ha convertido, según informes de las Naciones Unidas y Amnistía Internacional, en el país más peligroso del mundo para los defensores de derechos humanos. La ministra del Interior, sin embargo, no tuvo problema en desdeñar el asunto: en Colombia mataban a más gente por robarle el móvil, dijo; de los doce mil homicidios del año 2019, añadió con un cinismo impagable, sólo el uno por ciento eran líderes sociales. El presidente, en cuanto a él, ha hecho esfuerzos por convencer a los colombianos de que se están tomando medidas serias, y ha mostrado estadísticas y ha esgrimido palabras; pero nunca ha logrado desmontar la impresión general de que su partido no está del lado de estas víctimas».

Escritores noveles o hallazgos literarios en español que han estado presentes en WMagazín en sus cuatro años.

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9 comentarios

  1. Que pesar que aun en los escritires se percibe una comprension parcial de la situacion. De hecho parece mas comodo pegarse a la corriente que habla de los abusos. Y que tsl.los abusos de los.manifestantes no solo con el vandalismo sino con los bloqueos? Eso no es abuso? Es mejor calmar los.animos y no crear mas malinadversion

  2. Gracias por estas palabras de los escritores y poetas, y me sumo a ellos compartiendo las frases que tengo pegadas en mi ventana de un barrio del sur en Bogotá desde el 28 de abril, y que había querido poner hace muchos meses, o mejor desde el resultado del famoso referendo: LA VIDA ES SAGRADA (Antanas Mockus) NO +ACRES (Any)

  3. Creo en la palabra, principio creador y generador de vida; creo en el «caminar en la palabra»; creo en su fuerza transformadora porque nacida en el dolor, en el conocimiento, en la libertad, en los sueños. Gracias por la palabra dicha y compartida.

  4. Excelentes las reflexiones de los maestros de la pluma . Gracias por compartir con nosotros tan maravillosa prosa

  5. Si como resultado de estos 18 días de marchas y protestas la realidad cambia y surgen oportunidades para quienes no las han tenido habrá valido la pena

  6. Que triste Monica Miralles que no veas la realidad que produjo este estallido social. Para entender las consecuencias debes buscar las causas. ¿Cuánto abuso, cuánto vandalismo puede soportar un pueblo de parte de sus gobernantes? Mira el abuso de que a los banqueros, las mineras, los petroleros les quiten los impuestos y en cambio le cobren a los pobres. Mira el vandalismo del robo a los recursos del Estado, por billones de pesos al año, y entonces podrás ver que ante todos esos abusos y vandalismos están pretendiendo que callen los que hoy protestan con justificada razón. Podemos poner nombres concretos de los vándalos y delincuentes que han acabado con Colombia y no acabaremos en páginas y páginas. Te pongo el de algunos mafiosos. Luis Carlos Sarmiento Angulo, La Cabal, su esposo el Lafaurie, el suegro de Vicky Davila, los hijos de Uribe, la mujer de Uribe, Uribe mismo, Londoño Hoyos, Gaviria, Samper Pizano, los Pastrana y etc., etc, todos delincuentes que han desfalcado al pais.

  7. Como ciudadana que apoya a la juventud, los invito a asomarse a la página de la Universidad Nacional, Convergencia por Colombia, luego de la Carta Universitaria a la Nación del 5 de mayo, firmada por rectores de varias universidades del país, donde se pueden aportar ideas en siete mesas de trabajo.

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