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La escritora ecuatoriana Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) autora de la novela ‘Chamanes eléctricos en la fiesta del sol’ (Random House). /Foto cortesía Random House

Mónica Ojeda: «No se puede ser joven cuando no tienes futuro»

La escritora ecuatoriana publica su cuarta novela: 'Chamanes eléctricos en la fiesta del sol' y se consolida como una de las voces más relevantes en español. Una obra viva con un lenguaje vigoroso y poético, con gran presencia de la música que narra la huida de la violencia de unos jóvenes que buscan afectos en una triple travesía: introspectiva, física y social. Y enriquece el neorrealismo mágico onírico gótico andino

Dos amigas jóvenes, Noa y Nicole, peregrinan entre la multitud por un volcán andino que ruge. Todos van tras la música, ese es el pretexto porque, en realidad, huyen de la violencia y el desafecto en busca de la tranquilidad, amores y sentimientos pendientes, el porvenir y el reclamo de la juventud que les han negado. Bajo sus pies, la tierra tiembla desde sus entrañas y el aire vibra con las músicas de un festival que funde ritmos ancestrales y futuros en medio de la naturaleza cuya historia es narrada con la palabra y el lenguaje liberados donde aflora una belleza sorprendente y abismal que entusiasma. Una propuesta literaria que ensancha el territorio del llamado neo realismo mágico-gótico-onírico-maravilloso esparcido de poesía.

Con esa alegoría, Mónica Ojeda (Guayaquil, Ecuador, 1988) ha creado una novela viva, que respira y palpita con sonidos y movimientos propios que transmiten sus ondas sensoriales: Chamanes eléctricos en la fiesta del sol (Random House). No es solo uno de los libros del año, sino que trascenderá en múltiples sentidos. La historia contiene una triple travesía: un viaje interior-existencial personal, el viaje físico por la naturaleza, la tierra y la música y el de la sociedad y del mundo. En su recorrido, historias que van del mundo real al encuentro de los mitos y las leyendas, de lo imaginado al ficticio-real de la psicodelia de las drogas, del goce del baile individual al del delirio colectivo mezclándose todos en esa rave que celebra el Inti Raymi. Una presencia tan rica que algunos proponen leer la novela con esas canciones que aparecen en la novela extraídas en una playlist de Spotify.

La música es el efecto del elemento esencial que Mónica Ojeda introduce en la novela que conecta al ser humano con sus orígenes palpitantes con todos los tiempos, espacios y culturas donde todos se reconocen. La música, que primero fue ruido, luego sonidos musicales de la naturaleza, después imitación y sublimación por parte del ser humano de aquellos sonidos, y con ellos llegaron los movimientos que despiertan en el cuerpo, las sensaciones que agitan su corazón; la voz, la palabra hecha canto, el canto envuelto en música que vibra en el cuerpo, el cuerpo que baila y se emociona, y todo esto que redescubre a cada persona consigo misma. En comunión con la música y la naturaleza en su sentido amplio.

“Lo inesperado, lo asombroso, lo fascinante de la escritura sale en esa relación de uno a uno con la palabra como un elemento sonoro, rítmico, cadencioso, en ese sentido vinculado a la música. No es para nada extraño que la literatura haya surgido cantada, bailada, alrededor de una hoguera”, piensa Mónica Ojeda en esta entrevista.

Con Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, su cuarta novela, Mónica Ojeda ha arriesgado más y ha acertado al salir de lo previsible para lograr una novela que nos recuerda el vigor y la belleza del lenguaje mediante la frescura del estilo y la estructura de su historia.

Lo que más le importa es el lenguaje, la palabra. Si sus protagonistas emprenden una travesía en busca de saldar cuentas, reencontrarse consigo y reclamar, Mónica Ojeda ha hecho y vivido su propia travesía creativa y liberadora:

“Cuando me siento a escribir lo que más me importa es qué voy a sentir con estas palabras, qué tipo de experiencia discursiva voy a elaborar en este libro. Y, luego, la historia. Los personajes son importantes, por supuesto, pero me parece que es la parte, quizás, más fácil de hacer en realidad. Inventar una historia, construir un personaje es algo más mecánico, incluso puede llegar a ser artificioso, hay técnicas. Pero no hay técnicas para escribir un gran párrafo. Nadie te dice en qué párrafo, de repente, va a salir la poesía, eso no… no se puede… no se puede ni premeditar, ni nada. En cambio, si tú haces el esquema de la novela en cuanto a la trama, eso lo puedes tener delante de ti antes de escribir”.

