María Folguera: «Me interesa entender la escritura y la vida de escritoras cuando el placer era sospechoso»
La dramaturga y narradora española homenajea a autoras como Elena Fortún, Rosa Chacel o Carmen Martín Gaite en 'Hermana. (Placer)'. Novela sobre la amistad, la maternidad y la escritura de mujeres recordada en días de temores por la pandemia y reencuentro con los afectos, o sus estragos
La tarde y la noche del viernes 13 marzo de 2020 millares de personas cruzaron en pocas horas España en carros, trenes, aviones y autobuses en todas las direcciones en busca de refugiarse con aquellas personas que amaban.
Desde el suroccidente de España, el novio de una dramaturga y escritora en Madrid cogió el carro y surcó el país como una bala hasta llegar a ella. La encontró semiparalizada ante el anuncio del Estado de Alarma decretado por el Gobierno a partir del 14 de marzo como gran medida para enfrentar la pandemia Covid-19.
En esa escena se funden el espíritu del mundo real y el de ficción creado por María Folguera en Hermana. (Placer) (Alianza). Una novela con las pulsaciones de cada momento sobre los caminos serpenteantes de la amistad y los afectos, la literatura escrita por mujeres y los placeres de estas escritoras. Las tres líneas argumentales confluyen en aquel tiempo de incertidumbre y temor por la pandemia que sirve de retrato sobre un momento puntual de privaciones pero enriquecido en la novela de historias que vienen de muy atrás y que recuerdan los placeres modestos y cotidianos de la vida. Días grises reconfortados por la compañía de Elena Fortún, Rosa Chacel, Teresa de Jesús, Carmen Laforet, Matilde Ras, María Lejárraga, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute o Elvira Lindo.
La luz de ellas cae sobre esta novela cuya narradora intenta crear una Enciclopedia de los Buenos Ratos de las Escritoras. Un gran refugio en un mal rato universal.
María Folguera (Madrid, 1984), dramaturga y directora del Teatro Circo Price, debutó hace veinte años con la novela Sin Juicio. Ha estado al frente de una docena de obras de teatro, entre ellas el díptico Celia en la revolución y Elena Fortún (2020) una figura crucial en su vida personal y artística.
Winston Manrique Sabogal. ¿Recuerda cuál fue el libro o la obra de arte que despertó o afianzó su conciencia de la igualdad entre mujeres y hombres?
María Folguera. Tuve la suerte de crecer en un entorno donde la atención a la igualdad ha sido siempre importante. Cada vez que visitábamos la casa de mis primas leía dos cuentos de Adela Turín y Nella Bosnia, que se publicaron en España en los 80 bajo una colección llamada A favor de las niñas. El primer cuento, Rosa Caramelo, cuenta la historia de una elefantita que es apartada de los juegos en el barro y sometida a una dieta de anémonas y peonías para adquirir un bonito color rosa, hasta que se rebela, porque se aburre. El segundo cuento, que sigo disfrutando y meditando a día de hoy, es Arturo y Clementina. Son dos tortugas que se casan; Arturo le promete a Clementina un alud de objetos bellos que va atando a su caparazón, hasta que ella apenas puede moverse. Clementina aprende a escurrirse de su estructura para ir a nadar, hasta que… No desvelo más.
W. Manrique Sabogal. Aunque en Hermana. (Placer) habla de las autoras elegidas, ¿por qué deberíamos leer a Fortún, Chacel, Martín Gaite, Laforet, Matute, Teresa de Jesús, Lindo?
M. Folguera. Deberíamos leer de Elena Fortún Oculto sendero, Celia en la revolución o Celia madrecita porque son de una honestidad sencilla y lírica, están escritas en un castellano precioso y popular lleno de puntos suspensivos que funcionan como cuestionamiento y crisis de ese mismo lenguaje. Deberíamos leer Atardecer en Extremadura, de Rosa Chacel, porque es excelente. El cuarto de atrás, de Carmen Martín Gaite, porque es magistral -con Chacel y Martín Gaite lo dejo así, rotundo, con adjetivos de toda la vida, de hecho me dan ganas de decir “porque sí, porque cómo no”. La isla y los demonios, de Carmen Laforet, porque es un vagabundeo adolescente por Las Palmas con algo de la Rebeca, de Daphne du Maurier. El río, de Ana María Matute, porque España está llena de pueblos bajo pantanos que esconden historias como esta. Meditaciones sobre los Cantares, de Teresa de Jesús, porque es una reflexión sobre el misterio de la belleza, el erotismo y la comunicación. Deberíamos leer Lo que me queda por vivir o A corazón abierto, de Elvira Lindo, porque contienen verdades muy hondas sobre el pasado.
