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El escritor español Rafael Argullol (Barcelona, 1949). / Foto cortesía del escritor

«Mi identificación con la belleza tiene que ver con el cuerpo humano»: Rafael Argullol

AUTORRETRATO ARTÍSTICO DE UN ESCRITOR 2 / Con uno de los narradores, poetas y ensayistas españoles con más sensibilidad y conocimiento de la estética continuamos esta serie en la que un autor comparte su relación con las otras artes. Un diálogo de WMagazín con apoyo de Endesa

El cuerpo humano es lo más bello que hay para Rafael Argullol. Es su debilidad, lo admira, le atrae, le seduce, le obnubila… Cuerpo humano en la pintura, en la escultura, en el cine, en la vida real… Una belleza que activa los cinco sentidos: «Para mí la belleza es el deseo de la belleza».

Y está en el cuerpo como obra de arte sin arandelas. Lo esencial en toda persona, quizás de ahí proceda su admiración por la pintura del Quattrocento donde todavía no hay teatralidad, de su inclinación por la música barroca que busca la serenidad interior, de su gusto por la arquitectura desnuda, de su atracción inequívoca por la limpidez del desierto, de su acercamiento a la lectura en la adolescencia con El guardián entre el centeno, de la hoja en blanco donde escribe a mano y se asoma fascinado a disfrutar del vacío ante la creación y sus obsequios.

Con el narrador, poeta, ensayista y catedrático de Estética y Teoría de las Artes, Rafael Argullol (Barcelona, 9 de mayo de 1949), WMagazín, con apoyo de Endesa, continúa su serie: Autorretrato artístico de un escritor. Rafael Argullol toma el relevo de la escritora mexicana Margo Glantz que inauguró este nuevo espacio en febrero de 2022. Cada mes un autor, de cualquier lugar del mundo, nos contará su relación con las otras artes, sus primeros deslumbramientos, la importancia que esas obras o creadores hayan tenido en su vida personal, la sinestesia o el trasvase que pueden crear o despertar las arte entre sí, si han influido o inspirado su literatura o alguna obra concreta, si escriben con la compañía o bajo la mirada de alguna obra de arte o artista en su lugar de trabajo.

Autorretrato artístico de un escritor nos recordará en la voz de sus autores el diálogo perpetuo entre las artes, la riqueza de su transversalidad, la importancia del arte en la vida desde niños, las obras que los acompañan a lo largo de su existencia, los motivos por los que les gustan… El primer disco que compraron, o el primer cuadro que vieron, o los conciertos donde más aplaudieron, o los artistas que les susurran e inspiran, o las obras de teatro que los hicieron soñar con subir a un escenario, o las películas que más han visto, o el edificio que los ha dejado con la boca abierta, o la ópera que más les ha emocionado… Al final, compartirán cómo es su relación con la belleza o con qué o quién la suelen relacionar.

El arte como una de las bellas artes para vivir y disfrutar.

Rafael Argullol y algunas de las obras y creadores presentes en su vida: los cuerpos en el arte (como ‘Venus en el espejo’, de Velázquez), la película ‘Lawrence de Arabia’, de David Lean; ‘El guardián entre el centeno’ (Salinger) y la música barroca (como Händel). /WMagazín

Rafael Argullol, cuya obra publica editorial Acantilado, es un viajero por espacios físicos y por sensibilidades siempre en ruta hacia la pureza del arte, a su desnudez que guarda su esencia, en busca de la promesa del temblor ante lo bello.

En el ocaso de una tarde invernal de marzo en Barcelona, Rafael Argullol desanda su diálogo perpetuo con las artes y traza por videoentrevista las pinceladas de su Autorretrato artístico:

‘La venus del espejo’, de Valázquez, en el Museo del Prado, de Madrid.

“Mi primer recuerdo de tener conciencia de estar frente a algo bello, probablemente, apareció con el placer de ver la pintura. Cuando era adolescente, en mi casa había la biblioteca de mi abuelo donde estaba una historia del arte de José Pijoán, con toda una serie de pinturas de desnudos femeninos. Esto, en la pubertad, llamó mi atención. Creo que es mi primera identificación de algo en que atracción y belleza van juntos.

