
Detalle del profeta Ezequiel pintado por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. /WMagazín
Miguel Ángel Buonarroti: la poesía de la belleza, el amor y la culpa entre lo real, lo neoplatónico y lo divino
En los 550 años del natalicio del genio italiano recordamos sus versos y rimas siempre en tensión con sus aspiraciones y temores. El mejor autorretrato de uno de los artistas más sublimes de todos los tiempos. SEGUNDA Y ULTIMA PARTE
El mundo veía y se conmovía con la belleza que creaba Miguel Ángel Buonarroti en la Piedad, el David, los frescos de la Capilla Sixtina o la Basílica de San Pedro del Vaticano con su cúpula celestial, pero no sabía cómo El Divino plasmaba en palabras sus emociones, ideas, amor, culpas, temores, dudas y sentimientos. Su obsesión y entrega a las artes plásticas parecían consumirlo y él halló una ventana hacia su interior a través de unos trescientos versos, rimas y sonetos en los que la belleza, el amor y la muerte formaban su trinidad. Con ellos creó el autorretrato más sincero escribiendo en los márgenes o huecos que dejaba en los papeles o cartones donde dibujaba sus futuras esculturas, pinturas y edificios. Conmemoramos los 550 años de su nacimiento: Caprese, 6 de marzo de 1475 – Roma, 18 de febrero de 1564. (Puedes ver aquí la primera parte de este especial)
Un creador y poeta en su madurez que “habiendo superado el influjo de Petrarca y los tanteos expresivos de la juventud explora los laberintos de su vida interior: sus fervores eróticos, su destino de artista y su perplejidad ante los grandes misterios de Dios y de la muerte esculpiendo en sus versos, más allá de las convenciones literarias de su tiempo, la imagen de un hombre y de un supremo artista en toda su vibrante y compleja singularidad”, escribe Manuel J. Santayana en la introducción del volumen Rimas (1507-1555), en editorial Pre-Textos.

La mirada crítica, social y política no faltan en esos poemas buonarrotianos, incluso, explica Santayana, “de indignación religiosa frente a las nada ortodoxas actitudes del Vaticano en tiempos de Julio II y de burla de sus propios trabajos y miserias”. Hay versos y madrigales dedicados a sus dos amores de madurez: Tommaso di Cavalieri y Vittoria Colonna: “el primero, joven aristócrata de gran belleza física y carácter gentil a quien el artista dio lecciones de dibujo y obsequió algunas obras importantes”. En los de la poeta Vittoria Colonna se aprecia “el impulso ascensional neoplatónico que adquiere un matiz más judeocristiano, inseparable del influjo que la virtuosa mujer ejerció sobre él”.
En esta obra intensa y compleja, afirma Santayana, “el amante platónico, el cristiano penitente y el artista que concibe una obra y lucha con la materia rebelde para realizarla se confunden en una agónica torsión del intelecto y de la voluntad, semejante a la de los cuerpos titánicos que vuelan, inmóviles, en el fresco prodigioso del Giudizio Universale”.
Un aspecto clave es que la obra de Miguel Ángel, recuerda Santayana, “se realizó ajena a la ambición característica del literato profesional, del erudito humanista; desigual y fragmentaria, va de la imitación de diversos estilos a la sencillez de un confiteor a las puertas de lo desconocido, pasando por la complejidad y el virtuosismo. Las Rimas describen una impresionante parábola temporal y nos dejan el apasionante autorretrato del que apenas hay esbozos, casi secretas alusiones, en su escultura y en su pintura: el San Bartolomé desollado del Juicio Final y el Nicodemo de la Pietà florentina, obra de un artista que ha renunciado a la belleza para plasmar en piedra la semblanza humilde de un fervor en busca de sí mismo que aún no logra su cabal expresión”.
La tensión en la obra del genio italiano entre lo terrenal y lo divino, lo real y la neoplatónico adquieren aquí una dimensión singular. El poeta español Miguel Ángel de Villena explica, en la introducción de Sonetos completos, de editorial Cátedra, que la obra de Buonarroti “está basada en la plural tensión de varias contradicciones. Su poesía, sin ser nunca un correlato de sus obras en mármol o de su pintura, está, sin embargo, sometida a idéntica fuerza creativa y de contrarios. De un lado, la atracción poderosísima por el cuerpo y la belleza física; de otro, un apetito espiritual, cercano, a veces, al misticismo, y que le lleva a rechazar tal cuerpo, no solo por ser instrumento de pecado, sino más profundamente, porque la realidad defrauda los hondos anhelos del espíritu”.

