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El escritor británico Martin Amis (1949-2023) con portadas de algunos de sus libros. Foto de la portada del ensayo ‘El roce del tiempo’./WMagazín

Muere Martin Amis, el escritor británico influyente y apasionado con la literatura y el debate

El autor de obras como 'Dinero', 'La flecha del tiempo' y 'Experiencia' formó parte de una generación brillante de escritores británicos. Recordamos sus obras emblemáticas y recuperamos pasajes clave de su último libro: 'Desde dentro'

Murió Martin Louis Amis, a los 73 años, uno de los autores británicos más influyentes, polémicos y audaces del último medio siglo. Un escritor e intelectual en diálogo y debate permanente con la literatura y el presente. Nació en Gales el 29 de agosto de 1949 y murió en Estados Unidos el 19 de mayo de 2023, de cáncer de esófago.

Martin Amis se abrió paso bajo la sombra portentosa de su padre y escritor Kingsley Amis y perteneció a una generación brillante de autores formada por Salman Rushdie, Julian Barnes, Ian McEwan, Hanif Kureishi y el Nobel de Literatura Kazuo Ishiguro. Su mirada precisa y acerada la vestía de humor, sátira o ironía, o todo a la vez. Abordó temas polémicos que incluyen el Holocausto, Hitler, Stalin, la crisis de la sociedad británica, el consumo voraz y los caprichos de la sociedad contemporánea. Sus escritores tutelares eran Vladimir Nabokov y Saul Bellow, el poeta Philip Larkin y su amigo Christopher Hitchens.

Empezó en el periodismo como editor del suplemento literario The Times, The Obsever y The New Statement. Con 24 años (1973) debutó con éxito en la literatura con la novela Los papeles de Rachel. Entre su veintena de obras de ficción, ensayo, memorias y autobiografías destacan Niños muertos, Dinero, Campos de Londres, La flecha del tiempo, La información, Lionel Asbo: El estado de Inglaterra, Experiencia, Koba el temible: La risa y los Veinte Millones, La zona de interés y Mar gruesa (Todos en editorial Anagrama).

Su último libro fue Desde dentro (2020), una obra mestiza entre géneros, que tardó casi veinte años en escribir porque buscaba la forma más certera y eficaz de contar lo que llamaba la verdad de su vida interrelacionada con el resto de la vida.

Martin Amis acuñó varias frases célebres, y algunas polémicas, una de las más literarias fue:

«Un buen libro es aquel que cuando terminas de leerlo te entran ganas de pagarle una copa a su autor».

Y los siguientes libros de Martin Amis bien valen un brindis en su nombre:

Niños muertos: A partir de un grupo de personas en un lugar aislado, el autor ajusta cuentas con la cultura del placer inmediato, del sexo, las drogas y la fama.

Dinero: La historia de un hombre hecho a sí mismo y exitoso, pero incapaz de comprender el mundo que lo rodea, lo cual lo condena a la desolación.

La flecha del tiempo: desandar la Historia, literalmente, ir en el tiempo de adelante hacia atrás, para desmenuzar ciertos acontecimientos y tratar de descifrar el origen de ciertos males contemporáneos. Ir al Holocausto, por ejemplo.

La información: El paso del tiempo a través de la amistad, el paso del tiempo a través de la literatura y la vida, el paso del tiempo a través de la muerte.

Lionel Asbo. El estado de Inglaterra: Un retrato crudo del desmoronamiento de la vieja Inglaterra a la que pone frente al espejo de sus realidades incómodas.

Mar gruesa: Nueve cuentos extraordinarios sobre la realidad oscura del presente desde la vida de las personas y la sociedad, con temas de espaldas a la corrección política.

Experiencia: La autobiografía en otro nivel donde se mezclan realidad, ficción, pensamiento y la reflexión sobre cómo dicha ficción puede iluminar la verdad.

Koba el Temible. La risa y los veinte millones: Una mirada sobre la muerte a través de Stalin y sobre cómo los intelectuales del siglo XX fueron tolerantes con la tiranía estalinista y el comunismo inclemente.

La zona de interés: El Holocausto a través de las voces de los verdugos, obliga a mirar el mal desde dentro.

El roce del tiempo. Bellow, Nabokov, Hitchens, Travolta, Trump y otros ensayos (1986–2016): Es una antología de textos donde expresa su vena periodística, con perfiles de algunos de sus dioses tutelares, crónicas políticas y análisis de situaciones de este tiempo.