Era una historia del arte donde estaban desde Tiziano hasta Velázquez, desde Velázquez hasta Goya… Todos los artistas que habían tenido relación con la exposición del cuerpo, con lo cual mi identificación con la belleza tiene muy directamente que ver con el cuerpo humano.

Esa jerarquía me ha quedado también en la edad madura, porque, incluso hoy, por mucho que me guste un paisaje nunca llega al grado superlativo en que puede llegar la apreciación del cuerpo humano.

Entre los artistas de los últimos 150 años he tenido conexiones muy distintas que, creo, me definen a mí mismo: desde, por supuesto, los últimos cuadros de Van Gogh, hasta una gran predilección por Malévich y Rothko que, claro, eso no es el cuerpo humano, pero, digamos, es una abstracción de lo físico hasta llegar a una idea, a un concepto, que puede llegar a tener un magnetismo especialísimo. Eso se nota mucho en la obra de Rothko que, con esa presentación aparentemente elemental, tiene una captación sobre los sentidos y sobre el espíritu extraordinarias.

En esa asociación de un arte con otro he tenido una gran capacidad de ósmosis. Desde el principio, las distintas expresiones artísticas, en mi caso, han estado muy relacionadas. Incluso, cuando empecé a escribir, que fue muy joven. Ya entonces notaba lo que después he llamado la envidia de los lenguajes artísticos: cuando un lenguaje artístico tiene envidia de otro lenguaje artístico, necesita del otro lenguaje artístico y compite con otro lenguaje artístico. Entonces todo aquello que es pictórico se puede traducir en musical. Todo aquello que es musical se puede traducir en poético. Todo aquello que es poético se puede traducir en escultórico. Es decir, una ósmosis continua de lenguajes. No es una cuestión teórica en mi caso, si no una cuestión que he notado sensorialmente en la práctica, es una cuestión de la experiencia.

El compositor de música barroca Georg Friedrich Händel.

Mis primeros acercamientos a las artes y las conexiones que despertaron mi sensibilidad fueron variadas: en el caso de la música, sin saberlo definir, me encantaba, cuando era muy pequeño ya, la música barroca; tenía una conexión especial con la música barroca que luego me ha quedado a lo largo de la vida, me serena, me calma, me consuela.

Hay otros periodos de la música que, igualmente, me encantan, pero, para otros estados de ánimo. Para el estado de ánimo que busca el equilibrio, la serenidad, la calma, el consuelo, la música barroca me es indispensable, y, curiosamente, aquí hago un trasvase muy directo entre la música barroca y la pintura del Quattrocento: en los dos casos hay una especie de esencialidad, una especie de equilibro, una especie de calma sustancial que ha causado en mí siempre una gran atracción.

El Quattrocento es todavía un periodo de la pintura en que lo esencial no es desbordado por lo teatral, porque a partir del barroco la pintura se hace muy teatral. El Quattrocento es pre-teatral: busca la meditación, busca la contemplación y busca, en algunos casos, la oración. Por tanto, busca esta raíz, busca esta esencialidad que ha sido uno de los objetivos, a veces hallados, a veces no hallado, del arte contemporáneo.

Es muy interesante comparar cómo se va desarrollando la pintura en Occidente y, por ejemplo, en la Europa oriental. En Rusia, en los países eslavos, la pintura de los iconos continúa siendo una pintura esencialista. No es casualidad que algunos de los grandes pintores abstractos de la época moderna han sido rusos.

‘La muse endormie’, de Brancusi (1913).

Y así como la pintura tiene esa vivacidad de lo instantáneo, la escultura siempre tiene la huella de lo eterno, la huella de lo permanente. La escultura tiene una relación muy táctil. Estoy totalmente en contra de que en los museos no se puedan tocar las esculturas. Las esculturas son una especie artística que hay que tocarla, está vinculada con el tacto, vinculada con la vista, vinculada con la eternidad, vinculada con el tacto. Yo, por ejemplo, he tenido un vínculo muy especial entre los escultores modernos con Brâncuși y Giacometti, con toda una serie de escultores que han reflejado muy bien lo que es el cuerpo humano en la época moderna.