De Villena asegura que “el corolario es fuego. Un intenso llamear pleno de fuerza, sangre y dolor, que puede prescindir del resultado, porque es ya válido en sí mismo, Y una cosa más: acaso la complicación miguelangelesca, sus contrapuestas pasiones, sus ardencias en gresca continua -resueltas siempre en plenitud- sean el mejor marchamo, la señal más explícita de lo que hemos dado en llamar el genio, no otra cosa que una tenaz agonía. Contienda en la forma -y con ella-, pero que, ciertamente (y en la poesía también) va siempre más lejos. El fervor y la terribilità miguelangelescos provienen así de la lucha de un contrapuesto aunado, de la imposibilidad de elegir, y asimismo del ansia desesperada de armonía”.
A continuación algunas rimas de Miguel Ángel:
Del volumen Rimas (1507-1555)
LXXXVII
Querer quisiera, oh Dios, lo que no quiero:
entre el fuego y mi hielo, allí se esconde
un velo por el cual no corresponde
la pluma a mi papel, lo hace embustero.
Te amo con la lengua, desespero,
pues tu amor no me mueve y no sé dónde
abrir paso a la gracia que me inunde
y derrote por fin mi orgullo fiero.
¡Rasga el velo, Señor, rompe ese muro
que con dureza cruel aún retrasa
el gran sol de tu luz, que nos calienta!
La prometida luz, a tu conjuro,
llegue a tu bella esposa, y que su brasa
mi pecho alumbre y solo a ti te sienta.
XC
Me amo más que nunca me había amado
y valgo más desde que tu figura
vive en mi corazón, cual la escultura
más vale aún que el bloque no tallado.
Como algún folio escrito o dibujado
que un trozo vale más sin escritura,
valgo, desde que gozo la ventura
de que tus ojos me hayan señalado.
Con ese signo, firme, adónde llego,
como quien lleva talismán o espada,
cuidados y peligros tengo a menos.
Con tu señal doy luz a todo ciego,
al fuego venzo yo, y al agua helada
y con mi esputo sano los venenos.
CVII
Mis ojos, que codician cosas bellas
como mi alma anhela su salud,
no ostentan más virtud
que al cielo aspire, que mirar aquellas.
De las altas estrellas
desciende un esplendor
que incita a ir tras ellas
y aquí se llama amor.
No encuentra el corazón nada mejor
que lo enamore, y arda y aconseje
que dos ojos que a dos astros semejen.
CXLIII
Cuanto más huye el día que me queda
del vivir poco y breve,
más el fuego me mueve,
casi sin tiempo, al daño, encarnizado,
sin que el cielo conceda
en poco espacio ayuda a mi pecado.
A ti, aún no saciado
del fuego concentrado
en que la piedra pierde su natura
y más un corazón, gracias, te digo,
Amor, si el débil corazón que abrigo
dentro del fuego poco tiempo dura.
Mi mal es mi ventura,
pues vivo en tus embates descubierto,
y al final dejas en paz al que está muerto.
***
Del volumen Sonetos completos
VI (11)
Morir pronto quisiera, menos dolor la muerte
que este morir mil veces de hora en hora.
Dolor infinito el de mi corazón
cuando razono que la que tanto amo
amor no siente.
¿Para qué ya la vida?
¿Será para aumentar mi dolor
que a sí misma no se ama
ella, que de mi amor no duele?
¡Ah triste suerte!
¿Será verdad que yo atraigo a la muerte?
VIII (34)
La vida de mi amor no está en mi corazón,
pues corazón no tiene el amor con que te amo;
que donde hay cosa mortal, llena de error,
no puede él morar, ni pensamiento indigno.
Al separarse el alma y Dios, Amor
me dio un ojo sano, y a ti luz y esplendor;
dejar de verlo así no puede en esa parte
que muere en ti, por nuestro mal, mi gran deseo.