En sus libros anteriores dio pistas de todo esto: en los cuentos Las voladoras (2020), las novelas Mandíbula (2018), Nefando (2016) y La desfiguración Silva (2014) y los poemarios Historia de la leche (2019) y El ciclo de las piedras (2015).

Hay autores para quienes el lenguaje y la puntuación los tienen tan santificados que terminan siendo un corsé, una cárcel para la creación, todo en su sitio, pero sin alma; y otros para quienes el lenguaje es una liberación, un juego y una exploración del sentir y del pensar que contagia al lector. Y eso es Mónica Ojeda en esta novela. Escribe con su corazón y sus emociones y las de las palabras guiadas por el intelecto. Una escritora y poeta sentipensante que conjuga la “razón poética”, la de la filósofa y poeta española María Zambrano. Así, Chamanes eléctricos en la fiesta del sol no es solo una obra clave de Mónica Ojeda, sino importante en la literatura en español y más allá. Una novela con resultados enormes y entusiastas donde demuestra que la palabra y el lenguaje son seres vivos extraordinarios.

La fuerza de la escritura con la cual la escritora ecuatoriana se desempeña aquí se aprecia en dos temas cruciales en las artes: tiempo y espacio, la carrera de la búsqueda del ser humano que se siente desamparado emocionalmente y emboscado por la violencia. La literatura lo ha contado con personajes que van desde Ulises en la Odisea, de Homero, hasta Juan Preciado, en Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Mónica Ojeda enfrenta esa realidad con la vivacidad del lenguaje asilvestrado, a la vez que lo domina sin quitarle libertad ni emoción. Y recordando que esos muchachos de su novela “están tratando de recuperar una especie de juventud perdida, porque no se puede ser joven cuando no tienes futuro, la juventud está ligada al futuro necesariamente”.

La música sublima, exorciza, conecta, reconecta en un momento en que caos, belleza y destrucción chocan en bucle creando y renovando todo.

Ya lo dicen las primeras palabras de la novela recordando la frase de Friedrich Nietzsche: “El oído es el órgano del miedo”. Y aquí, también, de salvación, de refugio, de placer, de liberación, de conexión de todos los sentidos porque la música une. Esta narración polifónica relata el viaje de Noa, que va en busca de su padre que la abandonó de pequeña, y de Nicole, su amiga, y un grupo de jóvenes extraviados por la vida que acuden al festival Inti Raymi, la fiesta del Sol, al volcán Chimborazo. La música ancestral y experimental funciona como imán y a su ritmo practican rituales antiguos y nuevos, todo aquí junta las raíces con el presente en ebullición en un nuevo tiempo. Avanzan, escuchan, viajan física, sensorial y mentalmente, se transforman, exploran, reclaman y sus itinerancias las acompañan el coro de voces de las Cantoras.

Mónica Ojeda lleva a sus personajes al origen para regresar al lugar al que ya se pertenece y seguir de largo en nuevas búsquedas. Ecos de autores como Juan Rulfo o William Shakespeare con su “La vida es una sombra… Una historia contada por un idiota, llena de ruido y furia”.

La irrealidad como real. La mitología y lo ancestral como algo irrenunciable que vive en el torrente sanguíneo y emocional. El mestizaje como algo propio de nuestra naturaleza. Los afectos para reducir la oquedad del alma.

Mónica Ojeda y las portadas de sus siete libros, en 2024. /WMagazín

Hija de una clase social media de Ecuador, la madre de Ojeda es profesora, ex viceministra de Educación y ex vicerrectora de una universidad, y el padre es ingeniero, Mónica Ojeda compartió su yo en movimiento, su experiencia vital y de escritora y de Chamanes eléctricos en la fiesta del sol en esta vídeo entrevista desde su casa en Madrid. Pocos autores me han dado tantos titulares y de distintos temas:

Winston Manrique Sabogal. La primera vez que llegó a España tenía veintipocos años y fue para hacer un máster.