W. Manrique Sabogal. Es interesante y bonito que dialogue con esas autoras y rescate los momentos de buenos ratos o placer, modestos o lujos modestos, que pudieron pasar algunas de ellas contados justo en una época en que parece que se privó de ello y, a la vez, se “vende” por todos lados, otra cosa es que de verdad se logre o sea solo un espejismo.
M. Folguera. Efectivamente; hoy día se nos vende que un café con un corazón dibujado es un signo de felicidad y un momento de autocuidado. Lo que me interesa de la ficticia Enciclopedia de Buenos Ratos que incluyo en la novela es entender la construcción de una escritura y una vida -las de escritoras de tiempos pasados- desde la culpabilidad, la conciencia profunda de “egoísmo” o falta/pecado, en un tiempo en que el placer era sospechoso. La protagonista también se pregunta cuánto hay de verdadera conquista, de espejismo o mero consumo en esa relación con los placeres. En Celia en la revolución, de Elena Fortún, es conflictivo apreciar cómo, entre los horrores de la guerra, Celia todavía se ilusiona con un escaparate bonito o con la posibilidad de hacerse un vestido. Hay una íntima honestidad, una explicación de la supervivencia a través de esas pequeñas ilusiones. Es fácil juzgarlo como frívolo; sin embargo, hay que tener en cuenta que quien escribe el texto ha estado allí, ha convivido con los muertos a orillas del Manzanares, con la amenaza, con el hambre, ha perdido amigos y familiares. Y nos está diciendo que tomarse un café o imaginar un vestido también importó, y mucho.
W. Manrique Sabogal. ¿Cuál fue el detonante que la llevó a escribir esta novela? ¿Cómo decidió darle ese tono íntimo y amistoso?
M. Folguera. Esta novela tuvo una versión previa que en 2019 decidí guardar en el cajón, porque no funcionaba. Allí ya había una protagonista que investigaba sobre los buenos ratos de las escritoras y tenía una amiga muy distinta a ella, una mujer de acción, más desinhibida que ella. En 2020, después de dirigir la versión teatral de Celia en la revolución y de escribir y dirigir Elena Fortún para el Centro Dramático Nacional, decido iniciar la reescritura del texto, y convertir en eje principal la amistad entre las antagonistas. Me pasé a la segunda persona, ese “tú” que es la amiga, y lo relacioné con el papel que jugó la búsqueda de interlocutora en las escritoras que aparecen en la Enciclopedia.
W. Manrique Sabogal. La felicidad y el amor están presentes en la novela, pero como los conocemos hoy son conceptos, relativamente, nuevos, a partir, sobre todo, del siglo XIX. ¿Qué es para usted la felicidad antes y como debería ser ahora, hay cambios? Lo digo, también, por esa sobreoferta de felicidades analógicas y digitales.
M. Folguera. La búsqueda de felicidad se ha entendido de maneras distintas desde la Antigüedad, pero esa preocupación por la vida buena es una constante del ser humano. Para mí la felicidad solo puede ser aprehendida como contrapunto de la desgracia -recordar lo mal que se puede llegar a estar, según experiencia propia y ajena, y a partir de ahí respirar hondo y pensar la alabanza; me gustaría reconocer la felicidad sin compararla con los malos ratos, pero solo sé contemplarla desde ahí. El dicho popular “Virgencita, que me quede como estoy” lo resume perfectamente. Hay un texto de Natalia Ginzburg, que me mostró Sabina Urraca, Invierno en los Abruzos, sobre el reconocimiento posterior, póstumo en el sentido de que la narradora siente que la felicidad ha muerto después de aquel invierno. La escritora cuenta su exilio en un pueblecito, junto a su marido y sus hijos. Toda la extrañeza y desorientación que vivió en aquel momento se revela después, cuando la desgracia definitiva sacude a la familia, como un momento de fortuna. Pienso en Invierno en los Abruzos a menudo, así que supongo que la felicidad, para mí, es todo aquello que consigue una tregua con la amenaza.
W. Manrique Sabogal. ¿Y qué es el amor-amor?
M. Folguera. Amor es cuidado, es atención. Es ponerse en el lugar de la otra.
W. Manrique Sabogal. Hay un momento en la novela en que se dice: «¿Y si me pierdo una historia de amor?». Zygmunt Bauman decía que el amor es uno de los sentimientos que más ha cambiado en la era moderna y que su sueño de eternidad, que hoy se busca más que nunca a través de las redes, se queda cada vez más en la teoría porque hemos perdido el verdadero compromiso con el otro/a, en aras del placer efímero.
