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Vladimir Nabokov en la portada del libro ‘Sueños de un insomne’ (Wunderkammer)./Fotografía de Philippe Hassman-Magnum Photos

Nabokov: su llanto y sus miedos ante la amenaza de pérdida de sus padres en sueños

El autor de 'Lolita' hizo un experimento sobre el Tiempo al describir cada mañana los sueños de la noche anterior. Momentos-relatos muy reveladores reunidos en 'Sueños de un insomne'. WMagazín publica en primicia tres pasajes íntimos y pistas sobre su reflejo en sus obras

Presentación WMagazín Vladimir Nabokov, uno de los grandes escritores del siglo XX, empezó en 1964 un experimento: tan pronto se despertaba escribía lo que había soñado. Ello siguiendo las instrucciones del filósofo británico John Dunne de que a veces se sueña algo que va a ocurrir. El resultado son 64 sueños-relatos con su respectivo episodio diurno los cuales sirven de ventana a la vida íntima y pensamiento del autor de obras como Pálido fuego y Lolita. Son episodios curiosos, surrealistas y evocadores de su propia vida que ahora se publican en español como Sueños de un insomne. Experimentos con el tiempo, editado por Wunderkammer, y que llegará a las librerías el 23 de septiembre de 2019.

WMagazín avanza en primicia cuatro sueños, cuatro relatos, cuatro pasajes de Nabokov relacionados con su infancia, su madre y su padre. Tres episodios de altura narrativa y enigma existencial en los que se ve como un niño ahogado en llanto o como corre hacia su madre mientras la tierra la aleja o cómo enfrenta el asesinato de su padre. Algunos de los sueños de Nabokov o parte de ellos están reflejados en varios de sus libros.

Sueños de un insomne cuenta con un aparato que lo sostiene muy bien dividido en cinco partes: la primera explica el tratado de John Dunne, la segunda es la transcripción-descripción de los sueños, la tercera incluye las descripciones de los sueños de los diarios y cartas, la cuarta parte son los sueños inventados por Nabokov y recogidos en sus diferentes libros y la última parte define y amplía el tema del concepto del tiempo en Nabokov,  «como condición fundamental de la estructuración de la existencia y, sobre todo, de la intrincada cooperación entre la memoria y la imaginación en la vida y la escritura narrativa, con resultados a menudo impredecibles: premonitorios a punto de ser proféticos», escribe en el prólogo Gennady Barabtarlo, encargado de la edición. La traducción la han hecho Valerie Miles y Aurelio Major.

Bienvenidos a esta pequeña y reveladora venta del mundo onírico de Vladimir Nabokov y su reflejo en eu vida y en su obra literaria:

'Sueños de un insomne. Experimentos con el tiempo'

Por Vladimir Nabokov

INFANCIA

18. 31 de octubre, 1964— 8.00 AM
Entre varios sueños hubo un recuerdo realmente impresionante de mi primera infancia. Estaba de nuevo inmerso en aquellas terribles pataletas, esas tormentas de lágrimas que mi madre tuvo que soportar cuando tenía entre 4 y 5 años y vivíamos en el extranjero. El sueño me devolvió la perfecta sensación de desastre absoluto cuando al dejarme llevar por completo, al mismo tiempo me daba cuenta de que me estaba alejando cada vez más, con cada sollozo y aullido, de una reconciliación con mi indefensa y angustiada madre. En el sueño de esta noche, estaba [nueva tarjeta] ya en tal tempestad cuando salía corriendo de mi habitación y la de S (inicial de Sergei Nabokov, hermano menor) en un hotel hasta el corredor blanco y me esforzaba por entrar en la habitación de mi madre. Ella no me dejaba entrar, gritaba discordante y bruscamente que se estaba probando algo. Me precipité a un baño y al instante estaba extrañamente de pie sobre la tapa y abrazado al tubo encalado que subía hacia la cosa parecida a una palangana en la que sumergí la cara (el sueño daba de un modo más bien excéntrico la medida [nueva tarjeta] de mi altura por medio de esta posición que al parecer no tenía otro propósito o significado). Mi madre, con ojos brillantes y cara sonrojada, abrió la puerta al final de una especie de vestíbulo que conducía al lugar donde yo sollozaba. Entonces me dejé ir por completo. Infortunadamente en este momento, mi hermano S., a quien vestía la institutriz inglesa, escuchó mis sollozos y se sumó a ellos. Esta doble actuación arruinó el asunto y M (Elena Nabokov de soltera y madre de Vladimir Nabokov) en lugar de consolarme, rompió a llorar ella también.

 

Había estado releyendo (29 de octubre) la versión rusa de Habla, memoria.