Mónica Ojeda. Vine a España, por primera vez, en el 2011 a hacer un máster de la Pompeu Fabra, de Barcelona. Era un máster de creación literaria, y en ese máster escribí mi primera novela que no está publicada en España y que se titula La desfiguración Silva. Gané un premio en Cuba, el Alba Narrativa, y se publicó allí y en Ecuador. Después estuve viviendo en Madrid, estudiando en otro máster de Filosofía y Crítica de la Cultura en la Carlos III. Mientras estudiaba escribí Nefando, que es mi segunda novela. Regresé a Ecuador y pasaron unos dos años hasta que editorial Candaya me respondió y me dijo que quería publicarla. Se publica en el 2016. Luego me mudo a vivir otra vez a Madrid, había estado entre Ecuador y España, pero no terminaba de mudarme ni a un sitio ni a otro.

W. Manrique Sabogal. ¿Qué la lleva a vivir en Madrid o en España?

Mónica Ojeda. Primero, la violencia; la calidad de vida que podía tener acá con respecto a poder poner los pies en la calle sin tener miedo de que me pasara nada. Y, luego, que había empezado a publicar con Candaya. Vi que podía intentar vivir en España, trabajar como profesora de literatura, publicar con una editorial que es de Barcelona. Entonces todo se me geolocalizaba acá. A finales de 2017 me mudo a Madrid, ese año fui elegida para Bogotá39 y en febrero del 2018 sale Mandíbula y, en 2019, gano el premio Next Generation Prize en Holanda, por esa novela.

W. Manrique Sabogal. Y, entre medias, dos poemarios.

Mónica Ojeda. Es verdad, publico el poemario El ciclo de las

Piedras, en 2015, e Historia de la leche, en 2019.

Winston Manrique Sabogal. La poesía es muy importante en su narrativa.

Mónica Ojeda. Sí, sí, sin duda, aunque El ciclo de las piedras salió solo en Ecuador.

Winston Manrique Sabogal. En Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, está el Festival Ruido Solar, y al comienzo dice que es donde se encuentra a todo tipo de personas, músicos, performances. Es una fusión, un punto de encuentro de creación de muchas expresiones artísticas, y conviven allí en armonía, donde el centro son los sonidos, la música, la palabra, el lenguaje. Y su novela se va convirtiendo en lo que narra, porque la definición que hace del Festival Ruido Solar es, en parte lo que es su propia novela, una conjunción y encuentro de formas de expresión, que es una tendencia. Toda la vida ha existido. Hay una especie de liberación de los creadores en todas las artes en una confluencia, una especie de big-bang de la propia creación, donde el autor se siente realmente libre

Tiempo y espacio ocupan un lugar relevante en la novela. ¿Cree, como dicen algunos creadores, que en las artes el tiempo no existe, sino que todo es a la vez y que las artes dialogan? ¿Qué es el tiempo para usted?

Mónica Ojeda. Es una pregunta muy difícil. El tiempo es una forma de hacer vivir el cuerpo en un lugar, en un contexto. Lo que me interesa del arte es que te propone un tiempo disímil, a la vez que vives en tu cotidianidad. Escribir un libro para mí es convertirte en un hacedor de tiempo. Haces un tiempo distinto que, además, rivaliza con la temporalidad cotidiana. Tiene que ver con poder abrir espacio al pensamiento y a los sentires, porque, además, especialmente, en los tiempos que corren, cada vez, hay menos espacios para pensar. Entonces, la obra de arte se convierte en una rotura del tiempo veloz, la velocidad es la enemiga del pensamiento; además te propone otras formas de vivir y de experimentar ese desenvolvimiento del cuerpo en un espacio y en un contexto determinados.

La poeta y narradora Mónica Ojeda. /Fotocortesía Random House

W. Manrique Sabogal. Habla de cuerpo y movimiento, que los activa la música que atraviesa toda la novela, ¿qué es la música?

Mónica Ojeda. Es muchas cosas. La música es aquello que despierta el cuerpo vibrátil, un cuerpo tembloroso. La música hace del cuerpo algo no útil. Cuando suena la música y el cuerpo baila, de repente, el cuerpo baila no para conseguir otra cosa, no como el medio para un fin, sino únicamente para estar viviendo y estar desplegándose. La música despierta, también, la creatividad del cuerpo. La música es una introspección, es la posibilidad de entender un lenguaje, otro que no sea el de la lengua, es ir hacia la voz y no hacia el logos necesariamente, es ir hacia el mito y no necesariamente hacia el logos. Entonces, también, es un lugar de lo abisal, es un lugar de lo liminal, de lo que no puede ser nombrado.

