‘Oppenheimer’, de Nolan, salto exploratorio de la literatura, el Tiempo y la épica desde el cine
El director estadounidense narra la vida del "padre de la bomba atómica" de manera intimista y fascinante. Va más allá del cine y el tema al incentivar el arte de narrar, de contar y de pensar, como la buena literatura. Se basa en la biografía 'Prometeo americano', de Kai Bird y Martin J. Sherwin
Tiempo, espacio, deseo-objetivo y destino para indagar en las grietas de la condición humana regida o condicionada por el tiempo, el espacio, el objetivo-deseo y los derroteros de las decisiones que marcan el porvenir en las que laten dos bombas de relojería: egolatría y poder. Y todo se cierra sobre sí mismo, comienzo y final están en el mismo plano dimensional.
Gotas de lluvia sobre el agua expanden sus ondas al comienzo, gotas de lluvia rizan el final, tres horas después.
Esto es Oppenheimer, la nueva película de Christopher Nolan, como director, guionista y productor, que va más allá del cine y el tema al incentivar la exploración en el arte de narrar, de contar y de pensar, como la buena literatura. Basada en la biografia Prometeo americano, de Kai Bird y Martin J. Sherwin (Debate), el director estadounidense no solo aborda un tema inquietante de gran envergadura, la creación de la bomba atómica y sus paradojas de paz durante la Segunda Guerra Mundial, a través de la vida de quien es considerado su padre, el físico de origen judío Julius Robert Oppenheimer (Estados Unidos, 22 de abril de 1904 – 18 de febrero de 1967), una clase magistral de una investigación y momento de la Historia y el dilema moral que afronta el físico y traslada al espectador. La película entra de lleno en las artes del relato, del cómo, del enriquecimiento de la narrativa que reclama del espectador-lector cierta coautoría. Nolan, como hechicero, trabaja con algo que parece olvidado o desdeñado o considerado anticuado en la literatura, y tal vez sea parte de su aparente agotamiento: la épica. Ya lo dijo la Nobel de Literatura Olga Tokarczuk al recibir el premio en la Academia Sueca.
Y no me refiero solo a la épica de grandes triunfadores, o de héroes y batallas homéricas o de hechos cruciales para la Historia, sino a encontrar e iluminar la épica de las personas, de su mundo interior y/o exterior, de las pequeñas cosas que son grandes para quien las vive. Así, su nueva película cimbrea al arte de narrar, da un salto literario. El director NO comparte la idea de quienes han entendido que para congraciarse con la gente e ir, supuestamente, acorde con estos tiempos de igualdad y cotidianidad hay que escribir como si tal cosa, como si todo fuera corriente y vulgar; por eso, las novelas de estos tiempos tienden a parecerse y carecen de un alma ambiciosa en el sentido de aspirar a la intemporalidad y la interespacialidad. Llevan por bandera el tema, y olvida el cómo, la clave del Arte. Olvidan estos autores que el hechizo no está ahí, y que al ser humano le encanta que le cuentan historias, pero con alma grande.
Christopher Nolan es uno de los cineastas contemporáneos que más y mejor ha explorado la narrativa cinematográfica, en fondo y forma. Explora el cómo contar la historia, el relato, los hechos, el enfoque, los ángulos, la estructura, la voz, las voces. Tiene un estilo, huye del relato lineal, lo suyo puede parecer complicado, pero solo busca la atención del espectador, lo invita a implicarse en la película, en la narración, plantea un juego y busca que la gente complete la historia. NO quiere que su relato se diluya en lo ordinario y, menos, en lo creado casi en serie que provoca una bulimia de consumo cultural del que al día siguiente nadie recuerda ni el título. ¿Cuántas novelas o películas de este siglo XXI tienen un lugar privilegiado en la memoria del lector y cuántas han influido en él?
Christopher Nolan es un cineasta y escritor de guiones, escritor sin más, que renueva la literatura y le insufla nueva vida. Nolan es un relojero. Escudriña el Tiempo. Juega con desmontarlo y dinamitarlo. El Tiempo como arca de la existencia, del arte. Mientras la mayoría de autores literarios y cinematográficos se quedan o manejan la dimensión Espacio y seres que lo habitan, Nolan va a lo trascendente, al Tiempo. De lo que han escrito los grandes autores.
