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Detalle de la portada de ‘Combray’, de Marcel Proust, hecha por Juan Berrio, para Nórdica Libros. WMagazín

Marcel Proust: retrato personal y literario más allá de ‘En busca del tiempo perdido’

Conmemoramos el centenario de la muerte del genio francés con una selección de libros, epistolarios y ensayos que dan más pistas sobre la clase de autor que era

Marcel Proust fue el mejor testigo del crepúsculo de una época y del nacimiento de una nueva cuyos escritos trascendieron para iluminar diversas dimensiones de la condición humana. Marcel Proust, el autor que convirtió la vida y el tiempo en arte, es más que una galaxia de la literatura, es un universo entero cuyas influencias y energías llegan a todos los rincones de la creación literaria de manera directa o consciente, por parte de los escritores, o de manera indirecta. Si su obra cumbre es En busca del tiempo perdido y desde allí parece manar buena parte de la luz literaria del siglo XX, los escritos del autor francés a modo de cartas, diarios o conferencias son las piezas que alimentan su obra maestra. Con una selección de esos textos convertidos en libros conmemoramos el centenario de la muerte de Proust, el 18 de noviembre de 1822, a la edad de 51 años.

En estos escritos se revela un Marcel Proust en su lado más personal e íntimo, más profundo y mundano, más analítico y sentimental, más racional y soñador. Se muestra él, escritor y persona, al tiempo que enseñan a ver y sentir la vida y a apreciarla en su doble acepción de amarla y observarla en sus detalles, en las imágenes y mensajes que envía. Es una obra inspiradora. Habitan en ella la belleza y la fealdad del mundo en los pequeño detalles, el universo entero en esos pequeños detalles en apariencia intrascendentes.

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El homenaje lo abrimos con el comienzo de En busca del tiempo perdido en la bonita edición de Nórdica Libros. Combray, ilustrada por Juan Berrio y traducida por Mauro Armiño. «Una pequeña localidad campestre, originalmente llamada Illiers, a unos cuarenta kilómetros de Chartres, quedó transformada por los recuerdos de infancia de Proust, que la glorificaba en su obra A la busca del tiempo perdido bajo el nombre de Combray», recuerda la editorial. Así empieza En busca del tiempo perdido:

«Durante mucho tiempo me acosté temprano. A veces, apenas apagada la vela, mis ojos se cerraban tan deprisa que no tenía tiempo de decirme: ‘Me duermo’. Y media hora después me despertaba la idea de que ya era hora de buscar el sueño: quería dejar el libro que aún creía tener en las manos y soplar mi luz; no había cesado de reflexionar sobre lo que acababa de leer mientras dormía, pero esas reflexiones habían tomado un giro algo particular: me parecía que era yo mismo aquello de lo que hablaba la obra: una iglesia, un cuarteto, la rivalidad entre Francisco I y Carlos Quinto. Esa creencia sobrevivía unos segundos a mi despertar: no chocaba a mi razón, pero pesaba como escamas sobre mis ojos y les impedía darse cuenta de que la vela ya no estaba encendida. Luego empezaba a volvérseme ininteligible, como después de la metempsícosis los pensamientos de una existencia anterior; el asunto del libro se desprendía de mí, y yo era libre de centrarme o no en él; enseguida recuperaba la vista y quedaba atónito al encontrar en torno mío una oscuridad suave y sosegada para mis ojos, aunque quizá más todavía para mi mente,
a la que se presentaba como algo sin causa, incomprensible, como
algo verdaderamente oscuro. Me preguntaba qué hora podía ser; oía el pitido de los trenes que, más o menos lejano, como el canto de un pájaro en un bosque, determinando las distancias, me describía la extensión del campo desierto donde el viajero se apresura hacia la estación cercana…».

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Monsieur Proust. Celeste Albaret. Introducción de Luis A. de Villena. Traducción de Esther Tusquets & Elisa Martín Ortega (Capitán Swing).

«Céleste Albaret trabajó en casa de Proust como ama de llaves, mensajera, amiga y enfermera los últimos nueve años de su vida en los que, ya gravemente enfermo, escribiría En busca del tiempo perdido. Pero fue mucho más que una mera sirvienta: su sensibilidad, su innata inteligencia y el enorme cariño y devoción que sintió por él la hicieron su única confidente, su acompañante más próxima y un testigo de excepción. Cuando finalmente, a los ochenta y dos años, accedió a publicar estas memorias profundamente conmovedoras, no sólo demostró la falsedad de las múltiples patrañas que circulaban sobre el genial novelista, sino que nos reveló un Proust humano, entrañable y cotidiano que de no ser por ella, jamás hubiéramos conocido.

Céleste nos descubre a un hombre singular y respetable, noctámbulo, que apenas se alimentaba de café, educado y extremadamente sensible. El libro trata sobre todo de los últimos años de vida del escritor y a través de sus páginas podemos constatar cómo progresivamente aumenta la obsesión de éste por terminar la novela mientras la vida se le va, hasta el punto de abandonar su importante vida social con el fin de entregar todo su tiempo a la escritura»: Capitán Swing.

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Cartas escogidas (1888-1922). Marcel Proust. Edición, prólogo y notas de Estela Ocampo. Traducción de José Ramón Monreal (Acantilado).