Winston Manrique Sabogal. ¿Y el ruido, que es anterior a la música?

Mónica Ojeda. Creo recordar que en El mundo en el oído. El nacimiento de la música en la cultura, Ramón Andrés dice algo así como: primero no fue el verbo, sino el sonido; antes del verbo estuvo el sonido. De cierta manera, el sonido, también, es el lugar del origen, es algo que está vinculado a la palabra, porque, como bien decía Nietzsche, la palabra es un impulso sonoro transformado en sonido, eso es lo que es. Y, como a veces vivimos aplastados por el imperio de logos, olvidamos que la palabra es pura metáfora y puro sonido y que, en realidad, los cimientos con los que levantamos nuestras ideas sobre las cosas son bastante endebles, bastante frágiles, son cimientos de la imaginación y de la sensibilidad. El sonido nos recuerda eso.

Nos recuerda también aquellas cosas que no están físicamente presentes, lo invisible, lo que se siente, pero no se ve. De cierta manera, te obliga a pensar en un sentido que es radicalmente importante y, sin embargo, está supeditado al imperio de la vista; como el imperio del sentido del oído está siempre como supeditado al de la vista de cierta manera, y, sin embargo, cuando, de repente, escuchamos sonidos, ese desconcierto de que hay algo que estoy sintiendo que no veo, y esa disociación te conectan con lo místico, con lo misterioso, con todas aquellas presencias que no se pueden ver, pero que sí están porque tu cuerpo tiene otras formas de captarlas.

Winston Manrique Sabogal. Lo ancestral, el hilo que conecta con el origen del origen de los sonidos y la propia música.

Mónica Ojeda. Es el origen también del miedo, de la fragilidad. Cuando pienso en música, pienso en sonido, no solamente en la contemporaneidad y en nuestra manera de relacionarnos con el sonido y con la música, sino en cómo el sonido está vinculado al peligro, al poner el cuerpo en un cierto temblor como en la literatura de terror, por ejemplo. Y si pensamos en el cine de terror, si le silencias el sonido a la película no te da nada de miedo, hay algo en el sonido que avisa, hay algo del sonido que alerta y te recuerda el origen de nuestra especie en esas cavernas. Te recuerda, un poco, la idea maravillosa de estar en la oscuridad de una caverna atento al sonido porque te avisa de cosas que están lejanas.

Winston Manrique Sabogal. ¿Qué es el miedo?

Mónica Ojeda. El miedo es la conciencia de que uno es vulnerable, por lo tanto, es algo que nos atraviesa a todos. Creo que, a veces, en determinados contextos, generamos la fantasía de que no somos vulnerables y eso nos impulsa a vivir sin miedo, pero es una fantasía. La realidad es que la vida es frágil, es tierna por eso, porque es muy frágil.

W. Manrique Sabogal. Una emoción determinante el miedo, o las emociones.

Mónica Ojeda. Sí. Un cuerpo emocionado es un cuerpo que está en disposición de crear. Me parece que las emociones pueden paralizarte, pero también pueden impulsarte, tienen ese doble rasero. El cuerpo hace lenguaje y hace baile y hace música cuando está emocionado. La emoción es como ese impulso de gestar algo que está más allá de ti, de trascenderte, y a su vez es curioso, porque también es, cada vez, ser más lo que eres, pequeño, frágil, atravesado por el miedo.

W. Manrique Sabogal. ¿El movimiento o la migración? Porque en la novela van dos muchachas, y hay una travesía física y emocional, exterior e interior, individual y colectiva. Usted ha migrado, que es algo casi innato de la naturaleza humana, la migración, el nomadismo más que el sedentarismo. ¿Qué es para usted, la migración, el movimiento?