Y Oppenheimer es el artefacto para continuar su exploración narrativa. En esta película, redonda, el hecho en sí contiene la dimensión Espacio, entendido como lugar persona, animal o cosa situada en un sitio, y la dimensión Tiempo, donde la bomba atómica es fin y principio de todo, con nosotros o sin nosotros en la Tierra. Porque, aunque no sobreviva un ser humano, el planeta seguirá su rumbo con otras especies sobrevivientes, del momento o de después; el universo continuará su viaje de expansión hasta rozar el infinito para juntarse de nuevo y volver a empezar, según las últimas investigaciones. A partir de aquí hay spoilers en el artículo.
Claves de la película
Todo Oppenheimer es, básicamente, desde la mente, la voz en el cerebro y la conciencia y el corazón del físico que en nombre de la protección engendró el fin. Gran paradoja del ser humano que sustancia al propio ser humano. Que dicho en las palabras de J. Robert Oppenheimer, al ver la explosión de prueba Trinity en el desierto de Nuevo México, el 16 de julio de 1945, dicen que pensó: «Estas cosas duelen en el corazón». (Aquí con una actuación magistral de Cillian Murhy a lo largo de las tres horas de película, arropado por un elenco muy bueno).
Un pensamiento que llegó porque con la bomba buscó adelantarse a Hitler para disuadirlo, pero Alemania fue vencida de manera “tradicional” y Hitler se suicidó el 30 de abril de 1945. La bomba llegó tarde. Aunque Estados Unidos la utilizó para derrotar a los japoneses, tres semanas después de la prueba atómica, 6 y 7 de agosto en Hiroshima y Nagasaki. Aquella decisión del presidente Harry S. Truman confirmó la premonición de Oppenheimer y abrió otra grieta en su alma. Se dio cuenta de que había abierto la puerta que desencadenaría la espiral del sinsentido del asomo perpetuo al abismo.
Christopher Nolan condensa allí, en la Oficina Oval de la Casa Blanca, durante el encuentro entre Oppenheimer y Truman, uno de los momentos reveladores de fondo y forma de su cine y de la película: el físico, el héroe y prometeo se muestra apocado y casi ausente en el sofá, le dice al presidente que siente que tiene “sangre en las manos”. Truman lo mira incrédulo y, tras unos segundos de silencio, le responde que a los japoneses no les importa quién fabricó la bomba, solo quién la tiró, y lo hizo él, Truman. Lo dice desdeñoso ante lo que acaba de escuchar y soberbio por lo que cree. La vida ya es otra, por la providencia del poder y el ego, como en una escena de Shakespeare. Cuando el físico sale del despacho se escucha decir al presidente: “No quiero volver a ver a este chillón”.
Tras ser el héroe que llevó a su país a la gloria y lo convirtió en administrador del miedo, como paradoja, en 1953, Robert Oppenheimer se vio envuelto en la caza de brujas de la era McCarthy al ser acusado de sospechoso comunista y haberse reconvertido en luchador contra la guerra nuclear y por estar en contra el desarrollo de la bomba de hidrógeno.
Fue sometido al desprestigio por obra y gracia de un burócrata que no soportó la fama de Oppenheimer y sintió que no fue tratado por este como él se merecía. ¡Ah! Egolatría y poder. Otra vez. Dos temas que atraviesan toda la película. Por ellos surge todo y hacia ellos va todo. Porque, si no se controlan pueden desencadenar, como una reacción nuclear en cadena, una hecatombe en el alma de quien las padece y cuyas ondas impactan en los demás con efectos imprevisibles.
Ego y poder / Eros y tánatos
Oppenheimer recrea la vida de este físico estadounidense de origen judío que estudió en Alemania. Lo hace con una narrativa transversal de géneros: biografía, thriller, drama, pasión, sexo, relato psicológico, caso judicial, venganza, expiación… Y de temas: ciencia, política, guerra, filosofía, y los ya citados egolatría y poder… En el fondo, la soledad y la necesidad de afecto de unos y de otros.