Decir escultura es, prácticamente, decir cuerpo.

Se han intentado también unas esculturas abstractas como en el caso de Henry Moore o el propio Brâncuși. La escultura está muy vinculada a la presencia de la corporeidad. La escultura, por un lado, yo la encuentro como uno de los lenguajes artísticos donde más se expresa lo eterno y, al mismo tiempo, está más vinculada casi al juego de los sentidos, al tacto, a lo que es la propia apariencia del cuerpo.

Podemos pasar un momento por la arquitectura donde tengo una gran predilección por la desnudez. En ese sentido, el principio del ornamento, del delito ornamento, lo asumo bastante. Aunque siendo Barcelonés tengo que tener una especie de inclinación por lo que sería el modernismo mediterráneo y, de una manera muy especial, por Gaudí. Están las dos almas de la arquitectura. La arquitectura es muy importante, cada ser humano debería estar en condiciones a lo largo de su vida de hacer su propia casa, al menos una vez. Hacer la propia casa a partir de sus propios principios, sus propios estados de ánimo. La arquitectura es un arte realmente muy importante para reflejar la expresión de nuestra alma, para reflejar la expresión de nuestro pensamiento.

Tráiler de ‘Lawrence de Arabia’, de David Lean (1962).

El cine nos ha marcado mucho a los de mi generación. La educación sentimental y la sensorial ha pasado a través del cine. Ha sido el arte total del sigo XX, en parte también del siglo XXI. Pero, sobre todo, ha sido el arte total que quería Wagner.

De niño me deslumbró, y me sigue deslumbrando, Lawrence de Arabia. Mi amor por los desiertos, en parte, está conformado y educado a través de esta película maravillosa. A veces tengo predilección por obras quizá no tan conocidas, pero que encuentro excepcionales como una película que tiene un metraje muy raro que se acerca la hora que es Una historia inmortal, de Orson Welles. Me parece una película maravillosa sobre la creación, sobre la creación absoluta y sobre el vínculo entre realidad e imaginación. Otras películas que han tenido una huella en mí son El tercer hombre y El gatopardo.

En el cine más actual un narrador completamente excepcional es Francis Ford Coppola. Él en cine es, prácticamente, lo que Balzac hizo en literatura en el siglo XIX. El padrino es un equivalente; aunque, en cierto modo, es como la Orestíada, de Esquilo, en esa especie de linaje de sangre, de venganza, de honor, etcétera. Ahora que se cumplen los cincuenta años de El padrino volvía ver la trilogía y tiene, increíblemente, toda su fuerza, toda su excitación. Coppola es autor de otra gran obra maestra que es Apocalypse Now, a partir de la novela de Conrad El corazón de las tinieblas. Hace una adaptación brutal al mundo contemporáneo pasando del colonialismo belga del siglo XIX a lo que es la guerra de Vietnam

Desde el punto de vista narrativo me recuerda mucho la Comedia humana, de Balzac. Entre los cineastas vivos es uno por el cual siento mucha predilección. Un contemporáneo que ya murió, pero que me parece excepcional es Tarkovski.

Los recuerdos de mi acercamiento a la lectura tienen están en la adolescencia con El guardián entre el centeno, de Salinger, que leí de manera casual. Me pareció fascinante porque me convenía en aquella edad. Aunque yo no hago grandes distinciones entre lo antiguo y lo actual. Soy capaz de leer a Sófocles como si fuera, perfectamente, actual.

Entre los grandes autores del siglo XX, por ejemplo, me parece excepcional un Thomas Mann o un Robert Musil. En la poesía Paul Celán y, luego, por lo que tristemente está ocurriendo (la guerra de Rusia contra Ucrania), Dostoievski, me parece una lectura siempre contemporánea que siempre nos conmueve.