Desde dentro: Su último libro y la suma de su estilo, sus temas y sus audacias que buscaban borrar los géneros.

Los siguientes son algunos pasajes de Desde dentro (2020) que hablan de él, de su yo más personal y público, de dónde residía ese hombre crítico y polémico, y uno de esos lugares era el amor por la literatura, la pasión por comprender la vida, el cariño por la ternura:

El Nido vacío

«Elena y yo… –aún no estamos en esa etapa de nuestra vida, pero la vislumbramos ya claramente–. Me refiero al Nido Vacío. En la vida de una persona normal hay como media docena de momentos cruciales, y a mi juicio el Nido Vacío es uno de ellos. Y ¿sabes? No estoy seguro de lo mucho o poco que debo preocuparme al respecto.

Algunas gentes de nuestra edad, que han visto cómo sus últimos retoños levantan el vuelo y se pierden en la lejanía, han sucumbido en cuestión de minutos a depresiones profundas. Y como mínimo mi mujer y yo empezaremos a sentirnos como esa pareja de Pnin, totalmente solos en una casa grande y vieja y llena de corrientes que ‘ahora parecía venirles ancha, como la piel aflojada y la ropa colgante de un chalado que hubiese adelgazado una tercera parte de su peso’. En palabras de Nabokov (uno de mis héroes) en 1953”.

Nabokov

«Vladimir Nabokov… Él tenía todo el derecho y la acreditación para acometer una novela autobiográfica. Su vida no fue ‘más extraña que la ficción’ (frase muy cercana al sinsentido), pero estuvo llena de peripecias azarosas y de glamur geohistórico. Escapa de la Rusia bolchevique y busca refugio en el Berlín de Weimar. Escapa de la Alemania nazi y busca refugio en Francia, país pronto invadido y ocupado por Hitler. Escapa de la Wehrmacht, y busca –y encuentra– refugio en Norteamérica (en aquellos días, brindar asilo era algo inherente a la esencia de Norteamérica). No, Nabokov era un caso harto raro: un escritor a quien las cosas ‘le pasaban’ de verdad».

La derrota de la ira

«¿En general? Oh, soy un padre ridículamente permisivo e indulgente –como mis propios hijos han tenido ocasión de señalarme–. ‘Eres un buen padre, papá’, se me sinceró Eliza cuando tenía ocho o nueve años, un día en que yo estaba solo a su cargo. ‘Mamá también es una madre estupenda. Aunque a veces puede ser un poco demasiado estricta’-

Lo que quería decir estaba claro. Soy incapaz de encarnar la severidad, y para qué hablar de imponerla. Se necesita un verdadero enfado para eso, y la ira es algo que casi nunca siento. Intenté ser un padre iracundo, pero solo una vez y durante seis o siete segundos. No con mis hijas sino con mis hijos Nat y Gus (que ahora tienen unos treinta años). Un día, cuando tenían –también– unos ocho o nueve años, su madre, mi primera mujer, Julia, entró en mi estudio fuera de sí y dijo:

– Están más horribles que nunca. Lo he intentado todo. ¡Así que ahora ve tú!

‘Así que ahora ve tú…’. Me sugería que entrase en casa e impusiera algo de furia masculina.

Obediente, entré en tromba en el cuarto de los chicos y grité:

– ¡Muy bien! ¿Qué diablos pasa aquí?
– … Oh –dijo Nat, con un lánguido alzamiento de las cejas–. Mira cómo se ha enfadado papá…

Y eso fue todo, en lo que a furia se refiere.

El caso es que no puedo con ella…, con la ira. Los Siete Pecados Capitales deberían revisarse y ponerse al día, pero de momento deberíamos recordar siempre que la Ira forma parte de este clásico septeto. Con la ira…, ¿cui bono? Compadezcamos la ira. Compadezcamos a aquellos que la expanden y a aquellos que están en el otro extremo. Anger (‘ira’), del noruego antiguo; angre (‘agravio’), angr (‘aflicción’). Sí, aflicción. La ira es casi tan transparentemente autopunitiva como la envidia.

