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Detalle de la portada del libro ‘Picasso: imán para los escritores en español’, de José Esteban, ilustrada por Raúl Arias (Reino de Cordelia)

Pablo Picasso visto por los escritores con sus luces y sus sombras

Cincuenta años de la muerte del gran artista español que enriqueció las artes y el concepto de belleza. Nos acercamos a la persona y al creador a través de los libros 'Picasso: imán para los escritores en español', de José Esteban, y del clásico de John Berger 'Fama y soledad de Picasso'

Con Pablo Ruiz Picasso la mirada sobre el arte, y como consecuencia sobre la vida, se enriqueció y no volvió a ser la misma. Picasso (Málaga, España, 25 de octubre de 1881 – Mougins, Francia, 8 de abril de 1973) cambió las artes plásticas, y con ella la perspectiva de las otras artes al abrir una gran puerta hacia los nuevos derroteros de la creatividad y la imaginación. Tras sus exploraciones, la belleza descubrió y conquistó territorios inéditos e inimaginables.

En el cincuentenario de su muerte, WMagazín recuerda al artista español a través de la mirada de los escritores que no se resistieron a escribir sobre su figura, en todos los sentidos y su arte. Textos y poemas que muestran cómo el niño que empezó imitando a los maestros de la pintura pronto creó su propio brillo: para unos deslumbrante, para otros simple sombra. De entre los diferentes libros en esta línea seleccionamos dos con algunos de sus pasajes: Picasso: imán de escritores en español, de José Esteba, recién publicado por la editorial Reino de Cordelia; y recuperamos el ya clásico Fama y soledad de Picasso, del escritor y crítico de arte John Berger, publicado en 1965 en Inglaterra y editado en España por Alfaguara.

Picasso: imán de los escritores en español

José Esteban (Reino de Cordelia)

Esta es una antología con textos dedicados a Pablo Ruiz Picasso por parte de escritores en español que lo conocieron o lo admiraron. Desde Pablo Neruda y Ricardo y Pío Baroja hasta Antonio Gamoneda, pasando por Ramón Gómez de la Serna, José Bergamín, Corpus Barga, Jorge Guillén, Rafael Alberti, César Vallejo, Vicente Aleixandre, Juan Perucho, Max Aub, Luis Buñuel, Juan Antonio Gaya Nuño… También la atracción de Pablo Picasso hacia la literatura lo llevó a ilustrar varios libros clásicos y de destacados creadores de su generación.

Es una colección de artículos que funciona como un mosaico de la vida de uno de los creadores del cubismo con obras como Las señoritas de Avignon o del gran cuadro del Guernica. Un Picasso desestructurado en estas páginas. Un caleidoscopio.

Los siguientes son varios pasajes del libro de José Esteban, Picasso: imán de escritores en español:

«Picasso —escribió Alberti— fue un pintor para poetas. En todas las diversas etapas de su vida estuvo cerca de ellos. Recordemos a Max Jacob, Apollinaire, Reverdy, Cocteau, Prévert, Breton Aragón y Paul Éluard. Todos ellos supieron recoger algo de ese gran río de fluir permanentemente de Picasso. Una onda, un reflejo, un pez, un pájaro, una estrella caídos en su fondo. Yo que llegué
puedo decir que el último, quizá sea uno de los de pesca más afortunada. Tuve la suerte de acercarme a ese río en el momento más pleno de sus aguas, lo que me dio, lo que supe extraer de su corriente, lo dejé en ese libro de poemas que podría no tener fin».

Y pronto, a esta antología picassiana, se suman otras lenguas, entre ellas la española en versos del chileno Vicente Huidobro:

El hombre no es la belleza ni la fealdad. El hombre es un hombre,
el hombre es un Picasso.
El Picasso tiene el alma sin miedo.
Sin miedo delante del bien y del mal, sin miedo ante el agua fría, ni
ante el huracán, ni ante la luna.
Picasso. Picasso el color, Picasso la forma, Picasso el mago,
Picasso el demonio, Picasso el genio, Picasso el sabio, Picasso
el loco, Picasso el ángel, Picasso el monstruo.