La escritura es otra cosa. Cuando me pongo a escribir, la verdad es que estoy muy en el vacío… Todavía escribo a mano, al hacerlo estoy fascinado por la página en blanco que tengo delante y por la propia relación entre la mano, el rotulador que utilizo y la hoja de papel que es una vinculación física que comparo a la del compositor con el piano, es decir esa posición en la traducción de lo que es mental, sensorial…

Ahora estoy escribiendo un libro que me ha llevado los últimos cuatro años, por eso estoy en pocas condiciones de leer… La lectura me es bastante incompatible con la escritura continuada, porque necesito, lo que decía antes, de la envidia de otro arte; es decir, cuando estoy escribiendo mucho, necesito especialmente la pintura y la música.

Antes escribía acompañado de música del Barroco, fundamentalmente. Ahora prefiero el silencio, pero, a veces, como vivo en el centro de la ciudad esta no te permite ese silencio, entonces pongo música para conseguir un tipo de sonoridad que no sea la que te llega desde la calle….

Rafael Argullol en la primavera de 2022. /Foto cortesía del escritor

Para mí la belleza es el deseo de la belleza.

Para mí la belleza no es algo estático, algo que puedas decidir con un objeto, si no algo que tú construyes. Por tanto, la belleza está en tu radar con la capacidad de deseo, con la capacidad de ilusión; porque si existe el deseo, esta ilusión, está efusión a la vida, tú eres capaz de vivir la belleza en los distintos objetos o en los distintos cuerpos con los que tú te enfrentas.

En cambio, en el momento en que no existe el deseo de la belleza, la belleza se disuelve, se desvanece. Esto es importante porque, incluso, delante de una obra de arte muy bella si en aquel momento tu espíritu no está presidido por el deseo de la belleza, tú no le encontrarás belleza. Lo mismo pasa con el cuerpo humano de un hombre o de una mujer: si tú no estás imbuido con este deseo de la belleza, tú no le encontrarás belleza.

Por tanto, la belleza está en tu interior; es el deseo de la belleza. Entonces tú lo vas contrastando con ese exterior; pero solo estás en condiciones de contrastarlo si existe este impulso interior.

La obra de arte ideal es una obra de arte total. Una obra de arte que por un lado sólo podemos vivir en lo fragmentario, en el fragmento. Pero, por otro lado, desde el fragmento tenemos esta visión del territorio múltiple, de todos los lenguajes artísticos. Todo artista necesita de los demás lenguajes artísticos. No puede respirar solo en el aire de su expresión artística sino que necesita todo lo demás…

 

  • Rafael Argullol (Barcelona, España, 1949). Es narador, poeta, ensayista y catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra. Por motivos políticos estuvo dos veces en las cárceles franquistas: 1969 y 1971. Es un viajero. Entre viaje y viaje, ha escrito más de treinta libros entre novelas, cuentos, ensayos y poemarios. Ha intervenido en proyectos teatrales y cinematográficos. Como profesor, ha enseñado en universidades europeas y estadounidenses. Entre los premios recibidos figura el Nadal en 1993 por La razón del mal, el Premio de Ensayo Casa de América en 2002 por Una educación sensorial, los Premios Cálamo y Ciutat de Barcelona en 2010 por Visión desde el fondo del mar y el Observatorio Achtall de Ensayo en 2015.
  • Entre sus títulos de poesía figuran Disturbios del conocimiento, Duelo en el Valle de la Muerte, El afilador de cuchillos y Poema. Entre las novelas: Lampedusa, El asalto del cielo, Desciende, río invisible, La razón del malTranseuropaDavalú o el dolor,  Pasión del dios que quiso ser hombre. Y ensayo: La atracción del abismo, El Héroe y el Único, El fin del mundo como obra de arte, Aventura: Una filosofía nómada, Manifiesto contra la servidumbre, Maldita perfección. Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la belleza y Mi Gaudí espectral. Como escritura transversal más allá de los géneros literarios ha publicado: Cazador de instantes, El puente del fuego, Enciclopedia del crepúsculo, Breviario de la aurora, Visión desde el fondo del mar, Pasión del dios que quiso ser hombre (2014) y Mi Gaudí espectral. Una narración (2015) y Poema (2017). Recientemente, ha publicado El enigma de Lea. Cuento mítico para una ópera (2019), texto de la ópera homónima de Benet Casablancas estrenada en el Gran Teatro del Liceu de Barcelona el 9 de febrero de 2019.

     

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