En la esfera parental soy inocente en cuanto a la ira, pero confieso que el pecado capital al que soy proclive es la Pereza. La pereza moral. Que hace que recaiga más quehacer en la madre. Se lo advertí a Elena, un tanto lastimeramente (después de todo, tenía cincuenta años cuando nació Inez). Le dije: ‘Voy a ser un padre emérito (‘retirado, pero autorizado a retener el título de modo honorífico’)’. Así que, en términos generales, un padre perezoso, aunque presto –y deseoso y agradecido– a aceptar ese honor».

Ser escritor

«– Bien. ¿Cuántas de vosotras habéis pensado alguna vez en ser escritoras? –Y, podéis creerme, las manos que se alzaron en un minuto no fueron pocas. Proseguí–: Bien, pues el caso es que las que sabéis casi con exactitud lo que es ser un escritor… sois precisamente vosotras. Vosotras, que tenéis catorce o quince años, la edad en que accedéis a un nivel nuevo de autoconciencia, o a un nivel nuevo de percepción de vosotras mismas. Es como si oyerais una voz, que es la vuestra pero no suena como tal. No del todo; no es la voz a la que estabais acostumbradas: suena más articulada y con más criterio, más reflexiva y más traviesa, más crítica (y autocrítica), y también más generosa y compasiva. Y os gusta esa voz más avanzada, y un buen día, para mantenerla, os veis escribiendo poemas, o quizá llevando un diario, o empezando a llenar un cuaderno de notas. Y, como en aceptación de esa soledad nueva, os deleitáis en vuestros pensamientos y sentimientos, y a veces en los pensamientos y sentimientos de otra gente. En soledad.

“Y esa es la vida del escritor. El anhelo comienza ahora, más o menos a los quince años, y si te conviertes en escritor tu vida no va a cambiar realmente. Yo sigo escribiendo medio siglo después, durante todo el día. Los escritores son adolescentes ‘varados’, pero ‘varados’ con sumo contento; disfrutan de su ‘arresto domiciliario’… A vosotras el mundo se os antoja extraño: ese mundo adulto que ahora atisbáis desde el presente, con inevitables ansias pero aún desde una distancia prudencial. Como en las historias que Otelo cuenta a Desdémona, las historias que conquistan su corazón, el mundo adulto parece ‘extraño, sumamente extraño’, y también ‘lastimoso, maravillosamente lastimoso’. Un escritor nunca va más allá de esa premisa. No olvidemos que el adolescente sigue siendo un niño; y un niño ve las cosas sin presuposiciones, y sin el refrendo de la experiencia.

Para concluir sugerí que la literatura, esencialmente, tiene que ver con el amor y con la muerte. Y no me extendí sobre ello. A los quince años, ¿qué sabes del amor, del amor erótico? A los quince años, ¿qué sabes de la muerte? Sabes lo que les sucede a los jerbos y a los periquitos; y quizá sepas ya lo que les sucede a los familiares de más edad, incluidos tus abuelos. Pero aún no sabes que también va a sucederte a ti. Y seguirás sin saberlo otros treinta años. Y durante otros treinta años no tendrás que enfrentarte personalmente al problema realmente arduo; solo entonces te verás obligado a adoptar la posición más difícil…».

La verdad de las novelas

«Bien, eres un lector minucioso, y eres aún muy joven. Eso, en sí mismo, significaría que también tú has pensado en ser escritor. Y quizá estás ya escribiendo algo. Es un asunto muy delicado, y merece serlo. Las novelas, en particular, son algo muy delicado, porque estás poniendo al descubierto quién eres en realidad. Ninguna otra forma de escritura hace esto, ni siquiera unos Poemas completos, ni ciertamente una autobiografía o unas memorias impresionistas como las de Habla, memoria, de Nabokov. Si has leído mis novelas, lo sabes absolutamente todo de mí. Así que este libro no es sino otra entrega –y los detalles suelen ser de agradecer.

Mi padre, Kingsley, tenía una buena fórmula de partida en lo relativo a los temas delicados. Y era la siguiente: ‘Habla de ello lo que se te antoje, mucho o poco’. Muy civilizado, y sí, muy delicado. Quizá quieras hablar de tus cosas, o quizá no. Pero no tienes por qué sentirte cohibido. Mi padre lo dijo en una nota notablemente acertada y sucinta: No quiero que esto trate de mí. Bien, yo tampoco quiero que esto trate de mí; pero es la tarea que me he impuesto».

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