«En las miles de cartas que envió, en las que el registro y el estilo se adaptan magistralmente al receptor, Proust trata temas de lo más variados, recuerdos y confesiones íntimas, impresiones sobre lecturas, negociaciones con sus editores, comentarios sobre la actualidad política, que esbozan, de forma sutil, muchos de los episodios y motivos de los que se nutriría su obra magna».

Prologo: «Proust no escribió diarios, ni dietarios ni memorias. Sin embargo, era un escritor sumamente reflexivo que poseía un pensamiento propio acerca del arte y la cultura, de la sociedad y la historia, de la psicología humana y los sentimientos. La mayoría de sus ideas se encuentran transmutadas en su literatura, en las acciones o los pensamientos de sus personajes, pero existe también otro camino real para llegar a la médula de su pensamiento: su correspondencia. Es una obra monumental, de más de seis mil cartas, dirigidas a todo tipo de correspondientes: familiares, amantes y amigos, otros escritores, editores y críticos, personajes de la sociedad de su momento. Las cartas permiten reconstruir una autobiografía espiritual que en otros escritores está plasmada en unas memorias.

Su correspondencia nos deja oír la voz de Proust como si nos estuviera hablando a nosotros, lectores impropios, porque no se trata de cartas ‘literarias’, a la manera de las de Voltaire o Flaubert, escritas para ser leídas como parte de su obra, si no de un diálogo espontáneo con su correspondiente. Proust habla con la misma naturalidad que si se tratara de un encuentro personal guiado por intereses concretos o espirituales del momento. El principal atractivo de la correspondencia es escuchar su voz como si estuviéramos manteniendo un diálogo con un ser de una extrema inteligencia, que habla sobre muchas cosas distintas sin ningún plan prefijado, ya que las cartas se escriben al hilo de las circunstancias, o de las preocupaciones o pensamientos del día a día y
las de sus correspondientes».

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Cartas a su vecina. Marcel Proust. Traducción de José Ramón Monreal (Elba)

«El descubrimiento de estas veintitrés cartas enviadas a una dama cuya existencia ignorábamos conforma una deliciosa novela epistolar. Marcel Proust ya sufría el incordio del ruido entre las paredes forradas de corcho de su dormitorio cuando el doctor Charles D. Williams, dentista estadounidense, trasladó su próspera consulta al piso de arriba, en el número 102 del boulevard Haussmann. Proust y Marie Williams, la esposa del doctor, una mujer culta y sensible de temperamento artístico, pronto se convertirían en asiduos corresponsales, rivalizando en cortesía y estilo. Las cartas tratan, ante todo, del ruido de las obras en el piso de los Williams, que torturan a Proust durante las horas de sueño y trabajo; pero también de música, pues la señora Williams es una apasionada melómana y toca el arpa, de rosas, naturales y metafóricas, intercambiadas con las cartas, de la enfermedad –la suya y la de su vecina– y de la soledad»: Editorial Elba.

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Escribir. Escritos sobre arte y literatura. Marcel Proust. Traducción y prólogo de Mauro Armiño (Páginas de Espuma).

«Los textos sobre arte y literatura que Proust dedicó a autores como Baudelaire, Flaubert, Goethe o Tolstói, a la lectura y a la crítica literaria, a artistas como Rembrandt o Moreau, Saint-Saëns o John Ruskin, entre otros temas, son ensayos de alto voltaje intelectual que vienen a complementar uno de los universos más personales de la historia de la literatura. (…) Pintura, música y literatura, temas mundanos como «la moda», exposiciones y catedrales, escritores y salones parisinos… Todo forma parte de su gran ciclo novelesco, pero también –como esta rotunda compilación de escritos viene a demostrar– del resto de su obra y de su pensamiento»: Páginas de Espuma.

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Marcel Proust. Micelánea. Roland Barthes. Edición y notas de Bernard Comment. Traducción de Alicia Martorell (Paidós).

Se trata de la obra inédita de Roland Barthes en la que se recogen todos los textos y trabajos dedicados a Proust, su autor preferido, su referente. «Este volumen reúne los textos de Barthes publicados en vida, la transcripción de tres emisiones que efectuó en France Culture, algunas obras inéditas, algunos fragmentos de un curso que llevó a cabo en el Collège de France y una importante selección de sus conocidos archivos personales. Barthes abre caminos, toma atajos, adopta, descarta y ofrece una visión perfectamente moderna de un autor extraordinariamente moderno. Básicamente llena un vacío: faltaba el «Proust de Barthes» y aquí lo tenemos centelleante, vibrante, seminal»: Paidós.

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Siete conferencias sobre Marcel Proust, de Bernard de Fallois. Traducción de Lluís Maria Todó. Ediciones del Subsuelo, 2022. 252 páginas. 19 euros.

Bernar de Fallois, «a lo largo de siete conferencias magistrales, resume, explica, condensa en frases cristalinas y agudas los grandes temas que trata Proust. ¿Cómo compuso Proust su obra? ¿Qué es un personaje proustiano? ¿Cómo enfoca lo cómico, el amor, la refleción metafísica, el arte? ¿La obra de arte puede vencer a la muerte? Con una fluidez perfecta, una simplicidad que desarma, una claridad fruto de un pensamiento audaz pero humilde, profundo y ordenado, heredado de los clásicos, Fallois consigue de forma brillante su objetivo: convencer y satisfacer a los proustianos más exigentes y guiar a los lectores que se sienten abrumados ante esta catedral literaria»: Ediciones del Subsuelo.

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Santiago Vargas

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