Pablo Neruda cantó su encuentro con el pintor:

Desembarqué en Picasso
a los seis días del otoño: recién nacido el cielo, anunciaba su
desarrollo rosa. Miré alrededor: Picasso se extendía y encendía como el
fuego del amanecer.
Y en otro poema le canta como ceramista:
Pero en el sitio donde trabaja,
en libertad el fuego y el humo,
es una rosa de alquitrán
que ha teñido de fuego las paredes.
Allí, Picasso,
entre las líneas y el infierno,
con su pan de barro, cociéndolo,
puliéndolo, rompiéndolo hasta que el barro
se ha vuelto cintura,
pétalo de sirena,
y guitarra de oro húmeda.
Y, entonces, con un pincel lo lame y el Océano viene o la vendimia.

(…)

Un día —escribió Gaya Nuño— habrá que pensar en una seria recopilación de toda esta poética para comprender todo lo que los escritores han hecho por Picasso. Es verdad que Picasso también, a su particular modo, se entregó a la poesía y a la literatura y el teatro en general. Sentó plaza de poeta, de poeta descosido, vehemente, como una especie de guerrillero de la lírica. Pero, a la vez, ilustró infinidad de libros de poetas, empezando en 1905, por el aguafuerte que enriquecía un volumen de Poèmes, de André Salmon, y siguiendo con otras muchas obras de Max Jacob, Jean Cocteau, Paul Valery, Paul Éluard y un largo etcétera. Así como de poetas de otros siglos, como Ovidio, o nuestro Góngora, ilustrado en 1948.

(…)

Robert Desnos escribió mucho sobre Picasso. En su último ensayo, relata una historia que le contó el pintor: ‘Llevaba meses almorzando en Le Catalán (un restaurante llamado así en su honor) —dijo Picasso—, y llevaba meses mirando el aparador y pensando simplemente: ‘Es un aparador’. Un día decidí hacer una pintura de él. La hice. Cuando llegué al día siguiente, el aparador había desaparecido y su lugar estaba vacío… Al pintarlo debí de llevármelo sin darme cuenta’. Y Desnos comenta: ‘Obviamente se trata de una historia divertida a pesar de, o, mejor dicho, a causa de su veracidad; pero ilustra, como una fábula o un proverbio, la relación entre la obra y la realidad. Cuando pinta, para Picasso lo importante es “tomar posesión”, y no provisionalmente, como un ladrón o un comprador, solo de por vida, sino como si él mismo fuera el creador del objeto’.

Cada vez más, Picasso pinta como Dios o como el diablo, dijo Paul Éluard.

Dice Roland Penrose que el nombre de Picasso llegó a ser simbólico en algunos lugares de Francia, como en otros tiempos lo había sido en España el de Góngora, ‘a quien la oscuridad de sus poemas convirtió en proverbial recurso entre los analfabetos. Si el cielo se oscurecía o la noche se volvía impenetrable, los campesinos llamaban a eso una ‘gongorada’. De igual manera, en la Francia de hoy el nombre de Picasso ha venido a significar una fuerza que resulta incomprensible y caprichosa. En alguna concurrida calle de París, cuando un taxista ha estado en un tris de chocar con otro coche, se le ha oído gritar: ‘Espèce de Picasso!’.

‘Picasso se encuentra entre aquellos que, como dijo Miguel Ángel, merecen el nombre de águilas porque superan a todos los demás y atraviesan las nubes hacia la luz del sol. Y hoy toda sombra ha desaparecido. El último grito de Goethe agonizante, ‘luz más luz’, asciende de su obra sublime y misteriosa’. G. Apollinaire».

Pío Baroja en  Tipos de época:

«YO LE CONOCÍ a Picasso en 1901. Luego le vi en París tres o cuatro años más tarde, en el estudio de Durrio. Me pareció un joven simpático, un poco turbulento, amigo de mixtificaciones y de exageraciones. Picasso es un divo. (…)

Andaba vestido como un pintor del Barrio Latino, chaqueta de terciopelo morado, sombrero ancho y melenas. Se metía por los rincones a dibujar escenas populares. Tenía poca estimación por la mayoría de los pintores modernos. Era el antipompier por excelencia. En la revista Arte Joven hizo algunas ilustraciones, dos o tres para mi novela Inventos, aventuras y mixtificaciones de Silvestre Paradox. Hizo también un retrato mío, al carbón, que se publicó en la portada de la misma revista, y que, evidentemente, tenía mucho carácter. El retrato lo hizo en menos de una hora y se perdió. Después le volví a ver a Picasso en París.