Mónica Ojeda. La migración depende de cada tipo de migración. Así que voy a hablar específicamente de qué es la migración en mi caso biográfico. Para mí ese desplazamiento está vinculado con un renombrarte, con un, de cierta manera, conocerte en otro espacio geográfico. Por lo tanto, sí está ligado con lo que dices del viaje como un emprendimiento de algo transformador. Estás tratando de transformarte o de experimentar algo distinto que te haga sacudirte de alguna manera. Pero también para mí ese viaje implica un compromiso, y es un compromiso con el propio dolor, porque migrar para mí es cambiar unos dolores por otros. No es una huida del dolor, aunque, a veces, uno cree que puede llegar a serlo, no es una huida, porque el dolor igual que el territorio uno los lleva encima como el caparazón de una tortuga, allá donde vayas los llevas. Pero en ese desplazamiento sí hay una dislocación que te permite renombrar y repensar tu propia geografía, territorio, historia y, entonces, hay un ejercicio de, por lo menos, salir de la parálisis.

Vídeo de Mónica Ojeda leyendo un fragmento de su anterior libro, el volumen de cuentos ‘Las voladoras’ (Páginas de Espuma), para WMagazín.

W. Manrique Sabogal. En la novela, la naturaleza está presente en todo su esplendor, para lo bueno y para lo malo, amistosa y amenazante, conocida y extraña. Hay un momento que me transmite la idea de la propia creación del universo, caos y belleza en bucle. Palpita el temblor del temblor del que habla. Es la naturaleza en un estado muy natural y de abrigo.

Mónica Ojeda. Retomando el tema del viaje introspectivo, cuando uno hace un viaje hacia el interior encuentra la naturaleza, no esa naturaleza edulcorada, no idealizada, no en contraposición con la ciudad ni mucho menos. No nos vamos a poner rousseaunianos, ni mucho menos, el buen salvaje ni nada de eso, no, tiene que ver con la naturaleza y el vínculo que uno establece con lo concreto, con la tierra en la que vive, con los espacios, también la geografía como moldeadora del pensamiento. Me gusta pensar en la naturaleza también como esas dos vías: la vía de lo humano, de la naturaleza que nos empapa de emociones contradictorias y de acciones contradictorias. Luego, también, la naturaleza como ese territorio más que un paisaje, porque el territorio te remite a lo que habita, y paisaje parece que es algo que ves desde lejos, desde una cierta distancia. Sí, me interesaba mucho en la novela trabajar sobre cómo esa naturaleza que puede ser pesadillesca, puede ser también el lugar de imaginación del futuro.

W. Manrique Sabogal. En esta combinación de temáticas, uno de los impulsos, si no el impulso, es un afecto, un sentimiento, por lo menos el de una de ellas, muy concreto, que es el que vertebra la historia de la novela como un árbol: el amor, la búsqueda de un amor paterno. De hecho, termina con algo así como “un corazón es un refugio”, el refugio donde la música baila. Hay una especie de orfandad afectiva, sentimental. La necesidad del ser humano, el impulso vital de buscar afecto, amor, que conecta con lo que acaba de decir de que en estas velocidades tratamos de enmascararnos o de ser un poco más rudos cuando, en el fondo, somos frágiles y necesitamos y/o queremos ser amados, amar.

Mónica Ojeda. Sin duda. Estoy de acuerdo con una parte de la novela en donde un personaje llega a la reflexión de que un refugio no es un lugar, sino una emoción. Por eso el tránsito es constante, porque no hay un lugar de refugio, lo que hay es la emoción del refugio en algún sitio, en un contexto específico, y es una emoción, a veces, fantasiosa. En realidad, ese desamparo existencial es un desamparo que nos atraviesa a todos los que tenemos que salir de nuestras tierras azotadas por la violencia. Hay un desamparo existencial que no se llega a cubrir ni siquiera cuando te vas a un lugar más tranquilo o más seguro.

Lo que me interesaba, justamente, en la novela, era trabajar estos personajes que están subiendo al páramo andino, escapando de ciudades en donde la violencia es inenarrable, y están en esa subida reclamando una cosa o dos: el refugio y, lo segundo, ser jóvenes. Están tratando de recuperar una especie de juventud perdida, porque no se puede ser joven cuando no tienes futuro, la juventud está ligada al futuro necesariamente.

Para poder imaginar un futuro necesitas estar con el cuerpo más amplificado y desplegado y, en las ciudades, de donde, vienen esos personajes, donde el miedo y la violencia sólo los hace replegarse, no pueden imaginar el futuro, no pueden realmente expandir el cuerpo. Para ellos es muy importante ese momento de viajar a un festival que puede parecer, como cuando uno va a una fiesta, una especie de huida, pero, paradójicamente, no es nada más.