M. Folguera. Las redes nos ofrecen una pequeña fuga del presente, nos prometen una posibilidad más. Yo misma me pregunto por qué necesito vagar dentro de mi móvil cuando a mi lado mi niña dice cosas muy graciosas o simplemente mira la tele con unos ojos enormes. Ella mira una pantalla y yo miro otra pantalla. Sin embargo, estamos en el mismo sofá, y nuestras pieles se reconocen, y nos esforzamos por tratarnos bien y escucharnos a pesar de la frustración y los trabajos cotidianos. El amor está ahí, en el manejo de las distancias, en el reconocimiento del otro, también a través de sus escapismos.
W. Manrique Sabogal. La maternidad o no maternidad es otro tema de la novela, ¿cree que la presión social o conducta de la gente sobre la maternidad está cambiando? ¿Qué podemos hacer o se debería hacer para que respetemos y/o comprendamos la decisión de la mujer de ser o no madre?
M. Folguera. Creo que ha cambiado bastante en los últimos años, gracias a una crítica compartida, a la existencia de esas redes alternativas de relación, a la revisión feminista de la cultura común. La última presión viene del propio cuerpo, de esa promesa de posibilidades: tu cuerpo podría tener un niño. “Podríamos invitar a otra persona a vivir a esta casa. Podríamos ser cuatro, en vez de tres, o tres, en vez de dos”. Esa curiosidad es muy tentadora, y es normal no tenerlo claro y dudar. A veces un niño puede ser un rehén del futuro, “una pregunta que se le hace al destino”, decía Strindberg; una manera de clamar por el cambio vital. Las personas que han acariciado el deseo de ser padres y finalmente han renunciado a ese sueño, conscientemente, por un motivo u otro, me parecen de una valentía admirable. Cerrar esa puerta con la que se podría forcejear.
W. Manrique Sabogal. La amistad, el amor al amigo/a es un pilar de la novela, en este caso entre dos mujeres.
M. Folguera. La amistad me parece una forma de amor más, efectivamente. Me interesa esa búsqueda de interlocutora según la enunció Carmen Martín Gaite. La amiga como interlocutora; la relación intermitente, que va a tener que pasar por distanciamientos, reencuentros. Sobre todo, la amiga es aquella que se alegra por ti, y aquella a quien escuchar y observar en su diferencia.
W. Manrique Sabogal. Gran parte del espíritu de Hermana. (Placer) se condensa en la escena en que el novio de la narradora decide cruzar España ante el anuncio de la cuarentena.
M. Folguera. El novio cruza media España como un hombre bala, este matiz es importante porque aparece una especie de circo encriptado. Como gestora cultural, el circo es parte importante de mi vida, y me gustó dibujar este fragmento bajo esa especie de proeza contrarreloj: el presidente anuncia el cierre de la circulación y el novio se echa a la carretera, sin pensarlo apenas, o pensándolo muy profundo, frente a la novia, que se siente paralizada, son esas raíces descritas desde el principio que la definen las que a veces le impiden moverse o reaccionar a tiempo. La novela quiere recoger esa riqueza de las relaciones, ese contraste de personalidades que los tiempos críticos -en este caso una pandemia- lleva al extremo.
W. Manrique Sabogal. La novela también lleva a esta pregunta: ¿El arte y la belleza podrían convertirse en una trampa que puede blanquear prejuicios o conductas o ideas que atentan contra la convivencia, la armonía y el respeto?
M. Folguera. Sí, por supuesto. El arte y la belleza no son morales, aunque pueden aliarse con la moral y la ética. El arte desarrolla una relación compleja con el poder, de dependencia, de complicidad, de contestación. El arte vive en los espacios comunes y en los relevos de interlocutores, de modo que debe negociar, entenderse, con el ágora, con las costumbres y estructuras de su tiempo.
La vida cercada de dudas, temores, malentendidos y privaciones se asoma y se despliega en Hermana. (Placer) como una invitación al redescubrimiento o aceptación de placeres sencillos a través de lo vivido por escritoras en cuyos propios libros late la vida.
- Hermana. (Placer). María Folguera (Alianza).
- Si quieres apoyar a tu librería puedes comprar tus obras en Todostuslibros.com
Suscríbete gratis a la Newsletter de WMagazín
- Si te gusta WMagazín puedes suscribirte gratis a nuestra Newsletter en este enlace.
- INVITACIÓN Puedes ser mecenas literario de WMagazín, es muy fácil, las indicaciones las puedes ver en este enlace.
- Sergio Vila-Sanjuán: “En la cultura nos falta más sentido de trascendencia como antítesis a la banalidad y a la volatilidad del mundo digital” - sábado 30, Nov 2024
- Leila Sucari: “La identidad y el yo no es más que una ficción que se arma y se desarma” - jueves 21, Nov 2024
- Simon Armitage: “Hay un valor en dar voz a quienes no tienen voz. Es una constante en mi poesía y en toda mi creación” - sábado 16, Nov 2024