Picasso no aceptaba por entonces más pintor moderno que Cézanne.

Era un joven audaz que tenía opiniones artísticas extremas y que le parecía la pintura antigua algo sin ningún interés. Picasso tenía de joven un aire atrevido y genial. En el poco tiempo que estuvo en Madrid, en su estudio aparecieron treinta o cuarenta cuadros, hechos casi todos de memoria, algunos muy bonitos.

Era, sin duda, hombre muy bien dotado, con posibilidades de hacer cosas extraordinarias. De los artistas que yo he conocido jóvenes, creo que era de los que tenían más condiciones y más talento literario.

Yo supongo que el cubismo y los demás ismos de la posguerra del año 14 no tienen importancia. Todos fueron puras extravagancias. Entre sus cultivadores hubo gente de talento y de audacia, como Picasso y otros pequeños mixtificadores,
como Juan Gris.

Picasso es un hombre que ha intrigado al mundo entero durante mucho tiempo. Es un divo. Es posible que suya haya sido la habilidad del hombre que sabe que sin disfraz no va a conseguir el éxito, y va tomando todas las máscaras que ha encontrado al paso. Su obra reunida no tiene carácter, principalmente porque no tiene continuidad. Es como aquel transformista, Fregoli, de hace cuarenta o cincuenta años, que tan pronto hacía de joven, de viejo, de mujer, de niño y no se sabía cómo era. En el teatro esto puede pasar por una habilidad estimable, pero en una obra que tiene que ser un poco para hoy y para mañana, creo que no tiene sentido.

—¿Qué clase de hombre era este pintor? ¿Qué se proponía? ¿Cuál es el verdadero Picasso? —dirá el curioso del futuro».

***

Fama y soledad de Picasso

John Berger. Traductores: Manuel de la Escalera y Pilar Vázquez (Alfaguara)

El escritor y crítico de arte contemporáneo británico John Berger publicó en 1965 un libro revelador sobre la figura de Picasso. Una obra no muy bien comprendida en su momento, pero que el tiempo ha puesto en el lugar destacado que merece no solo por su enfoque y mirada sobre Picasso, sino como gran ejemplo narrativo, crítico e intelectual de acercamiento a una persona y su obra.

John Berger despliega su mirada tan luminosa como acerada al abordar y descomponer al artista español en diferentes facetas, de lo privado a lo público y político. El resultado es un retrato en el que aparece Picasso desde múltiples ángulos, «ofreciéndonos la dimensión exacta de sus triunfos y el coste implacable de su fama».

El siguiente es un pasaje de Fama y soledad de Picasso:

«La pintura es el arte que nos recuerda que el tiempo y lo visible nacieron juntos, como un par. El lugar en el que se engendraron es la mente humana, que puede disponer los acontecimientos en una secuencia temporal y las apariencias en un mundo visto. Con el nacimiento del tiempo y de lo visible empieza el diálogo entre la presencia y la ausencia. Todos vivimos ese diálogo.

Consideremos el Autorretrato que Picasso pintó en 1906. ¿Qué sucede en esta pintura? ¿Por qué nos conmueve tanto una imagen aparentemente anodina?

La expresión del joven —bastante típica para un hombre de veinticinco años— es solitaria, atenta, indagadora. Es una expresión en la que se combinan la pérdida y la espera. Sin embargo, todo esto es sólo al nivel de la literatura.

¿Qué sucede desde el punto de vista plástico? La cabeza y el torso parecen acosar a lo visible, buscan una forma perceptible, pero no la han encontrado plenamente. Están a punto de encontrarla, de posarse en ella, como un pájaro sobre un tejado. La imagen es conmovedora porque representa una presencia que lucha por llegar a ser vista.

Metafóricamente hablando, es una experiencia bastante común. Lo extraordinario es que aquí Picasso encuentra (o tropieza con ellos, pero, en cierto modo, los reconoce) los medios pictóricos necesarios para expresar este hacerse visible provisional, pero también casi desesperadamente urgente. Entre 1902 y 1907, los años que conducirían a la realización de Las señoritas de Avignon y en los cuales se pueden incluir las obras protocubistas, pintó y dibujó numerosas imágenes que expresan la primera esperanza de un acuerdo con lo visible: un acuerdo que ofrece una garantía que tan sólo un poco antes parecía imposible: la de ser visto».

***

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Santiago Vargas

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