La huida también es hacer cada vez más sensible un cuerpo que en la cotidianidad está dormido o paralizado o atemorizado; porque en la cotidianidad no sientes nada y, por eso, necesitas esos chutes de energía que te da ir a un concierto, que te da ir a una discoteca, que te da ir a un festival, etcétera. Revivificar las experiencias del cuerpo. Y eso es algo, extremadamente, político y tiene que ver con la construcción de la necesidad, el hambre por un refugio.

Estos personajes están, como te dije, desamparados, pero tienen deseo de amparo y ese deseo de amparo solamente se puede satisfacer en la misma tierra, no hay otro lugar en donde ampararse que no sea la tierra. Lo que hacen es realizar un desplazamiento geográfico, pero siguen buscando un poco. En el fondo, lo que late es esta misma idea de una tierra prometida. Y la tierra prometida no es un paraíso, necesariamente, como lo pensamos judeocristianamente, sino un espacio en donde se pueda imaginar que hay un futuro, es algo tan básico como eso. Por eso ellos suben, no en busca de esa emoción del refugio, y por eso se siguen moviendo, porque la emoción del refugio, en realidad, sigue pidiendo más y más y no termina de satisfacerse en ningún sitio.

W. Manrique Sabogal. La palabra y el lenguaje son protagonistas en Chamanes eléctricos en la fiesta del sol. ¿Cuándo siente que llega su liberación del lenguaje? Ya lo venía haciendo con Mandíbula, por ejemplo, pero aquí es más suelto y a la vez más controlado, lo domina. Hay un salto muy grande que gana en el ritmo y lo sensorial.

Mónica Ojeda. Ha sido un camino. Ya que hemos estado hablando tanto del viaje, un camino de ejercicio con la palabra de madurez, de ir cambiando… Ya no soy la misma persona que escribió Mandíbula ni Nefando y dentro de unos años no seré la misma que escribió este libro. Tiene que ver con los cambios epocales. Lo que sí puedo decir es que siempre he visto la palabra desde la ludicidad. Me parece que la escritura es un lugar del juego, pero no desde la perspectiva del juego banal, sino del juego como un lugar de despliegue de creatividad y de prueba de posibilidades, de otras alternativas.

Creo, como dice María Negroni, que el gran personaje de sus libros es el lenguaje, es la palabra. Me parece que cuando yo me siento a escribir lo que más me importa es qué voy a sentir con estas palabras, qué tipo de experiencia discursiva voy a elaborar en este libro. Y, luego, la historia. Los personajes son importantes, por supuesto, pero me parece que es la parte quizás más fácil de hacer, inventar una historia. Construir un personaje es algo más mecánico, incluso puede llegar a ser artificioso, hay técnicas.

Pero no hay técnicas para escribir un gran párrafo. Nadie te dice en qué párrafo va a salir la poesía, eso no… no se puede… no se puede ni premeditar, ni nada. En cambio, si tú haces el esquema de la novela en cuanto a la trama y tal, eso lo puedes tener delante de ti antes de escribir.

Pero lo inesperado, lo asombroso, lo fascinante de la escritura sale en esa relación de uno a uno con la palabra como un elemento sonoro, rítmico, cadencioso, en ese sentido está vinculada a la música. No es para nada extraño que la literatura haya surgido cantada, bailada, alrededor de una hoguera. Allí hay una cosa que me atrae profundamente del acto escritural: el hecho de que no sepas, en realidad, aunque tengas unos instrumentos, un oficio con el que trabajas, por supuesto, pero en el fondo no sabes nunca qué libro vas a escribir. Porque las posibilidades, si tú te permites, no desde una rigidez, sino desde una fluidez de la escritura y del pensamiento, las posibilidades del libro son infinitas. Te pueden salir muchas cosas. Trato de no quitar esa parte lúdica, no tratar de hacer, de ponerle demasiadas riendas al ejercicio de la escritura. Por supuesto que hay que controlarlo, por supuesto que hay un oficio, pero, también, poner demasiado control sobre la escritura, para mí, ya eso no es un ejercicio artístico, es un ejercicio de otro tipo.