Todo esto confluye en un momento íntimo en todos los sentidos para Robert Oppenheimer y simbólico y revelador en la película hacia la mitad del rompecabezas: tras una relación sexual con su amante, ella se levanta desnuda de la cama, toma un libro de la biblioteca de la habitación, el Bhagavad Gita, una de las obras sagradas del hinduismo, y, mientras vuelve a la cama, caminando de rodillas hacia Oppenheimer, que sigue allí, le pregunta en qué está escrito: “En sánscrito”, responde él. Ella le pone delante el libro abierto y, si mirar, le pide que lea las líneas que señala al azar uno de sus dedos. Él titubea y lee: “Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”. Eros y tánatos. Sombras futuras de los hilos de las Moiras.
La película es hipnótica en el discurso intelectual y en el proceso de la construcción de la bomba, el Proyecto Manhattan, en el que muchas veces no entendemos lo que dicen, pero queremos que sigan hablando, explicando. Y es fascinante en la imagen de apariencia sencilla, natural, sin apelar a la grandilocuencia. Y es emotiva y conmovedora en imágenes y diálogos que muestran el trayecto que sigue una persona ansiosa por saber, la emoción y curiosidad por ahondar en la física cuántica, mientras lucha contra sus alucinaciones apocalípticas: “Me invaden visiones de un universo escondido”.
Hasta que el Tiempo del pasado y de las visiones futuras se hacen realidad aquella madrugada del 16 de julio de 1945 cuando se hace la prueba de la bomba. Son los únicos momentos de silencio de la película, lo que sucede se ve solo a través de lo que reflejan las gafas protectoras de Oppenheimer y otros físicos excitados ante el triunfo de la tragedia: burbujas de fuego en reverberación contra el cielo oscuro del desierto que crean una belleza de espanto. Ante esas imágenes reflejadas en los cristales del físico, Nolan mete la película en una oquedad, solo se oye su respiración lenta, algún crepitar, se quita las gafas, su mirada perdida…
Luego, la persecución que le hace el país que ama y cree haber salvado la convertirá en su expiación.
“¡Nadie sabe lo que piensas, ¿tú, sí?!», le espeta un colega.
La estructura es de escenas-capítulos más o menos cortas, rápidas no lineales, con saltos en el tiempo y el espacio, con uso del color y del blanco y negro para diferenciar líneas narrativas y de tiempos. Un rompecabezas que el espectador va armando a medida que avanza la película. Una estructura usada por Nolan desde Memento (2000) y seguida en Origen (2010) e Interestellar (2014) y Tenet (2020). Además de sus narrativas de la popular trilogía de Batman.
Un gran autor siempre hace la misma obra. Cada nuevo título son solo pretextos y variaciones para hablar y compartir los temas que le interesan. Y Nolan es clásico en eso: el Tiempo, el dios de todo. Dunkerque (2017) es otro de sus clásicos, quizás la mejor de sus películas, en el que se detuvo, como en Oppenheimer, en una grieta real de tiempo-espacio en la vida humana. NO juega a ucronías ni distopías. Muestra la realidad de esos pliegues de la Historia.
El cine de Christopher Nolan es literario en el sentido clásico de contar una historia que interpela e incentiva al espectador, no quiere una persona pasiva frente a la pantalla. Quiere una imaginativa, curiosa y en la que aflore su sueño secreto de autor para que complete o complemente lo narrado. Además de ensanchar su mundo con imágenes o ideas que implanta en su mente.
No es la pirotecnia de estímulos por el estímulo, sino que va en busca de otras conexiones para despertar ideas, sensaciones, estéticas, busca una lectura o placer visual transversal. Y busca que la persona dialogue consigo misma.
El mundo audiovisual está marcando los derroteros de la narrativa, no porque invente estructuras propiamente dichas, porque esas ya están en los libros, sino porque las enriquece y sofistica al incorporar elementos propios de lo audiovisual y su arte que potencian esas formas de contar y que producen otra experiencia. Y Christopher Nolan invita, desde la narrativa del cine, a recuperar la gran literatura.
- Prometeo americano. Kai Bird y Martin J. Sherwin. Traductora: Raquel Marqués García (Debate)
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