MADRE

23. 5 de noviembre, 1964, 7.30 AM (+)
El final de un sueño, pero recordé un tramo más bien largo (el más largo desde que comencé a registrarlos): despido a mi madre. Las 13.00 menos diez minutos; su tren sale a las 13 h. Cogemos un taxi y llegamos cuatro minutos antes de la una. Por entonces la idea de la estación ferroviaria ha sido abandonada y ella debe caminar hasta una especie de estación del téléphérique en la cumbre de una colina. De pronto la estoy ayudando con sus bolsas —ocupándome de las más grandes—, lleva un pequeño y viejo portafolios negro. Me doy cuenta de que no he pagado el taxi y vuelvo a toda prisa, dejando a M. y sus maletas, pero el taxi

[nueva tarjeta, 5 de noviembre, cont] se ha ido. Sin embargo, sé que en breve volverá con otra tarifa —trato de averiguar qué tan pronto—, y me doy cuenta de que está lejos, también de que su método era dejar el pequeño artilugio o parte esencial del mismo, con el motor en marcha —todo ello bien asegurado y cerrado—. Veo el hueco en la fila y tomo uno de los coches vacíos en la parada de taxis, un procedimiento habitual en mi sueño. Mientras tanto, M. ha seguido a un mozo por la colina hasta algo así como un pabellón circular en la cumbre. No le he dado un beso de despedida y eso me incomoda, pero cuando empiezo a darme prisa

[nueva tarjeta, 5 de noviembre, cont.] colina arriba me doy cuenta de que la colina entera —o una colina como una isla, o un transatlántico como una isla o como una colina—, está a punto de irse. Me pregunto cómo no se lleva a más personas, ya que no se advierte a los visitantes que bajen, y entonces deciden hacerlo de inmediato. Bajo con dificultad, me deslizo por una especie de pendiente de morrena y siento que estoy tomando una vía peligrosa por un lado desusado de la colina-isla. Todavía espero ver a mi madre desde algún punto antes de que todo aquello se aleje. Al parecer ya

[nueva tarjeta, 5 de noviembre, cont.] está en movimiento y me preocupa la posibilidad de que se abra una fisura bajo mis pies. Estoy ya entonces sobre un acantilado y hay agua abajo, sin duda nos estamos moviendo, debo bajar, pero no quiero mojarme. Una rama que sobresale me ayuda a balancearme por encima del agua y caer sobre el lado firme sin mojarme los pies. Me abro paso por un camino de maleza. Una mujer joven con un niño pequeño, y muy pronto una mujer mayor aparecen y caminan hasta el embarcadero. (La mujer le dice a su tía:

[nueva tarjeta, 5 de noviembre, cont.] «Tu sais, il fera si bon sleep bien au chaud là-bas». El pequeño plantea alguna objeción, aunque sonríe, y creo que debe estar algo aburrido con esas dos mujeres que no son sus parientes; pero es un niño educado y bondadoso. Veo entonces por el sendero a lo largo del cual se han alejado toda la colina transatlántica apartándose, con muchos recién llegados, su equipaje y sus coches al pie de aquello. Pero no puedo distinguir a mi madre entre las pequeñas siluetas en lo alto del pabellón.

El comienzo de este sueño tiene un antecedente en el capítulo 3 de ‘La verdadera vida de Sebastian Knight’: V. y su madre caminan frenéticamente por el andén porque no pueden abordar el tren para escapar de la Rusia invadida por los bolcheviques sin Sebastian, que sufre un retraso al puro estilo de una pesadilla: «La idea de que dentro de un par de minutos el tren arrancaría y nosotros tendríamos que volver a una helada y oscura buhardilla… era espantosa… Las ocho cuarenta y cinco, las ocho cincuenta». Estaba programado que el tren partiera a las 8.40. De igual modo, la segunda parte de inmediato nos recuerda el final de esa novela: en ella, un hombre moribundo cavila sobre «el desgarro, la partida, el muelle de la vida que se aleja lentamente entre un ondear de pañuelos: ¡Ah! Él estaba ya en el otro lado, puesto que ve alejarse la orilla; pero no, no del todo… Del mismo modo que el que ha ido a despedir a un amigo puede seguir abordo cuando zarpa el barco, sin convertirse por ello en un pasajero».

En ‘El Encantador‘ (1939) este enunciado se parece a la configuración inicial del sueño: «Se negó a tomar el té, y explicó que en cualquier momento llegaría el coche que había pedido en la estación, el cual ya llevaba su equipaje (este detalle, como ocurre en los sueños, tenía algún destello de sentido)».