W. Manrique Sabogal. Más racional que emocional.

Mónica Ojeda. ¡Sí! Hay que controlar las dos cosas. El arte es un ejercicio. Me encanta el concepto de razón poética que utiliza María Zambrano en sus libros de filosofía, porque no te habla de la poesía por un lado y la razón por otro, sino que te está diciendo: Aquí hay otra forma de obtener sentido, es otra forma de pensar, una forma que no es la cotidiana, no es la razón del sentido común, pero la poesía tiene sus propias razones, tiene sus propios métodos, igual la escritura literaria.

No es que la emoción esté por encima de la razón o la razón por encima de la emoción, no, es una sinergia, una mixtura en donde habita una razón poética, en donde las dos cosas están juntas y eso no es lo que ocurre en nuestro diario vivir. El discurso sobre todo está buscando una razón instrumental, el discurso cotidiano de la vida, de las ciudades, sobre todo. Pero no hay un discurso instrumental, o no debería haber un discurso instrumental en los libros, en donde el lenguaje hace otra cosa, piensa otras vías, otros desvíos.

W. Manrique Sabogal. ¿Escribe con música?

Mónica Ojeda. A veces sí, a veces no.

W. Manrique Sabogal. ¿En silencio?

Mónica Ojeda. Prefiero escribir en silencio, porque así puedo escuchar mientras estoy escribiendo el ritmo y el pulso del texto. Para mí la escritura es el sonido, también, como lo que estábamos hablando, y eso implica tener el oído muy fino. Escribir es como componer un poco, como componer una canción. Pero cuando estoy en un lugar, porque, a veces, me gusta geolocalizarme, relocalizarme, sacar mi computadora, irme a otro sitio a escribir y, de repente, hay mucho ruido y hay interferencias que yo no decido, prefiero ponerme música, porque puedo yo elegir la canción y decir bueno, este texto tiene este pulso, voy a buscar un tema que vaya un poco acorde a esto. Lo he hecho, pero prefiero el silencio.

W. Manrique Sabogal. ¿Le parece que en la literatura actual priman la temática o las ideas frente al arte real de la escritura y la búsqueda de esa belleza y de vivificar la propia palabra?

Mónica Ojeda. Sí, sí, sin duda. Hay muchas formas de enfrentarse a la escritura. A mí los libros que me interesan como lectora son aquellos que están explorando la palabra y las posibilidades de la palabra. Pero sí creo que, a veces, la manera en la que muchos escritores se pueden llegar a enfrentar a la escritura es otra, con un enfoque más hacia contar determinadas historias, contarlas en un orden más clásico, y es algo normal, se ha dado siempre en la historia, frente a libros menos experimentales, y normalmente van a tener un público más amplio.

W. Manrique Sabogal. Van por un camino ya conocido.

Mónica Ojeda. Y, sobre todo, porque a nosotros como especie nos encanta reconocernos. Los cambios, lo nuevo nos gusta, pero tampoco tanto, en realidad. Lo nuevo es como la repetición, pero con variaciones. No nos gusta tanto lo radicalmente diferente, es una cosa como de experiencia humana. Yo no digo que estén mal esas escrituras, ni mucho menos; hay libros que incluso me pueden gustar en su forma conservadora, pero que tengan una palabra sensible. Incluso hay libros que tienen una forma conservadora, pero la palabra no es conservadora en ese sentido, porque hay algo que te conmueve cuando lo estás leyendo. La escritura es ese animal de múltiples cabezas, no hay una sola forma de escribir, afortunadamente, sino varias.

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Winston Manrique Sabogal

Un comentario

  1. Querido amigo: Soy de aquellos lectores que me gusta saber a quién leo. Sin embargo, creo que encasillar a un escritor en un género o en un tipo de narrativa es como ponerle un corsé. Los que escribimos, escribimos según nos dicta nuestra propia inspiración. ¿Cuáles son los límites de un estilo y dónde nos pasamos a otro patio? Es difícil manejarlo. Para saber cómo es la narrativa de Mónica, podrías entregarnos un par de párrafos. Me estas obligando a ingresar al ciber espacio a buscar algo escrito por ella antes de decidirmo a adquirir un libro. Ayúamos y coloca un par dde fragmentos de esta última tan comentada obra suya. Gracias.

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