Como del fuego el calor dividirse no puede,
tampoco mi juicio de la belleza eterna,
cuando exalta, pues de ella viene, cuanto le asemeja.
a que en tus ojos está entero el paraíso,
por retornar ahí donde te amé primero,
ardientemente voy yo bajo tus cejas.
XXXI (87)
Quiero querer, Señor, lo que no quiero:
entre fuego y corazón existe un velo helado
que anula el fuego, por lo que no corresponde
pluma y obra, y es mentiroso el folio.
Te amo con la lengua, y me duelo después
de que tu amor no alcance al corazón; no sé dónde
abrir el postigo a la gracia que al corazón
se infunde, para que expulse tan despiadado orgullo.
¡Rasga el velo tú, Señor, rompe ese muro
que con su dureza me retarda
el sol de tu luz, apagada en el mundo!
Manda la anunciada luz que prometiste,
a esta tu bella esposa, para que me arda
el corazón sin duda alguna, y sólo a ti te note.
XLII (103)
Todo espacio cerrado, todo lugar cubierto,
todo cuanto alguna materia circunscribe,
guarda la noche, cuando el día vive,
contra el solar y luminoso rayo.
Aunque a ella la venzan llama o fuego,
e incluso más que el sol la expulsen y priven
viles cosas de su divina especie,
que hasta un gusano puede romperla un poco.
Lo que queda descubierto al sol, hirviendo
en mil varias semillas y mil plantas,
quiebra el rudo labriego con su arado;
pero sólo en la sombra se planta al hombre.
Así es que noche es más santa que día,
cuanto el hombre más que otro fruto vale.
XLVI (150)
No menos gracia grande, señora, que pesar
matan al que por hurto a morir llevan,
privado de esperanza, heladas las venas,
si llega de repente la nota salvadora.
Igual si tu merced, aún más que suele,
en la miseria mía de cuidados llena,
con soberbia piedad tanto me aquieta,
que más la vida me quita que la pena.
Sucede así con dura noticia o dulce:
que sus contrarios dan muerte en un momento,
pues mucho amplía el corazón o aprieta.
Tal tu beldad, que Amor y cielo aquí sostienen,
si vivo me quiere, refrene el contento,
que en don soberbio débil virtud muere.
LXVIII (277)
Si con el estilo y los colores habéis
a la natura emparejado el arte,
y su prez menguado con ello en parte,
pues lo hermoso en ella devolvéis más bello,
tras que con docta mano puesto os habéis a
más digna labor, a redactar en folios,
lo que os faltaba, de aquella prez en parte,
al dar vida a otros, tomáis entero.
Que jamás siglo alguno con ella contendió
en bellas obras, que al fin cedían,
pues llegan todas al prescrito término.
Mas las ajenas memorias, apagadas, volviendo
a encender, lográis que vos y ellas,
a pesar de aquélla, eternamente vivan.
LXIX (285)
Llegado ha el curso de la vida mía,
con tempestuoso mar, en frágil barca,
al común puerto, donde se va a rendir
cuenta y razón de obras tristes o piadosas.
Así la apasionada fantasía
que del arte hizo mi ídolo y monarca
conozco ahora estar de error cargada
y lo que, mal su grado, busca el hombre.
Los amorosos pensamientos, alegres y vanos,
¿qué harán si a dos muertes me aproximo?
De una estoy cierto, la otra me amenaza.
Ni pintar ni esculpir me dan sosiego
al alma, vuelta a aquel amor divino
que en la cruz a todos nos abraza.
***
Suscríbete gratis a la Newsletter de WMagazín en este enlace.
Te invitamos a ser mecenas de WMagazín y apoyar el periodismo cultural de calidad e independiente, es muy fácil, las indicaciones las puedes ver en este enlace.
Descubre aquí las secciones de WMagazín.

- Rumena Bužarovska: “El patriarcado teme el placer sexual de las mujeres y las convierte en ‘peligrosas” - domingo 18, May 2025
- Gervasio Posadas: “Las personas que basan su identidad en lo que hacen, cuando lo dejan de hacer se desdibujan” - viernes 9, May 2025
- Andrés Neuman: “María Moliner rehumaniza conceptos que estaban degradados, objetualizados” - viernes 2, May 2025