La mención de un ascensor téléphérique apunta en la dirección opuesta del tiempo: en 1975, mientras cazaba mariposas en los Alpes, Nabokov cayó por una pronunciada pendiente y permaneció desamparado un tiempo largo mientras los teleféricos se deslizaban sobre él a intervalos regulares, y al parecer sus pasajeros tenían al caballero anciano, en posición supina y gesticulando para llamar su atención, por un gracioso turista borracho.

PADRE

38. 22 de noviembre 1964 3.15 AM
En una especie de aula durante una presentación informal o ensayo de una conferencia. En la tarima, mi padre está sentado en una mesa pequeña leyendo y debatiendo algo. Varias personas entre el escenario y yo. Estoy anotando con avidez lo que dice. Mi madre está entre las cuatro o cinco personas sentadas frente a mí. Mi padre ahora está dilucidando una cuestión. La comprendo y agradezco, y me aclaro la garganta un poco demasiado alto mientras trato de anotar su argumentación lo más cabalmente posible. Desde el escenario, de pronto se dirige a mí. Asiento con la cabeza, suponiendo que presentará la posible objeción que he previsto; pero en cambio, me dice: «Incluso si estás

[tarjeta nueva] aburrido ten la cortesía de sentarte en silencio». Me siento profundamente herido y respondo (palabras textuales [traducidas del ruso], elegidas y enunciadas con gran cuidado y dignidad): «Creo que tu observación sobre mí es tremendamente injusta. Escuchaba con atención y con enorme interés». Me pongo de pie y empiezo a irme con la esperanza de que me pidan que vuelva. Pero escucho detrás de mí la voz de mi padre retomando el discurso con un poco menos de convicción que antes. Visualizo en un medallón de luz la entrevista con él de la mañana siguiente, lo imagino con su bata

[tarjeta nueva] de color beige. ¿Debo pasar por alto lo sucedido? ¿Se referirá a ello? Decido filosóficamente —se han presentado antes casos similares dentro de la experiencia onírica—, que el tiempo dirá (es extraño que me haya visto a mí mismo imaginando el futuro en el sueño y recordando vagamente un pasado y que una conciencia del futuro, del tiempo, existía clara aunque algo crudamente en mi mente, es decir, percibí con nitidez el grado de diferencia en la realidad comparativa entre la visión del sueño y la previsión del sueño). Es extraño que mi padre, que era tan bondadoso y alegre, siempre esté tan triste y sombrío en mis sueños.

El padre de VN fue asesinado en una suerte de aula (el Auditorio Filarmónico de Berlín, destinado a conferencias públicas) en marzo de 1922 por un proyectil dirigido a otra persona, Pavel Miliukov, destacado miembro del ala izquierda del partido liberal ruso del cual VD Nabokov era miembro fundador (moderado). Cf. el Sueño III, anterior, y también el posterior Sueño X, en la Parte tercera.

CASA

25 de enero. 7.45 a. m.
Sueño: paso junto a una puerta al otro lado de la cual escucho música lenta, laboriosa, suave, fluctuante. Abro la puerta. Reconozco la habitación de nuestra casa en San Petersburgo (pero no había piano en aquella habitación). Mi padre: el intérprete solitario, melancólico y torpe (aunque no tocó en vida; podía captar y teclear algunas notas, pero a un ritmo incluso más lento que este); parece saber que es la segunda sonata de Mozart que toca V. pero suena más bien vaga y antigua. Lo reconozco por la calva posterior de la cabeza —se parece a Karpovich—, lo cual <es> desagradable, me desanima, en la infancia habría andado hasta él de puntillas y besado la calva. Se vuelve entristecido hacia mí, con una mano grande y floja en el teclado, otra en el regazo. Al ver el nombre «Rodolph» en la partitura, la cual hojeo (con un poco de vergüenza, no acostumbrado a verlo, siempre tan vigorosamente jovial, en este estado depresivo) comienzo a hablar de las dificultades que tuve recientemente para determinar la edad de los personajes en Madame Bovary. Por cierto —prosigo—, es discordante encontrar en algún pasaje de Turguénev:

«En el lado opuesto de la calle había un viejo hombrecillo de unos cuarenta y cinco años». No entiende, parece desconcertado de un modo cansado y apático. «Bueno, le explico alegremente, porque ahora tengo casi cincuenta y dos». Todavía parece desconcertado, triste, benévolo y desconcertado. Me despierto. Tenía mi edad cuando fue asesinado.

La coincidencia de edad es exacta casi hasta la fecha: V. D. Nabokov estaba a noventa y dos días de cumplir cincuenta y dos años cuando fue asesinado el 28 de marzo de 1922; su hijo, cuando tuvo este sueño, estaba a ochenta y ocho días de cumplir cincuenta y dos. Cf. Sueño 38 y también el sueño de Fyodor Godunov-Cherdyntsev en el último capítulo de La dádiva.

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